Noche de Campo Literaria
Jaime Sabines
La Luna a cucharadas
—17 de marzo de 2013—
Jaime Sabines
(1926 – 1999)
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Noche de Campo Literaria
en El Café de Otraparte:
Literatura a manteles:
Jaime Sabines
En el horizonte de la penúltima poesía mexicana, la figura de Jaime Sabines se levanta como un exponente de difícil clasificación. Alejado de las tendencias y los grupos intelectuales al uso, ajeno a cualquier capilla literaria, fue un creador solitario y desesperanzado cuyo camino se mantuvo al margen del que recorrían sus contemporáneos. Hay en su poesía un poso de amargura que se plasma en obras de un violento prosaísmo, expresado en un lenguaje cotidiano, vulgar casi, marcado por la concepción trágica del amor y por las angustias de la soledad. Su estilo, de una espontaneidad furiosa y gran brillantez, confiere a su poesía un poder de comunicación que se acerca, muchas veces, a lo conversacional, sin desdeñar el recurso de un humor contundente. (…) Los versos de Sabines son directos y transparentes. (…) Ello le ganó el favor del gran público, que se hizo patente sobre todo durante las dos últimas décadas de su vida. El autor utilizó un lenguaje cotidiano y sin adornos para crear composiciones que se colocan más cerca de los sentimientos que de la razón. Poeta del diario vivir, contempla con perplejidad y desde la más rigurosa terrenalidad el fenómeno del amor y el absurdo de la muerte.
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Jaime Sabines es uno de los mejores poetas contemporáneos de nuestra lengua. Muy pronto, desde su primer libro, encontró su voz. Una voz inconfundible, un poco ronca, áspera, piedra rodada y verdinegra, veteada por esas líneas sinuosas y profundas que trazan en los peñascos el rayo y el temporal. Mapas pasionales, signos de los cuatro elementos, jeroglíficos de la sangre, la bilis, el semen, el sudor, las lágrimas y los otros líquidos y sustancias con que el hombre dibuja su muerte o con los que la muerte dibuja nuestra imagen de hombres.
Octavio Paz
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México, se dice, es un país de poetas, no de lectores de poesía. Durante por lo menos un siglo se ha escrito aquí una excelente poesía que nadie lee y a nadie le importa. La poesía es la supervivencia de un mundo arcaico, un rezago más condenado a extinguirse gracias al triunfo de la modernización.
Jaime Sabines refuta estas creencias. Es el caso único, que no existió antes y difícilmente se repetirá, del poeta leído y querido no por el público, que no existe, sino por cada persona que lo lee. Al mismo tiempo representa el ejemplo excepcional del poeta aceptado, alabado, analizado una y otra vez por la crítica y la academia.
Otros poetas mexicanos, grandes artífices de la versificación, lograron el triunfo sólo concedido a los novelistas y lo pagaron con el precio de ser expulsados de la república literaria. Sabines no: a medida que tiene más lectores aumentan los estudios críticos, las traducciones, los reconocimientos. Para este enigma hay una sola respuesta: Sabines es un gran poeta. Él no se ha impuesto, la que nos ha ganado es su poesía.
José Emilio Pacheco
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Jaime Sabines
Poeta atemporal y entrañable
Poeta leído, citado, memorizado, admirado por varias generaciones; revisor de las experiencias de cada día y de los límites de la vida humana; cantor, en el sentido más entrañable y más elevado del término, de los sentimientos, de los impulsos que nos confirman como miembros de una misma especie, Jaime Sabines (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 1926 – Ciudad de México, 1999) sigue siendo hoy, a 14 años de su fallecimiento, una presencia constante en la literatura mexicana, lo mismo entre los críticos que entre los lectores. Las razones son evidentes: pocos poetas en nuestra tradición han podido, al mismo tiempo, realizar una exploración significativa del lenguaje y de las formas poéticas y entregar sus hallazgos en una obra que invita a dejarse leer sin otra pretensión que el disfrute. Jaime Sabines será, probablemente, tan atemporal como los clásicos de otros siglos, y a la vez es tan joven como el poeta que comienza en este momento.
Hijo de un militar de origen libanés y de una dama de la alta sociedad chiapaneca, Jaime Sabines comenzó a escribir poesía cuando estudiaba la preparatoria en su natal Tuxtla. Sus primeros poemas aparecieron con regularidad en El Estudiante, periódico de su escuela, y algunos de ellos incluso encontraron su lugar en el primer libro del poeta, Horal.
Más adelante se matriculó en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México. Sin embargo, después de tres años de estudios abandonó la carrera, al descubrir que la realidad de un médico no correspondía con lo que él había soñado: crear, inventar… En este caso, medicamentos.
Así, tras desertar de la medicina, Sabines se reencontró con las letras y publicó el poema “Introducción a la muerte” —el primero que satisfizo su estricta autocrítica— en la revista América, dirigida por Efrén Hernández; pero regresó poco después a Chiapas, donde permaneció por un breve periodo en el que trabajó para su hermano Juan, dueño de una mueblería.
En 1949 volvió a la Ciudad de México, esta vez para ingresar a la Facultad de Filosofía y Letras, donde confirmó lo que era obvio: su vocación era la poesía, y tenía que trabajar intensamente para lograr la expresión exacta de lo que quería decir. En esta etapa de su vida conoció a varios escritores con quienes cultivó una amistad duradera; entre ellos, Emilio Carballido, Sergio Galindo y Rosario Castellanos. Además, siguió frecuentando a Efrén Hernández, en cuya casa conoció a Juan Rulfo, Juan José Arreola y Pita Amor, entre otros literatos. Además, publicó Horal (1959), La señal (1951) y Adán y Eva.
En 1952, después de sólo tres años de carrera, Sabines tuvo que dejar la Facultad de Filosofía y Letras debido a que su padre se encontraba grave de salud. Poco después, su hermano Juan fue elegido diputado, por lo que Jaime tuvo que quedarse en Chiapas a cargo del negocio familiar, donde se casó y tuvo a su primer hijo, Julio. No obstante su alejamiento de la Facultad, el poeta siguió escribiendo: en 1956 publicó Tarumba, y en 1959 fue distinguido con el Premio Chiapas del Ateneo de Ciencias y Artes.
Ese mismo año se mudó a la Ciudad de México para ayudar a su hermano Juan en una nueva empresa: una fábrica de comida para animales; y combinó esa actividad con —no podía ser de otro modo— la escritura, como lo atestigua su “Diario semanario” (1961), un poema de “reconciliación con la gran urbe”, de acuerdo con el propio Sabines. A partir de este momento, la carrera literaria de nuestro autor se vuelve imparable: en 1962, la UNAM publica la primera recopilación de sus obras (Recuento de poemas: Horal, La señal, Adán y Eva, Poemas sueltos, Diario semanario y poemas en prosa); en 1964 obtiene la beca del Centro Mexicano de Escritores y concluye su Algo sobre la muerte del Mayor Sabines, obra en dos partes escrita a raíz de la enfermedad y muerte de su padre; en 1967 publica Yuria, libro que incluye algunos poemas con contenido político; en 1972 aparece Maltiempo, con el que se le otorga el Premio Xavier Villaurrutia, uno de los galardones literarios más prestigiosos del país. Nueve años después recibió el Premio Nacional de Lingüística y Literatura (1983) y, al año siguiente, el Premio Elías Sourasky.
En 1985 recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes; al año siguiente, el Gobierno del Estado de Tabasco le entregó el Premio Juchimán de Plata; en 1991 obtuvo la Presea Ciudad de México y, en 1994, la medalla Belisario Domínguez, otorgada por el Senado de la República. Ese mismo año fue nombrado Creador Emérito del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Además, su poesía fue grabada en la colección Voz Viva de México de la UNAM y traducida a doce idiomas.
El poeta incursionó también en la política: en la década de 1970 fue senador por Chiapas en dos ocasiones; en 1988 fue elegido diputado por el DF y fue presidente de la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados.
Jaime Sabines murió pocos días antes de cumplir 73 años, víctima del cáncer. En el último decenio de su vida, mientras luchaba contra la enfermedad, publicó La luna (1990) y Uno es el hombre (1990), así como las recopilaciones Otro recuento de poemas 1950-1991 (1991; edición aumentada, 1993); Antología poética (1994); Los amorosos y otros poemas, poesía amorosa reunida (1997); Al téquerreteque, Sabines para niños (1999) y Poemas (1999).
Pese a su partida, Sabines sigue vigente, tanto en las letras como en el afecto de sus lectores. Las nuevas generaciones lo descubren y lo vuelven parte de sus vidas, haciendo realidad lo que él mismo escribió cuando estaba en la secundaria: “¿Por qué nos hemos de decir adiós? /¿acaso piensas que después de amarte / caerá el olvido sobre el corazón?”.
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Ilustración por Enrique Alfaro
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Poema de Jaime Sabines
Me encanta Dios
Me encanta Dios. Es un viejo magnífico que no se toma en serio. A él le gusta jugar y juega, y a veces se le pasa la mano y nos rompe una pierna o nos aplasta definitivamente. Pero esto sucede porque es un poco cegatón y bastante torpe con las manos.
Nos ha enviado a algunos tipos excepcionales como Buda, o Cristo, o Mahoma, o mi tía Chofi, para que nos digan que nos portemos bien. Pero esto a él no le preocupa mucho: nos conoce. Sabe que el pez grande se traga al chico, que la lagartija grande se traga a la pequeña, que el hombre se traga al hombre. Y por eso inventó la muerte: para que la vida —no tú ni yo— la vida, sea para siempre.
Ahora los científicos salen con su teoría del Big Bang… Pero ¿qué importa si el universo se expande interminablemente o se contrae? Esto es asunto sólo para agencias de viajes.
A mí me encanta Dios. Ha puesto orden en las galaxias y distribuye bien el tránsito en el camino de las hormigas. Y es tan juguetón y travieso que el otro día descubrí que ha hecho —frente al ataque de los antibióticos— ¡bacterias mutantes!
Viejo sabio o niño explorador, cuando deja de jugar con sus soldaditos de plomo y de carne y hueso, hace campos de flores o pinta el cielo de manera increíble.
Mueve una mano y hace el mar, y mueve la otra y hace el bosque. Y cuando pasa por encima de nosotros, quedan las nubes, pedazos de su aliento.
Dicen que a veces se enfurece y hace terremotos, y manda tormentas, caudales de fuego, vientos desatados, aguas alevosas, castigos y desastres. Pero esto es mentira. Es la tierra que cambia —y se agita y crece— cuando Dios se aleja.
Dios siempre está de buen humor. Por eso es el preferido de mis padres, el escogido de mis hijos, el más cercano de mis hermanos, la mujer más amada, el perrito y la pulga, la piedra más antigua, el pétalo más tierno, el aroma más dulce, la noche insondable, el borboteo de luz, el manantial que soy.
A mí me gusta, a mí me encanta Dios. Que Dios bendiga a Dios.
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