Homenaje

Sofía Ospina de Navarro

Una sinfonía humana

Conmemoración a
50 años de su fallecimiento

~ 1974 • 2024 ~

—18 de octubre de 2024—

Sofía Ospina de Navarro
(1892-1974)

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YouTube.com/CasaMuseoOtraparte

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En junio de 2024 se cumplieron 50 años del fallecimiento de Sofía Ospina de Navarro, escritora antioqueña que plasmó entre sus páginas crónicas, cuentos y apreciaciones de la vida social. Sostuvo una serie de relaciones personales e intelectuales que le granjearon el aprecio de escritores como Tomás Carrasquilla y Fernando González, quien a propósito de sus méritos opinó que ella misma y sus escritos representan «una sinfonía humana».

Conversan Ana Cristina Navarro y Clara Inés Navarro Gutiérrez, nietas de doña Sofía Ospina de Navarro, con los investigadores Paloma Pérez Sastre, docente de la Universidad de Antioquia y escritora, y Félix Antonio Gallego, docente de la Universidad de Antioquia y miembro del Grupo Estudios Literarios (GEL).

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Sofía Ospina de Navarro

Nació en Medellín en 1893 y murió en 1974. Nieta de Mariano Ospina Rodríguez, sobrina del general Pedro Nel Ospina y hermana de Mariano Ospina Pérez, desplegó los genes del poder en sus dominios domésticos y sociales, y si hubiera podido entrar en la liza política, habría arrastrado miles de electores con su sazón culinaria, la gracia de su estilo literario y su cautivadora personalidad. Aunque en esa época las mujeres no terminaban ni el bachillerato, ella tuvo el privilegio de contar con una ilustre maestra particular: María Rojas Tejada. Desde muy joven se dedicó a escribir cuentos, crónicas y a investigar en la cocina, y fue cofundadora de la revista femenina Letras y Encajes (1926).

Esta escritora, heredera de Carrasquilla y Efe Gómez, colaboró en los principales diarios del país con su estilo claro, directo y corto. Sostuvo la columna Chismes en El Colombiano, en la cual describía con detalle las costumbres y personajes de la ciudad. Pero su colaboración más famosa fue la columna Hogar, entre costumbrista y gastronómica, que publicaba semanalmente en El Espectador. Doña Sofía se ganó un sitio de humor en las letras y en las cocinas de los colombianos porque su truco estaba en mezclarle a las suculentas recetas unas gotas de sentido común, humor y anécdotas sobre asuntos de la vida cotidiana.

Antioqueña devota de las tradiciones, pasó por la vida «alegre como un vaso de moscatel», como la definió el Tuerto López. Sin posar de feminista liberada, conquistó territorios vedados a las mujeres, como el del periodismo que ejerció hasta sus últimos años, paradójicamente, en la prensa liberal.

En el libro Crónicas (1983) sus hijos se tomaron el trabajo de recopilar esos «cortos y sencillos parrafitos», como los llamaba ella. Su primer libro publicado, Cuentos y crónicas (1926), pide a gritos una segunda edición. En el prólogo don Tomás Carrasquilla exalta sus dotes literarias para el cuento y le dice: «Usted, mi señora doña Sofía, es la llamada a escribir novelas sobre estos hogares de Medellín, que tienen tantos matices, tanto de noble e interesante […]». También publicó doña Sofía Don de gentes, La abuela cuenta, La cartilla del hogar y su famoso libro de cocina La buena mesa, con el que salvó unos cuantos matrimonios gracias a sus fórmulas mágicas.

Fuente:

Vallejo Mejía, Maryluz. La crónica en Colombia: medio siglo de oro. Bogotá, Presidencia de la República, Biblioteca Familiar Colombiana, 1997.

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El arte de conversar

Por Sofía Ospina de Navarro

En las reuniones sociales del día muy pocas veces se disfruta el placer espiritual de escuchar al buen conversador. Con frecuencia encontramos en ellas personas que teniendo capacidad y temas para sostener una amena charla, optan por oír lo que dicen los demás; como si para ellas constituyera un gran esfuerzo el tener que abrir la boca… Y dejan el campo a otras, para quienes la dificultad parece consistir en saber cerrarla a tiempo…

Para ser un buen conversador no se requiere deslumbrar a los oyentes con bellas frases, ni hacer gala de erudición. Eso se deja para el conferenciante, que cuenta con su clientela especial… Tampoco lo es el chistoso crónico, que corre el peligro de ofender con sus gracejos, no siempre mesurados y prudentes.

Yo creo que un buen conversador puede llamarse aquel que sabe manejar la batuta en la tertulia, sin dejar decaer a los que en ella actúan como lo hace el director de orquesta con los músicos del concierto… El que acepta las interrupciones y las aliña con su ingenio o su gracia…

El que habla poco de sí mismo… Y del prójimo, solamente cuando se llegue el caso de contar de él alguna anécdota sustanciosa.

Y, ahora que hablamos de anécdotas, reconozcamos que siempre han sido ellas la sal de la conversación. Nada hay tan interesante como conocer la personalidad de las gentes a través de los hechos de su vida. Y el tema es inagotable, porque la humanidad es una mina que jamás acabaremos de explotar.

Por ejemplo, a don Pepe Sierra —el acaudalado antioqueño que no dejó al morir sólo millones, sino también sabias reglas para llegar a conseguirlos— nos lo pinta de cuerpo entero la anécdota de la vaca:

—Don José María —le dijo alguna vez el encargado de una de sus haciendas— se acaba de rodar por el precipicio una de las vacas y la encontraron muerta en la cañada…

Pues no hay más remedio que enterrarla, mi amigo.

—¿Enterrarla, don Pepe…? La vaca estaba sana… y los peones me piden que les deje aprovechar la carne…

—No importa… Que la entierren ligerito. No quiero que se me sigan rodando las demás.

Tomado de Crónicas, Medellín, 1983.

Fuente:

Vallejo Mejía, Maryluz. La crónica en Colombia: medio siglo de oro. Bogotá, Presidencia de la República, Biblioteca Familiar Colombiana, 1997.

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Sofía Ospina de Navarro
Foto © Gabriel Carvajal (1962)
Archivo Patrimonial de la
Biblioteca Pública Piloto de Medellín

Ayer tarde vino usted y traía casualmente las pruebas de su libro que va a aparecer. Insistí en ojearlas… y me dejó hacer… y su libro es nuestro Medellín 1893 a 1963 con su tácito pasado y su latente futuro como sepulcro vivo y como cuna de superación, respectivamente.

Después de la página de los titulares está el epígrafe, que hizo exultar mi espíritu en mi alma. Nunca leí epígrafe en que la natural consonancia de los vocablos con la vivencia emotiva fuera así: sinfonía humana; las palabras son allí Su Medellín emotiva y éste es las palabras y todo eso es usted, mujer-inteligencia-amor y ausencia de odio. Y yo, un serrucho, hombre de caminos retorcidos, me convertí en Medellín, en Sofía Ospina, la nieta del que escribió ese canto al valle del Aburrá en su biografía de José Félix de Restrepo, la hija de don Tulio, don dominus, realmente Un Señor, y la sobrina de aquel general bigotudo y pechisacado que escribió las páginas inmortales acerca de la mula, el animal encarnación del caminar inteligente y de la seguridad terrenal.

¡Y pum! Fuimos Ud. y yo uno solo, que era nuestro Medellín, «todos estamos locos, menos mi amo Juan Uribe que es bobo», y la quebrada Santa Elena, y el inmortal Cosiaca que era envigadeño; en Envigado nacimos Cosiaca y yo, pues Marañas, que era Mejía, nació en Itagüí.

[…]

Su libro, Sofía Ospina de Navarro, estará alto, en las bibliotecas de quienes se sepan los hijos del sol y de la tierra, juncos sembrados en el humus para florecer entre el cielo que cobija al valle del Aburrá.

Suyo por siempre,

Fernando González

Envigado, «Otraparte»,
26 de noviembre de 1963