Presentación
Solo teníamos
el día y la noche
—14 de marzo de 2024—
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Ver grabación del evento:
YouTube.com/CasaMuseoOtraparte
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La gesta de centenares de jóvenes que hace cincuenta años abandonaron las ciudades y se fueron a los pueblos y al campo a cambiar a Colombia.
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Fernando Wills se inició como editor en Círculo de Lectores con el Gran Libro de la Cocina Colombiana. Fue director editorial de Grupo Planeta, Intermedio Editores y gerente de Contenido de Casa Editorial El Tiempo, desde donde dirigió la publicación de libros de casi todos los géneros. Entre estos se pueden destacar grandes éxitos editoriales como El Patrón, El presidente que se iba a caer, La bruja, Joyas de la literatura colombiana, Gran Enciclopedia de Colombia y el Menú diario colombiano, entre otros. En Editorial Planeta creó el Premio de Periodismo y otro de Historia. Dirigió la Biblioteca El Tiempo, en la que se publicaron cuatro colecciones de literatura con 87 títulos a muy bajo precio, lo que permitió una gran divulgación. En 2007 fue nombrado presidente de Círculo de Lectores de Colombia. Se retiró de la actividad editorial en 2009.
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Juan Leonel Giraldo fue asistente de redacción de «Lecturas Dominicales» de El Tiempo y editor y/o colaborador de Diario del Quindío, Cromos, Flash, Cinemes, Cinesí, Cinefin, Frente de Liberación, Tribuna Roja, Teorema, Credencial, Diners, Intermedio, Círculo de Lectores, Planeta y Penguin Random House. Es autor de los libros Centroamérica entre dos fuegos y El agua de abajo.
Conversación de los autores
con Esteban Carlos Mejía.
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Este libro está dedicado a todos aquellos jóvenes, en buena parte un valeroso contingente de mujeres, que se movilizaron a distantes zonas rurales y que consagraron su vida a compartir briegas y conocimientos con los campesinos y gentes del pueblo.
Muchos de ellos no están en este libro: a algunos no los pudimos localizar, otros tantos ya no están entre nosotros, y hubo también unos pocos que se rehusaron a participar.
Todos ellos, presentes y ausentes, formaron parte de Los Descalzos, el movimiento que logró, por primera vez en Colombia, una integración fructífera y verdadera, entre el campo y la ciudad, atendiendo al llamado de «primero ganarse el corazón de las masas y después su mente».
Y también está especialmente dedicado a Francisco Mosquera, creador e impulsor de esta gesta y quien, al hacerlo, inauguró una nueva forma de hacer política e inspiró a toda una generación para comenzar a construir un país más justo e incluyente.
Los Autores
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El soñador ve amanecer antes que el resto del mundo, pensaba Oscar Wilde. Y así soñaba la muchachada de las décadas 60 y 70 del siglo pasado. Entonces el mundo estaba convulsionado. Los estudiantes se tomaban las calles: en Mayo del 68 en Francia, contra la guerra de Vietnam en Estados Unidos, en Tlatelolco contra la violencia del gobierno mexicano, en Praga contra los tanques rusos invasores, en Panamá por la recuperación del Canal, en Colombia contra la reforma universitaria. Los hippies imponían el pelo largo, se escuchaba a los Beatles y los Rolling Stones, a Willie Colón y a Silvio Rodríguez. El Che Guevara y Camilo Torres eran símbolos de nuevos ideales.
Colombia no fue ajena a esas rebeliones. Se crearon nuevos partidos. Entre ellos el moir (Movimiento Obrero, Independiente y Revolucionario). Para ligarse a los campesinos y al pueblo, y hablarles de una nueva política, este movimiento convocó a centenares de jóvenes a marchar hacia las aldeas y el campo. Allá ellos aprendieron a cosechar y a pescar, y ellas a ser maestras y enfermeras. Se les conoció como Los Descalzos. Fue una tarea de sacrificios, difícil y riesgosa. «Solo teníamos el día y la noche», dice uno de ellos, recordando sus exiguos recursos.
Este libro recoge los testimonios de un centenar de Descalzos. Ellos, como en la novela de Conrad, recuerdan su prodigioso sueño de juventud con la sensación de que vivirán para siempre, y también «con una triunfante convicción de fortaleza y el calor de la vida en un puñado de polvo».
Los Editores
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Solo teníamos
el día y la noche
~ Prólogo ~
Por Fernando Wills
El mundo está convulsionado, hay protestas estudiantiles en todas partes: Mayo del 68 en Francia, contra la guerra de Vietnam en Estados Unidos, Tlatelolco en México. Nos conmueven los asesinatos de Martin Luther King y Robert Kennedy. Repudiamos la invasión rusa de Praga. Nos identificamos con el movimiento hippie y nos dejamos el pelo largo. Empezamos a oír a los Beatles y los Rolling Stones. Vemos llegar el hombre a la Luna y la revolución sexual con la píldora anticonceptiva y el movimiento feminista. Aparecen los Tupamaros en Uruguay, los Montoneros en Argentina y nos vamos politizando poco a poco. Son las tumultuosas décadas de los años 60 y 70 del siglo pasado.
Colombia no fue ajena a estos deseos de cambio. Empezamos a descubrir un mundo injusto, una clase gobernante que oprime y explota a los más pobres y nos vamos radicalizando. Empezamos a leer a Marx, a Lenin, a Trotsky, a Fidel y al Che. Tenemos esperanza de que una revolución cambie el orden de las cosas. Mao revoluciona la política y le da un aire fresco al movimiento comunista internacional.
Exploramos partidos y movimientos en Colombia, como el Partido Comunista, el Bloque Socialista, el moir, entre otros. Aparecen las guerrillas del eln, las farc y el epl que proclaman la lucha armada como la única forma para tomarse el poder; entretanto, asesinan al Che Guevara, a Camilo Torres y a Salvador Allende. Vemos cómo a partir de 1966 se consolidan los de siempre en el poder: Carlos Lleras es elegido presidente y lo sigue Misael Pastrana, elegido fraudulentamente. Surge en Colombia una necesidad de cambio. En el campo, organizaciones campesinas como la anuc [1], Línea Sincelejo, demandan una reforma agraria. Ante la exclusión de las políticas distintas a las liberales y conservadoras, suscitada por el Frente Nacional, se hace escuchar un sentimiento de protesta, sobre todo de los movimientos estudiantiles y los sindicatos. Igual que en el resto del mundo, hay fiebre de revolución.
Nace una nueva izquierda en Colombia. Mientras el Partido Comunista persiste en su política de combinación de todas las formas de lucha, de usar la legalidad y al mismo tiempo hacer lucha armada con las farc. Se forman partidos políticos antielectorales que apoyan la lucha armada: el pc-ml, con su ala armada epl, el eln y el m-19, entre otros. Sólo un partido afirma que aún no hay condiciones para la lucha armada y decide usar la participación electoral como una herramienta de crecimiento nacional: el moir. Y con Los Descalzos se lanza a conquistar el campo.
A partir de 1973 y hasta 1984, un grupo de jóvenes colombianos en su mayoría universitarios deciden integrarse a las masas campesinas para ganarse su corazón y posteriormente su mente, de acuerdo con el principio maoísta. Parten de centros urbanos para trasladarse a vivir en caseríos olvidados y prácticamente desconocidos en todo el país. Deben sobrevivir por sus propios medios y/o apoyarse en los campesinos para subsistir. Durante esos años, más de mil jóvenes se encuentran en sitios que nunca habían oído nombrar y que ni siquiera aparecen en los mapas, como Tiquisio, Micumao, Guaranda, Montecristo, Ciénaga de Oro o Bijagual, entre otros. Parten a sus destinos a pie, en chalupa o en mula. Van descubriendo un mundo nuevo, muy lindo, pero muy duro y agreste. Para integrarse trabajan la tierra, montan escuelas, manejan chalupas, son mineros o ayudan a la comunidad como «médicos descalzos». En las regiones más pauperizadas soportan sacrificios, penurias, hambre y enfermedades. Al principio los miran con recelo y suspicacia, luego, al ver que sus intenciones de ayudar e integrase a la comunidad son sinceras, los acogen, ayudan y protegen. Los hombres aprenden a echar azadón, machete, a sembrar, a pescar, y las mujeres se transforman en maestras, en enfermeras, en odontólogas. A medida que se integran ayudan en la educación, en la salud, en la organización campesina y en tomas de fincas. Los terratenientes los rechazan, pero al final algunos los respetan. Crean ligas campesinas, cooperativas agrícolas, escuelas, fundan clínicas en Magangué y El Banco y hacen brigadas de salud en apartados territorios. Otros recorren estos parajes llevando obras junto con el Teatro Libre, el Pequeño Teatro, grupos musicales como El Son del Pueblo o bibliotecas en mula para educarlos y crearles consciencia de clase. Divulgan Tribuna Roja, el órgano político del moir, la principal herramienta de transmisión de ideales y conducción del partido. Los Descalzos lo vendían a cuanto rincón iban y llegó a circular igual o más que el periódico El Tiempo.
El trabajo político sucedió en regiones tan distintas y con necesidades tan variadas como el Llano, las Costas, la Amazonia, el Magdalena Medio, la Zona Cafetera, el Catatumbo y la Bota Caucana. En algunas zonas el problema era de tierras, en otras de vías de comunicación, o bien de comercialización de productos, de déficits de vivienda, de salud, de educación, de cultura.
Comienzan una verdadera revolución en el campo. Ellos son Los Descalzos, quienes siguiendo una directriz del moir y de su secretario Francisco Mosquera, van creando una nueva forma de hacer política. Muchos reemplazan la figura del Estado dentro de sus comunidades.
La fusión de imaginarios y saberes entre la ciudad y el campo fue la clave para generar soluciones reales. El interés honesto por mejorar la condición de vida de los campesinos, y de no enfocarse solamente en el proselitismo político, fue quizá la decisión más acertada que tomaron Los Descalzos. Gracias a ella, sus aliados fueron creciendo, constituidos no sólo por campesinos, sino también personas pertenecientes a distintos sectores de la sociedad, y se consolidaron como una fuerza política-social importante. Los campesinos no se decepcionaron, porque no sólo oían promesas, las veían cumplidas.
Los Descalzos llegaron a las regiones hablando sobre un rompimiento con la política tradicional y, debido a esto, desde el principio, se volvieron una amenaza para los caciques regionales y los terratenientes. La policía y el das, enviados por estos, les empezaron a poner los ojos encima. Hacer política y ganar elecciones era muy difícil, pero lograron sacar concejales en varios pueblos sobreponiéndose a la compra de votos y a los ultimátums que los obligaban a retirar sus listas.
Con la posesión de Belisario Betancur en 1982, y el proceso de Paz que puso en marcha, ya no solamente los caciques tradicionales, los terratenientes, el Ejército y los narcotraficantes son una amenaza para Los Descalzos. Durante la paz de Belisario el Ejército se retira por la tregua pactada, e inmediatamente las farc y el eln se extienden por el país. Como la influencia de Los Descalzos se hace más notoria en algunas regiones, la guerrilla los persigue y decide exterminarlos. Después de asesinar a varios de ellos se les imparte la orden de desalojar el campo. Una parte de los sobrevivientes regresa a las grandes ciudades. Otra se traslada a los pueblos y ciudades intermedias.
La revolución sin armas, la denuncia de la violencia, el sueño por construir un país nuevo, por educar y engrosar las filas de la organización junto con los campesinos, los estudiantes, los obreros, con todo el mundo, se convirtió en un camino minado de intimidaciones y muerte.
El trabajo de Los Descalzos fue una semilla que se sembró y fructificó en sus integrantes. Hoy en día la mayoría están involucrados en trabajos con tinte social.
Este es el relato de la epopeya de un grupo de jóvenes del moir, contada por ellos mismos, sus reflexiones y enseñanzas sobre esa experiencia, el balance de esa época.
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[1] Asociación Nacional de Usuarios Campesinos, creada por el gobierno de Carlos Lleras Restrepo en 1967 dentro del paquete de medidas de la reforma agraria integral impulsada por ee. uu. En 1971 se dividió en dos, Línea Armenia y Línea Sincelejo. La primera fiel a las políticas oficiales, y la segunda en contradicción con ellas.
Fuente:
Giraldo, Juan Leonel; Wills, Fernando. Solo teníamos el día y la noche. Planeta, Bogotá, abril de 2023.