Presentación

La revolución
de las orugas

—26 de mayo de 2022—

Portada del libro «La revolución de las orugas» de Ricardo Sanín Restrepo

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Ver grabación del evento:

YouTube.com/CasaMuseoOtraparte

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Ricardo Sanín Restrepo (Medellín, 1968) es abogado y escritor, profesor en la Universidad Pontifica Javeriana y en universidades mexicanas como ITAM y UNAM, así como en otras universidades de Latinoamérica. Es un referente del pensamiento jurídico crítico en Colombia, colaborador habitual del portal Critical Legal Thinking y autor de múltiples artículos y libros sobre Constitucionalismo, Justicia Constitucional e Ideas Políticas. Desde 2016 publica su obra de filosofía política con Rowman & Littlefield International, editorial con sede en Londres desde donde expone los pilares de la «teoría de la encriptación del poder». Entre otros libros, ha publicado «Historia de la Teoría Política Moderna» (2002), «Libertad y Justicia Constitucional» (2004), «Teoría Crítica Constitucional: rescatando la democracia del liberalismo» (2009), «Teoría Crítica Constitucional: del existencialismo popular a la verdad de la democracia» (2012), «Teoría Crítica Constitucional (2013), «Teoría Crítica Constitucional: la democracia a la Enésima Potencia» (2014), «Decolonizing Democracy: Power in a Solid State» (2016), «Being and Contingency: Decrypting Heidegger’s Terminology» (2021), «El cuerno de Gabriel» (2020) y «La revolución de las orugas» (2022).

Presentación del autor y su obra por
Antonio de Cabo de la Vega (España).

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La casa estaba llena de vida, que no es lo mismo que decir que estaba llena de vigor, no. Estaba llena de historias, de trances y pasadizos permanentes entre la vida y la muerte. Como Roma, estaba hecha de capas superpuestas en una eterna lucha oscilante de una contra la otra, de todas contra todas. Capas forjadas por los intentos conscientemente dirigidos a darle nuevos bríos a la casa que siempre están acompañados con la intención de expurgar el pasado, de enterrarlo y el impulso contrario de preservarlo intacto, en toda su quietud ante el espanto de lo que pueda traer lo nuevo con la apertura de una puerta.

El Autor

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Ricardo Sanín Restrepo

Ricardo Sanín Restrepo

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La revolución de las orugas

~ 1966 ~

Un día común. Un día como todos los demás. Un eslabón insignificante ensartado a la infinitud de la hebra de días comunes donde no sucede nada fuera de lo ordinario, pero sin cuya ocurrencia lo extraordinario no sería posible. El tiempo se acumula perezosamente, sin rumbo definido, con un orden cualquiera, decididamente inocuo, confesamente inútil. Los ciclos físicos, con sus aguas y sus aires y sus átomos y cadenas químicas y sus reacciones eléctricas incesantes sobre la vida se repiten con perfecta monotonía y en perfecta frecuencia de vivificación que es la perfecta condena para extinguirse; no es otra cosa que el tiempo rozando con su ala de muerte todo lo que perece, y todo perece, excepto el tiempo.

Esa tarde de ese día, durante una siesta, de esas que hacen del alma un engrudo, una oleada de pesadillas vibrando en la fina tela de los mundos de lo real y lo inaudito, seguía atormentando a Daniel Alfonso Pardo y lo convocaba a la misma fecha, el 23 de septiembre de 1939, el día de nacimiento de su primer hijo, Antonio Noé.

Esa tarde, de ese día común, después de recordar someramente, casi sin detener su mente en el hecho, que era el cumpleaños 27 de su hijo ausente y distante, dos de ellas lo sumían en una brea paralizante de dolor y terror. En la primera, estaba parado elegantemente vestido en el corredor del piso de maternidad y esperaba feliz que le llevasen a su hijo recién nacido. La enfermera aparecía al otro lado del corredor, pero inmediatamente se apagaban las luces blancas y eran reemplazadas por un barniz intenso de neblina gris y viscosa. La enfermera comenzaba a caminar en su dirección solo para percibir que su presencia se alejaba cada vez más de él. La figura blanca con un bebé en sus brazos lentamente se transformaba en un enorme pájaro oscuro, manchado de muerte, que abría unas alas espinosas mientras dejaba caer el bulto inmaculadamente blanco que sostenía. Daniel corría desesperado con un grito congelado en su garganta, pero como bien sabía de la experiencia de todos los sueños acumulados en el universo que han soñado todos los seres humanos, no podía mover un solo músculo. El bulto se precipitaba al piso en latigazos diferenciados, causaba un estruendo líquido y se convertía inmediatamente en una pila de huesos triturados, en un simple montículo de polvo gris.

Su mecanismo onírico lidiaba con el terror instalando otro carrete de película en su mente, uno peor que la anterior. Se miraba a un espejo, la corbata roja con un perfecto y gordo nudo Windsor, el sombrero Borsalino gris ligeramente ladeado a la izquierda resaltando sus pobladas cejas arqueadas sobre unos intensos ojos marrón. Su pelo engominado afinadamente pegado al cráneo del cual veía sus largas patillas era el inicio del marco que cerraba una mandíbula cuadrada y severa suavizada por unos labios gruesos y femeninos que intentaba esconder al morder sutilmente el inferior constantemente. En minutos conocería a su primer hijo o hija. ¡No! Tenía que ser hijo, no podía ser de otra manera, él ya lo había soñado, lo había pedido con todo su fervor al santísimo y, sin decirle palabra a su confesor el padre Álvarez, ni a su familia, ya había visto presagios claros en la publicidad del tranvía, en las sombras amarillas del atardecer proyectadas sobre el Cerro de Guadalupe, y ya las lágrimas de cera de las veladoras blancas de la Iglesia de las Nieves se lo habían revelado.

La enfermera traía al bebé como un haz de luz saliendo de las palmas de sus manos y se lo entregaba a Daniel dibujando una sonrisa que él interpretó, con una sutil fruncida de ceño, como maligna. El bebé vestido de blanco ya había sido bañado y toda la lava costrosa del trauma de la parida había sido removida y así la criatura solo excretaba un limpio e intenso perfume a talco. Daniel lo tomó entre sus brazos y preguntó si había nacido bien, «¿diez dedos en manos y pies?» y una tanda de preguntas protocolarias que los padres han preguntado desde que hay cuerdas vocales. «Si, todo normal», le contestó la enfermera con una sonrisa dulce. Daniel tomó un largo aliento, miró al bebé con gran dulzura y preguntó: «¿Es niño o niña?». La enfermera lo miró con la misma dulzura anterior pero su cara se fue transformando en una horrible mueca que soltó una carcajada abominable y salió del cuarto dando golpes hilarantes a las paredes mientras que se repetía «¿Es niño o niña?».

Daniel tomó el bulto de algodón blanco, lo puso sobre una mesa y comenzó a desenrollarlo torpemente, pues no encontraba ni botones, ni broches, ni cierres. Finalmente, entre un desespero que rayaba con el delirio, entendió que el bebé estaba prensado y comenzó a desenrollar esa madeja, pero con cada rollo solo revelaba otra manta blanda de algodón y otra más extendida hacia un infinito monstruoso de nadas acumuladas. Metros y metros de capas mientras el bebé daba vueltas sobre su eje como el ojo de una rueda. No obstante, como en todos los sueños jamás soñados, el sueño dicta su sentencia y corta las trampas superfluas. Así, ese hermoso y sano bebé yacía desnudo y ante sus apavorados ojos reflejando una imagen aberrante que no tenía sentido alguno para Daniel Alfonso. Como un espejo roto que refleja imágenes caprichosas y distorsionadas de la misma cosa, el bebé tenía órganos sexuales de hombre y de mujer.

Solo ese grito que proviene del fondo de los tiempos lograba avivar a Daniel del tumefacto horror del sueño y llevarlo al móvil terror de la vida despierta. Se recuperó, enjugó el sudor que lo empapaba. El ojo ciego de la mente se filtró por el ojillo de la memoria, reprodujo un par de recuerdos arbitrarios, agridulces, amorfos, repletos de culpa, «¿Dónde estaría?… ¿Cómo se llamaría hoy en día? ¿Volvería a llamarse Antonio Noé? ¿Qué estaría haciendo, que estaría sintiendo, pensará en su madre, en sus hermanos Mariana y Roberto a quienes tanto amaba? ¿Algún día, lo o la volveré a ver?». «Pan, ¡que nombre tan ridículo!», y entre esos pensamientos que interrogan por la vida del otro cuando ese otro es una presencia borrosa y ya no está ni cerca de nuestra órbita cotidiana, cuando han pasado años sin la más mínima noticia y solo nos quedan fragmentos de recuerdos, sombras de un ser. Es decir, cuando captamos que allí solo respira un vacío, y que no por ello nos cansamos de indagar por un acontecer imposible en un hiato inabarcable y por lo tanto incomprensible del tiempo que siempre nos trae una sensación profunda de vértigo, Daniel Alfonso Pardo se volvió a quedar dormido.

Fuente:

Sanín Restrepo, Ricardo. La revolución de las orugas. Sképsi, Bogotá, 2022.