Lectura y Conversación
Tríade Poliartístico
Corporación Cultural
—Agosto 17 de 2017—
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Tríade es creación-amistad-libertad. Con esta certeza, Nelson Rivera fundó a finales de 2008 el Grupo de Lectura Tríade Literario. Reunidos alrededor de un texto y compartiendo un café, el grupo se fue enriqueciendo con la participación de escritores, pintores, músicos y teatreros, publicó su primer folleto literario “Dí Arte”, creó Libro al Parque, se constituyó en la Corporación Tríade Poliartístico, fue admitido en la Red Nacional de Talleres de Escritura Creativa (Relata) y fundó una casa cultural en el barrio San Gabriel del municipio de Itagüí, Antioquia. Actualmente, el Grupo de Lectura Tríade Literario, bajo el cobijo de la corporación, ha publicado seis folletos literarios y ha realizado diferentes versiones de los festivales Poesía al Parque y La Palabra en el Mundo.
Lecturas y conversación con
los integrantes del taller.
Triade6.wixsite.com/corpotriade
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Integrantes del Grupo de Lectura Tríade Literario en compañía del escritor Roberto Burgos Cantor, invitado de la Red Nacional de Talleres de Escritura Creativa Relata.
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Cuatro textos de
Tríade Literario
La náuseaYurany Mejía PérezINo era persona, IIÉl llegó como invasor, IIIÉl siguió su camino |
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EclosiónYeison MedinaCaída la noche
Por dos dólares cada uno
Recuerdo que a nuestras espaldas
En los ojos de la amada
Un pájaro |
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Ocurre que a
veces me detengo
Tobías Quirama
Ocurre que a veces me detengo y resumo.
Volar: ha sido, sin describirlo tanto, dar alivio al hombre…
dejarle irse en oleadas de calor y de frío hacia él mismo, hacia el incierto de sus emociones.Sentir: sin tantos aciertos, es permitir que sean los sentidos los que sin pausa se contagia, divaguen en el esplendor del día, se agudicen al instante en que la brisa o el trinar atisben el amanecer o el palpo de una mano.
Callar: es solo cerrar los ojos y detener el tiempo; unos cuantos minutos bastan para alivianar el día.
Cantar: es una cierta memoria que vibra al compás de un tono, aquella vieja melodía siempre te recuerda.
Soñar: es más común, nada es igual ahí, se desvaría un poco paisaje a paisaje, calle a calle y uno trata de ver con los mismos ojos gastados lo que no ha visto de este lugar invariable.
Caminar: es un silencio de hojas, de pastos, todo en él es sucesivo y anterior, queda siempre atrás, en él todo es ir, pasado, es un continuo encontrar del asombro y sí, tal vez hallar la nueva ruta ya olvidada.
Hablar: desvanecer al otro, volverlo inconcluso e intransitable, pues, en ese instante la voz que irrumpe trasciende lo que se piensa y allí la palabra asidua y furtiva no te deja escucharte, ni a nadie, pues al hablar no te escuchas.
Bailar: es como un brillo que nace, como la oleada de fugitivas luces que de un árbol brotan como lamparillas, un, dos, tres y vuelta, un, dos, tres, sin parar, un, dos, tres, y aún sigues bailando.
Sonreír: siempre es un devenir tardío, lento; no mora en el rostro mucho tiempo, se aísla, es un barullo que nace de una idea cualquiera y así mismo se desvanece y calla.
Pensar: es una angustiante y penitente acción, pues no hay en ella silencio, hay respuestas y voces que siempre están, es una mudez torpe y sin sentido, porque tal vez siempre hay una palabra cruzando ese silencio, esa quietud.
Ahora debo seguir, mis pasos son necesarios para que otros ocupen este viejo escalón.
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Carta hallada en una bolsa
Darío González Arbeláez
A quien pudiere leerme, debo decirle sólo una simple palabra: ¡escucha!… Sobre todo el silencio que se prolonga entre cada palabra, entre cada sujeto que se sienta a tu lado; que se despierta cuando apagas la luz de tu cuarto. Escucha cada una de las palabras que se dirigen hacia ti, que te envisten cada vez que abres un libro, un periódico, una carta… No dejes de escuchar el cuchicheo de los árboles, de las aves, de los gatos que en este momento se persiguen alrededor tuyo.
No pretendo ser un consejero, tampoco un gurú, la verdad, tan solo me limito a decirte lo que en este momento pienso, lo que en este momento dicta mi mente, mi yo. En otras palabras, lo que estoy escuchando en frente del teclado. Hubiese querido escribirte a mano, que me conocieras, me escucharas, a través de mi letra, de mis borrones, de mis tachones, de mis divagaciones; pintadas con mis grafos deformes, fuertes, inseguros. Sin embargo, me pudo el perfeccionismo de la máquina, de las líneas rectas, de los grafos definidos… de poder tachar sin dejar rastro.
Esta carta es algo que también debes intentar escuchar, porque la escucha, a mi parecer, es sobre todo ‘develar’, de-velar: quitar el velo, descubrir, tal y como descubrieron con asombro los conquistadores (con sus ojos europeos, con su lengua europea, con su mente europea, con todo su cuerpo europeo) las llamas andinas… Bueno, aunque nunca las descubrieron, las escucharon, como los incas que las montaban, que trepaban sobre ellas los Andes… Por lo tanto: escucha sorprendido como conquistador pero sobre todo como inca que monta la llama.
¡Escúchalo todo!, principalmente el silencio, el amistoso, el amoroso, el triste, el alegre, el absorto, el matutino, el vespertino, el nocturno, el mojado, el entumecido, el lluvioso, el crepuscular, el solar, el estelar, el marítimo, el rocoso, el boscoso, el dulce, el amargo, el agridulce, el silencioso, el animal, el violento, sexual, el orgásmico, el temeroso, el hambriento, el desahuciado, el abandonado, el olvidado, el moribundo, el naciente, el fetal, el religioso, el ignorante, el cortés, el poético, el teatral… el personal.
¡Escúchalo todo!
Y cuando termines de escucharlo deja que la epístola siga su camino, que vuelva a su senda, que regrese al circuito permanente de la bolsa, que siga siendo la carta hallada en una bolsa, que pide escuchas, que indica silencios… que no dice nada nuevo.
Fuente:
Comunicación personal.