Noche de Campo Literaria
Desde el Mediterráneo
—19 de febrero de 2011—
Joan Manuel Serrat
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Noche de Campo Literaria en El Café de Otraparte: Literatura a manteles: Joan Manuel Serrat: Desde el Mediterráneo. Lectura de poemas y audición de sus canciones. La voz de Joan Manuel Serrat no es sólo un importante referente en la lista de cantautores que han llegado hasta nosotros y a los que seguimos ya por convicción, ya por imposición del medio en el que nos movemos. Su voz, sus canciones, son la atmósfera en la que muchos de nosotros hemos vivido y soñado sin saberlo, a pesar de que gran parte de su obra poética y musical permanece oculta, vibrante, tibia y dulce tras el velo que pocas veces el ranking de los más vendidos se atreve a levantar. Sin embargo, ¿quién que lo haya escuchado no siente que le hablan de sí mismo, que vuelven a contarle su historia, que pulsan las cuerdas de su melancolía? ¿Quién que lo haya escuchado no siente que lo regresan a la infancia y le redescubren el cielo o ese país que nunca visitó pero que soñó y que por ello mismo le pertenece? ¿Quién no ha sentido que es su amor el que nombran, su dolor, su ausencia, su lejanía? ¿Quién que lo haya seguido con atención, que haya mirado hacia el lugar que señalan sus palabras no comprende de golpe que todo viene de ese mar, de las tardes soleadas y quietas, de las calles de la infancia cubiertas de polvo y risas, de las aventuras de musgo y piedra, de la libertad y el sosiego que ganamos a pulso entre una guerra y un olvido, entre un amor y una muerte, entre la luz dorada de los campos y el aire plomizo de la ciudad…? Serrat canta para que nos reconozcamos en estos poemas suyos, en los poemas de otros que ha hecho suyos, es decir, nuestros, pues sólo quien mira dentro de su casa sabe de la llama que se agita en el corazón de los que caminan del otro lado de su puerta.
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Las canciones viven en la memoria personal y colectiva de las gentes. Viajan y nos transportan a tiempos y lugares donde tal vez fuimos felices. Todo momento tiene una banda sonora y todos tenemos nuestra canción, esa canción que se hilvana en la entretela del alma y que uno acaba amando como se ama a sí mismo.
Joan Manuel Serrat
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Mediterráneo(Fragmento)Yo, de Algeciras a Estambul, A fuerza de desventuras, A tus atardeceres rojos Soy cantor, soy embustero, ¿Qué le voy a hacer, si yo |
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Joan Manuel Serrat
Nací a finales de 1943 en Barcelona de padre catalán y madre aragonesa. Soy lo que en Cataluña se conoce como un “charnego”, un mestizo que, en mi caso, no heredó ni la prudencia del “seny” catalán ni la reciedumbre aragonesa, pero que de manera natural se educó en la comprensión de la diversidad y la tolerancia de lo distinto.
Mi padre se llamaba José. Trabajaba en la compañía del gas y era un manitas. (…)
Mi madre, que se llamaba Ángeles, además de llevar la casa, colaboraba para sostener el presupuesto familiar cosiendo pijamas mientras escuchaba las radionovelas de la tarde. (…)
Mi calle era el patio de recreo donde jugábamos al salir de la escuela y en cuyas aceras nos sentábamos a merendar y a contarnos historias. Allí aprendimos lo que no enseñaban los maestros ni nos contaban en casa.
La gente se llevaba más o menos bien, pero en su caso de necesidad siempre se echaban una mano unos a otros.
La escasez es mucho más solidaria que la abundancia. En la calle, como en mi casa, se hablaba catalán y español de manera natural. No así en la escuela, ni en la prensa o la radio, donde sólo existían el idioma y el pensamiento oficial: español, naturalmente.
Pronto me enteré de que éramos de los que perdieron la guerra, como la mayor parte de la gente de mi calle. Una guerra que dejó huérfana a mi madre, inconsolable a mi padre y llenó la casa de fantasmas que nos persiguieron toda la vida. Empecemos por decir que me llamo Joan Manuel en memoria de la abuela Juana y el abuelo Manuel, padres de mi madre, asesinados por los franquistas.
Aprendí a leer en la calle. Me enseñó la hija de la lechera, que se llamaba Conchita y era mi maestra en primer grado de primaria en los Escolapios. (…)
De su mano, el camino se hacía más corto y el frío se toleraba mejor. Porque cuando yo era niño siempre hacía frío, un frío húmedo que mordía las pantorrillas y que los pantalones cortos no alcanzaban a cubrir; un frío de pobre que se colaba por los interludios de una bufanda cuyo abrigo apenas tapaba media oreja. Hacía frío y el mundo era triste, pero la tristeza nunca me dio de lleno. El frío sí.
Fueron tiempos de escasez, años de vencedores y vencidos; de restricciones de luz y de comida racionada. Pero a mí no me parecían ni buenos ni malos. Era lo que había, lo único que conocía, y todo me parecía bien mientras se pudiera jugar al fútbol y hubiera lagartijas a las que emborrachar con tabaco y cortarles la cola. (…)
Aprendí a ir en bicicleta sin usar las manos; hice la primera comunión vestido de marinerito; me atropelló un coche; descubrí que los reyes magos eran los padres y que los niños se hacen en casa. (…)
Vi el primer muerto: la Teresita. Dicen que se comió un helado y se le cortó la digestión, pero vaya usted a saber. Entonces la gente tenía enfermedades muy raras como la culebrilla, el garrotillo o el baile de San Vito, y se morían de un cólico miserere, un patatús o incluso de repente, que ya es una forma curiosa de morirse. (…)
Por la radio me llegó la mayor parte mi formación musical. Desde los discos dedicados, en tiempos de la niñez, hasta el programa “Discomanía”, en mi primera juventud.
Desde niño me gustó la música y cantar por el gusto de cantar. Cantaba con mi madre mientras la ayudaba a hacer las camas, a doblar las sábanas o a desgranar guisantes.
Cantábamos las canciones de moda que emitían por la radio de la Piquer y Juanito Valderrama. Cantábamos los boleros de Machín, los cuplés de Lílian de Celis, las romanzas de zarzuela. (…)
Año tras año, como debe ser, tras el invierno llegaba el verano. Y eso me hacía feliz. Con las hogueras de San Juan llegaba el tiempo de la playa y los melocotones. (…)
No sé por qué me dio por estudiar agricultura. Supongo que el campo se me representó como algo exótico y eso fue lo que empujó a un chaval de barrio a cursar lo que hoy se llama Ingeniería Técnica Agrícola.
Fue entonces cuando empecé a darle a la guitarra. Aprendí a tocar con guitarra prestada hasta que mi padre me regaló una. No sé de dónde sacaría el dinero. Probablemente, como dice el tango: “Mangó a amigos, vio a usureros y estuvo un mes sin fumar”. (…)
Con tres amigos formamos un grupo musical, lo que en los años sesenta se conocía como un conjunto, para desahogarnos de una manera más creativa que las habituales en la postadolescencia. (…)
La aventura no llegó lejos. Con instrumentos semicaseros, un repertorio heterogéneo que iba de “Twist & Shout” y “Ma vie”, muchas ganas de divertirse y pocas de trabajar, el grupo se fue a pique al primer temporal sin que nadie resultase herido.
Yo había escrito algunas canciones y mis compañeros me animaron a seguir en solitario. Me acompañaron a Radio Barcelona, donde Salvador Escamilla hacía un programa matinal de gran éxito, “Radioscope”, en el que se presentaban voces nuevas, especialmente en catalán y aquella casa y aquel programa fueron mi trampolín de salida.
Le debo mucho a Salvador Escamilla. Me dio confianza y estímulo, pero sobre todo me regaló su generosa e insobornable amistad. Me llevó a EDIGSA, compañía con la que grabé mi primer disco, un 45 r.p.m. con cuatro canciones y “Els 16 Jutges” me propusieron incorporarme a ellos.
El nombre de los 16 Jutges (16 jueces) viene de un trabalenguas catalán. Éramos un grupo de gente heterogéneo, en general muy influido por la canción francesa de los años sesenta. Punta de lanza de lo que fue la Nova Cançó catalana, una nueva propuesta de canciones en un tiempo en que apenas se escuchaba en catalán la música tradicional y algunos temas de moda traducidos. Nuevas canciones para tiempos nuevos y nuevos vientos, en las que el texto era importante y a las que el simple hecho de estar escritas en catalán ya las convertía en arma de combate contra un gobierno que había condenado al ostracismo cualquier forma cultural que no fuese la oficial.
No nos presentábamos como una formación. Cada quien escribía y cantaba sus canciones: primero uno y después el otro. Con ellas íbamos de pueblo en pueblo.
La gente nos apoyó, nos hizo crecer, creció con nosotros y permitió que algunos aprendiésemos el oficio de cantar.
Fuente:
Serrat, Joan Manuel. Serrat: Algo Personal. Editorial Planeta, Madrid, primera edición, diciembre de 2008.
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