Presentación
Viaje a pie
—Marzo 31 de 2011—
* * *
Presentación de Viaje a pie
a cargo de Memo Ánjel
José Guillermo Ánjel R. (Memo Ánjel, Medellín, 1954) es Comunicador Social Periodista y Ph.D. en Filosofía de la Universidad Pontificia Bolivariana, donde ha sido docente en la Escuela de Teología, Filosofía y Humanidades, la Escuela de Ciencias Humanas y la Facultad de Comunicación Social y Periodismo, de la cual también fue su director. Se ha desempeñado así mismo como columnista del periódico El Colombiano y director del programa radial “La otra historia”, y es autor además del cómic “Adolfo, el pájaro poeta”. Sus libros han sido publicados en Alemania y en Suiza, traducidos al alemán, y entre sus textos en español se encuentran “Mesa de judíos”, “Todas las características de la tortuga” e “Inventario de mujer de Buenos Aires” (novelas); “Historias del barrio Prado” (crónicas); “De lo político en Spinoza” y “De las razones del guerrero ilustrado” (ensayos); “Comunicación, espacios y ciudad” (crónicas urbanas); “De dictadores, ángeles peatones y pecados renovados” (ensayo sobre América Latina); “1492, historia de una herejía” (historia fabulada); “De la farmacopea del Descubrimiento” (historia); y “Café del Sur”, “Con otro son” y “Domingo, historias para antes del fin del mundo” (relatos). En julio de 2002 representó a Colombia en el Festival de Literatura de Verano en Berlín, Alemania.
* * *
Este viaje fue vivido realmente y escrito paso a paso durante el camino que de Medellín conduce a Manizales. No tiene importancia. En esencia, se trata de un viaje alrededor del mundo de Fernando González. Y esto sí tiene importancia, pues con este hombre, con este escritor, con este profeta, se inician nuevos rumbos en la literatura colombiana y continental. Su aparición marca un renacimiento espiritual, funda un nuevo ser y un nuevo pensamiento.
Gonzalo Arango
* * *
¡Pero qué agradable todo y qué delicioso humorismo el de este libro! Está todo lleno de gracia y mientras más disparata es mejor. Es la risa sonora de un filósofo que se siente sano y alegre y hace gimnasia. “La salud, la conservación de la elasticidad juvenil, son finalidades del viaje”, dice el autor. Marchar alegre, mientras el sol calienta, riéndose apaciblemente de las cosas y los hombres. Pero este filósofo es un hombre nervioso, que padece a veces crisis de pesadumbre, y se vuelve entonces pesimista, lírico y religioso. Son desigualdades y contradicciones de un temperamento nervioso. El hombre atormentado, de nervios sensibles, a quien preocupan exageradamente las cosas, el que todo lo analiza y quiere hallarle la razón a todo, ama la risa como un descanso y se vuelve escéptico y burlón. Voltaire, Sthendal, Heine, Cervantes, Ganivet.
Estanislao Zuleta Ferrer
* * *
Viaje a pie resulta ser un libro escandaloso, a todas luces imaginado para mover escándalo. No el escándalo entre los impúberes de que habla el Evangelio, sino entre los hombres barbudos, las devotas con o sin bigotes y los profesores de filosofía. Es un escándalo para los que oyen en el confesionario los pecados de la gente crédula, no para ésta que nunca sabrá tesaurizar la innumerable cantidad de pensamientos contenida en 270 páginas mal contadas de este gracioso y sedicioso volumen. Cuando se dice que el autor tuvo en su ánimo suscitar el escándalo con esta publicación no hay voluntad de censura. Por el contrario los grandes libros se han escrito siempre con esa premeditada intención. Mover escándalo por el contenido o por la forma ha sido objeto de muchas obras inmortales. Los diálogos de Platón estaban encaminados a escandalizar a Atenas: “Estudiad”, parecían decirles a la judiciatura, a los moralistas de reata, a los gobernantes y a los charlatanes, “estudiad en estos papiros el carácter nobilísimo, la inteligencia sin fronteras, la bondad suma que habéis destruido porque no supisteis comprenderla”. Con la forma quisieron crear escándalo Víctor Hugo hace un siglo, Verlaine hace cincuenta años y Rubén Darío en época más reciente. Y lo crearon. Por eso duran todavía las obras del uno y de los otros. Es Viaje a pie, a más de lo dicho, un libro valentísimo. Para escribir este libro y darlo a la circulación en el departamento más devoto de la república, hace falta mucho valor.
Baldomero Sanín Cano
* * *
Fernando González
Ilustración por Daniel Gómez Henao
* * *
“Eran las siete cuando comenzamos a trepar con nuestros morrales hacia la montaña oriental del valle de los indios sedentarios del Medellín, por una carretera de un kilómetro que se continúa en una pendiente pedregosa; el kilómetro de carretera se hizo para que tres caciques fueran a sus quintas a digerir rezos y hurtos”.
“Somos hijos de la tierra y sus parásitos; nos liga a ella, como un cordón umbilical, la ley de la gravedad. Por momentos la abandonamos, nos parece que existe otro ser que nos llama hacia las alturas aéreas; nos parece abandonar todo lo terrestre y después caemos más definitivamente abrazados a su seno materno; somos únicamente materia dura, materia grave. Cuando levantábamos las piernas para trepar hacia Aguadas tuvimos la impresión nítida de la atracción terrestre. Esta esfera dura es nuestra cuna y nuestro sepulcro. ¿Por qué deseamos abandonar esta madre? ¿Por qué los ímpetus de elevarse? ¿Por qué el Santo y el Héroe? Es un indicio, un leve indicio, de que hay en nosotros algo que no es terrestre”.
“Nosotros no hemos podido llegar a la posición beatífica de los doctores filósofos para quienes la mujer nada importa. Somos en un noventa y nueve por ciento amantes, y el resto filósofos, pero filósofos del amor. ¡Qué estúpidos e insinceros estos enormes libros, casi siempre en latín, que tratan de la vida, de la esencia de las cosas y que no citan el amor! ¿Estos filósofos serios no sabían que la más pura elación espiritual es amor, ya sea religiosa, artística? Se ha creído que el amor es únicamente el amor sexual; pero en verdad esa es la materia bruta de todo lo hermoso y grande”.
* * *
Muerte, agonía y muchachas
Por José Guillermo Ánjel R.
Introito
En Colombia está todo por hacer y nunca se hace nada, eso escribía Fernando González en Don Mirócletes, libro de usuras, muertes y agonías largas. Y eso es lo que se sigue pregonando, mintiéndonos, dándonos largas para que las cosas no se den. Somos unos esperantes, agónicos, arrepentidos. Eso. Unos arrepentidos. Y mientras tanto, posamos de democráticos y burlamos los sueños de Bolívar. Nos hacemos los innovadores y perecemos en el intento. No resistimos bien lo que vamos a hacer.
Ni siquiera lo que queremos hacer. Quizás todo se deba al exceso de mestizaje, al complejo de ilegitimidad. A que nos da miedo sentir lo que la sangre nos está pidiendo. Posamos y en la pose el tiempo se encarga de convertirnos en trastos viejos, folclóricos, que alguno cuelga de un clavo y después los olvida. No están desactualizados los libros del vasco envigadeño, eso se nota cuando se leen.
Tres gustos:
Anotaba Fernando González que había tres cosas que le llamaban mucho la atención: las muertes, las agonías y las muchachas. Y que en ellas estaba la moral, esta costumbre que no asimilamos porque nos da miedo la responsabilidad de tener que meditarlas. En la meditación crecen los pueblos, pero aquí estos calores no nos dejan.
En las muertes, traducidas en entierros, el maestro hacía referencia a la más variopinta fauna social que, en lugar de enfrentar la muerte como un destino, la convertía en fiesta y en lugar de negocios y de muestreo. En esos entierros se cambiaba (se cambia) la biografía del difunto (no hay muerto malo) y se ponía de manifiesto la eternidad comprada con dinero. Dios funcionando a favor del usurero, del negociante, del criminal que, en un momento dado, ejerció el arrepentimiento o lo que el finado creía que era eso. Así, mientras creamos que lo hecho en una vida se cambia por lo sentido en un solo momento, es muy difícil corregir lo que hacemos. Pequemos que habrá un último segundo para el perdón.
Las agonías, estado pre-mortem, son un estadio de locura y de soledad. No se asiste bien al agonizante, mejor se lo deja a su suerte (o a la de los hospitales). Y entonces, los que seguimos vivos y alejados del que agoniza, evitamos ser testigos de lo que va a suceder y no nos comprometemos con la evidencia. Este alejamiento de la vitalidad que se agota nos hace unos soñadores, unos marginales del acontecer, de la realidad que evadimos. Nos hace falta asistir a una agonía, comprometernos con ella, sacar partido y enseñanzas de esa última acción del hombre. Pero, al igual que Manuelito Fernández en la agonía de Epaminondas, optamos por irnos al Cauca a mirar negras lavando. Mejor sentir los sentidos que el espíritu, así el arrepentimiento no duele tanto.
Locura y soledad en las agonías, para que nada nos comprometa, para que el que se muera se convierta en unos esfínteres sueltos y en una manera de sudar asombrosa, en mera palabrería y literatura de folletín.
Y las muchachas. Ellas le gustaron mucho al maestro. Las amó porque en ellas ejerció el dolor, la vejez, el miedo, la timidez, la religión, la bobería. En síntesis, los elementos propios del arrepentimiento, ese dolor de lo no hecho cuando había posibilidad de hacerlo. Lo que en realidad es una agonía continua, de gran soledad y locura. La intimidad acusando, burlándose de la pose, mordiendo duro para que el tiempo perdido se haga enorme y doloroso. Somos recordadores de lo que no hicimos, de los errores cometidos, de las justificaciones a esos errores. Somos unos remordidos. Y sería fabuloso que el remordimiento nos purificara, nos puliera, que hiciera de nosotros unos seres morales. Pero pocos llegan a esto y son más los que evaden el remordimiento, olvidando. En Latinoamérica ejercemos el olvido y esto no nos ayuda a reflexionar. Ni a ser morales. Es duro Fernando González, pero no se lo puede acusar de calumnia. Ni siquiera de mentira venial.
La idea de Dios
En la búsqueda del ser latinoamericano, Fernando González termina buscando a Dios. La divinidad buscada es la esencia de su tesis, esa deidad que se rebela contra los formatos que el hombre le ha querido dar, contra los usos y las usuras que se hace de ella, contra la antinaturalidad que le han asignado para legitimar un mero ejercicio del poder. Dios es la vida, la meditación, lo que sucede. Y de la reflexión en torno a Dios, nace el progreso. Pero no es una meditación sobre la idea abstracta de Dios, sino en torno a sus creaciones y a lo que estas creaciones hacen. Si nos aceptamos en lo que somos, sin evasiones, descubriendo la riqueza de nuestra limitación, llegaremos a ser. Y luego Dios será en nosotros.
Es madura la posición de Fernando González, inteligente, cuestionadora. Por eso hay que leer su obra sin prevención, en calma, repasando cada párrafo, admitiéndonos en el espacio que habitamos. Quizás allí hay parte de la salida que estamos buscando, siempre y cuando no nos escudemos en el que hay mucho por hacer… para terminar haciendo nada. Un buen vasco Fernando González. Golpeador.
Fuente:
Periódico El Colombiano, viernes 21 de abril de 1995, página 3D.