Conversación
Revista UdeA
Un diálogo cultural incansable
—17 de septiembre de 2024—
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La Revista Universidad de Antioquia es un espacio de confluencia artística y cultural, dispuesto a la divulgación científica y al diálogo de saberes, literaturas, formas de pensar y habitar el mundo. Desde su origen en 1935 se ha destacado en Colombia y en América Latina como una expresión del arte y del conocimiento universitario. La presencia de múltiples voces de las ciencias, la filosofía, la literatura y las artes garantizan su apertura y su calidad. En 2025 cumplirá noventa años, hecho poco común entre las publicaciones culturales en el mundo.
Conversación del poeta y filósofo Carlos Andrés Jaramillo Gómez con Fabio Humberto Giraldo Jiménez, actual director de la Revista Universidad de Antioquia, institución donde ha ejercido además como docente, director general de posgrados y director del Instituto de Estudios Políticos.
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Cada vez que se abre un número de la Revista Universidad de Antioquia —cualquier número— puede uno estar seguro de la calidad, variedad e impacto de sus textos, desde las llamadas «minúsculas» iniciales —donde suelen campear excelentes textos breves de algunas de las más afiladas plumas de autores locales, como Andrés García Londoño, Eduardo Escobar, Paloma Pérez Sastre, Claudia Ivonne Giraldo e Ignacio Piedrahíta, entre otros— hasta las páginas finales, con sus rigurosas reseñas de libros recientes y los escritos sobre cine.
Pero hay algo más, algo que para mí define la Revista más que cualquier otra característica y es su voluntad de abrir espacio a miradas, temas y vertientes de análisis novedosos, incluso pioneros, y esa misma voluntad de abrir sus páginas a creadores nacionales y extranjeros inéditos en nuestro medio o al menos muy poco conocidos.
Para probar mi punto, tomo al azar un número de mi colección personal. Sale la 295, como habría podido salir la 258 o la actual, la 320, por cierto, una de mis predilectas. Y allí encuentro, para citar solo tres ejemplos entre una docena, un amplio reportaje al estupendo dramaturgo cubano Iván Acosta —de quien hasta entonces no se había escuchado hablar en Colombia—, un texto sobre el notable escritor y traductor español Juan Arnau —crecientemente conocido en nuestro país— y un breve y emotivo poema del tolimense Nelson Romero Guzmán, reciente ganador del Premio Casa de las Américas de Poesía.
Con su combinación de introspección panorámica en el acontecer cultural del presente y el pasado y una amplia y premonitoria ventana a los creadores que en un día no muy lejano marcarán pauta, no es de extrañar que nuestra querida Revudea llegue a su octava década plena de lozanía y juventud.
Juan Fernando Merino
Revista Universidad de Antioquia,
n.º 321, julio-septiembre de 2015.
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Fabio Humberto Giraldo
y Carlos Andrés Jaramillo
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Karen, a 24 cuerpos por segundo
Por Sol Astrid Giraldo Escobar *
Escena 1 (La mujer tierra)
Las primeras mujeres que dibuja nacen de la tierra. Cuerpos todavía adolescentes que rompen el borde de montañas líquidas. Con ellas, Karen Lamassonne empieza una larga meditación sobre sí misma. Sobre su cuerpo de mujer. Sobre el cuerpo de las mujeres. No la abandonará nunca. Está en la fría Bogotá de los inicios de los 70. Acaba de llegar de una sicodélica California donde se hizo adulta y se limpió los ojos. Ahora los vuelve sobre su carne joven y palpitante, en un país católico en el que a las mujeres se les prohibía hacerlo. Ella ni se imagina la revolución de su gesto. Ni se da cuenta de que está tan desnuda como ninguna: más allá de los signos y las cruces, más allá de la piel.
Lavada. Primordial. Inocente. No la ha ungido el pecado original. Su carne se despierta, respira, se afirma. Desea el mundo entero: las nubes, una hoja, otros cuerpos. Pero, sobre todo, tiene deseos de sí misma. Para explorar su propio cuerpo, se mira. Y para mirarse, se toca donde una mujer no debe hacerlo. Es una manzana abierta. Sigue su forma con la herramienta que ha entrenado desde la infancia: un lápiz que también desea. Y así, inaugura una anatomía desconocida en el arte colombiano. La noticia de este continente descubierto no sale en los periódicos. A nadie le importa. Tampoco a ella, que simplemente escucha y sigue el llamado de la selva. Le viene de adentro.
Escena 2 (Las confesiones del baño)
Se va de la casa paterna y se refugia en una casita en Bogotá. Cierra la puerta. Las conquistas que le interesan están adentro. Se declara emperadora de su cuarto propio y de su cuerpo. Ya no perseguirá el horizonte externo, sino el interno. No escalará cordilleras, sino las colinas de cobijas encrespadas sobre su colchón. Las flores serán únicamente las formadas por los baldosines en el piso. La humedad no será ya de mar, sino de las frescas duchas en la mañana. Y su espacio, un baño que marcará los límites de sus dominios. Allí se tenderá sobre el suelo, buceará debajo de la ropa colgada, sorberá lentamente una taza de café. Sentirá. Se sentirá.
Las mujeres idealizadas por Vermeer vivieron la intimidad entre jarras de leche, terciopelos y perlas. Karen la descubrirá entre la bañera, el jabón, el inodoro, el papel higiénico desenrollado y el bidet. No es ya el mundo femenino ensoñado por los ojos fisgones de Bonnard en la piel de jóvenes blandas, rosadas y dispuestas. Karen ha bloqueado la ventana del voyeur. Únicamente acepta el sol de su propia mirada. De ahí los contrapicados que vuelven protagonistas largas piernas desnudas, pies al aire, los diseños geométricos de las baldosas.
Al igual que Frida Kahlo, acude al espejo para encontrarse. Este le permite abandonar el limitado punto de vista de sus ojos y explorarse por detrás, por los lados, por debajo. Usa varios que se replican unos a otros, creando un espacio metafísico donde sus miembros se multiplican al infinito. En estas exploraciones visuales de su cuerpo en interiores, como las que también haría después en sus cuartos de París y Hamburgo, se establece una inédita conversación entre su espalda, el rostro de perfil, los pies, su costado. Multitud de «yoes» que se preguntan por la identidad en el hueco infinito y mudo de los reflejos.
En el Baño las corrientes eróticas explotan hacia adentro. Aunque a veces la mujer tendrá visitantes y se enredará con ellos en las fiestas del amor, solo será durante una pausa, antes de reanudar sus juegos solitarios. Ritos reposados, mínimos, contenidos, atravesados por el estruendoso silencio de las cosas.
Escena 3 (Tierra de gigantes)
En los 80 llega a Cali y su vida lo agradece. Se puede vestir ligera, sentir la brisa en la cara, amar, emborracharse de imágenes, desgarrar su voz en una banda de rock, reunirse en los amaneceres con los otros vampiros cinéfilos de la ciudad. Y, por supuesto, registrar con su lápiz, cuadro a cuadro, los bizarros rodajes de Luis Ospina, de Carlos Mayolo, de la efervescente Caliwood. Entonces, el erotismo introspectivo de sus baños se desborda. El cuerpo de la mujer que ha venido dibujando no cabe ya en la casa. Ha crecido. Ahora es una gigante ansiosa y salvaje que ha salido de su guarida a cazar. Tiene hambre y quiere comerse vivo a otro gigante. Una lucha sexual se declara en las calles. Los amantes monstruosos se revuelcan bajo los arcos del Puente Ortiz. Casi patean los buses cuando se quitan los pantalones y abren las piernas para responder a las urgencias de la piel. Se vienen entrelazados en La Ceiba. Se descuelgan sudorosos de las terrazas nocturnas, bajo un cielo rojo como el deseo. Los edificios cuadriculados tiemblan bajo el peso de este amasijo de carne oscurecida por placeres ciegos. La energía erótica arrasa la Plaza Caicedo, el Paseo Bolívar, las corrientes del río Cali. También, las nuevas imágenes de Karen a las que ahora ha entrado el cine, la fotografía, el cómic. Y la violencia de una ciudad que es Pura Sangre, puro movimiento, pura libertad.
Escena 4 (Las aventuras de Vitrubia)
Karen, nómada, ahora escapa a Italia. Allí la mujer de sus pinturas vuelve a estar sola. Ha abandonado los brazos cálidos de sus amantes para friccionarse con la vetusta Ciudad Eterna. Ya no es un dibujo, es una fotografía. En collages irreverentes, su fresca desnudez reta el polvo de las ruinas. Impone su escala a la monumentalidad. Confronta las grandes y solemnes imágenes de la civilización con un cuerpo vivo, redondeado y vibrante. Como una mujer de Vitrubio, prueba con sus brazos y piernas abiertos la medida de todas las cosas. La luz que la ilumina ya no será la de los reflectores del cine o la pantalla blanca de la televisión entre las piernas que usaba en sus videos. Ahora es teatral, dramática, operática. La mujer busca su lugar en la historia que no la relató. Ya no es de mármol ni está muda. Es de carne y se ha adueñado de sus movimientos. Ha conquistado el espacio. A la retórica arquitectónica de la alta cultura, opone la contundencia de un cuerpo esencial, potente, escuchándose a sí mismo. Expandiéndose, aquí y ahora, sobre las piedras de los imperios muertos.
Escena 5 (Deshojar el tiempo)
Atlanta. Es la ciudad de Karen desde hace 30 años. La ha convertido en el centro de sus movimientos, el lugar al que siempre vuelve. En este lapso de tiempo, el horizonte se ha caído y levantado varias veces y las personas han llegado y partido sin tregua. Luis Ospina, el amor, el vampiro mayor, el cinéfilo, la leyenda, el maestro, el amigo, fue el último en marcharse. Un año después, la pandemia decretó la pausa universal. Sin embargo, ni el duelo íntimo ni el desastre global lograron detener las manos de Karen que no conocen sosiego. Las ocupó entonces en deshojar tanto las plantas de su jardín como las del tiempo. Estaba encapsulado en la correspondencia que recogió durante su vida de incansable viajera.
Karen decidió sacar a flote postales que viajaron entre Chapinero, Berlín, Hamburgo, París, la Piazza di Cinecitta, el Central Park, Cartagena… Estaciones de la vida, cruce de palabras y silencios, trueque de secretos y emociones. Pero, sobre todo, acumulación de imágenes: fotogramas, afiches, reproducciones de obras de arte, fotografías vintage, estampillas, sellos. Entonces, las deshizo para volverlas a hacer, las despegó y las pegó de otras maneras.
En su obra, a Karen le han interesado siempre los bordes. Es decir, no solo lo que queda adentro del cuadro, sino lo que lo excede y nunca se ve: ¿a dónde irían los brazos de los gigantes de Cali? ¿Cómo serían sus rostros? Preguntas que quedaban sin responder en estas imágenes. Ahora, en la intervención de sus postales, sigue una dirección contraria y pinta precisamente ese afuera del campo: les dibuja piernas a unos pantalones, vulva a unas piernas, manos a una esfinge, espalda a una nuca. Nuevamente el cuerpo se hace presente, grita, exhala, se reconstruye a través de las ciudades, los países, los años, los dolores, los excesos, los fragmentos, los amados destinatarios. Es que para Karen el cuerpo ha sido guion, escena, parlamento, protagonista. El principio y el fin. La ocasión de su larga meditación sobre sí misma. Sobre las mujeres.
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* Curadora, investigadora de arte y escritora.
Fuente:
Giraldo Escobar, Sol Astrid. «Karen, a 24 cuerpos por segundo». Revista Universidad de Antioquia, Medellín, n.º 347, agosto-diciembre de 2022, pp. 6-10.
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Paisaje 7 © Karen Lamassonne
Airbrush sobre lienzo
1975, 115 x 100 cm