Conversatorio
Caminos, literatura
y sociedad (2)
—Septiembre 30 de 2010—
“Les nouveaux enfants de
Jules Verne” por Nicolás Vial
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Luis Fernando Cuartas Acosta, poeta y ensayista, historiador de la Universidad Nacional Sede Medellín, director de “Taller de Luna”, programa radial de la misma entidad dedicado a la literatura y a la difusión cultural, y coordinador del taller de literatura “De la Tierra a la Luna, paisajes poéticos, geografías imaginadas”.
Julio Hernán Calle Correa, licenciado en Educación Básica con énfasis en Recreación, Educación Física y Deporte. Catedrático en la Universidad de Antioquia del seminario electivo de Desarrollo Sostenible y Educación Física, que trata sobre cómo permear la sensibilidad ambiental y humana desde la caminera interpretativa de los educadores físicos. Cofundador de la propuesta recreativa y comunitaria “Recobrando caminos de herradura”, desarrollada en Coldeportes Antioquia desde 1984 hasta 1995, “un puente entre la ciudad y el campo” que consistió en recorrer a pie los caminos y servidumbres que unen y circundan los territorios rurales del Valle de Aburrá. La misma propuesta fue acogida por el INDER de Medellín en 1996, y hasta la fecha se realiza con el nombre de “Caminada por Medellín rural y limítrofe”.
Presentación a cargo de Jesús Antonio Camacho Pérez, antropólogo, caminante, escritor e investigador sobre el arte de barzonear y hacer trazados sobre las geografías desde lo imaginario a lo tangible, y de José Lubín Torres, profesor de la Universidad Nacional, ingeniero y doctor en Geografía de la Universidad de Dusseldorf (Alemania).
La charla es una aproximación desde la literatura y los caminos a la aventura de recorrer lugares, mirada atenta y percepción lúcida sobre los espacios, las relaciones con las personas y sus componentes creativos.
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Jules Gabriel Verne
(1828 – 1905)
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Caminos, literatura
y sociedad (2)
Por Luis Fernando Cuartas Acosta
Leer es un viaje, pero el mayor viaje posible es el estado onírico. Allí, bajo la corteza del sueño, podemos hacer largos recorridos, dejar que poseamos alas y llegamos a países entre lo maravilloso y lo trágico. La cama, el solo hecho de yacer, es el barco primario, nuestra primera nave posible. También sabemos que el alto riesgo fue dar nuestros primeros pasos, asumir la condición erguida, atrevernos a dejar de gatear y darle jalones al mantel para evitar caernos, toda una Odisea. Ese primer intento de dejarnos llevar por nuestros pasos podría ser el símil de nuestros primeros viajes. Después de eso, los pies andan, han caminado barriales y autopistas, han hecho posible que todo nuestro cuerpo pueda sentir el cambio profundo entre un jardín doméstico y un bosque de encinas y de árboles silvestres.
James Joyce escribió su propio Ulises, la historia de Leopold Bloom, todo un recorrido en un solo día por la ciudad de Dublín, ida y vuelta a su casa, lo que podría ser un verdadero periplo. Un 16 de junio de 1904 quedará grabado en la literatura, una evocación del mítico Ulises de los griegos que sale y vuelve a su fabulosa Ítaca. Julio Verne, más osado, nos deja un Viaje de la Tierra a la Luna (novela que le da el nombre a nuestro taller de literatura), toda una errancia por lugares enigmáticos, la narración de las primeras salidas de la Tierra, en un lenguaje racional y a la vez fantástico, premonición de lo que posteriormente se ha llamado literatura de anticipación. El arte es sólo el inicio de ese primer libro que se abrió en la infancia, el grato recuerdo de nuestros primeros héroes, un Peter Pan y el Capitán Garfio, el Corsario Negro y Sandokán. Textos que han dejado la idea de la compañía para hacernos aventureros tumbando las sillas de la casa para armar barcos y salir en naves espaciales hacia las nubes. La isla del tesoro nos dejará siempre un claro sabor de mar y de aventura. Más cuando encontramos Las aventuras de Gordon Pynn, una aventura entre surrealista y fascinante, pura emoción de fantasmas y desolados mares, tal vez uno de los mejores libros sobre viajes escrito por alguien que pocas veces probó el mar.
Cada letra escrita es un signo que nos habla, mas también las pinturas, los extraños grabados en las cuevas de Altamira, las pictografías de las piedras y las formas caprichosas que toman los cúmulos de ovejas que flotan en la atmósfera. Son muy variadas las posibilidades del viajar en los libros, como los grandes poetas zen, contemplando la Luna, mirando las manchas de humedad en las paredes. Los hay en pequeñas embarcaciones de papel, en pequeños arroyos y en temerarias excursiones con sus propios temores y deseos. Existen en la oquedad de las piedras, iniciación de la experiencia con las cuevas, las grutas y la atracción por los abismos. Viajes en la cuerda floja como lo hacen los funámbulos, donde el cable, la luz y el equilibrio son el viaje por un bello texto de poesía de Genet. Equilibrio, tensión y un deseo enorme de pasar al otro lado donde el circo es sólo convenciones y el trapecista se juega su magia personal delante de su esfera mental.
Los libros nos han llevado por viajes imaginarios, los míticos Nibelungos, los Argonautas, los Atlantes, pasamos por los increíbles viajes de Lemuel Gulliver con sus diversos contrastes entre diversas geografías, como el país de los enanitos Liliput, donde era el hombre más grande creando dificultades para su mantenimiento y hospedaje, después pasa al país de los gigantes donde él es un simple hombrecito de feria, luego pasa por ciudades maravillosas como la Balnibarbi, Glubbdubdrib, Luggnagg, islas flotantes y un país donde los caballos son una verdadera comunidad de la armonía.
Cada lectura nos lleva hasta lo insólito, como las aventuras del Barón de Münchhausen, del que se narran extraordinarias hazañas como cabalgar en la bala de un cañón, viajar a la Luna en un globo, salir de una ciénaga tirando de su propia peluca con coleta, como todo un antihéroe romántico, con gran ironía y radicalmente opuesto al racionalismo tan en boga en su época.
Leer de corrido no es leer en bicicleta. Nada de lectura rápida, como en los viajes de Simbad y los caminos de Marco Polo, que fueron lecturas de caminos y verdaderas zambullidas en el mar de la inventiva. Así, con una lectura atenta podemos pasar de la fantasía a la realidad. Cristóbal Colón leía el lenguaje de las olas y conocía el ritmo musical del viento. Este gran lector de mapas pretendía llegar a la tierra del emperador de Katay y terminó descubriendo un continente; buscando la ruta de las especias, la seda y las alfombras encontró el camino para que otros poblaran, supieran y domesticaran a punto de rezos y de espadas los reinos de los Mayas, los Aztecas, los Incas y muchos otros pueblos con sus enigmas e historias.
Las múltiples lecturas del libro no nos pueden alejar de nuestra dura realidad que también tiene sus lecturas. Conocer más sobre los trotamundos del exilio, los desplazados por infames violencias, los que van de tumbo en tumbo, buscando tumbas y cenizas de los ausentes. Leer en la memoria, hacer esos periplos inmensos para reconstruir los hechos de vida y devolver las presencias al territorio de sus ancestros, una vocación de reencuentro con esos primeros signos que son las grafías en que nuestros antepasados leían los cambios en el universo.
Esto es una invitación a la lectura y a hacer de cada página leída los viajes que nos regalan los libros cuando los abrimos. Todo texto es un barco o un cohete, los libros siempre nos llevarán para algún lado, bienvenidos… Abramos la página, entremos en ese mundo imantado y dejémonos llevar al país de Petera, al mundo de la gris ciudad de Perla, a las cavernas de Parsifal o al monasterio oculto de Merlín.
Fuente:
Comunicación personal.