Presentación
San Agustín
y la filosofía
en los diálogos
de Casiciaco
—Julio 13 de 2017—
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Gonzalo Soto Posada (Caldas, Antioquia, 1947) es filósofo y teólogo de la Universidad Pontificia Bolivariana y doctor canónico en Filosofía de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Es especialista en filosofía antigua y medieval, paremiología e historia medieval. Ha publicado, entre otros: “La función de la semejanza en las etimologías de San Isidoro de Sevilla” (1980), “Filosofía de los refranes populares” (1994), “Los refranes en el derecho y el derecho en los refranes” (1997), “Los refranes en la medicina y la medicina en los refranes” (1999), “La sabiduría criolla” (1997), “Diez aproximaciones al Medioevo” (1998), “Filosofía y cultura” (2006), “Filosofía Medieval” (2007), “En el principio era la physis” (2010), “Diez místicos medievales” (2013) y “Filosofía y erotismo: Abelardo y Eloísa – La relación logos-eros en los dos amantes” (2013). Se ha desempeñado como docente, traductor y ha dirigido diversos programas en Radio Bolivariana.
Presentación del autor y su
obra por José Guillermo Ánjel
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Después de su tormentoso itinerario, siempre en búsqueda, investigación y profundización de la verdad, de haber pasado por los puertos de los maniqueos, de los académicos, de los neoplatónicos y finalmente de su conversión en el 386, Agustín, con un grupo de amigos y familiares, se retira a Casiciaco, cerca de Milán, a dedicarse a la contemplación y al ocio, para prepararse al bautismo, que recibe en el 387 de manos de Ambrosio, obispo de Milán. Allí en Casiciaco escribe cuatro diálogos fundamentales en su producción intelectual: La vida feliz, Contra académicos, El orden y Los soliloquios. Su forma literaria es el diálogo, es decir, la palabra dialogada en donde los interlocutores ponen al descubierto sus tesis y concepciones.
Los Editores
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Gonzalo Soto Posada
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La muerte del escepticismo o
San Agustín y los académicos
—Fragmento—
En este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira: todo es según el color del cristal con que se mira.
Copla popular
Nada es verdad. Todo está permitido.
Eslogan escepticista
de todos los tiemposEs que la completa saciedad de nuestras almas, la vida feliz no es otra cosa que conocer por quién eres guiado a la Verdad, de qué Verdad disfrutas, por qué medios te contactas con la Suma Medida. Estas tres cosas permiten conocer al Dios único y a la única substancia, dejando de lado las vanidades de la superstición.
San Agustín, “De vita beata”. IV, 35.
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Introducción
Por Gonzalo Soto Posada
El presente ensayo es un diálogo con uno de los textos agustinianos que más me han golpeado: el Contra académicos. Digo golpeado porque dada la habilidad, fragilidad y finitud humanas, siempre se viven momentos donde el escepticismo y el nihilismo negativos inundan mi corazón y mi mente, proclamando con diáfana claridad: ¡nada es verdad, todo vale! En estos momentos inevitables del cotidiano vivir, en una especie de ontología de lo cotidiano, me he agarrado al Contra académicos, no como puerto seguro contra la duda, la probabilidad y la incertidumbre, sino como una pequeña embarcación que me puede dar luces en medio del caos, la penumbra y la oscuridad del agreste mar violento que es la vida. Incluso, después de su lectura, los bramidos-chil1idos-zumbidos del escepticismo no se calman y vuelven a gritar hasta con más ahínco: “¡Todo vale nada y el resto vale menos!”, como canta nuestro poeta León de Greiff. El ensayo, por lo mismo, no pretende llegar a absolutas, necesarias y universales conclusiones. Su intención es muy sencilla: hallar un oasis en medio de las turbulencias vitales, para refrescar esta ambigua vida con el agua del posible gozo de la verdad, en tanto frui, quies, delectatio, gaudium. Este ejercicio místico del “gaudium de veritate” es lo que propongo como hermenéutica del Contra académicos, pero siempre desde la bella perspectiva agustiniana: “Busquemos para encontrar pero encontraremos sólo la capacidad de buscar al infinito” (1).
1. El Contra académicos
El Contra académicos consta de tres libros; fue escrito en el retiro de Casiciaco en el año 386, los días 11, 12, 20, 21 y 22 de noviembre; fue dedicado a su amigo Romaniano, atropellado en estos momentos por los furores de la fortuna; Romaniano fue uno de los amigos más íntimos de Agustín, rico, noble y generoso. Así nos lo describe el obispo de Hipona: “Siendo yo adolescente pobre y emigrante por causa de mis estudios, tú, Romaniano, me diste alojamiento y subvención para mi carrera y, lo que se aprecia más, una acogida cordial. Cuando perdí a mi padre, tú me consolaste con tu amistad, me animaste con tus consejos, me ayudaste con tu fortuna. Tú en nuestro municipio, con tus favores, tu amistad y el ofrecimiento de tu casa, me hiciste partícipe de tu honra y primacía” (2). La descripción remata con estas conmovedoras palabras: “Si me alienta la confianza de llegar al sumo Bien, tú me has animado, tú has sido mi estímulo, a ti debo la realización de mis anhelos. Pero la fe, más que la razón, me ha hecho conocer a aquél de quien tú has sido instrumento” (3).
Las palabras citadas me dan el primer apoyo contra el escepticismo: la amistad. Es cierto que existe la enemistad y en lucha constante contra la amistad. Pero la philia, la amicitia fue para el hiponense un apoyo en su vida, obra y pensamiento. Incluso la vivió cuando tuvo su amistad con los académicos, en cuyo movimiento militó antes de su conversión en el 386: “¡Oh, grandes hombres de la Academia! Ninguna certidumbre podemos asir, estrella fija de nuestra vida” (4). Esta expresión de Las confesiones, rayando Agustín en los treinta años, nos indica que, incluso con quienes después podemos disentir, es posible seguir en amistad. Bien lo anota Maurice Blanchot al hablar del último Foucault: “De ahí la tentación de ir a buscar en la Antigüedad la revalorización de las prácticas de la amistad, las cuales, sin llegar a perderse, no han vuelto a encontrar, salvo entre algunos de nosotros, su excelsa virtud. La philia que, entre los griegos, e incluso entre los romanos, era el modelo de todo lo que hay de excelente en las relaciones humanas (con el carácter enigmático que les confieren las exigencias opuestas, a la vez reciprocidad pura y pura generosidad), puede ser acogida como una herencia capaz siempre de enriquecerse… mientras me repito la frase atribuida por Diógenes Laercio a Aristóteles: ¡Oh, amigos!, no hay ningún amigo” (5). Agustín, Foucault y Blanchot, amigos de la amistad, desmienten el todo vale y hallan en esta virtud una pequeña luz en medio de las tormentas de la vida con sus avatares y vicisitudes. Es que la amistad siempre fue para el de Tagaste un motor de su existencia, describiéndola con las mismas palabras del De Amictia de Cicerón: “Porque esta fue definida muy bien y santamente como un acuerdo benévolo y caritativo sobre las cosas divinas y humanas” (6). No hallaba ninguna dificultad en llamar a un amigo “la mitad de mi alma” (7) y siguiendo a Ovidio y a Aristóteles pensaba que la amistad era “un alma que habita en dos cuerpos” (8), ya que crea “una completa armonía de mente y propósitos” (9).
El Contra académicos es una puesta en escena de esta amistad. Es un diálogo, que no una diabólica, entre Agustín, Trigecio, Licencio, Alipio y Navigio, sus amigos de toda la vida. Como comunidad dialogan desde la amistad, intentan mostrar que la felicidad no está en la búsqueda de la verdad sino en su conocimiento, y que el espíritu puede alcanzar la certeza, que va más allá de toda probabilidad. En sus Retractationes, el santo nos hace esta sinopsis: “… escribí primero los libros Contra los académicos o acerca de ellos, con el fin de apartar de mi ánimo, con cuantas razones pudiera, los argumentos que todavía me hacían fuerza, con los cuales quitan ellos a muchos la esperanza de hallar la verdad y no permiten dar asentamiento a alguna cosa, sin consentir ni al sabio que apruebe verdad alguna, como si fuera manifiesta y cierta, pues todo, según ellos, está envuelto en tinieblas e incertidumbre” (10).
Así, de entrada, va la primera pedrada contra el escepticismo: desde la amistad es posible el cuidado de sí, de los otros y de las cosas. Ella vuelve a hacer resonar la epimeleia seautou de Sócrates, el cura sui senequiano y el cuidado de sí foucaultiano.
2. La división de la filosofía
Como camino para desmenuzar el Contra académicos y su refutación del escepticismo, me voy a basar en la división de la filosofía que el propio Agustín acuña, o mejor, toma de los platónicos y la repiensa. Tres son las partes del filosofar: física, lógica y ética, es decir, filosofía del ser, filosofía de la verdad y filosofía del bien (11). La física, filosofía natural o filosofía del ser estudia la causa de las naturalezas, la relación entre ser y devenir, la causa que causa sin ser causada (Dios), el mundo, sus formas, sus cualidades, sus elementos, la belleza de los cuerpos y de las almas, la creación de las cosas visibles y temporales, el principio fundamento que no pudo ser hecho y del que se hicieron todas las cosas. La lógica, filosofía racional o filosofía de la verdad se ocupa del conocimiento y el papel que juegan en él los sentidos, la inteligencia y la luz divina; su intento es distinguir lo verdadero de lo falso. La ética, filosofía moral o filosofía del bien se las ve con la acción, el bien, la felicidad, el bien del hombre en tanto cuerpo y alma, el gozo de Dios, la virtud.
Esta manera de pensar la filosofía es típicamente platónica. Agustín la sigue deconstruyéndola. Su conversión es la razón de esta reconstrucción. Para la física, Dios es la fuente del ser como creador; la física deviene teoría de la creación. En lógica, Dios es la fuente de la verdad de las cosas como luz intelectual; la lógica se convierte en teoría de la iluminación. En ética, Dios es la fuente de la bondad de los seres desde su gracias; la ética se transforma en una teoría de la gracia y de la santidad. Oigámoslo en palabras de nuestro místico: “… recibimos de un solo Dios verdadero y todopoderoso la naturaleza con que nos formó a su imagen y semejanza, la doctrina inconcusa con que podamos conocerle a Él y a nosotros mismos, y la gracia con que, uniéndonos con Él, seamos bienaventurados” (12). En esta perspectiva, la conversión es una anécdota en el sentido deleuziano o una experiencia en clave foucaultiana: esa especie de experimento que, al poner a prueba el conocimiento, produce un revolcón en el mismo conocimiento y en la vida de quien es revolcado. En su intraducible lenguaje extático, el Águila de Hipona nos cuenta este revolcón: “¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y ved que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo. Retenían lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y abraséme en tu paz” (13).
Notas:
(1) | De Trinitate. IX, 1. |
(2) | Contra académicos. II, 2, 3. Seguiré citándolo con la sigla CA. Uso la edición bilingüe de la Biblioteca de Autores Cristianos: Obras de San Agustín. Madrid, BAC, Vol. III. 1982. |
(3) | CA. II, 2, 4. |
(4) | Confesiones. VI, XI, 18. |
(5) | BLANCHOT, Maurice. Michel Foucault tal y como yo lo imagino. Valencia: Pre-textos, 1993, p.p.: 69 – 70. |
(6) | CA. III, 6, 13. |
(7) | Confesiones. IV, VI, 11. |
(8) | Confesiones. Ídem. |
(9) | Ep. 258, 4. |
(10) | Retractationes. I, 1. |
(11) | La ciudad de Dios. VIII, X, 2. |
(12) | La ciudad de Dios. VIII, X, 2. |
(13) | Confesiones. X, XXVII, 38. |
Fuente: