Presentación
Serafín
—24 de agosto de 2023—
* * *
Ver grabación del evento:
YouTube.com/CasaMuseoOtraparte
* * *
Omar Castillo (Medellín, 1958) es poeta, ensayista y narrador. Algunos de sus libros de poesía son «Huella estampida, obra poética 2012-1980» (2012), «Tres peras en la planicie desierta» (2018), «Limaduras del sol y otros poemas» (antología, 2018) y «Jarchas & Escrituras» (2020). Su obra también incluye el libro «Relatos instantáneos» (2010), la novela «Serafín» (2022) y los libros de ensayo «En la escritura de otros, ensayos sobre poesía hispanoamericana» (2014; 2018), «Al filo del ojo» (2018) y «Asedios, nueve poetas colombianos» (2019). Ha dirigido la revista de poesía, cuento y ensayo «otras palabras» (1984-1988, doce números), la colección «Cuadernos de otras palabras» (1989-1993, diez títulos) y la revista de poesía «Interregno» (1991-2010, veinte números). Así mismo, fue fundador y director de Ediciones otras palabras entre 1985 y 2010. Poemas, ensayos, narraciones y artículos suyos han sido publicados en libros, revistas y periódicos impresos y digitales en Colombia y en el exterior.
Presentación del autor y su
obra por Óscar Castro García.
* * *
* * *
Serafín de Omar Castillo me sorprende por varios motivos: 1) desarrolla con amplitud y profundidad la figura del callejero en una ciudad mediana y convulsa, aunque llena de riqueza cultural, literaria y social, en una tradición literaria que no ha asumido a este personaje con la debida importancia que le da esta obra; 2) concentra los conflictos del personaje en su búsqueda personal y poética, en desafío a los usos y costumbres de una sociedad y una cultura centradas en el lucro y en la explotación comercial; 3) convoca a numerosos artistas, escritores, poetas, pensadores y amigos, cuyas obras palpitan en la ciudad, pero muchas desligadas de los afanes cotidianos de los habitantes que solo buscan subsistir; 4) resalta los nexos y los afectos familiares con la debida distancia por su íntima convicción de extrañeza y compromiso consigo mismo y la escritura literaria; 5) resalta la fidelidad a los amigos y a los amores, siempre en complicidad con la poesía, la vida y los avatares; 6) destaca las grietas, las fisuras, los relieves y las luces de una ciudad que vibra y, a la vez, se oscurece con frecuencia; 7) escribe con palabras llenas de naturalidad y poesía, en consonancia con su obra poética, y con la vitalidad y el juego que el habla popular logra al poner en jaque los estereotipos de un clasicismo en desuso; y 8) reúne las andanzas del personaje y los ritmos de la vida urbana con los diversos lenguajes de la cultura, esto es, la música, la literatura, la escultura, la arquitectura, el paisaje, las calles, los edificios, los parques, los cerros, los medios de transporte, la atmósfera y el clima en un texto, en un tejido de palabras y de imágenes que dan como resultado la poetización de la ciudad.
Óscar Castro García
* * *
Omar Castillo
* * *
Serafín
~ Como al inicio del mundo ~
Como si fuera el inicio del mundo aparecía el día. Otra vez el día con su levedad, con su carga, con su agua, su orín y sus cenizas. Con el telón de su amanecer, sus andenes, sus fachadas y sus calles. Con sus escombros y sus desperdicios. Con el movimiento de las figuras humanas en sus rutinas, en sus colores, sus manías, sus formas y maneras como en un caleidoscopio. Sí, otro día que aparecía la ciudad entre las montañas que ciñen su Valle, el mismo que más parece el nido de un Fénix creado a mansalva por los imaginarios de un extraño demiurgo para acongojar a los habitantes de la ciudad, que sienten cómo el Fénix los registra hacia el olvido en el momento cuando se consume haciéndose cenizas, o hacia el azar cuando resurge de ellas hacia un nuevo vuelo. Fénix cuyo consumirse y renacer se mantiene en las costumbres de los habitantes de la ciudad, en sus rutinas y en la otredad de sus misterios. Fénix donde se recogen las palabras pronunciadas en la ciudad, tal como si se hicieran parte del ruido producido por sus alas en el momento cuando se desploma vuelto cenizas para después resurgir como una frase donde se celebra la vida.
Otra vez el día en esa ciudad que Serafín sabe abrupta en su suceder, en lo perplejo de sus mañas impactando, vibrando en ese Valle donde una y otra vez la vida y la muerte pasan ante el cielo azul que la cubre con su luz y las letanías de sus nubes, figurando las presencias de una mítica verdad que no termina de establecerse ni de fundirse con las fundaciones mismas de su historia. Imposible ciudad posible, erguido esperpento hiriendo las piedras de su origen, la ceniza y la cal de su memoria, el aullido del alba cuando prende la luz en las cortezas de los árboles, en el petrificarse de los sueños. Ciudad fermentada en la usura, el perdón y la continuada ofensa.
Asomarse a ese día lluvioso de septiembre, a ese día en el centro de la ciudad establecida en ese Valle ofuscado por el cruce de todos los tiempos, centro amparado por la precaria presencia del Cerro Pandeazúcar y donde se urden y suceden las vidas de seres casi siempre asidos a las brújulas de un mundo pereciendo, insistiendo como un fósil mágico en la palma de la mano de cada día como ese, al cual se asoma Serafín. A la ventana de su casa llega el sudor de la piel de la ciudad, el aceite de las entrañas de la ciudad y sus imaginarios dados por la necesidad de un hallazgo, de un encuentro con el azaroso asombro de vivir el magma de un día girando en sus goznes. Entonces, salir a las calles dispuesto al encuentro con esa nebulosa donde fluye la vida. Ir por esos itinerarios entrevistos entre la luz y las sombras de las fábulas cotidianas, tras el misterio de una sonrisa, el ensimismarse de una mirada, la extrañeza de un muñón. Ir como saliendo de una fiebre magnífica para entrar en el despertar de un sueño. Así, hasta alcanzar las nervaduras de la ciudad que se contrae en sus absolutos para expandirse en los latidos de la noche que la delatan y contritan.
Como en tantas otras ocasiones desde la medianoche, Serafín recogía y soltaba imágenes usando para ello las palabras conocidas en sus tantas veces infancia. Así iba estableciendo los súbitos tramados que le permitían aprehender la ciudad en la plenitud de sus sentidos y en el ánimo azaroso de su realidad. Sentía que en la ciudad distintos tiempos afloraban sin extrañeza, permitiéndole a él, penetrar y esclarecer su tejido en la avivada continuidad de sus tramas y aciagos, en los hilos de su maravillosa, oscura y luminosa fábula.
Ese día corroboró cómo al doblar una esquina, al cruzar el umbral de un instante, o al desembocar en una de las plazuelas de la ciudad era posible para él que su tiempo y espacio se mudaran a otro, y así encontrarse con personajes que en su ubicuo recorrer van por el tiempo manteniendo el don de la conversación, el perenne instinto de la vida sucediendo en cada instante del habla y de la escritura, dada en ese aprehender abierto como un palimpsesto insaciable que cunde en la realidad rodeado de un silencio también insaciable.
Ese día Serafín supo que podía vivir en las ascuas, en la luz y en la penumbra de esa ciudad donde había sido engendrado en un imprevisto encuentro de sus padres y en la que había nacido una madrugada de diciembre tal como quien rebota en un mundo y de súbito va a parar a otro. Que con disciplina podía alcanzar el sosiego necesario para vivir y saberse propio en los escenarios donde su existencia sucedía, así el vacío siempre lo estuviese provocando como un enjambre abriéndose y cerrándose con sus instintos de imán devorador.
Al caer la tarde, el Fénix resurgió y con su vuelo esparció las briznas de ceniza sobre las márgenes del Valle donde la ciudad y sus habitantes iniciaban otra noche. El ardor de otra noche.
En la radio suena The Moody Blues, su canción Nights in white satin. Entonces como quien mira y ve, Serafín vuelve adentro de sus ojos, a uno de los balcones de la casa de su infancia, pues en ese preciso momento siente la magnitud de la vida que viene, de la vida penetrando como huellas cuando el tiempo va por entre los huecos de una flauta traversa que se integra a las arenas del desierto mientras una araña teje sobre la nervadura de la noche que se aproxima. Sí, como una lágrima que cae entre voces y galaxias. Así, en Noches de blanco satín.
Afuera las calles y los lugares de la noche se abren. La ciudad espera sus atrevidos, los pasos, la piel y el ardor de sus atentos y desatentos peatones, de sus fieles usuarios.
Fuente:
Castillo, Omar. Serafín. Ambrosía Editores, Medellín, 2022.