Presentación

La Puerta de Tannhäuser
y otros poemas

—12 de noviembre de 2020—

Portada del libro «La Puerta de Tannhäuser y otros poemas» (segunda edición) de Alexánder Velásquez

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YouTube.com/CasaMuseoOtraparte

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Alexánder Velásquez nació en 1983 en Yarumal, Antioquia. Lo hizo primero como «funcionario» y luego como niño. Años después, durante la adolescencia, se descubrió poeta. Al parecer, esta revelación provocó el suicidio o asesinato —no hay claridad al respecto— del funcionario que entonces era, y que el niño, espantado por el crimen, huyese del hogar. Fue por medio de artes poéticas que pudo resucitar a aquel y recuperar a este, sólo para hacerse cargo de ambos. Entenderse con este secreto llevó a Velásquez a estudiar Filosofía en la Universidad de Antioquia y luego Hermenéutica Literaria en la Universidad Eafit. Mientras escribe estas líneas cuenta treinta y tantos años de edad y trabaja —cómo no— en función de la educación pública. «Yo soy el Estado», dice con sorna. Estudioso de la poesía de todos los tiempos, José Manuel Arango y Georg Trakl, Rubén Darío y John Ashbery, son algunas de sus lecciones para estudiar. Descree de estos «tiempos modernos» porque están empobrecidos de aromas y, por tanto, propenden al olor acre del miedo. La memoria está fragmentada y nosotros con ella. Pero ¡qué importan sus opiniones! En el momento que lean esta nota, él tendrá encima algunas décadas más; para una segunda lectura, quizá ya haya muerto. Así que todo lo que valga decirse, si fuese el caso, estará en su poesía. «De este modo», dice, «nos leen las estrellas».

Presentación del autor y su
obra por Marvin Santiago Correa.

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Difícil es para mí explicar qué es La Puerta de Tannhäuser, aunque sea su autor; y quizá podría hacerlo con un poema, pero no mediante la autocrítica. Esta incapacidad es una rareza congénita. ¿A dónde lleva esta puerta? ¿Qué está dentro o fuera desde una puerta en medio del baldío? Me paro en el umbral… Podría decir cómo nacen los poemas, en qué circunstancias, qué palabras se les van enredando en el camino y qué les voy yo desenredando de tal maraña. Pero sólo consigo con esto —de tanto pensarlo— que se me vaya haciendo otro poema. Con todo, tales pormenores detectivescos carecen de interés biográfico y mucho menos «literario». Sin embargo, es evidente para mí que hay una necesidad de disponer de los materiales pasionales de una existencia en el crisol del poema. Pero ¿y estos símbolos —años después— cómo participan en alguna vida particular? Si se me preguntara qué significan mis poemas, respondería que ignoro el significado de lo que escribo cuando escribo, pero que leyendo dos veces hay como un discernimiento preciso sobre esto: una persona, un hecho, unas palabras, una cosa. Esta claridad es la suprema dicha de la imaginación. Me contento con que algo respire allí, entre las palabras, en un flujo y reflujo constante. Yo sólo quisiera cuidar de ese aliento que atraviesa libre el umbral.

Me excuso con este preámbulo, a guisa de explicación no pedida, para saludarle. ¡Pase usted, lector!

El Autor

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Alexánder Velásquez

Alexánder Velásquez

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Tres poemas de
Alexánder Velásquez

III.

¿puede Dios existir al mediodía
        sino como los pétalos
        de lo vacío?
                        va i viene
por patios de heliconias i de orquídeas

¿puede el Diablo ocultarse en las begonias?

        viene i va
al són de los timbales en las fiestas
        de pueblo, solo baila
        i algo se hará
                        ¿qué piensas
que soy cuando mis manos te acarician?

¿qué te falta mi ángel de la melancolía?

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IV.

remota bajo el ala del verano
la noche es un grafito
de luz extinta sobre la fachada
ruinosa de la fábrica
sé escrita

en verdad quien escribe lee dos veces
tú, dos veces perdida
i destrenza el espanto
en la crin de una yegua

que en el ojo vidrioso de un adicto
te corrijas
ya es mucho, estrella errante
que frentes de pobreza
fueran textos de ti

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Leyendo a Chéjov

Mientras beben de pie, reparo en una línea
de fractura en mi vaso.
                                Son parroquianos; ella
lo aguarda en un extremo de la barra, lo observa
allí donde él se siente más solo. ¿Facilitan

una cerveza tibia y aquella dama fría
ser más sinceros? Él sigue la retreta y
paso a paso se amarga y también se consuela
con música festiva.
                                Brindo cínicamente
                                y me aparto de la sabiduría
que surge elemental de mi cabeza;
una rosa intrincada que desvela
al único en su dicha y su desdicha.