Lectura y Conversación
Jaime Jaramillo Panesso
—Febrero 8 de 2018—
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Jaime Jaramillo Panesso es abogado, docente y escritor, fundador de la Universidad Autónoma Latinoamericana. Se ha desempeñado como auditor del Metro de Medellín por la Contraloría Municipal, concejal, representante a la Cámara, director ejecutivo de la Comisión Facilitadora de Paz de Antioquia, consejero de Paz y Cultura del Departamento de Antioquia, miembro de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación de la Ley de Justicia y Paz y representante legal de Abydos S.A.S, consultoría de riesgos socio-políticos y resolución de conflictos. Ha publicado, entre otros: “Diez poemas laboriosos”, “La casa en quince poemas”, “Al hilo del cuento”, “Antipoemas del malevo”, “Ojeras de zaguán”, “Elementos de cabecera” y “Vení leeme”.
Presentación del autor y su obra
por la poeta Olga Elena Mattei
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Abogado y académico, político y fundador de organismos no gubernamentales, melómano profesional y poeta aficionado, periodista de toda la vida y cronista de ciudad. Se le conoce como columnista, tanguero, activista, escritor, bohemio en otros tiempos, hombre de carácter y mesurado. Jaramillo Panesso se crió como un liberal, pero se hizo a sí mismo como un demócrata. (En este tiempo la diferencia entre liberalismo y democracia se ha vuelto notoria de nuevo.) Ese talante democrático lo llevó a la oposición durante el Frente Nacional como militante y congresista de la Anapo, primero, y de la Anapo socialista. Cuando la represión se convirtió en el signo dominante de los gobiernos de López y Turbay, Jaime fue defensor de presos políticos, y de esa manera pionero en Colombia de lo que ahora se llama “defensores de los derechos humanos”.
En los años ochenta fue fundador de dos de las ONG más importantes de Antioquia, la Escuela Nacional Sindical y Conciudadanía, haciendo causa —sin incondicionalidades ni gregarismos de ningún tipo— con los trabajadores y con los débiles gobiernos locales y sociedades civiles de los municipios del departamento. Su entusiasmo con la Constitución de 1991 lo convirtió en el primer director de la campaña Viva la Ciudadanía en la región, y produjo un pequeño giro en su lenguaje: empezó a llamarnos “ciudadanos”, aunque aún no éramos sujetos políticos.
Desde mediados de los noventa se percató de que la prioridad de los demócratas debía ser la paz y se convirtió en lo que Iván Orozco Abad llama un “hacedor de paz”. En la Comisión Facilitadora de Paz de Antioquia y en la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación. Cuando su hijo mayor fue asesinado por el Frente 47 de las Farc, escribió una conmovedora columna sin el menor dejo de espíritu vengativo o justiciero, y después defendió el nombramiento de la excomandante de ese frente, conocida como Karina, como “gestora de paz”, mientras otros le buscaban un patíbulo.
Jaime mantiene una actividad incansable construyendo interlocuciones, diálogos, mediaciones, que alivien la violencia en la región y en la ciudad. Él sabe que este trabajo es duro y que hay que hacerlo con los que matan; también sabe que es ingrato y se lo hacen sentir con frecuencia, pero ahí están su tenacidad y sus amigos para equilibrar la balanza. No sabemos en Antioquia lo que Jaime Jaramillo Panesso ha hecho y sigue haciendo por nosotros.
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Algunos libros de Jaime Jaramillo Panesso
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La baldosaPlana debajo del zapato, (Del libro Diez poemas laboriosos) |
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El tango, el músico y el tigre
Por Jaime Jaramillo Panesso
Porque el tango y unas viejas canciones rancheras eran la fuente de subsistencia de aquel músico de Puerto Berrío, Carlos Murillo, que así se llamaba el artista, actuaba en los mejores estaderos y en las heladerías del puerto. Los ganaderos y los comerciantes lo contrataban para los cumpleaños o cuando se encontraban de farra. De vez en cuando los muchachos del liceo que se graduaban bachilleres solían pedirles a sus padres dinero para llevar una serenata con los boleros que melosamente combinaba con baladas, los cuales causaban una piquiñita en los estómagos de las muchachas casaderas.
En aquel junio de cielo brillante y de pocos planchones en el río, Carlos Murillo fue abordado por el mayordomo de una de las mejores haciendas de la región del Carare: “Don Joaquín le manda decir que vaya el jueves para una “tenidita” de canciones de las que le gustan a él y que por plata no se preocupe”, dijo el hombre. El músico, sin hacerse repetir la información, tomó el jueves al atardecer un vehículo de servicio público que lo llevó hasta la casa principal de la finca, y sin mucho preámbulo se bajó con su guitarra, caminó hasta la sala y comenzó a deshojar canciones de viejo cuño y de rosados sentimientos. Anduvo la noche más rápido que la fatiga, pero el hombre de casa le ofreció sancocho de bagre o sudado de carne gorda para que matara un poco los aguardientes que se había tomado. Luego le quiso encimar mil pesos por el trabajo musical y Carlos Murillo, curtido en tantas noches de parranda ajena y de notas repetidas, con su pelo teñido para posar de joven artista de las riberas del Magdalena, se sintió muy mal pago. “Cincuenta pesos por canción me pagan en los bares del pueblo para que usted me ofrezca tan poquito, aunque es cierto que la comida estaba bien”. Enojado por el desacuerdo y sin pretender transarlo, don Joaquín lo echó de su casa sin dinero y el músico emprendió el camino a campo traviesa con su guitarra al hombro. Refunfuñaba bajo el cielo oscuro de la media noche y, potrero adentro, sin fijarse en el sendero, cayó en un hueco grande que se utilizaba como trampa para los tigres. Pequeño y desvalido no pudo salir por sus propios medios. Sin que pasara un rato largo, estrepitosamente también cayó un tigre en la misma trampa y frente a frente quedaron los dos. El tigre alzó sus garras y gruñó. El músico tomo la guitarra y comenzó a tocar un tango: “Tengo miedo de las noches que pobladas de recuerdos…”. El tigre se aplacó hasta que la canción terminó. De nuevo gruñó y mostró las uñas mayúsculas. Carlos Murillo comenzó otro tango, y otro más, y así sucesivamente. En cada descanso entre tango y tango el tigre se lo quería comer, pero luego se sentaba tranquilo y hasta parecía dormir. El silencio lo despertaba y exasperaba su instinto feroz. Como a las cuatro de la mañana la guitarra timbró herida porque se reventó una cuerda. Minutos más tarde dejó de cantar la segunda cuerda. El músico no se arredraba y continuaba su tanda de tangos. Cuando quiso cambiar de género y entono un corrido mexicano, el tigre se puso furioso y debió volver de nuevo a los tangos. Otra cuerda se reventó y ya serían probablemente las cinco de la madrugada. Los dedos de Carlos Murillo, rojos unos y sangrantes otros, tenían más quejidos que la letra: “He llegado hasta tu casa / yo no sé cómo he podido / si me dicen que no estás…”. Y dele a los tangos. Ya no quedaba en la guitarra más que una cuerda. El tigre se alzó de sus patas traseras y se abalanzó sobre el enmudecido músico.
Un cazador, que ya se encontraba en el borde del hueco atraído por los tangos, disparó a tiempo su carabina y dejó muerto al tigre. “Usted sí es de buenas, aparecer yo en el preciso momento en que se lo iban a tragar”. Al músico no le hizo gracia la frase y contestó: “¿De buenas yo? No lo crea. Dejar de ganarme mil pesos donde don Joaquín para tener que cantarle a este tigre toda la noche gratis, eso no es buena suerte”.
Fuente:
Jaramillo Panesso, Jaime. Vení leeme. Universidad Autónoma Latinoamericana, Medellín, 1998.