Presentación
Marina
y el caso de Plata
—Noviembre 2 de 2017—
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Verónica Villa Agudelo (Medellín) es comunicadora social – periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana. Trabajó como realizadora audiovisual en la Asamblea Departamental de Antioquia, donde conoció la vida política de la región. Tras vivir un año en Londres estudiando inglés y escritura audiovisual, regresó a su ciudad para continuar soñando personajes, imaginando historias y buscando excusas para escribir. En la Universidad Pontificia Bolivariana crea materiales didácticos para la enseñanza, oficio que combina con la literatura y sus pasatiempos favoritos: los viajes y la fotografía.
Presentación de la autora
y su obra por Memo Ánjel.
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Marina Grisales es una guarda de seguridad privada que sabe sacarle provecho a su aguzado instinto para descubrir lo que otros no ven y desenmascarar mentirosos, criminales y hasta asesinos. Viuda, madre de un desorientado treintañero e hija de una bruja declarada, su trabajo como vigilante da un vuelco total cuando decide convertirse en la cómplice del robo de un bolso, sin llegar a imaginar que su participación en este crimen la conducirá a desenredar la muerte de un prestigioso político de la ciudad. La historia se desenvuelve entre personajes singulares, humor negro, lenguaje coloquial y paisajes cotidianos de una Medellín de clase media que es narrada desde la perspectiva de la autora para acercar a sus coterráneos a su propia tierra y presentarles a los foráneos una versión particular de la ciudad en la que nació, creció y habita.
Los Editores
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El lector debe saber que este libro no es una novela tradicional. Tampoco es un guion cinematográfico ni un manual práctico para escribir uno. No pretende ser un diccionario de coloquialismos, y menos, una radiografía de Medellín.
Sin embargo, esta obra tiene un poco de todo lo anterior. Por su extensión y número de palabras, entra en la categoría de novela corta —y policiaca en este caso—. Su lenguaje y estructura son cercanos a los del guion cinematográfico, porque se narra a partir de secuencias y escenas, en lugar de capítulos. Tiene, además, algunos elementos de manual didáctico para ayudar al lector a entender los tecnicismos que conlleva la lectura de un guion de cine.
No es diccionario, pero está plagado de notas al pie con definiciones básicas, informales y, la mayoría de las veces, sesgadas a mi uso particular de palabras o expresiones paisas (1). Para la lectura de los diálogos, sugiero que el lector lo haga ignorando las normas ortográficas, las cuales omito en repetidas ocasiones para mantenerme fiel al acento de los personajes.
Y no describe a Medellín, sino que les narra a nativos y foráneos, mi interpretación de la ciudad donde nací, crecí y habito al escribir estas páginas.
La Autora
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(1) Así se les llama en Colombia a los habitantes de las regiones de Antioquia, Risaralda, Caldas, Quindío, noroccidente del Tolima y norte del Valle del Cauca.
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Verónica Villa Agudelo
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Capítulo 3
—Fragmento—
Cualquiera creería que el escalonamiento furioso de Marina se habría evaporado entre su conversación con la practicante y la desaparición del compañero. Pero no, allí seguía latente y creciendo.
Lo de Marina no siempre era una cuestión de intolerancia. En el caso específico de Muñoz, lo cierto era que su cráneo debía tener alguna anomalía genética que generaba amplificación. Era como si en su cabeza alguien hubiera construido una caja de resonancia que multiplicaba el volumen de cualquier alimento que masticara.
Papitas, maní recubierto, bocados de maíz, roscas de yuca o galletas tipo Wafer; incluso cuando llevaba botanas más saludables como manzanas rojas o verdes, peras y en especial las pepitas de la granadilla, las cuales decidía masticar y no tragar como cualquier ser humano normal, el sonido era insoportable para su compañera de trabajo.
Inserto (1) – Gráfico animado del proceso de masticación de Muñoz
El ruido crocante combinado con el de la salivación se acumulaba sobre los tímpanos de Marina, haciéndola entrecerrar sus ojos. Pero el sonido no era lo único exasperante de presenciar a Muñoz comiendo. El ritmo de su masticada alcanzaba los 180 golpes por minuto. Este hombre debía tener poderes sobrehumanos, pues no era posible que pudiera tragar entre una mordida y otra.
Finaliza el inserto
Entre la velocidad de masticación de Muñoz y la cantidad cada vez más reducida de papitas que le ponen a los paquetes, aquel suplicio en particular duró poco, pero fue suficiente para que el enojo de Marina ascendiera desde el estómago hasta su garganta, que ya comenzaba a notarse roja.
Hubo una breve tregua en el puesto de vigilancia, mientras que en el recinto de la Asamblea, y por los comentarios aislados de asistentes que entraban y salían del debate para hacer llamadas, el duelo entre los diputados Plata y Cepeda apenas comenzaba y no finalizaría hasta que alguno de los dos recibiera su ‘satisfacción’.
Los ánimos belicosos del recinto se extendieron hasta el puesto de control cuando la tregua entre Marina y Muñoz se acabó con la segunda ronda de mensajes de texto de Jason Mauricio.
Con cada zumbido del teléfono, los vellos del cuello de Marina se erizaban, diluyendo el ya de por sí delgado contorno que delimitaba su paciencia.
Cuando Muñoz leía alguno de los mensajes, se reía en voz baja y cubría su boca como si fuera una señorita victoriana en pleno cortejo por un noble caballero. Y para sumarle cargos a su inminente sentencia, el hombre decidió hacer caras de excitación sexual cada que el aparato le temblaba en sus pantalones, sin importar si el mensaje provenía de su novia, amante, madre o compañero de cerveza.
Y ahí, justo después del séptimo mensaje recibido, fue cuando Marina decidió la sentencia que asignaría a Jason Mauricio Muñoz aquella mañana de viernes.
Inserto – Cabeza y rostro de Marina
La furia de Grisales ascendió hasta su cabeza, haciendo palpitar sus sienes a una velocidad mayor que el ritmo de masticación de Muñoz. Una gotica de sudor intentó inútilmente refrescar su ira al rodar desde su coronilla hasta las enrojecidas mejillas, pero fue inútil. No había posibilidad de calmarla.
Finaliza el inserto
Todo pasó como en cámara lenta (2). Marina se levantó y, con la agilidad de un depredador, le arrebató a Muñoz el celular. La pausa que hizo para decidir hacia dónde lanzaría el aparato, le dio ventaja a Muñoz, quien pudo esconderse en el espacio vacío debajo de las escaleras. Justo en ese momento, la supervisora Otálvaro regresó y fue testigo del certero lanzamiento que, aunque solo lo golpeó en el hombro y no consiguió lastimarlo seriamente, sí fue lo suficientemente fuerte como para desensamblar la ‘panela’ (3) en tres pedazos: carcasa, cuerpo y batería.
De vuelta a la escena
—¡Grisales! ¿Me puede explicar qué clase de comportamiento es ese? —le preguntó Otálvaro, plantándosele al frente y dándole la espalda a Muñoz, quien desde su trinchera y con su risita de púbera movía enérgicamente su mano de arriba abajo, golpeando su dedo pulgar y anular, seña inconfundible de problemas para el receptor del gesto.
—Señora, Muñoz no respeta el trabajo, ni a este lugar, ni a mí y ya es hora de que alguien lo ponga a raya— respondió Marina, firme en su acción y sin mostrar ni una pizca de remordimiento.
—¿Usted está queriendo decir que yo no mantengo el orden entre mis vigilantes? ¿Me está diciendo que no hago bien mi trabajo?— volteó a buscar a Muñoz en su escondite y le indicó que se parara al lado de ambas.
Marina seguía firme, mirando a los ojos a la supervisora. Había llegado el momento de confrontarlos y no se echaría para atrás
—Pues ciertamente, él no está haciendo el trabajo que le corresponde y si usted no ha visto eso…
Marina fue interrumpida por Otálvaro, quien se quitó la gorra y debajo de ella tenía una venda que le daba toda la vuelta a su cabeza. La supervisora aseguraba que el trapo amarrado le ayudaba a controlar sus jaquecas, pero para Marina, la arrugada tela blanca era parte de un show que tenía montado su jefa para generar miedo entre sus subordinados.
Otálvaro se agarró la cabeza con las dos manos, sacó un frasco de alcohol mentolado de su bolsillo, se quitó la venda, la empapó y se lo volvió a amarrar como si fuera un soldado que, en mitad de la selva, se alista para el ataque.
—Aquí la supervisora soy yo y usted no tiene ninguna autoridad para decirme si hago o no hago mi trabajo.
Mientras la supervisora reprendía a Marina, Muñoz intentaba rearmar torpemente su celular, actitud que no ayudaba a calmar el mal genio de Grisales.
—Simplemente estoy declarando lo obvio sobre Muñoz. Llega tarde, se ausenta del puesto, se desconcentra con llamadas y mensajes personales; y cuando intenta comportarse como vigilante, deja pasar a cualquier mujer que le guiñe un ojo o le deje entrever un escote. Si eso es hacer bien su trabajo, entonces usted también está haciendo muy bien el suyo.
La respuesta de Marina asustó a Muñoz, quien guardó el celular desensamblado en el bolsillo de la chaqueta y dio un pasito atrás.
—Grisales, ¡queda suspendida!—. A este punto, Otálvaro ya estaba lívida, sudorosa y le temblaba el labio superior.
Marina subió los ojos en señal de indiferencia y comenzó a empacar. No era la primera vez que algo así sucedía y ya conocía la rutina. A continuación se desarrollaría la escena del perdón. Esta usualmente estaba liderada por Muñoz quien, gracias a su gran corazón y generosidad, lograba calmar a Otálvaro, disminuyendo la pena de Marina y consiguiendo algún beneficio para él.
—Supervisora, no sea tan dura con la compañera Grisales. Ella tiene razón, hoy llegué un poquito tarde y si tuve que hacer varias llamadas personales. Es que mi amá (4) amaneció ‘maluca’ (5) y le estaba tratando de conseguir una cita con la EPS (6). Marina tiene razón al decir que estuve medio distraído en la mañana —respondió Muñoz, al tiempo que le daba unas palmaditas en el hombro a Marina, quien con su mirada intensa logró que guardara ambas manos en los bolsillos.
—Muñoz, entonces ¿me está diciendo que deje esta agresión sin castigo? Grisales casi le disloca el hombro y le dañó su celular. Si no la sanciono, ahí sí dejaría de hacer mi trabajo.
En ese punto, Marina empezó a desempacar sus cosas, se cruzó de brazos y esperó el remate humanitario de Muñoz.
—Señora, Grisales es muy buena, y usted lo sabe. Yo la perdono. La herida de mi hombro me la curo con hielito y el celular no se dañó—.
En ese momento sacó las tres piezas del aparato y se las entregó a Marina, quien lo ensambló en un segundo.
—Hagamos una cosa. ¿Puedo sugerir una sanción que sea justa para todos? Que Marina termine sola el turno de hoy y así yo me puedo ir para la casa a cuidar a mi amá.
Marina abrió los ojos como dos platos y ya iba a hablar, pero Otálvaro la interrumpió nuevamente apuntándole amenazante con el dedo, aunque con un tono de voz más calmado.
—Grisales. Usted es muy afortunada de poder trabajar con un muchacho como Muñoz. Vea. Por hoy esto solo va a quedar como una advertencia, pero la próxima vez que yo me entere que usted ha maltratado de alguna manera a Jason Mauricio, se va de suspendida con anotación a la hoja de vida.
Marina respiró profundo y prefirió callarse. Sabía que hoy no ganaría esta pelea.
Otálvaro se fue y con ella Muñoz, quien Marina estaba segura no iba a cuidar a ninguna anciana enferma, sino a ver el partido de fútbol que venían anunciando en los parlantes de bus y que tenía paralizada a la ciudad esa tarde de viernes.
Marina (voz en off)
Mejor sola que con el pelmazo.
Notas:
(1) | El inserto es un plano que se incluye en la mitad de otros dos para resaltar o describir algún detalle. |
(2) | La cámara lenta se refiere a una velocidad de grabación superior a la tradicional, que agrega dramatismo y detalle a la escena. Se escribe en mayúsculas por ser una explicación orientada a la producción técnica del filme. |
(3) | Teléfono celular de gama baja. |
(4) | Diminutivo de mamá. |
(5) | Indispuesta. |
(6) | Empresa Prestadora de Salud. |
Fuente:
Villa Agudelo, Verónica. Marina y el caso de Plata. Editorial Universidad Pontificia Bolivariana, Colección Policías y Bandidos, Medellín, 2017.