Presentación
Perdición
—17 de febrero de 2022—
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Ver grabación del evento:
YouTube.com/CasaMuseoOtraparte
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Carlos Vásquez Tamayo (Medellín, 1953) es poeta y ensayista, profesor titular del Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia. Ha publicado los libros de poesía «El oscuro alimento», «Agua tu sed», «Desnúdame de mí», «El libro de Santiago», «Cuaderno», «Aunque no te siga», «Pasos», «Días», «Pequeña luz», «Derivas» y «Ahora juntos», así como los libros de ensayo «La nada luminosa», «Arder en el tiempo» y «Las hojas breves».
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Presentación del autor y
su obra por Carlos Ciro.
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Aquí está Perdición. Una concentración. Un zumo. La concreción de las ideas (de la idea) y la limpieza de las imágenes son un verdadero deleite para un lector de poesía. Sentí el doble movimiento de quien mira la escritura y se sabe mirado por ella, de quien escribe palabras a sabiendas de que reflejan su rostro. El régimen de los verbos da cuenta de la intensidad de la sensación, de su autenticidad íntima y de la precisión con que expresan lo que buscan: guardar, decir, ser, escribir… Todos llegan con tu voz, graves y a la vez serenos, coordinan las frases sin imponerse y los sustantivos los orbitan a su justa distancia.
Lo íntimo del poema comunica y conmueve, comparte y acompaña; abre o señala la abertura para que uno busque también la suya propia, su tajo, su espacio… La respiración, página a página, llega clara y decidida. Se sienten de inmediato los momentos en que se agita y aquellos en los que pide quietud. La puntuación es precisa, la presencia de tantos artículos, necesaria, las preposiciones están en su punto. La segunda y la tercera persona dan sentido y sostienen, tienden su mano, dan forma a los tiempos. Son la pérdida, pero también la ofrenda y el gozo, completan las imágenes incluso en su ausencia. Lo impersonal es la llama y la marca, una firma discreta de tu voz en el viento del poema. El libro me habla y me llama, me acoge. Su aire, propicio a los ecos, me colma limpio y fresco. Es mi privilegio y mi alegría poder leerlo y soñarlo libro.
Carlos Ciro
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Carlos Vásquez Tamayo
Foto © Jorge Caraballo
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Perdición
~ Fragmentos ~
Me arrastran, me sueltan, hermanas palabras en la desaparición. Me quedo quieto, el viento eriza la cuneta. Me ahueco en ella, me anido. Era una hermana para mí. Velaba mis páginas, la tinta teñía su lengua. Las palabras azogan el nudo ciego.
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Se arquea al aire. Dice que no halla dónde caer. Ya no me muevo, el lápiz apenas respira. La cama inclinada expulsa su peso. Viene hacia mí, oscurece su mano en mi pecho.
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Escribo en vertical, riego las palabras en lenta picada. Si fuera piedra la desesperación. Ennegrecería la luz del cuaderno. Me pego a la pared. El rincón yace hueco. Escribir no sabe morir, escribir es morir. Es ella, la reconozco, la que implora al morir y yace ante el muro. La arena aplasta su triste cabello.
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Es una niña. La pequeña del destino, la apenas muchacha. Tropiezo mientras busco, la mano la deja caer. Ella enrojece su arena, se aleja de mí por sus dedos.
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No volveré a verla, tocarla sería mi última mano. Tengo algo que escribir, rodar en la convulsión y la rabia. Alzo y detengo todos mis remos. Alguien podría recoger, guardar mis restos en su hueca madera. La letra quema mis vanos enojos. Digo lo que digo por miedo a decir.
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Mis pies se congelan, el hielo hostiga el zaguán. Cada paso que doy la mano lo borra. Acaso pueda resistirlo en la lisa pared. Alguien me lee con letras perdidas, me ruega deshacer y ya no insistir.
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Marcar una orilla que la deje salir. Guiarme por el hilo de agua. Remansar el cansancio, despejarle sus rasgos en angustia o pesar. El viento demacrado se acuerde de ella. Yo le inclinaría la negra montaña. Que los pies del agua no la devuelvan. El arroyo da vueltas, se interna en la enramada y la suelta.
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El viento hierve sus cabellos, las frutas encienden sus blancas hileras. Se apiade de ella el sereno. Las ramas se entrelazan, los troncos gimen oscuras mesetas. Ella mastica la tierra con dientes ciegos. El aliento abandona el corazón donde callan los besos.
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El agua impide su perdón, la boca escupe su cara. Se desnuda la orilla, se deja traspasar por su hierba reseca. Rugen los juncos a su paso y no halla quietud.
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Las pequeñas piedras resbalan. Avanza y va perdiendo su peso. La cara demacrada se apaga. Si pudiera escribirlo, ponerlo en el agua con letras ciegas. El aguacero barre las preguntas.
Fuente:
Vásquez, Carlos. Perdición. Sílaba Editores, Medellín, agosto de 2021, pp. 13-22.