Presentación
Las Travesías
—14 de septiembre de 2021—
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Ver grabación del evento:
YouTube.com/CasaMuseoOtraparte
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Gilmer Mesa Sepúlveda (Medellín, 1978) es licenciado en Filosofía y Letras y magíster en Literatura de la Universidad Pontificia Bolivariana. En 2015 ganó el premio Cámara de Comercio de Medellín en la categoría de novela inédita con «La cuadra», su primera obra, finalista además en el Premio Nacional de Novela en 2018. Ha colaborado en diversas publicaciones y revistas como «Puñalada Trapera», «Universo Centro», «Arcadia» y «Resiliencia» (Comisión de la Verdad), entre otras. Actualmente es docente de Política en la Universidad Pontificia Bolivariana y de Escritura Creativa en la Universidad Eafit. «Las Travesías», el mismo nombre de la finca que tenía la familia de su madre en el corregimiento La Granja del municipio de Ituango, Antioquia, es su segunda novela.
Presentación del autor y su obra
por Pablo Montoya Campuzano.
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Esta novela es una ráfaga que arrastra y envuelve en su prosa frenética como la respiración agitada de un perseguido. Un viaje apasionante y cruento que sin ser esperanzador nos deja el atisbo de una esperanza: la intuición de que todo ser vivo, incluso el más violento, busca con sus actos, en esencia, la felicidad, y que gran parte de la maldad humana se debe a la torpeza en esa búsqueda.
Luis Miguel Rivas
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En su segunda novela, Gilmer Mesa recrea la historia de su familia materna ocurrida en Las Travesías, una finca fundada por los bisabuelos del narrador en la región antioqueña. Esta saga familiar es un relato sobre la violencia del siglo xx en Colombia, y en ella aparecen también las violencias que ocurren en la intimidad, las cuales contribuyen a alimentar una espiral de envidias y venganzas cotidianas. Con la escritura fluida y desgarradora que lo caracteriza, Mesa hace una reflexión sobre la degradación que trae consigo la guerra. Tras la crudeza de la violencia aparece una pulsión de odios heredados que determina el destino de los personajes, quienes se ven obligados a sobrevivir en medio del dolor y la pérdida, con el amor y la lealtad como únicos asideros posibles.
Los Editores
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Gilmer Mesa
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Las Travesías
~ Fragmento ~
Esa tierra no era más que selva ruda que se regeneraba más rápido de lo que se tumbaba en la época en que mi bisabuelo Cruz María García, cansado de los combates, aprovechó un breve receso de tensa calma en la guerra y se fue con su mujer, su cuñada y algunos compañeros hastiados como él a hacer fundos, para tener algo propio, un cacho de tierra en donde pasar el resto de su vida y tener propiedad con que tapar sus huesos cuando muriera. Pese a su nombre femenino y piadoso, era un tipo recio, musculoso y de trato cortante y templado. Nadie supo de dónde era, ni siquiera mi bisabuela, porque nunca quiso hablar de su familia ni de su pasado, como si para él la guerra hubiera sido el segundo y definitivo nacimiento, y las pocas veces que tuvo alguna reminiscencia fue de su llegada al ejército liberal o de los combates en que participó, ese fue su origen o al menos lo único que permitió conocer de él, decía que uno es de donde deja la sangre y es por lo que se lucha, pero como luchó en tantas partes y nunca supo bien por qué se peleó, no fue de ninguna parte y fue nadie, así que terminó siendo don Cruz María dueño de la finca Las Travesías, en un territorio sin nombre cercano al pueblo de La Granja. Fueron a templar a esa tierra porque un comandante liberal apellidado Ciro había pasado por allí camino a Peque para enfrentar a los conservadores que dominaban ese pueblo, y recordó que era una maleza sin provecho, pero sobre todo, lo más importante, sin dueño, y les comentó a sus hombres cuando regresó al cuartel de su hallazgo, diciéndoles que cuando se acabara la guerra se iría a fundar por allá, que la tierra era dura pero estaba cerca de una quebrada grande que la atravesaba y no demasiado lejos de Ituango, aunque lo suficiente para que nadie se interesara por ella. Al general Ciro lo mataron a los pocos meses. No obstante, Cruz guardó en su memoria la ubicación y el destino trazado. Apenas tuvo la oportunidad convidó a los suyos para que fueran todos a instalarse en ese lugar; arribaron de noche a Ituango y no quisieron detenerse, agarraron camino entrada la madrugada y llegaron a la vera de la selva en la mañanitica, sin dormir y apenas almorzados el día anterior, se sonrieron y con la fe de los hombres que solo vislumbran mañanas porque están llenos de ayeres, cogieron las rulas y los azadones y se guindaron a tumbar monte.
Para la tarde de ese primer día, su mujer, su cuñada y las esposas de otros dos compañeros, que eran el total de mujeres de la excursión, habían hecho comida con lo poco que tenían y los hombres abrieron la entrada a la cañada, durmieron el sueño de los soñadores y al despertar, renovadas las fuerzas, volvieron al tajo, a la semana habían aplanado la orilla de la quebrada y emplazado los ranchos en donde dormían, pasado un mes tenían cada uno su buen pedazo de tierra cultivable, se lo repartieron guardando distancia de diez hectáreas para cada uno, con la promesa de que al principio las trabajarían juntos hasta que cada quien tuviera con qué alimentarse y construir. Lo primero que hicieron mi bisabuelo y su esposa fue la vivienda, como querían tener una familia numerosa se cuidaron de construir una casa grande con habitaciones amplias y de sobra, una cocina con un vasto fogón donde se pudiera cocinar el alimento de una legión de trabajadores y depósito para la leña, un chiquero para veinte marranos que fue lo único en lo que invirtieron material, como les decían a los adobes y el cemento, que eran además de costosos muy difíciles de conseguir y casi nadie sabía trabajar con ellos. El resto de la construcción fue de bahareque, un sistema de cañas de guadua entrecruzadas que son rellenadas con barro y cagajón o boñiga de diversos animales que al compactarse dan consistencia a las paredes y solidez a la estructura, recubiertas por un tendal de madera sobre el que imbricaban tejas de barro, además contaba con bodegas para las herramientas y una pieza amplia para los trabajadores, que, sin tenerlos aún mi bisabuelo, los había proyectado como numerosos, al igual que sus dominios y animales. Dejaron un espacio de más o menos cien metros en derredor de la casa que con el tiempo llenaron con jardines varios, y pusieron un vallado de piedra amontonada al que le hicieron dos entradas, una al frente de la casa y otra detrás. Cuando la terminaron, al cabo de un año de arduo trabajo, pensaron en un nombre, pues su mundo estaba nuevo y todo lo que hacían lo debían bautizar, desde los hijos hasta las casas, y mi bisabuela decidió que se llamara Las Travesías porque alguna vez había escuchado esa palabra como sinónimo de atajo que favorecía al caminante para conquistar su destino y le pareció que su hogar era eso, el favor para acceder a una vida mejor al lado de su esposo, sus hijos y su hermana, y lo puso en plural porque siempre pensó que la felicidad debía ser en plural, el singular lo mantuvo solo para sus tristezas.
Fuente:
Mesa, Gilmer. Las Travesías. Literatura Random House, Bogotá, 2021.