Homenaje
A la memoria de
Jesús (Pacho) Gaviria
—Noviembre 30 de 2017—
Jesús Gaviria Gutiérrez
(1949 – 2015)
Foto © Klaus Dieck
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Jesús Gaviria (Medellín, 1949 – Envigado, 2015) fue poeta, ensayista, abogado, docente y crítico de arte. Publicó los libros de poesía “Una corta danza” (1976), “Veinte piezas para instrumento de percusión” (1990), “Cuarta de libre disposición” (1996), “Pintura sobre porcelana” (1999), “Poemas – Una selección” (Universidad Nacional de Colombia, 2004) y “El oro, el marfil y el mar de vino” (2007). Tras su muerte, la editorial Sílaba publicó en 2017 la compilación “Mas su reino fue la noche”. Fue cofundador de la revista “Aquarimántima” en 1973, curador del Museo de Arte Moderno de Medellín (1989 -1994) y director de la colección “El arte en Antioquia ayer y hoy” del Fondo Editorial Universidad EAFIT (diez títulos publicados entre 1997 y 2003). Integró uno de los equipos para elaborar el guión del Museo de Antioquia en el período “De Cano a Botero” (Medellín, 1999-2000). Entre sus publicaciones sobre arte se encuentran “La acuarela en Antioquia” (1987), “El arte en Suramericana” (coleccionables 1987-1989), “Imágenes del café” (1998), “50 años de pintura y escultura en Antioquia” (1994) y “Pedro Nel Gómez, los años europeos” (1999), entre otros. Pocos meses antes de morir contamos con su presencia en Otraparte durante una de las lecturas del XXV Festival Internacional de Poesía de Medellín.
En el homenaje participarán Marta María Peláez Gaviria, Olga Lucía Echeverri Gómez y Óscar Jairo González Hernández.
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Jesús-Gaviria-Pacho
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Jesús Gaviria maneja el arte sutil de condensar en pequeños sistemas de palabras estados anímicos de amplias resonancias. Una imagen suya está llena siempre de lo no dicho, de lo que se prolonga en la imaginación y se abre más tarde en secreto, como esas sustancias de largo efecto cuyas visiones surgen cuando ya hemos olvidado su causa. […] Estos poemas abren de vez en vez sus ojos azules a nosotros. Nos traen la evidencia de que eso que estamos percibiendo, esa iluminación que traen los relámpagos, las miradas, las gotas de agua, ya estaban en nosotros como antiquísimos deslumbramientos, como luminosas ciudades nocturnas, como ternuras detenidas, como lágrimas.
William Ospina
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Un dedo temible, como salido de un cuento de Poe, servía de asa a la puerta de su cuarto tras una escalera oscura.
Era el reino prohibido para los visitantes del domingo en la casa de la abuela, el refugio del tío de letras y misterios, la sala de audición de las “melodías no oídas”. El balcón de su pieza daba contra la calle y servía como garito para los amigos que llegaban a deshoras, para los humos de media noche que alimentaban las hojas de los cascoevacas, el árbol de su infancia. La casa le resultó siempre un universo suficiente para la memoria, la imaginación y la épica familiar. Los portarretratos se convertían en el único ojo en las noches de desvelo, las baldosas eran espejos de otro tiempo, las ventanas servían como atalayas adecuadas para quien siempre eligió la quietud: “Apoyada la barbilla / sobre una vara de bambú / Basho ve el imperio”.
Para mí, que miraba desde afuera, la ventana de su casa fue siempre una invitación. La reja forjada formaba una especie de jeroglífico, de heráldica para un hombre que tenía aires aristocráticos en el sombrero, pero gozaba la vida de barrio popular en la tienda de esquina o en la complicidad copisolera con su empleada de confianza. En su casa de Villa Hermosa, la nueva casa que describió con su estilo escueto, “darle a la memoria / materia sin pasado”, entendí esa ardua carpintería que ocupa a los poetas. Ahora era una luminosa escalera de caracol que llevaba a un salón con vista al rastrojo del solar. Bien podría convertir ese pequeño giro sobre la escalera en un rito de iniciación para un abogado en busca de otros códigos. Jesús Gaviria, poeta profesional, trabajador ocasional y pintor a punta de letras, fue mi traductor al idioma de los versos, el hombre que me mostró el primer diccionario poemas-realidad, realidad-poemas. Ahora leía sus versos a la manera del haiku, “Si estás atento / la cabecita roja de la lagartija / asomará entre las piedras”, y entender, darle un sentido a los ruegos de Antonio Machado: “Detén el paso, belleza esquiva, detén el paso”.
Pascual Gaviria
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Poemas de
Jesús Gaviria
Cada noche
justo antes de dormir
la muerte ejecuta en mi presencia
una corta danza
entonces sueño.* * *
En mitad de la noche
rodeado de sus cosas más propias
un hombre que camina
abre en la lluvia
la silenciosa flor de sus pasos.* * *
Todos corremos el riesgo
de morir para siempre
si una tarde
encendidas las calles
el azar no nos destina
una mirada.* * *
Mirando cómo el agua
(incesante invención de su futuro)
no arrastra las cosas
que se le dan en reflejo
voy inventando
la forma de no morir.***
Altamira
Ya oscuro,
buscando en la noche
protegerse de la noche,
la tribu se recluye.
Todos reposan
después de la fatiga;
todos,
salvo el joven cazador
a quien persiguen fantasmas
no llamados aún
bisonte, ciervo o mamut.
Con terror apenas contenido
toma la punta de pedernal
y a la luz caprichosa
de las antorchas
comienza a rasguñar
las rugosas paredes de la gruta
y poco a poco
va precisando el contorno
de sus sueños.* * *
La pérdida
Como todo el mundo, tuve amigos imaginarios. Los míos se llamaban Pachito y el niño. Durante unos días (a esa edad, años) compartí con ellos juegos y aflicciones.
Un día decidí invitarlos al paseo matutino con Mercedes. Recuerdo que conversábamos animadamente. En la esquina un grupo de muchachos mayores que yo y mis amigos, para ellos invisibles, se rieron y se burlaron de mis gestos solitarios. A Pachito y el niño no los volví a ver jamás.
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El garaje
En el garaje de mi casa, a falta de carro, hubo una carpintería. La viruta ensortijada, el aserrín dorado, el olor a cola y a barniz, en ese espacio oscuro me esperaban después del colegio. Algo sagrado, como de templo me acogía. El sacerdote de todo aquello era Enrique, el carpintero. Menudo, enjuto, me permitía esculcar en los cajones los desperdicios de su trabajo. Tal vez allí tomé el gusto por juntar cosas dispares e inútiles; no lo sé, pero Enrique el carpintero permanece en mi memoria como un barco armado dentro de una botella.
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“La casa de Pacho poeta”
Ilustración © Zoraida Gaviria