Homenaje

Las contadas palabras

A la memoria de
Óscar Hernández

—Febrero 22 de 2018—

Óscar Hernández Monsalve (1925-2017) / Foto © Jairo Ruiz Sanabria

Óscar Hernández Monsalve
(1925-2017)
Foto © Jairo Ruiz Sanabria

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Óscar Hernández Monsalve (Medellín, 1925-2017) fue poeta, narrador y periodista. Estudió en las Universidades de Antioquia y Pontificia Bolivariana. Durante su vida desempeñó numerosos oficios: autor de libretos para radio y de canciones populares, actor de cine (“Rodrigo D. – No futuro”), boxeador y futbolista en su juventud. Fue cofundador del diario El Sol, donde escribían Manuel Mejía Vallejo, Fernando González y otros escritores de la época. Durante más de 50 años llegó a los lectores de El Colombiano con su columna “Papel sobrante”. Algunos de sus libros son “Poemas del hombre” (1950), “El día domingo” (1962), “Al final de la calle” (segundo lugar Premio Esso 1965; 1966, 1975), “Las contadas palabras” (1958, 1986, 2007, 2010), “Poemas de la casa” (1966), “Cristina se baja del columpio” (2009), “Dos poetas colombianos” (en compañía de Luis Arturo Restrepo, Sílaba, 2010), “Casa sin puertas” (2016) y “Papel sobrante y poemas del siglo XXI”. Sílaba Editores incluyó en 2011 en la colección “Letras Vivas de Medellín” la obra “Óscar Hernández M. – Un hombre entre dos siglos”, y en noviembre de 2015 entregó el libro “De vida, ángeles y ozono”, que contiene 89 poemas bajo el apartado “El otro paraíso”, además de la novela “Fondo de hormigas”, varios cuentos y un puñado de crónicas publicadas entre 1959 y 1962 en el diario El Correo de Medellín.

En el homenaje participarán Inés Posada Arango, Lucía Estrada, Mauricio Quintero, familiares y amigos.

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Sus palabras, discretas como el musgo, fuertes como la piedra, jóvenes como el mar de las orillas, antiguas como el mar a medianoche, son el anuncio de la plenitud y la fortaleza de su espíritu. Nada tan difícil como abrir el mundo y mirarlo de frente, saber descubrir su belleza y su carencia, su enigma. Esto sólo pueden hacerlo quienes han comprendido, antes que cualquier otra cosa, la importancia de ser un Hombre, ese milagro en manos de la muerte. Cuando leí a Óscar Hernández por primera vez, supe que estaba frente a uno de los más vigorosos poetas de Colombia, y me regocijé por ello, y me propuse hacer en mi corazón y en mi oído una bóveda donde resonara mejor esa herencia. Hay que aprenderlo todo, olvidarlo todo, decir las palabras con amor, con espanto, ir en la dirección que nos señalen, porque las palabras saben mucho más de nuestra verdad que nosotros mismos.

Lucía Estrada

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Carta de Fernando González a Óscar Hernández

Carta de Fernando González a Óscar Hernández Monsalve. Clic en la imagen para ampliar.

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La vida

Así llegó a este mundo
la inaugural sorpresa de la vida
con el beso secreto de la amiba
con el cortejo de los protozoos
presentes en la boda
y que un lejano después fueron palomas
luego del desposorio con las uvas
uvas de mar hermanas de otras uvas
y alguna vez la presencia escondida del ratón
unida a la inocencia de la araña y el topo
establecieron para siempre su unión
con la asistencia de la comadreja
y otros testigos del tiempo que pasaba
al lado de los frutos cuando los monos
sellaron con sus dientes la suerte de la almendra
y de este modo elemental sagrado inquieto
aparecimos sonrientes una tarde los últimos testigos
llevando entre los labios y las manos
la inagotable muerte amor y desamor
la esperanza el hastío la promesa
el amigo la madre
y estos ojos abiertos a la espera.

Óscar Hernández M.

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“Nunca quise posar de escritor”:
Óscar Hernández Monsalve

El poeta, periodista y narrador celebra sus noventa años con la edición del volumen “De vida, ángeles y ozono”.

Por Ángel Castaño Guzmán

Autor de un lirismo directo y sencillo —calificativos que usó Fernando Charry Lara para referirse a sus versos—, Óscar Hernández Monsalve celebra sus noventa años de vida con la edición del volumen De vida, ángeles y ozono (Sílaba Editores, 2015), que reúne poemas, cuentos, crónicas y una novela.

Varias personas que lo han conocido resaltan en usted la capacidad de ejercer muchos oficios: actor, poeta, periodista, cantante de iglesia, boxeador… Vistas esas actividades con la perspectiva de los años, ¿cómo le sirvieron para construir su obra literaria?

Todos los conocimientos que uno pueda tener en la vida, por humildes o extraños que sean, sirven para completar la vida, que nunca estará completa. Todos los oficios que he tenido han alimentado mi obra literaria. La poesía mía ha sido una batalla para conquistar la posición del hombre cotidiano, de los más humildes y olvidados. Para que fueran recordados a través de mis poemas. Nunca he considerado la poesía como solamente literatura, creo que la poesía es “la otra cosa”.

Uno de los elementos que llaman la atención de sus crónicas es la creatividad prosística. Usted ha hablado en contra de la escritura notarial. ¿Cómo hizo para huir de ella y conseguir un ritmo ameno?

Escribía mis crónicas respondiendo a una sensación muy personal. El estilo se fue construyendo con unos materiales muy conocidos, pero poco usados: una dosis de humor bien calculada, otra de observación en lo íntimo del ser humano, un rescate de muchas palabras náufragas que no eran bienvenidas en la sociedad de los notarios escritores y una actitud de perder el miedo a los comentarios de las sectas literarias. Muchas de mis crónicas fueron escritas a partir de personajes de la calle que encontraba en mi diario transcurrir. Nunca quise posar de “escritor” sino de un “decidor” de situaciones y personajes. Las canciones, especialmente el tango, han sido inspiración para encontrarme con personajes. El tango fue la internet de los siglos XIX y XX. A través de los tangos nos entendíamos y nos seguimos entendiendo muchos de los que seguimos creyendo en su mensaje. La canción Cambalache es una inspiración para entender en pocas palabras lo que ha sido nuestro pasado y nuestro presente: “El mundo fue y será uno porquería, ya lo sé”.

Luego de sesenta años de actividad periodística, ¿qué opinión tiene de los reporteros de hoy?

Hoy, como en todas las épocas, hay buenos, malos y peores periodistas. Aunque la mayoría no tiene la condición que teníamos los de antes, que éramos lectores y escritores al mismo tiempo; muchos de los de hoy son sólo escribidores. El periodismo necesita muchos conocimientos sobre el mundo: para poder hablarle a todo el mundo hay que saber más que él. Hay una fórmula vieja muy inteligente, aunque casi utópica, y es la siguiente: se necesita saber algo de todo y todo de algo. Hay que leer, hay que conocer el mundo, ser sensible frente a la realidad, ser honesto y tener ética.

Cuando piensa en la experiencia de Papel Sobrante, ¿cuáles son los recuerdos que más lo satisfacen, qué más lo marcaron?

Hay dos Papel Sobrante. Una es la editorial para autores de pocos recursos y poco conocidos que nació de ver a jóvenes autores que no tenían posibilidad de ver su obra publicada. Usábamos los restos de los periódicos y fue una inmensa alegría hacer esos pocos libros que publicamos. También llamé así mi columna, que fue un respiradero que tuve en los periódicos de Medellín con el fin de entretener y poner a pensar a las personas, aunque fuera por diez minutos. Mi escritura era un olvido de la realidad que estaba en el resto del periódico para mirar el mundo con otros ojos.

Con ocasión de la crónica del extenso verano que vivió Medellín en 1960, ¿qué añora de la ciudad de esa época? ¿Qué resalta de la de hoy?

A mí no me gustan las ciudades, ni me interesan mucho: son cánceres inmensos que devoran la gente. Los calores y los fríos y las sequías son siempre horribles. Mientras más grande sea la ciudad es más terrible. La Medellín de los años 1960 era más pueblo grande que ciudad pequeña. No había asesinatos. La muerte de una persona era una verdadera noticia pues había inmenso respeto por la vida, no había ni peleas ni puñaladas, aunque Guayaquil tenía mala fama como barrio. Allá lo único que se hacía era oír música y tomar aguardiente y mirar a dos o tres mujeres paradas en la entrada del hotel; esa era toda la perdición que había. No había desempleo, había muchos oficios: sastres, costureras, cocineros, no se veían casi limosneros ni ladrones. Y cuando yo era más joven y estudiaba en el Ateneo Antioqueño, mi casa quedaba a siete cuadras y a las tres de la tarde llegaba la empleada para llevarme un pan de queso con chocolate, que era el “algo”. No había fiambreras, ni afanes, ni carreras. Ella caminaba catorce cuadras para llevarme un pan de queso. La vida se vivía, no como ahora, que se corre demasiado.

Fuente:

El Espectador, viernes 20 de noviembre de 2015.