Presentación
Memorias de un
viaje al Báltico
Y otros relatos
—15 de agosto de 2023—
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Ver grabación del evento:
YouTube.com/CasaMuseoOtraparte
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Fanny Restrepo (Medellín) es educadora, traductora y escritora. Ha publicado «Lectura de domingo» (Universidad de Antioquia, 2008), «¿Qué será de los pájaros?» (2016), «Mosaico» (2018) y «Memorias de un viaje al Báltico y otros relatos» (2023). Así mismo, textos suyos han sido incluidos en las antologías «Voz de Nosotras» (2012) y «Florilegio» (2019) del grupo literario Voz de Nosotras.
Presentación de la autora
y su obra por Juliana Rego.
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A partir de ese momento, mi vida, estable por unos años, se convirtió en un torbellino. A las entrevistas se sucedió mi renuncia en la empresa de cosméticos, los trámites de pasaportes, exámenes médicos y demás. Viajé a Bogotá para conocer la oficina central de la [Flota Mercante Grancolombiana]. Única empresa mercante que tiene su sede en una ciudad del interior situada en la cima de los Andes, cosa curiosa en un país con costas en ambos océanos. Allí permanecí quince días asistiendo a una inducción antes de viajar a Polonia.
La Autora
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Fanny Restrepo
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Memorias de un
viaje al Báltico
~ Fragmento ~
En primavera, el señor Kucharek remueve, acaricia la tierra de la huerta para luego plantar y cultivar en su patio como lo ha venido haciendo durante años. Al terminar el verano, los productos cosechados van llegando a la cocina, poco a poco, para ser procesados y envasados para su consumo durante el invierno. Pepinos agridulces, repollo en salmuera, y otras delicias, entre ellas una variedad de remolacha blanca picante que es una ricura en el plato como aderezo de las carnes. Además, claro está, esa remolacha de un color rojo vibrante que conocemos en América y que aquí es la base de la más típica de las sopas: borszch, cuya receta encontré alguna vez en un cuento de Chéjov, lo que me hace sospechar su origen ruso. En todo caso, la cocinera de los Kucharek me dice que ella la ha preparado siempre como algo muy tradicional de Polonia.
Un domingo es un tiempo largo como el de la infancia, en la que mamá me decía: no pierdas el tiempo. Había tiempo que perder entonces y el domingo se hacía eterno viendo correr la lluvia tras los cristales, o leyendo El tesoro de la juventud. Por la tarde decido ir a la playa. Me siento en la arena para observar a los cisnes que se han ido reuniendo.
Calculo más de cien. Parece que no van a ninguna parte, este es entonces su punto de encuentro; flotan al vaivén del agua sin esfuerzo aparente, es una escena fantástica.
Tengo al frente el monumento de Westerplatte que conmemora ese 1.º de septiembre de 1939, cuando ocurrió el bombardeo sobre la guarnición polaca, que dio inicio a la II Guerra Mundial. Por donde sea que me muevo, encuentro historia en este país. Los cisnes frente a mí se hamacan suavemente sobre el agua en el atardecer, cambia la luz, lentas llegan las sombras. Camino un poco para dejar la playa y tomo un taxi que me regrese a casa. Anduve más de lo previsto sin darme cuenta y ahora estoy muy lejos para volver a pie.
En las noches oigo desde la cama las tristes sirenas de los barcos que navegan el Báltico. Mi refugio está en un lugar imaginario al que me gusta escaparme…
No se trabaja mucho en los países comunistas, eso es sabido, aun cuando sus eslóganes hablan de trabajo. Esto deberá tener un impacto en la economía del país. A las dos de la tarde estamos fuera de la oficina. Los obreros, los técnicos, los profesionales y los oficinistas abandonamos masivamente esa ciudad que llamamos Astillero Lenin; solo permanecen en él los vigilantes. Tenemos todo el tiempo libre con el que sueñan los trabajadores del mundo capitalista. La luz del día se extiende hasta las diez de la noche y más allá. En julio, un sol tímido y apenas tibio nos acompaña a la playa de arena blanca. Echo de menos las palmeras y toda esa naturaleza bullente de vida animal en la tierra, en el agua, en el aire.
Aquí el agua toca serena la playa; lejos esas olas altas, atemorizantes del Tayrona que impiden que alguien ose meterse al mar; el bramido del agua los detiene, la ola embiste y se lleva los cantos rodados hacia adentro, los devuelve con fuerza y va puliéndolos sobre la arena durante el día y la noche sin cesar. Es el Caribe.
Para que el fuerte viento del Báltico no nos apague la llama, encendemos la fogata en un hoyo en la arena. Asamos salchichas y pasamos la tarde del domingo caminando y charlando. Observo cómo son necesarias tantas palabras en polaco para decir lo que requiere pocas en español. En mi tierra se dice: habla como una cotorra. Es algo que me llama la atención, así como la calidez y extroversión de mis nuevos amigos; son de risa fácil, lo que me agrada.
De nuevo llega el otoño y con las lluvias el suelo de los bosques se cubre de pequeños paragüitas blancos. Recolectar las setas silvestres es un deporte nacional. A las cinco de la mañana, sin que despunte el sol, cientos de automóviles se toman las carreteras, salen de la ciudad, así los polacos de todas las edades se internan provistos de canastas y navajas en los tupidos bosques de pinos para desgarrar la blanca alfombra que cubre el suelo. Si usted llega a las ocho de la mañana, ya habrán barrido con lo que había. En una de estas excursiones familiares voy con algunos amigos, intentando llenar mi canasta me agacho aquí para cortar uno, luego allí y otro más allá. Ocurre que cuando me levanto me encuentro aislada del grupo en medio de la masa de agujas verdes, solo está junto a mí el hijo de uno de mis amigos. El susto es grande al no saber orientarme, pues no hay manera de ver el cielo para calcular la posición del sol. Atemorizada alcanzo a oír al chico llamando a sus padres, hasta que alguien del grupo nos encuentra.
Se vive en Polonia un momento parecido a aquel en el que se aquietan las aguas y quedan calmas antes de que crezca la ola y se levante para desparramarse sobre sí en hervideros de espuma. Un interregno. Aún no lo sabemos, pero dentro de poco, en el mismo Astillero Lenin al que ingreso a diario tras presentar el carnet que me acredita como miembro del personal que labora allí, nacerá un movimiento ya larvado que cobrará fuerza y traerá al país un cambio radical de régimen. Los creadores y dirigentes de Solidaridad, trabajan ahí.
Este es un pueblo tenaz y voluntarioso, rasgos de los polacos que siempre me han causado admiración; un pueblo de individuos quizá herederos de una memoria atávica que los ha ido conformando así. Sin esa fuerza ninguno hubiera logrado sobrevivir bajo tan numerosas y difíciles restricciones pensadas para entorpecer el quehacer cotidiano, consiguiendo así la deshumanización del individuo, la abolición temporal de la persona. Durante mi estadía alcanzo a percibir cierta tensión en el ambiente, se anuncia un cambio inminente y se echa de ver en detalles de la vida diaria; hay un deseo de afirmar la identidad nacional y personal; noto, por ejemplo, que aun cuando el ruso es por obligación la segunda lengua hablada en el país, muchos estudian inglés y se acercan a la cultura norteamericana, a su música, como para hacer oposición al régimen. Hay también un fervoroso resurgimiento de la religión católica, tras la imposición comunista de cierto materialismo ateo. El culto a la Virgen Negra de Czestochowa, cuya imagen aparece en un ícono que data del año sesenta y seis o sesenta y siete, es, desde mi punto de vista, un escudo que se opone a la dominación férrea de la Unión Soviética.
Pero estamos lejos de imaginar que el próximo papa elegido será un polaco y que Solidaridad triunfará e impondrá el nuevo presidente. La sombra de la dominación comunista comienza a declinar sin que se note mucho. Crece la ola.
En el astillero, se cumple el cronograma de trabajo punto por punto. Los ingenieros y arquitectos de nuestra oficina supervisan la construcción de tres buques mercantes encargados por el armador colombiano. Hace un par de semanas, nuestra oficina recibió el Ciudad de Quito. Se llevó a cabo la ceremonia de bautizo y la nave zarpó en su viaje inicial hacia el Ecuador.
Comienza ya la obra en dique seco del siguiente, el Ciudad de Armenia, cuya construcción tardará entre seis y siete meses. Cuando el casco esté listo, el buque será entregado al armador colombiano y se procederá a su botadura como parte central de la solemne ceremonia que reúne a importantes invitados nacionales e internacionales. Es sobrecogedor ver ese enorme casco, comparable a un edificio de varios pisos, deslizarse sobre los rieles y terminar posándose en el agua, como un cisne rojo y negro. Aunque resulte ingenuo, diré que sorprende que flote, así como sorprende que se sostenga en el aire un gran avión lleno de pasajeros. Tras la entrega oficial, al terminar la construcción y recibir la aprobación de cumplimiento de los protocolos por parte de la oficina de supervisión, se procede al cambio de bandera a bordo del buque mientras una banda interpreta los acordes de los himnos nacionales de los dos países; en adelante se izará a bordo el pabellón colombiano en lugar del soviético.
Fuente:
Restrepo, Fanny. Memorias de un viaje al Báltico y otros relatos. Juliana Rego Editores, Medellín, abril de 2023, pp. 21-29.
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