Presentación
Nadaísmo
Una propuesta de vanguardia
—8 de septiembre de 2022—
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YouTube.com/CasaMuseoOtraparte
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Laura Alejandra Rubio León (@laurarubioleon) es profesional en Estudios Literarios (2009) y maestra en Historia y Teoría del Arte (2013) de la Universidad Nacional de Colombia. Tiene experiencia como docente universitaria, editora, periodista y correctora de estilo. Asimismo, ha estado vinculada a diferentes grupos de investigación académicos. Bajo el liderazgo de María Mercedes Herrera formó parte del equipo de trabajo del área de curaduría de arte del Museo Nacional de Colombia, institución donde se interesó por el movimiento nadaísta durante su investigación sobre piezas de arte del siglo xx y su relación con la literatura. En 2020 ganó la Beca de Investigación en Artes Plásticas del Instituto Distrital de las Artes – Idartes de la Alcaldía Mayor de Bogotá, estímulo que le permitió publicar en marzo de 2022 el libro «Nadaísmo: una propuesta de vanguardia», disponible aquí en formato pdf.
Presentación de la autora y su
obra por Gustavo Restrepo Villa.
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Este apasionante trabajo parte de un análisis histórico sobre la guerra en Colombia, y va hilando poco a poco su discurso hasta dejar entrever que el nadaísmo, entendido como vanguardia cultural, surgió como una posibilidad, nada menos que la de realizar una reflexión colectiva sobre Colombia y su proyecto de país, de pensar la nación desde una perspectiva fuera de la guerra, de producir arte sin restricciones temáticas ni formales, de usar el cuerpo como material artístico, de rebelarse contra el orden imperante por medio de la controversia.
Los Editores
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El nadaísmo inició como un movimiento literario, aunque sus propuestas de vanguardia repercutieron en la producción de las artes plásticas del país, tal como se puede vislumbrar por la organización de la Bienal de las Cruces y la puesta en contacto con artistas que indagaban dentro de la neofiguración. Así, el objetivo de esta investigación es evidenciar el modo en el que sus postulados vanguardistas propiciaron, durante la década de 1960, la aparición de artistas jóvenes que indagaban un lenguaje completamente diferente a la abstracción imperante, la neofiguración y el performance. Para ello, se analizaron tres aspectos: los manifiestos nadaístas y la relación de su discurso con la propuesta de jóvenes artistas; la relación entre los nadaístas y Marta Traba; los Festivales de Vanguardia Nadaístas y lo que representaron para artistas como Pedro Alcántara, Álvaro Barrios y Norman Mejía.
La Autora
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Laura Alejandra Rubio León
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Introducción
¿Por qué cada cambio de gobierno implica una completa transformación de modelo de país? Una de las tantas causas de la eterna continuación del conflicto es la imposibilidad de aceptar y reconocer los derechos y las opiniones del otro. De acuerdo con nuestra larga tradición cultural de polarización, el otro siempre será nuestro completamente opuesto, lo que de forma inmediata lo convierte en nuestro enemigo. Esa imposibilidad de escuchar y aprender del otro se reproduce en todas las dimensiones y niveles de nuestra dinámica social, desde las relaciones interpersonales hasta las dinámicas políticas.
Después de la Independencia, en el país hubo nueve guerras civiles generales, catorce guerras civiles regionales y tres golpes de cuartel. A pesar de que se había librado una lucha conjunta para vencer el poder español, cuando fue necesario decidir el camino de la nación, fue evidente la incapacidad para conciliar dos modelos, en apariencia, completamente opuestos: el federalismo y el centralismo. Esto propició la aparición de varias guerras intestinas que se apaciguaron, sin resolverse, al final de la Guerra Civil de 1885, cuando los conservadores, liderados por Rafael Núñez, asumieron el poder en el país e impusieron una constitución que, pese a que fortaleció la idea de un Estado central, expulsó a los liberales de la participación política. La nueva carta política, en lugar de significar el intento de solucionar los problemas que había suscitado el conflicto, en realidad se convirtió en la Constitución de los vencedores, quienes obliteraron los reclamos de los vencidos. Esto significó que el Congreso, aquel espacio que se suponía servía para la discusión de ideas diferentes, se convirtiera en una tribuna corifea en la que solo estaban incluidas las voces de dos representantes del Partido Liberal: Luis A. Robles y Rafael Uribe Uribe.
A partir del momento en que los conservadores asumieron las riendas del país, realizaron varias reformas con el objetivo de crear y fortalecer la idea de un Estado central, tal como tomar el control sobre un único ejército, así como también centralizar la emisión del papel moneda. Además de esto, consideraron necesario recuperar la idea de una nación culturalmente homogénea, por lo que decidieron restablecer la alianza entre el Estado y la Iglesia, de modo que la fe católica fungiera como elemento de cohesión social. Así, la Iglesia se impuso como hegemonía cultural sobre la vida pública y privada de los colombianos, lo cual fue ratificado por medio del Concordato de 1887.
La Regeneración conservadora se impuso como Estado legal, sin que esto significara su legitimidad, puesto que no podía asegurar la aprobación de las diferentes facciones de los dos partidos tradicionales, ni mucho menos la de las clases de empresarios y comerciantes que habían dirigido los nueve estados del país antes de la entrada en vigencia de su constitución. Por su parte, los liberales, al mismo tiempo que intentaron acceder a la participación política por medio de los mecanismos constitucionales, también empezaron a fraguar una nueva guerra para tomarse el poder, la guerra de los Mil Días (1899-1902), esa última guerra civil con la que entramos en el siglo xx, aún divididos y sin una visión mancomunada de nación.
Al igual que las anteriores guerras, esta se organizó sin asegurar los elementos mínimos para iniciar un enfrentamiento bélico: las armas y la estrategia. Luego de múltiples escaramuzas y enfrentamientos en los que la victoria iba de un lado a otro, sin quedarse en un lugar definitivo, fueron firmados dos acuerdos de paz: el Tratado de Neerlandia (24 de octubre de 1902) y el Tratado de Wisconsin (21 de noviembre de 1902), a partir de los cuales fue posible una mayor participación de los liberales por medio de la Asamblea Nacional Constituyente convocada por Rafael Reyes, el primer presidente que asumió un papel administrativo de la nación, que posteriormente sería continuado por Carlos E. Restrepo, otro presidente que, en lugar de continuar las disputas ideológicas, se ocupó de hacer del Estado un espacio mucho más participativo, al que podían acceder los empresarios y los comerciantes del país, lo que supuso un logro en las perspectivas de nación del país, sin que llegara a consolidarse como modelo absoluto.
A pesar de esos intentos de propiciar la participación y la inclusión de los liberales y demás partidos diferentes al Conservador dentro de la estructura política y social, la hegemonía conservadora se mantuvo hasta la década de los treinta, cuando los liberales asumieron el poder.
Probablemente, la constante divergencia entre lo legal y lo legítimo ha propiciado la continuación perpetua del conflicto en el país, pues los vencedores, en lugar de ocuparse de construir un Estado legítimo en el que las diferentes posturas ideológicas puedan participar, por el contrario, se esfuerzan por imponer su concepción particular de nación, negando cualquier posibilidad de participación al otro, al diferente. La continua negación y el rechazo de todas aquellas ideas que no coinciden con la perspectiva política que se ha impuesto como legal, sin importar de qué lado sea planteada, asegura el mantenimiento continuo del conflicto, pues aquellos a quienes les es negada la posibilidad de participación política por los medios legales, se sienten y se seguirán sintiendo impelidos a hacerse a un espacio por medio de las vías de hecho, las armas y la guerra.
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El 10 de febrero de 2015, la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas presentaron en La Habana un informe conjunto sobre las causas y los orígenes del conflicto armado en el país. Esta comisión se conformó como un acuerdo preliminar entre los representantes del Gobierno nacional y los delegados de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, con el objetivo de establecer los orígenes y causas del conflicto. Como resultado se obtuvo un documento conformado por ensayos de autoría individual escritos por los doce expertos que fueron convocados a la Comisión. Si bien esta no fue planteada como una comisión de la verdad, debido a la ausencia del testimonio de las víctimas, este documento representa un avance en la configuración de una perspectiva mucho más plural sobre el conflicto en el país, en cuanto busca establecer las diferentes razones de este, sin que se llegue a establecer ninguna verdad como la única.
Se trata de un texto polifónico en el que el origen del conflicto no es una verdad acordada ni aceptada por todos, pues, como bien lo menciona Víctor Moncayo, se plantea el origen del conflicto reciente del país en diferentes momentos históricos y por diferentes razones. Por primera vez en mucho tiempo se asumió una perspectiva múltiple en la que no narraban los vencedores ni los vencidos, sino una desde la consideración de múltiples puntos de vista a partir de los cuales lo importante será comprender la complejidad del conflicto, mas no una verdad definitiva que impida la posibilidad de continuar la reflexión colectiva que nos debemos. Dicho documento es tan solo una pequeña parte de las múltiples otras piezas existentes que tendremos que escuchar si realmente queremos alcanzar la paz, la cual, contrario de lo que todos piensan, no significa palomas blancas ni personas de diferentes razas y edades, también de blanco, caminando hacia el horizonte cogidas de la mano. Lejos de esa imagen estereotipada que los medios de comunicación se han encargado de imponer, la paz es conflicto, es decir, la posibilidad de convivir en y con la diferencia, discutiendo y llegando a acuerdos para, de nuevo, volver a discutir, en un continuo horizonte de creación conjunta en donde nadie lleve por encima de su corazón ni le haga daño a quien piense y diga diferente, y finalmente podamos detener el prolongado movimiento de uróboro en el que ha acontecido nuestra historia.
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Por décadas se ha sostenido que el origen del conflicto armado en el país fue consecuencia de la violencia que se exacerbó luego del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948. Durante la década de los sesenta, muchos jóvenes se declararon hijos de ese periodo de violencia, una generación que había sido testigo de la guerra e incluso la había vivido en carne propia. Para muchos jóvenes, la única opción fue tomar las vías de hecho en medio de una estructura política que les negaba su derecho a participar, lo cual dio continuidad a la eterna espiral de guerra en la que ha estado sumido el país. En medio de ese contexto politizado en el que la imaginación y la libertad continuaban siendo un privilegio de unos pocos, un grupo de jóvenes de provincia se atrevió a manifestar su oposición al estado de las cosas, por medio del humor y la ironía expresados con palabras y con su propio cuerpo.
El nadaísmo le ganó la guerra a la aparente imposibilidad de participación, pues sus seguidores transformaron su condición de excluidos —jóvenes de provincia sin dinero, ni educación ni una familia de renombre— haciendo uso de su potente poder de enunciación. A pesar de todas las críticas, pudieron sobreponerse al destino que los condenaba a hacer parte de la guerra, ya fuera con las armas o como testigos escondidos en la cotidianidad segura de los engranajes de las ciudades. El nadaísmo recuperó, e incluso descubrió, la posibilidad de la creación y la imaginación, que para muchos se convirtió en una opción para que los jóvenes excluidos no se fueran para el monte, sino que se arriesgaran a pensar en otra posibilidad. Es probable que el país haya continuado en guerra, porque le ha faltado imaginación, no para crear obras de arte para la industria del mercado, sino para crear objetos culturales que puedan propiciar una reflexión colectiva sobre nuestro proyecto de país como sociedad. Aunque durante las últimas décadas muchos han hecho esfuerzos en este camino, pensar en esto aún parece una utopía; por eso, quizá sea el momento adecuado para observar desde la distancia un movimiento juvenil que durante tanto tiempo ha sido observado con desdén.
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Aunque el nadaísmo se autodenominó vanguardia, hasta el momento no ha sido considerado en la historia del arte ni de la literatura nacional como tal, probablemente debido a la aparente ausencia de un programa estético. Esta investigación pretende valorar la condición de vanguardia del movimiento, para lo cual será necesario establecer cuál era el concepto que los nadaístas tenían de este, en contraste con lo que se entendía por vanguardia en el país.
El Manifiesto nadaísta escrito por Gonzalo Arango en 1958 se constituyó en un texto contestatario y contracultural que se configuró como una opción para la juventud derrotada y frustrada que había crecido en medio de la violencia. El nadaísmo rápidamente dejó de ser una propuesta personal, para convertirse en un movimiento en el que confluían todos aquellos jóvenes que renunciaban a los sueños prefabricados que la sociedad había elaborado para ellos.
Hasta el momento, el nadaísmo solo ha sido narrado por sus protagonistas, lo que evidencia la poca importancia que se le ha concedido. Estas narraciones han sido escritas con un ánimo literario, pues en ellas se encuentra una gran cantidad de datos y anécdotas que aún no han sido analizados ni valorados lo suficiente. Asimismo, todavía no se ha elaborado ninguna investigación que indague sobre la relación entre el nadaísmo y la producción artística de la década de los sesenta en el país. Solo de forma reciente se ha sugerido la importancia del movimiento en su relación con el campo del arte: Fisuras del arte moderno en Colombia (2012), Debates críticos en los umbrales del arte contemporáneo: el arte de los años sesenta y la fundación del Museo de Arte Moderno de Medellín (2012) y Cali, ciudad abierta: arte y cinefilia en los años setenta (2014).
En Fisuras del arte moderno en Colombia (2012), Carmen María Jaramillo describe el nadaísmo como un movimiento crítico que permeó el campo del arte (pp. 90 y 93). Aunque la autora no desarrolla esta afirmación ni tampoco vincula a artistas con el movimiento, sugiere la necesidad de investigarlo debido a la singularidad de su propuesta y su relación con los artistas del momento:
Estos interrogantes [planteados en un reportaje de la época citado por la autora] permiten entrever la actitud estrechamente ligada entre arte y experiencia cotidiana, propia de una generación rebelde por excelencia caracterizada por un espíritu de confrontación al establecimiento. El movimiento nadaísta conformado en su mayoría por narradores y poetas tuvo gran influencia en los jóvenes artistas de la época, pese a anunciarse su disolución en repetidas ocasiones. Para Gonzalo Arango la estética estaba estrechamente vinculada con la ética y por lo tanto con la vida; hablaba de la antibelleza que «no es para almas platónicas, equilibradas ni razonables. No tiene nada que ver con la nostalgia de un mundo mejor, ni con el sueño de otro mundo. Se instaló en su tiempo porque era allí donde tenía que instalarse, bajo un cielo de dolor, brutalidad y agonía» [Gonzalo Arango, 13 poetas nadaístas: el infierno de la belleza. El Tiempo, Lecturas Dominicales, 25 de agosto de 1963, p. 6], palabras que advierten el descrédito en la utopía y un tono de manifiesto, poco usual en el ámbito de la plástica local. [p. 90]
Jaramillo menciona una de las principales características del movimiento: la indiferenciación entre arte y vida, lo que contradecía del todo el modo en que se pensaba y se producía arte en el centro del país. El nadaísmo demostraba la posibilidad de una producción artística desvinculada de los parámetros y las convenciones tradicionales, de manera que muchos jóvenes de las regiones encontraron en esta propuesta la posibilidad de expresarse artísticamente sin ninguna restricción temática ni formal. A pesar de esa sugerente descripción, la autora no precisa quiénes fueron esos jóvenes artistas sobre los que el nadaísmo ejerció una gran influencia.
El nadaísmo también es mencionado en Debates críticos en los umbrales del arte contemporáneo (2012) de Imelda Ramírez (pp. 108 y 115), para quien el movimiento fue una vanguardia expandida, en la medida en que se opuso radicalmente al concepto de vanguardia promovido por Marta Traba. Así, para Ramírez, el nadaísmo fue una estética de confrontación que buscó oponerse al estado de violencia en el que se encontraba el país. Al igual que Jaramillo, Ramírez tampoco se refiere a los artistas vinculados al movimiento, sino que solo describe brevemente la postura estética de este. Una vez más, el tema queda enunciado, sin llegar a desarrollarse.
En Cali, ciudad abierta: arte y cinefilia en los años setenta (2014), Katia González incluye un capítulo dedicado al nadaísmo (pp. 32-56). La autora sugiere la necesidad de realizar un análisis sobre la recepción del movimiento por parte de los artistas plásticos colombianos del momento, al tiempo que establece tres posibilidades para comprender la propuesta de vanguardia promovida por los nadaístas:
1) como respuesta crítica a la época de la Violencia en Colombia, 2) como alternativa crítica al Festival de Arte de Cali, y 3) como un modo de recoger la influencia de medios de circulación transnacional como las revistas que fueron los vehículos de difusión tanto de escritos, poesía y prosa, como de un mensaje solidario con la Revolución cubana. [p. 41]
Además de ello, afirma que los Festivales de Vanguardia constituyeron una ventana al mundo para el país, puesto que permitieron recibir los discursos que empezaban a circular por la región. Tales asuntos no son desarrollados en el libro, ya que este se concentra en otros aspectos.
De acuerdo con lo anterior, la relación del nadaísmo con la producción de arte en el país es un tema que ha sido reconocido y sugerido como una importante veta de investigación, sin que haya sido desarrollada, con excepción de algunas sugerencias que se plantean en la muy completa investigación realizada por Daniel Llano Parra Enemigos públicos: contexto intelectual y sociabilidad literaria del movimiento nadaísta, 1958-1971. Este texto presenta una investigación realizada con el objetivo de establecer la historia del nadaísmo en su relación con la producción artística del país, en cuanto narración alternativa y divergente del centro. En este sentido, el texto hará posible evidenciar la existencia y la importancia de discursos divergentes que, a pesar de que hicieron parte de la producción artística de una década, han permanecido ignorados.
Fuente:
Rubio León, Laura Alejandra. Nadaísmo: una propuesta de vanguardia. Instituto Distrital de las Artes – Idartes, Bogotá, marzo de 2022.
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Gonzalo Arango y Elmo Valencia
Foto Archivo Jotamario Arbeláez