Presentación
Las trompetas
del Capitán
—Octubre 15 de 2009—
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César Herrera Palacio (Hispania, Antioquia, 1963). Director fundador de la revista Mascaluna. Es autor de “Travesía para recobrar el sueño” (poesía, 1989), “Escotilla para un amor” (tercer premio de poesía Carlos Castro Saavedra, 1990), “La otra paloma del insomnio” (cuento finalista del concurso nacional Tomás Carrasquilla, 1990), “Testigo ocular” (poesía, Ediciones Mascaluna, 1994), antología “Mis jueves sin ti” (cuento: “La canción de las cigarras”, finalista del octavo concurso nacional de cuento para trabajadores, 1999), antología “Un país extenso en el cielo” (Primer Festival Nacional de Poesía, Manizales, 1999), “Cruces de mar abierto” (cuentos, 1986-1999, Ediciones Mascaluna, 2000), “Isolina” (novela, Fondo Editorial Universidad Eafit, Medellín, 2003), “La yegua”, “Los cuadros de Araucaima” y “Fátima y José”, cuentos publicados en Odradek, el cuento. Realizó una antología de poetas antioqueños publicada en Poeticas.com.ar. Actualmente es docente en el Colegio Fontán de Medellín y coordina talleres literarios en la Casa Museo Otraparte en Envigado y la Sala del Agua de Comfenalco en el municipio de Bello, Antioquia.
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El gobernador Antonio Roldán Betancur cayó víctima de un carro bomba que explotó al paso de la caravana oficial muy cerca de su casa en el sector de El Velódromo, en la ciudad de Medellín, el 4 de julio de 1989. Veinte años después del magnicidio aparece una novela en la que se le rinde un merecido homenaje.
El médico y gobernador Antonio Roldan Betancur nació el 17 de febrero de 1946 en Briceño, Antioquia. A la edad de 5 años, cuando falleció su padre, se trasladó en compañía de toda su familia a la ciudad de Medellín. Sus estudios de primaria los realizó en la escuela Pedro Olarte Sañudo, en el barrio Fátima. Cursó el bachillerato en el Liceo Antioqueño, y estudió medicina en la Universidad de Antioquia, donde fue un estudiante destacado. Su año rural lo realizó en Betulia. Luego trabajó en Apartado, Antioquia, época que le sirvió para conocer ampliamente esta zona, y, de paso, enamorarse de ella. Fue alcalde de Apartadó en 1975, y desde ese mismo año formó parte del Consejo Directivo de la Caja da Compensación Familiar Camacol y fue Presidente del mismo. En 1978 fue nombrado Director Ejecutivo de Coldeportes, Antioquia (hoy Indeportes), cargo que ocupó hasta 1980. También se desempeñó como gerente da la Fábrica de Licores de Antioquia y gerente del Club Atlético Nacional. En 1988 fue nombrado Gobernador de Antioquia y trabajó incansablemente por el bien de su comunidad.
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Antonio Roldán Betancur
(1946 – 1989)
“Más de una vez se ha dicho que todo grupo social necesita una creencia firme que le sirva de brújula. Y se ha escrito que mientras esa creencia firme no se tenga, se estará viviendo en condición mútila de incompletud. Al gobernador Antonio Roldán Betancur le gustará oír que sobre su tumba fresca sus compatriotas están buscando esa creencia firme, para convertirla en la razón de su existencia”.
Belisario Betancur Cuartas
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Capítulo I
Una muerte ajena
A menos de un kilómetro de su casa, en el sector de El Velódromo, estaba la muerte de Antonio Roldan, esperándolo: El Ingeniero, un sicario al servicio del Cartel de Medellín, agazapado, detrás de unos árboles, simulaba reparar la motocicleta que después les serviría para la fuga y que sería conducida por Pinina. Y lo que parecía una batería era en realidad el detonador. Al otro lado de la canalización, a cien metros de allí, enfrente, estaba la camioneta de pasajeros perteneciente a la empresa Taxiger de Itagüí, que cubría la ruta desde el barrio Santa María cuya terminal estaba ubicada al frente de la Heladería Claro de Luna, hasta el centro de Medellín. Estos colectivos terminaban su recorrido al pie de los teatros Granada y Dux en la carrera Bolívar, poco antes de llegar a Pichincha por donde, después de recoger nuevos pasajeros, subían una leve cuesta con dirección al Oriente y giraban a la derecha para emprender su regreso al sur. Ahora una camioneta de esta ruta estaba abandonada en Pichincha con la carrera 76D, unos diez kilómetros al Occidente. Era un carro Mazda azul y blanco con motor de 1.600 centímetros cúbicos y formaba parte de esos vehículos que llegaron a Colombia para servir como camionetas de carga, pero que en Medellín les pusieron carrocería metálica, tapada y con sillas de bus. Por esta razón también se les conocía como microbuses. De modo que los usaban para el transporte de pasajeros y tenían una capacidad para doce personas. Éste se hallaba cargado como carro bomba con cien kilos de dinamita, cerca del estadio Atanasio Girardot y había circulado por la zona desde el viernes anterior. Pinina y El Ingeniero o Séforo (como también era conocido) esperaban que pasara la caravana del Coronel Valdemar Franklin Quintero que tenía una cuenta pendiente, una afrenta que les hizo a la esposa y a la pequeña hija de cinco años del capo Pablo Escobar. Las detuvo y las interrogó en una maniobra irregular para tratar de llegar a él. Un asunto personal que resolver entre el hombre más violento del mundo y un policía que tarde o temprano caería; pero ese martes soleado, 4 de julio de 1989, pasaría a la hora destinada no el Coronel sino el gobernador de Antioquia, Antonio Roldan Betancur.
Antonio había pasado el puente festivo en San Jerónimo, un municipio cerca a Santa Fe de Antioquia, a dos horas de Medellín, en la finca de unos amigos. El lunes regresó a la capital paisa por la noche y se acostó temprano. Al día siguiente se despertó aperezado y se dirigió a la habitación de las niñas y jugó con ellas. Se bañó y mientras comía algo de pan, huevos y café con leche, ojeó los periódicos. Una de sus grandes preocupaciones era el orden público y por eso recordó el bando que leería a las ocho y treinta de la mañana durante la instalación del Consejo Seccional de Seguridad y que había dejado sobre su escritorio. Recordó algunas palabras: “Vale la pena que este nuevo bando nos permita hoy una sentida reflexión por el derecho a la vida, algo podemos hacer, si nos juntamos, por espantar el fantasma de la muerte”.
La noticia de este Consejo en el periódico El Mundo de Medellín, fue el final de una serie de acontecimientos extraños. Un mes antes, Antonio Roldan asistió a un homenaje que le rindieron en Briceño. Cuando destaparon la placa con su nombre que pondrían en el lugar en que se construiría la nueva iglesia, en vez de la fecha de ese día de junio, estaba escrita la del 4 de julio de 1989. El padre Nolasco Muñera le preguntó si quería que volvieran a hacer la placa y Antonio, con su desparpajo, muerto de la risa, le contestó que la dejaran así, que algún significado tendría y se hizo tomar una foto con la placa y su familia.
A la reunión de esa mañana asistiría el comandante de la policía división Antioquia, Coronel Valdemar Franklin Quintero. En la noticia en primera página el nombre del Coronel estaba ubicado en la lista, de cuarto, después del Mayor General Ramón Gil, del Mayor General Rafael Padilla Vergara y del Secretario de Gobierno departamental Francisco Zuluaga Tobón. La comunicación de la noticia llegaba hasta el tercer párrafo. Luego se repetían los mismos tres párrafos en la primera columna y el cuarto párrafo empezaba en la segunda. Este detalle que para un lector desprevenido era un simple error litográfico, cotidiano, con seguridad que no pasaría desapercibido para un cabalista como Edmond Shamir. ¿La cábala lo había anunciado un mes antes? De todos modos, los hechos estuvieron rodeados de una serie de coincidencias; cuando su padre murió, Antonio tenía cinco años, cuando éste murió, Natalia, su hija mayor, tenía cinco años y cinco tenía Manuela, la hija del capo Pablo Escobar que fue interrogada por un policía sin escrúpulos y que, finalmente, fue la causa de que éste diera la orden de hacer estallar el carro bomba al paso de la caravana del Coronel y que, finalmente, acabó con la vida del Gobernador cuatro meses después de que éste cumpliera los 43 años. El hecho más espeluznante ocurrido durante la corta permanencia de Roldán Betancur en la Gobernación, fue la masacre de Segovia. Una arremetida salvaje de las autodefensas que dispararon indiscriminadamente contra adultos y niños y que dejó más de cien víctimas de las cuales murieron 43 personas.
Antes de salir de su casa, faltando veinte para las ocho de la mañana, Antonio leyó algunas noticias en los periódicos; le llamó la atención que cerca de 2.500 liberales de todo el país proclamarían esa noche la precandidatura liberal de Luis Carlos Galán, en un acto que tendría lugar en el Hotel Tequendama de Bogotá. El 18 de agosto, poco más de un mes después, Luis Carlos Galán sería asesinado en Soacha. Ese mismo día, en horas de la mañana, le ocurriría lo mismo al Coronel Valdemar Franklin Quintero, en Medellín.
Sin embargo, no fue la noticia de la precandidatura de Galán la que más le llamó la atención. Tampoco fue la de la enorme lista de combos (grupos de jóvenes armados por Pablo Escobar para combatir a todos sus enemigos y que en la mayoría de los casos eran casi unos niños) que habían sido desmantelados por la policía en los últimos días en Medellín, aunque le parecieron curiosos los nombres de las bandas de sicarios al servicio del Cartel: Los Nachos, Los Priscos, Los Nazis, Los Gusanos, Los Carepipí, Los Killers, Las Tetas (compuesta por mujeres entre los quince y los dieciocho años) y treinta bandas más, la que más le llamó la atención fue una entrevista a Juan Carlos Onetti. Víctima de un error médico se encontraba postrado en una cama, sin poder caminar. Le contó al periodista que estaba escribiendo una novela sobre un juez alcohólico, bondadoso e indiferente.
Frente a su final previsto, Onetti declaró: “Soy partidario de la eutanasia y aquejado del insomnio, como vivo, pienso que será como la sensación que tengo cuando logro dormirme: una sensación de felicidad muy grande, como en un barco que se separa de la tierra y se adentra en el mar”.
Ese martes cuatro de julio, en la página 7B, la de los avisos clasificados del periódico El Mundo y que el gobernador no leyó, entre dos ángeles con trompetas, se publicó un poema de Andrés Holguín que más parecía un epitafio:
La tierra me reclama
y en su acento
se confunde el pasado
de las razas
con el destino de mi ser
disperso.
Doble reclamo de la
eterna sombra.
Fuente:
Herrera, César. Las trompetas del Capitán. Ediciones Mascaluna, IDEA, Fundación Antonio Roldán Betancur, Comfamiliar Camacol, Medellín, julio de 2009.