Literatura a manteles
Lecturas secretas
En El Café de Otraparte
—Febrero 23 de 2019—
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Volver a algunos autores, así como se vuelve a casa después de un largo día de trabajo. Sentarse a la luz de sus palabras, permanecer bajo ellas un momento, y saber que se corresponden secretamente con nuestras propias palabras, aquellas que decimos, escribimos o callamos. Encuentro único, inaplazable. Instante que nos acompañará, probablemente, toda la vida. Esta es una invitación silenciosa a reconocer en la literatura y en la poesía una experiencia para compartir con alguien más o para regalarnos, en voz baja, a nosotros mismos…
Les invitamos esta noche a disfrutar de algunos textos de autores que conmemoramos en febrero y formar parte de una discreta atmósfera de celebración. Dieciséis mesas de El Café de Otraparte participarán en este juego de voces e imágenes, mesas que al final de la velada podrán llevarse un obsequio especial. Los autores que recordaremos son Antonio Machado, Boris Pasternak, Charles Dickens, Fernando González, Fiódor Dostoievski, Guillermo Cabrera Infante, James Joyce, Julio Cortázar, Julio Verne, María Zambrano, Mary Shelley, Michel de Montaigne, Paul Auster, Rubén Darío, Sylvia Plath y Víctor Hugo.
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Boris Pasternak
NocheSin descanso la noche (Traducción de Pablo Anadón) |
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María Zambrano
El agua ensimismadaPara Edison Simons El agua ensimismada |
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Geografía de la aurora
Y las piedras preciosas, esas grutas de esmeraldas que nacen en sueños y al soñante acogen tan de verdad que éste conserva en la vigilia las huellas del tacto, a veces hecho memoria tanto o más que un lugar simplemente natural; y el color que sin nombre sostiene la retina por años, por duraciones sin fin, ese color visto tan sólo en sueños y ese felicísimo estar en la gruta, y aun el poder volver a ella encontrándola en tierras lejanas bañadas por otra luz. ¿Cómo suceden, cómo están ahí asequibles aunque no enteramente, y sin sombra alguna de terror, cosa tan extraña a toda gruta desconocida, por insignificante que sea? Este no tener, y no esperar, este estar sin esfuerzo alguno, esta patria perdida o esperada, donde se ha entrado sin saber cómo ni por qué, sin esperanza ni temor. Y ese vivir sin anhelar, ni apetecer, sin añorar sin soñar, duerme al fin en su gruta sin soñar señor alguno, que le haya herido y sin soñarse él a sí mismo, olvidado de toda herida. El ciervo reposa sin herida, apoyada su cabeza sobre una piedra, flor azul.
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Antes de la ocultación
Comencé a cantar entre dientes por obedecer en la oscuridad absoluta que no había hasta entonces conocido, la vieja canción del agua todavía no nacida, confundida con el gemido de la que nace; el gemido de la madre que da a luz una y otra vez para acabar de nacer ella misma, entremezclado con el vagido de lo que nace, la vida parturiente. Me sentí acunada por este lloro que era también canto tan de lejos y en mí, porque nunca nada era mío del todo. ¿No tendría yo dueño tampoco? La música no tiene dueño, pues los que van a ella no la poseen nunca. Han sido por ella primero poseídos, después iniciados. Yo no sabía que una persona pudiera ser así, al modo de la música, que posee porque penetra mientras se desprende de su fuente, también en una herida. Se abre la música sólo en algunos lugares inesperadamente, cuando errante el alma sola, se siente desfallecer sin dueño. En esta soledad nadie aparece, nadie aparecía cuando me asenté en mi soledad última; el amado sin nombre siquiera. Alguien me había enamorado allá en la noche, en una noche sola, en una única noche hasta el alba. Nunca más apareció. Ya nadie más pudo encontrarme.
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