Conversación
Literatura y pandemia
Invitada: Citlali Ferrer
—3 de diciembre de 2021—
Citlali Ferrer
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Citlali Ferrer (Ciudad de México, 1963) es narradora y licenciada en Danza y Teatro (Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura) y Artes Visuales (Centro Morelense de las Artes). Ha publicado, entre otros libros, «El enigma de una jornada» (1996), «Salmo 23» (1996), «Corazón roto» (1998), «11:00 a.m. – Mujer al sol» (2000, 2006), «Políptico» (2006), «Cazadoras de Mariposas» (2009), «Ocho para escoger» (2011) y «Besolario» (2015). Así mismo, ha editado o ha sido incluida en diversas antologías de cuento y poesía. Obtuvo un premio en el Festival de Teatro Internacional en el Westchester Community College de Nueva York (1980) y menciones honoríficas en el Concurso de Cuento de la Casa Universitaria del Libro (1990) y en el Concurso de Cuento Edmundo Valadés (Iztacalco, 1996). La Academia Nacional de Poesía de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística y la editorial Casa del Poeta A. C. le otorgaron un reconocimiento a su obra en 2019. Desde hace veinte años ha formado artistas en Cuernavaca (Morelos, México), ha sido becaria en México y en Colombia y fue directora de la Escuela de Escritores Ricardo Garibay.
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Se va la vida
Por Citlali Ferrer
Llevo varios días pensando en la leyenda de La Llorona y de cómo corrió de Canadá hasta la Patagonia y fue utilizada para las rutas de escape de los esclavos negros. En las colchas de patchwork, colgadas afuera de las chozas, había mensajes ocultos que señalaban la dirección que había que tomar en la huida. El miedo a que se apareciera La Llorona hacía que nadie caminara por esa vereda y, así, quedaba libre para los subyugados. Si a la masa frente al coronavirus se le ha manejado a través del miedo, ¿será que quieren que no obstruyamos su camino? ¿Y para qué? ¿Quiénes están huyendo? y ¿adónde van? Michael Foucault, en su libro Vigilar y castigar, aborda el tema del control a partir del miedo. Cito: «La peste ha suscitado esquemas disciplinarios. Más que la división masiva y binaria entre los unos y los otros, apela a separaciones múltiples, a distribuciones individualizantes, a una organización en profundidad de las vigilancias y de los controles, a una intensificación y a una ramificación del poder». Hoy casi todos estamos en nuestras jaulas y seguimos al pie de la letra lo que nos indica el gobierno. Hay que creerles o simplemente ni nos lo cuestionamos. En Vigilar y castigar, Foucault enfatiza: «La ciudad apestada, toda ella atravesada de jerarquía, de vigilancia, de inspección, de escritura, la ciudad inmovilizada en el funcionamiento de un poder extensivo que se ejerce de manera distinta sobre todos los cuerpos individuales, es la utopía de la ciudad perfectamente gobernada». Pienso en el imaginario de mi generación y a qué le hemos temido. Al roba chicos, al hombre de la gabardina, al Candingas, a la policía, a los militares, esto por lo que nuestros padres vivieron en el 68. Al VIH, que cambió nuestra conducta sexual. Al Chupacabras, a los feminicidios y a los narcos. Hace unos años, cuando también casi toda la población se puso cubre bocas para evitar el contagio de influenza, tuvimos miedo.
Antes de las elecciones de 2018, los detractores más radicales del sistema ya hablaban de desestabilizarlo, dejando de consumir. En una sociedad capitalista se trabaja para ganar y, con esto, poder consumir y así mantener en jauja a los más ricos. Con la pandemia de coronavirus hemos dejado de ganar, pero tenemos que consumir, entonces ellos no pierden y ¿qué va a ser de los que no tenemos solvencia económica? Mientras escribo esto de pronto vienen a mi mente las manifestaciones de mujeres en todo el mundo, las revueltas en París, en España, en América Latina, la inminente tercera guerra mundial. Y volviendo a mi generación, quienes en la juventud fuimos anestesiados con el rock y las drogas, en la actualidad se nos ha domado con el uso del internet, y de cómo las iglesias poco a poco se fueron vaciando para que los individuos encontraran a Dios en la virtualidad. Si antes dijimos me lo dijo la tele, ahora decimos me lo dijo internet. Byung-Chul Han, a quien le debemos algunos conceptos que nos ayudan a entender nuestra época, entre otros los de la «sociedad del cansancio», el «sujeto del rendimiento» y la idea de «positividad» como una característica fundamental de nuestras sociedades, dice que vivimos en un «infierno de lo igual», en donde el afán de efectividad y optimización hace que todo se parezca. «Hemos estado viviendo durante mucho tiempo sin enemigos», dice Han, y quizá el virus puede ser ese enemigo que nos hacía falta. El bombardeo de información ha sido imparable, comunicados oficiales que nos indican que hay que permanecer en casa. Tuvimos muchos enemigos recreados por el poder, los rusos, los chinos, los judíos, los talibanes, los pobres, los comunistas y hasta los zombis. Pero ahora el enemigo puede que ya esté dentro de nosotros, es invisible y a veces asintomático. Pero obedientes y sumisos seguiremos encerrados, hasta que nos lo indiquen. Y tenemos que creer en algo, porque a la humanidad lo que más le ha pesado siempre es no tener certezas. Amigos: hemos llegado al encierro, y me temo que los únicos que habrán de sobrevivir a esta guerra de pánico son los más fuertes. Y cuando digo fuertes, no me refiero a los hedonistas transmodernos, sino a aquellos que puedan sobreponerse a la circunstancia y sean capaces de reinventarse.
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