Presentación
La vida en un soplo
(o la Muerte enquistada en el pecho)
—7 de abril de 2022—
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YouTube.com/CasaMuseoOtraparte
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Eddie Vélez Benjumea (Itagüí, 1993) es escritor, editor, poeta y periodista. Ha publicado los libros «Diccionario Mutante n.º 3 – “Se dice de mí”» (Secretaría de la Juventud de Medellín, 2019), «Inmarcesible» (ITA Editorial, 2021) y «La vida en un soplo (o la Muerte enquistada en el pecho)» (Incógnito Editores, 2022). Así mismo, escritos suyos han aparecido en las antologías «Letras y versos» (Colombia, 2020), «Estancia vieja, vínculos y encuentros» (Argentina, 2021) y «Mixtu’ y Feles» (México, 2021). Ha colaborado en medios informativos y culturales del país como El Espectador, La Cola de Rata, El Colombiano, La Oreja Roja y Las 2 Orillas. En 2017, su artículo «Los memes como género periodístico: una mirada crítica para debatir» suscitó el tuitdebate «¿Son los memes un nuevo género periodístico?» en la Red Ética Periodística de la Fundación Gabo.
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La vida en un soplo es un libro de creación mixta, escrito como homenaje al profeta Gonzalo Arango —profunda admiración del autor—. Está caracterizado por la mezcla de tipologías textuales como poesía, correspondencia, epitafios, prosa y relato corto. Es, en sí, y como lo define el autor, «un sancocho literario», pues recopila estas narrativas para contar la historia de Francisco, el poeta moribundo, que es visitado por La Muerte para convocarlo a su cita final con la vida. Así pues, Francisco le propondrá un trato a la Muerte, bajo la condición de que lo deje vivir un poco más. La Muerte acepta el pacto y sus condiciones; sin embargo, también contrapone las suyas. De esta manera comienza un viaje a través de tres pasajes: La vida, El dolor y La muerte, mientras Francisco y su antagonista los recorren y luchan por su apuesta. El autor propone dos caminos para leer el libro: el primero, leerlo de atrás hacia adelante; el segundo, de manera común. No obstante, quien cumple su función de lectura encontrará que no solo existen dos maneras para leerlos, y que cada una de las historias son, en sí mismas, un solo cuento.
Los Editores
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Eddie Vélez Benjumea
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Dos fragmentos
La Muerte enquistada en el pecho
El ego desenfrenado y moribundo de Francisco, por decisión unánime del universo —que son uno y a su vez muchos entes—, se topa de cara y sueño con la Muerte infame. Conoce ciertamente el tiempo esperado de su partida: cálido y seco; perdido y antagónico; robusto pero tan ávido de deceso y con unas ganas excesivas por desdeñar sus días hasta expirar su aliento final. Se sabe de memoria los pasajes de su despido final, pero se presume de cuánta sorpresa le espera a la vuelta de su esquina mortal.
Se posa, por supuesto, la Muerte señorial en su lecho de sueño; se le sienta encima al pecho desnudo y se acomoda afín para prestar su abrazo letal y concluso con lanza en ristre al olvido. Pero el poeta cansado de tanto suplicio, de cuánta angustia y dolor enquistado entre las costillas le propone un trato, por demás irrechazable, a la Muerte paciente.
Le ofrece escuchar su relato. Convencido de que, durante ese viaje hasta el otro lado del Silencio, la va a persuadir de desistir su objetivo de viaje, y haciéndola entender que su desprendimiento hacia la vida y su desidia son mayores que su apego por vivir. ¡Claro! Si logra hacerla derramar en llanto, por siquiera tenue; si la Muerte entra en eterna cólera, no se lo podrá llevar.
La Muerte, que tuvo pies y cabeza mortales; que ahora viste de seda pura y que carga con el maltrato de los años en la cara, aceptará su trato. Siente que va arropada por los vestigios de tantas vidas como para no regalarse un, aunque corto, merecido descanso.
—Está bien, mi colérico amigo. Acepto tu trato consciente. Creo poderme dar un respiro y escuchar aquello que tienes por decirme; sin embargo, y atendiendo a tus condiciones, tengo una contraoferta que debes aceptar: de tal modo que el llanto no se derrame por mis pómulos, si acaso la lloradera no me gobierna febrilmente tendrás que ocupar mi lugar. Deberás andar el mundo y las horas y los días y las noches buscando almas para alimentar a mi Cerbero. Y yo, gustosa, podré por fin morir en lo que basta esta eternidad…
—Listo. Si las condiciones han quedado claras, y estando lúcidos de tanta vida y de tanto dolor, no apresemos más el tiempo y permitamos en las palabras una la luz deseada a tanta oscuridad perpetua; pero déjame hacer una cosa antes de colgarme en tu regazo y comenzar este viaje: quiero escribirle una última correspondencia al amor de mi vida. Por eso de que si, por alguna razón que no creo, yo no vuelva hasta mi cama y no pueda volverla a amar. Solo eso te pido.
La Muerte, sosteniendo su hoz de oro entre los falanges y el metacarpiano le acercó papel y pluma, y el poeta ensimismado en su extrañeza se entregó en emoción presta a su amada Dolores.
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Medellín, Antioquia,
25 de septiembre de 1976
Mi amada, Dolores:
Tengo el peso de la Muerte encima. Me está juzgando ahora. Siento cómo me consume desde las vísceras hasta mi piel, como de adentro hacia afuera. Llevo la Muerte enquistada en el pecho desde que adquirí consciencia y los días me pesan inusualmente, por lo que no debo evadir lo evidente, menos dejar que me agarre con los pantalones abajo. Me apretaré el cinturón, agarraré mi mochila y me someteré a un examen en el que solo puedo salir ileso yo.
Por supuesto, mi amor, debes tener muy en la cuenta que, si por alguna razón de la Vida, el Tiempo o la Muerte no regreso a mi cama en la mañana no me debes llorar; estaré en un sitio donde mi cuerpo sobra, mi pasado rehúye y el futuro será innecesario. Dolores, si no despierto de nuevo canta todas mis cartas, reescribe mis mejores poemas y vende mis obras que, aunque no son muchas, sé que son suficientes para que tú y Sarita puedan migrar. Huyan de esta casa y no vuelvan la mirada, porque sé indudablemente que la Muerte vieja se esconde tras el pasado y hala terriblemente fuerte. ¡Desde luego! Me verías a mí, pero ese no seré yo.
Por mi cuerpo frágil no te preocupes, ciertamente los gusanos harán festín. Cúbreme con el manto de la mesa y salgan con sigilo por la ventana de la cocina.
Justo quien te escribe ahora no soy yo, pues mi yo antes de la noche no es ni la crisálida de mi yo mañana; pero no te preocupes, mi amor, estoy seguro de que cuando despertemos y le haya ganado este juego a la Muerte, comeremos los panes que te he robado del armatoste de la cocina y celebraremos con el vino tinto que compré antier.
Tu negro, Francisco.
Fuente:
Vélez Benjumea, Eddie. La vida en un soplo (o la Muerte enquistada en el pecho). Incógnito Editores, Caldas, Antioquia, marzo de 2022, pp. 16-19.