Noche de Campo Literaria

Desde el
Mediterráneo 2

Junio 16 de 2012

Joan Manuel Serrat

Joan Manuel Serrat

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Noche de Campo Literaria
en El Café de Otraparte:
Literatura a manteles:
Joan Manuel Serrat

Volver al Mediterráneo como quien vuelve la mirada atrás, como aquel muchacho de barrio que lleva en su guitarra y en su libreta de canciones todo cuanto es, cuanto fue… Canciones memoriosas como el oro de los campos, sonatas para el vagabundo que duerme su siesta al sol… Versos ásperos como la yunta, como la sombra en el jardín familiar, como las palabras que dirige a su ‘tieta’, a su infancia, a su pueblo blanco que huye del olvido y de la muerte. Regresar de nuevo a las calles de una Barcelona que protesta, a las tiendas de pequeños lujos y grandes necesidades, a los sueños de libertad incondicional, a los silencios impuestos por el viejo dictador, rotos por el fraseo de este muchacho que se niega a ser mayor y nos convierte en niños que jugamos a ser valientes. Regresar al escenario de Serrat, siempre abierto las 24 horas, y recordar que Patria es el corazón de uno mismo, y que es imposible acallar las tantas voces que tiene el silencio.

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Las canciones viven en la memoria personal y colectiva de las gentes. Viajan y nos transportan a tiempos y lugares donde tal vez fuimos felices. Todo momento tiene una banda sonora y todos tenemos nuestra canción, esa canción que se hilvana en la entretela del alma y que uno acaba amando como se ama a sí mismo.

Joan Manuel Serrat

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Escuchar “La tieta” (La tía)
de Joan Manuel Serrat

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Joan Manuel Serrat

Ilustración por Hernández

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La tieta

La despertarà el vent d’un cop als finestrons.
És tan llarg i ample el llit… I són freds els llençols…
Amb els ulls mig tancats, buscarà una altra mà
sense trobar ningú, com ahir, com demà.

La seva soledat és el fidel amant
que coneix el seu cos plec a plec, pam a pam…
Escoltarà el miol d’un gat castrat i vell
que en els seus genolls dorm els llargs vespres d’hivern.

Hi ha un missal adormit damunt la tauleta
i un got d’aigua mig buit quan es lleva la tieta.

Un mirall esquerdat li dirà: “Ja et fas gran.
Com ha passat el temps! Com han volat els anys!
Com somnis de jovent pels carrers s’han perdut!
Com s’arruga la pell, com s’ensorren ells ulls!…”.

La portera, al seu pas, dibuixarà un somrís:
És l’orgull de qui té algú per escalfar-li el llit.
Cada dia el mateix: agafar l’autobús
per treballar al despatx d’un advocat gandul,
amb qui en altre temps ella es feia l’estreta.
D’això fa tant de temps… Ni ho recorda la tieta.

La que sempre té un plat quan arriba Nadal.
La que no vol ningú si un bon dia pren mal.
La que no té més fills que els fills dels seus germans.
La que diu: “Tot va bé”. La que diu: “Tant se val”.

I el Diumenge de Rams comprarà al seu fillol
un palmó llarg i blanc i un parell de mitjons
i a l’església tots dos faran com fa el mossèn
i lloaran Jesús que entra a Jerusalem…

Li darà vint durets per obrir una llibreta:
cal estalviar els diners com sempre ha fet la tieta.

I un dia s’ha de morir, més o menys com tothom.
Se l’endurà una grip cap al forat profund.
Llavors ja haurà pagat el nínxol i el taüt,
els salms dels capellans, les misses de difunts
i les flors que seguiran el seu enterrament;
són coses que sovint les oblida (oblidem) la gent,
i fan bonic les flors amb negres draps penjant
i al darrera uns amics, descoberts fa un instant
i una esquela que diu: “Ha mort la senyoreta.
Descansi en pau. Amén”.
I oblidarem la tieta.

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La tía

La despertará el viento de un golpe en los postigos.
Su cama es tan larga y tan ancha… Y las sábanas están frías…
Con los ojos medio cerrados buscará otra mano,
sin encontrar ninguna, como ayer, como mañana.

Su soledad es el amante fiel,
que conoce su cuerpo pliegue a pliegue, palmo a palmo…
Escuchará el maullido de un gato viejo y castrado,
que en sus rodillas duerme las largas noches de invierno.

Hay un misal dormido encima de la mesilla de noche,
y un vaso de agua medio vacío cuando se levanta la tía.

Un espejo resquebrajado le dirá: “Te haces mayor.
¡Cómo ha pasado el tiempo! ¡Cómo han volado los años!
¡Cómo se han perdido por las calles los sueños de juventud!
¡Cómo se arruga la piel, cómo se hunden los ojos!…”.

La portera, a su paso, dibujará una sonrisa:
es el orgullo de quien tiene alguien que le caliente la cama.

Cada día lo mismo: coger el autobús,
para trabajar en el despacho de un abogado gandul.
Con quien en otro tiempo ella se hacía la estrecha.
De eso hace tanto tiempo… Ni lo recuerda la tía.
Con quien en otro tiempo ella se hacía la estrecha.
De eso hace tanto tiempo… Ni lo recuerda la tía.

La que siempre tiene un plato cuando llega Navidad.
La que no quiere nadie si un buen día cae enferma.
La que no tiene más hijos que los hijos de sus hermanos.
La que dice: “Todo va bien”. La que dice: “¡Qué más da!”.

Y el Domingo de Ramos le comprará a su ahijado,
un palmón largo y blanco y un par de calcetines;
y en la iglesia los dos harán lo que hace el cura
y alabarán a Jesús que entra en Jerusalén…

Le dará veinte duritos para abrir una libreta:
hay que ahorrar el dinero, como siempre hizo la tía.
Le dará veinte duritos para abrir una libreta:
hay que ahorrar el dinero, como siempre hizo la tía.

Y un día se ha de morir, más o menos como todos.
Se la llevará una gripe al agujero profundo.

Entonces ya habrá pagado el nicho y el ataúd,
los salmos de los sacerdotes, las misas de difuntos
y las flores que acompañarán su entierro;
son cosas que a menudo las olvida la gente.

Y son tan bonitas las flores con crespones negros colgando,
y detrás unos amigos, descubiertos hace un instante;
y una esquela que dice: “Ha muerto la señorita.
Descanse en paz. Amén”. Y olvidaremos a la tía.

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Joan Manuel Serrat

Nací a finales de 1943 en Barcelona de padre catalán y madre aragonesa. Soy lo que en Cataluña se conoce como un “charnego”, un mestizo que, en mi caso, no heredó ni la prudencia del “seny” catalán ni la reciedumbre aragonesa, pero que de manera natural se educó en la comprensión de la diversidad y la tolerancia de lo distinto.

Mi padre se llamaba José. Trabajaba en la compañía del gas y era un manitas. (…)

Mi madre, que se llamaba Ángeles, además de llevar la casa, colaboraba para sostener el presupuesto familiar cosiendo pijamas mientras escuchaba las radionovelas de la tarde. (…)

Mi calle era el patio de recreo donde jugábamos al salir de la escuela y en cuyas aceras nos sentábamos a merendar y a contarnos historias. Allí aprendimos lo que no enseñaban los maestros ni nos contaban en casa.

La gente se llevaba más o menos bien, pero en su caso de necesidad siempre se echaban una mano unos a otros.

La escasez es mucho más solidaria que la abundancia. En la calle, como en mi casa, se hablaba catalán y español de manera natural. No así en la escuela, ni en la prensa o la radio, donde sólo existían el idioma y el pensamiento oficial: español, naturalmente.

Pronto me enteré de que éramos de los que perdieron la guerra, como la mayor parte de la gente de mi calle. Una guerra que dejó huérfana a mi madre, inconsolable a mi padre y llenó la casa de fantasmas que nos persiguieron toda la vida. Empecemos por decir que me llamo Joan Manuel en memoria de la abuela Juana y el abuelo Manuel, padres de mi madre, asesinados por los franquistas.

Aprendí a leer en la calle. Me enseñó la hija de la lechera, que se llamaba Conchita y era mi maestra en primer grado de primaria en los Escolapios. (…)

De su mano, el camino se hacía más corto y el frío se toleraba mejor. Porque cuando yo era niño siempre hacía frío, un frío húmedo que mordía las pantorrillas y que los pantalones cortos no alcanzaban a cubrir; un frío de pobre que se colaba por los interludios de una bufanda cuyo abrigo apenas tapaba media oreja. Hacía frío y el mundo era triste, pero la tristeza nunca me dio de lleno. El frío sí.

Fueron tiempos de escasez, años de vencedores y vencidos; de restricciones de luz y de comida racionada. Pero a mí no me parecían ni buenos ni malos. Era lo que había, lo único que conocía, y todo me parecía bien mientras se pudiera jugar al fútbol y hubiera lagartijas a las que emborrachar con tabaco y cortarles la cola. (…)

Aprendí a ir en bicicleta sin usar las manos; hice la primera comunión vestido de marinerito; me atropelló un coche; descubrí que los reyes magos eran los padres y que los niños se hacen en casa. (…)

Vi el primer muerto: la Teresita. Dicen que se comió un helado y se le cortó la digestión, pero vaya usted a saber. Entonces la gente tenía enfermedades muy raras como la culebrilla, el garrotillo o el baile de San Vito, y se morían de un cólico miserere, un patatús o incluso de repente, que ya es una forma curiosa de morirse. (…)

Por la radio me llegó la mayor parte mi formación musical. Desde los discos dedicados, en tiempos de la niñez, hasta el programa “Discomanía”, en mi primera juventud.

Desde niño me gustó la música y cantar por el gusto de cantar. Cantaba con mi madre mientras la ayudaba a hacer las camas, a doblar las sábanas o a desgranar guisantes.

Cantábamos las canciones de moda que emitían por la radio de la Piquer y Juanito Valderrama. Cantábamos los boleros de Machín, los cuplés de Lílian de Celis, las romanzas de zarzuela. (…)

Año tras año, como debe ser, tras el invierno llegaba el verano. Y eso me hacía feliz. Con las hogueras de San Juan llegaba el tiempo de la playa y los melocotones. (…)

No sé por qué me dio por estudiar agricultura. Supongo que el campo se me representó como algo exótico y eso fue lo que empujó a un chaval de barrio a cursar lo que hoy se llama Ingeniería Técnica Agrícola.

Fue entonces cuando empecé a darle a la guitarra. Aprendí a tocar con guitarra prestada hasta que mi padre me regaló una. No sé de dónde sacaría el dinero. Probablemente, como dice el tango: “Mangó a amigos, vio a usureros y estuvo un mes sin fumar”. (…)

Con tres amigos formamos un grupo musical, lo que en los años sesenta se conocía como un conjunto, para desahogarnos de una manera más creativa que las habituales en la postadolescencia. (…)

La aventura no llegó lejos. Con instrumentos semicaseros, un repertorio heterogéneo que iba de “Twist & Shout” y “Ma vie”, muchas ganas de divertirse y pocas de trabajar, el grupo se fue a pique al primer temporal sin que nadie resultase herido.

Yo había escrito algunas canciones y mis compañeros me animaron a seguir en solitario. Me acompañaron a Radio Barcelona, donde Salvador Escamilla hacía un programa matinal de gran éxito, “Radioscope”, en el que se presentaban voces nuevas, especialmente en catalán y aquella casa y aquel programa fueron mi trampolín de salida.

Le debo mucho a Salvador Escamilla. Me dio confianza y estímulo, pero sobre todo me regaló su generosa e insobornable amistad. Me llevó a EDIGSA, compañía con la que grabé mi primer disco, un 45 r.p.m. con cuatro canciones y “Els 16 Jutges” me propusieron incorporarme a ellos.

El nombre de los 16 Jutges (16 jueces) viene de un trabalenguas catalán. Éramos un grupo de gente heterogéneo, en general muy influido por la canción francesa de los años sesenta. Punta de lanza de lo que fue la Nova Cançó catalana, una nueva propuesta de canciones en un tiempo en que apenas se escuchaba en catalán la música tradicional y algunos temas de moda traducidos. Nuevas canciones para tiempos nuevos y nuevos vientos, en las que el texto era importante y a las que el simple hecho de estar escritas en catalán ya las convertía en arma de combate contra un gobierno que había condenado al ostracismo cualquier forma cultural que no fuese la oficial.

No nos presentábamos como una formación. Cada quien escribía y cantaba sus canciones: primero uno y después el otro. Con ellas íbamos de pueblo en pueblo.

La gente nos apoyó, nos hizo crecer, creció con nosotros y permitió que algunos aprendiésemos el oficio de cantar.

Fuente:

Serrat, Joan Manuel. Serrat: Algo Personal. Editorial Planeta, Madrid, primera edición, diciembre de 2008.

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Joan Manuel Serrat