Noche de Campo Literaria
Cruce de destinos
(Viajes y literatura)
—Julio 16 de 2011—
Fernando González y Benjamín Correa – Ilustración por Daniel Gómez Henao.
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Noche de Campo Literaria en El Café de Otraparte: Literatura a manteles: Cruce de destinos (viajes y literatura). Va de caminantes, de peatones, de viajeros a pie, de los que agarran pueblos, de los que abrazan caminos, de los que arrancan alquitrán de las carreteras secundarias con las suelas de sus botas de montar sueños, de los que insisten sobre dos ruedas, los que cruzan desvíos a golpe de manillar de bicicletas de segunda mano, los que aceleran vida prestada en motocicleta, en autopistas que se dirigen a cualquier lugar, las revestidas de pago, las clandestinas.
Va de autobuses inquietos sin billete fijo, de camiones cargados de clandestinidad, de trenes encarrilados, de canoas emergentes, de barcos de vapor a contracorriente, de paracaidistas nómadas, de alas delta a favor del viento del norte, de avionetas con acrobacias y aviones de largo trayecto, de pastillas de color verde para otros viajes, de líneas pálidas en exceso, de vinos tintos, claros y turbios, de tragos que saben a confesionarios, de thavil sonoro, flautas traversas, guitarras afiladas, trompetas a tono, violines, arpas de boca, cajones aflamencados, lamentos de Lisboa, de los campos de algodón sureños, de tugurios bonaerenses, de llanto costeño, de silencios prolongados, de bitácoras improvisadas y mapas corregidos.
Noche de manteles entregados al viaje, a las mil maravillas del viajero que llevamos dentro, entre los susurros y acompañados con la bebida de la luna negra.
Cruce de destinos.
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Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos.
Fernando Pessoa
Aquel que quiere viajar feliz, debe viajar ligero.
Antoine de Saint-Exùpery
El viaje es una especie de puerta. A través de ella salimos de la realidad.
Guy de Maupassant
El verdadero viaje de descubrimiento no es buscar nuevas tierras, sino mirarlas con nuevos ojos.
Voltaire
Viajar vuelve a los hombres discretos.
Miguel de Cervantes Saavedra
El mundo es un libro y los que no viajan sólo leen una de sus páginas.
San Agustín
Quien se aleja de su casa ya ha vuelto.
I Ching
Muere lentamente quien no viaja, quien no lee, quien no oye música, quien no encuentra gracia en sí mismo.
Pablo Neruda
Un viaje de mil millas comienza con el primer paso.
Lao Tsé
El que está acostumbrado a viajar, sabe que siempre es necesario partir algún día.
Paulo Coelho
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Ilustración de la edición de 1872 de
De la Tierra a la Luna de Julio Verne
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Viaje a pie
—Fragmento—
Por Fernando González
Nos llamamos filósofos aficionados para no comprometernos demasiado y porque ese nombre es mucho para cualquiera. Sólo un estoniano, el conde Keyserling, pudo tener la desfachatez de escribir dos enormes volúmenes con el título de Diario de viaje de un filósofo.
Todos nuestros colegas, desde antes de Thales, han sido modestos. En los manuales de filosofía lo primero que se explica es aquello de que filósofo quiere decir amigo de la sabiduría; se enseña allí, en las primeras hojas, a descomponer la palabra en philos y en sophos, con lo cual el estudiante imberbe cree que sabe griego y les repite eso a las primas, junto con aquello que decía Sócrates en los alrededores de la Acrópolis durante sus noches de moralizador: “Sólo sé que nada sé”.
Habíamos principiado este diario: “Sonaban en la vecina iglesia, melancólicamente, las cinco campanadas…”, y borramos eso porque eran reminiscencias del estilo jesuítico de nuestro maestro de retórica, el padre Urrutia. Un compañero nuestro, que siempre ganaba los premios, comenzaba así las descripciones de los paseos a caballo: “Eran las cinco de la mañana cuando, después de recibir la Santa Hostia, salimos alegres, como pajarillos, a caballo, nosotros y el reverendo padre Mairena…”.
A las cinco (no se puede comenzar de otro modo, definitivamente), abandonamos los lechos, que, entre paréntesis, han sido los lugares de nuestras mejores lucubraciones, inclusas las referentes a Venus.
Salimos hacia El Poblado, en tranvía, por una de esas hermosas carreteras antioqueñas que son las más baratas del mundo.
Eran las siete cuando comenzamos a trepar con nuestros morrales hacia la montaña oriental del valle de los indios sedentarios del Medellín, por una carretera de un kilómetro que se continúa en una pendiente pedregosa; el kilómetro de carretera se hizo para que tres caciques fueran a sus quintas a digerir rezos y hurtos.
Pero antes de seguir y para que el libro se amolde a la definición que nosotros hemos creado, después de inspirarnos en el padre Ginebra, a saber: “Organismo ideológico impreso”, diremos cuál será este viaje a pie, cuáles sus finalidades, cuáles sus motivos y cuál el efecto pragmatista que nos propondremos al escribirlo y al darlo a la estampa. El reverendo padre Urrutia jamás decía dar a luz un libro, y, por haberlo escrito así, uno de nosotros perdió el curso de retórica.
Diga el lector si eso de organismo ideológico impreso no cumple con lo que enseña el padre Prisco de todo lo definido y nada más que lo definido. Y como, según Aristóteles (conste que apenas hemos oído hablar de él), definir es obra genial, desde que dimos a luz esa definición nos hemos apellidado aficionados a la metafísica.
Hacemos muchas digresiones; el lector tiene que perdonarlo, pues es defecto de nuestra educación clerical.
El viaje se define así: Medellín, El Retiro, La Ceja, Abejorral, Aguadas, Pácora, Salamina, Aranzazu, Neira, Manizales, Cali, Buenaventura, Armenia, Los Nevados, a pie y con morrales y bordones. A propósito de bordón, observa el coaficionado don Benjamín que los Ignacios afirman que el jesuita debe ser como bordón de hombre viejo. Esta observación ennobleció ante nosotros mismos nuestras figuras; nos dio aplomo. Lo airoso o desairado de la actitud humana depende de la ideología presente entonces en el campo de la conciencia. De ahí que aquellos que tienen gran movilidad espiritual sean también variadísimos en sus actitudes físicas. Respecto de los bordones, quedaban ennoblecidos por el recuerdo de la disciplina jesuítica.
Vimos y sentimos las nubecillas doradas por el sol y las sensaciones poeticofisiológicas que produce el amanecer al viajero; pero de esto resolvimos no decir nada porque son tema de estudiante de retórica, así como resolvimos llamar siempre sol al sol y nunca astro rey ni Febo.
A la media hora de caminar había nacido la idea de este libro y habíamos resuelto adoptar como columna vertebral moral del viaje la idea de ritmo.
El ritmo es tan importante para vivir como lo es la idea del infierno para el sostenimiento de la Religión Católica. Cada individuo tiene su ritmo para caminar, para trabajar y para amar. Indudablemente cuando un hombre y una mujer se atraen, eso se verifica por sus ritmos; es porque unidos son importantísimos para la economía del universo. Por el ritmo podrían calificarse los hombres…
Respirábamos el aire de la mañana como buenos profesores de gimnasia sueca. Esas inspiraciones hondas nos traían las mismas emociones que producen en todos los que han gastado veinte o veinticinco pesos en literatura estimulante (Dr. Crane, Marden, Atkinson, etc.). Cada uno de nosotros se propinaba una buena dosis de autosugestiones. Entonces fue cuando apareció nítida la idea del ritmo, a saber: para no cansarse hay que descubrir nuestros ritmos, ajustar a ellos nuestros pasos y el movimiento de bordones y acompañarlos de profundas respiraciones de atleta yanqui.
La salud, la conservación de nuestra elasticidad juvenil, son finalidades del viaje. ¡Cuán desconocido y despreciado es el deporte por los colombianos clericales! Quieren mucho el cuerpo humano, pero en la oscuridad; es un amor de facto.
Fuente:
González, Fernando. Viaje a pie. Medellín, Fondo Editorial Universidad EAFIT – Corporación Otraparte, diciembre de 2010.