Presentación
Un informante
en el olvido:
Alfonso Reyes
—4 de mayo de 2013—
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Marcos Daniel Aguilar (México, 1982) es egresado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. En 2004 fundó la revista literaria «Palestra». Fue asistente de investigación en El Colegio de México (Colmex), donde formó parte del equipo que realizó el catálogo del archivo de Antonio Martínez Báez, editado por el Colmex y la UNAM. Fue guionista de noticias del Instituto Mexicano de la Radio (Imer). Actualmente es reportero del noticiario televisivo Noticias 22 de México y editor en jefe de la Agencia de Información Cultural N22. Es articulista en revistas y suplementos como «Armas y Letras», «La Jornada Semanal», «Maldoror», «Punto en Línea», «Rúbrica» y «Relatos e Historias en México». Ha publicado «Facciones, ensayos sobre Alfonso Reyes» (coautor, Universidad Veracruzana, 2012) y «Un informante en el olvido» (Conaculta).
Presentación del autor y su obra
por Gabriela Santa Arciniegas.
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Célebre es la figura de Alfonso Reyes (1889-1959) como un hombre-símbolo de la cultura mexicana del siglo xx. El gran prosista regiomontano nos depara una sorpresa más: su labor de periodista. Como señala Marcos Daniel Aguilar, la mayoría de los ensayos alfonsinos son en realidad artículos de opinión, columnas, reseñas, crónicas o notas críticas que fueron publicados en diversos diarios. Así, la adrenalina del periodismo motiva secretamente la valiosísima obra alfonsina.
Un informante en el olvido: Alfonso Reyes nos descubre un periodo vital que suele ser olvidado: la etapa periodística del genial ensayista mexicano. Se trata de un Reyes poco conocido: reportero, crítico de cine, corresponsal e incluso fotoperiodista en España, en una de las épocas más difíciles de su vida (1914-1921).
Este volumen nos acerca al Reyes hombre, atento y preocupado por los asuntos sociopolíticos, económicos y culturales de su tiempo, pero que alcanzan al lector de nuestros días por las visionarias reflexiones sobre la libertad de prensa, la consolidación de la democracia y las relaciones entre periodismo y poder.
Marcos Daniel Aguilar explora con pasión rigurosa la temprana confección del estilo alfonsino entre las rotativas, al tiempo que nos acerca sus sobrias lecciones en los distintos géneros periodísticos. Secretos que la pluma de Alfonso Reyes legó como útil herramienta para interpretar y analizar la realidad.
Adán Medellín
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Marcos Daniel Aguilar
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Íntimo desconocido
Por Jorge F. Hernández
Creyendo conocerlo de memoria, en realidad son cada vez más escasos los comensales que lo han siquiera leído. En el banquete se da por hecho la ficha: Alfonso Reyes nació en Monterrey hace mil años, fue poeta, dramaturgo, novelista, editor, traductor, sobre todo ensayista y una inmensa mayoría sólo lo conoce por la calle que lleva su nombre; otros alinean la casi treintena de tomos que recorren sus Obras completas en el estante más visible del salón y algunos agregan a la ficha el saber que fue diplomático, que su padre fue muerto a las puertas de Palacio Nacional en la asonada que dio principio a la llamada Decena Trágica. Ya viéndolo sentado a la mesa, hay quienes afirman que es más bajito de lo que revelan las fotografías, que parecía mayor desde joven, y que el marco de sus mejillas con sonrisa no es más que la cara típica de un hombre entrañable.
En el banquete de la cultura mexicana —para el cual el propio Alfonso Reyes aportó viandas, cubertería, manteles, cristalería e incluso vinos— el íntimo comensal que preside la mesa es ya muy conocido, aunque en realidad por tanta memorización de su ficha bibliográfica sea tan poco conocido: la Cartilla moral se lee por azar y no por obligación en las aulas, la Visión de Anáhuac se cita porque menciona «la región más transparente del aire» (antes de que fuera título para la novela de Carlos Fuentes), y de vez en cuando —al pedir que le pasen la sal o limpiar polvo de pimienta sobre el impoluto mantel— no falta quien evoque que la estafeta de la cultura nacional fue izada por él para luego heredársela a Octavio Paz o que en la época de su imperio florecieron los mejores versos y párrafos de la literatura mexicana contemporánea o que, además, fue universal e intemporal, amigo de Borges y de Bioy Casares… y sin embargo, antes de los postres se hace un silencio y en realidad son muy pocos los que han leído de verdad las facciones de su rostro.
Conozco de muy poco a Marcos Daniel Aguilar, pero he leído su libro y me consta que logró lo que se propuso: ponerle un espejo enfrente y abrirle una ventana de perfil al rostro quizá más olvidado de Alfonso Reyes. Consta, porque lo leo, que Marcos Daniel Aguilar se aventó la tarea de trazar la fotografía con lentes profesionales: el gran angular que permite ubicar la cara entre sus contextos cambiantes y el telefoto que puede reflejar cada poro de la transpiración que destila quien escribe periodismo con esa velocidad y apuración diferentes a quien sopesa un poema o pondera largamente el decurso de un ensayo.
Entre tantos dibujos a lápiz de su cara, se nos olvidaba tomarle la fotografía al Reyes periodista, el que deambuló las calles o ramblas, rúas o bulevares con el afán de captar una nota informativa y luego se arremangaba frente a la Remington de traqueteos como taquicardia para redactar al vuelo crónicas de sucesos en el tiempo fugaz de lo inmediato, o reseñas en el tiempo congelado que se vuelve pretérito amarillo; Reyes el entrevistador, que no pretende volverse inquisidor, y el dispuesto corresponsal, que también escribe lo que llaman columnas, artículos de fondo o que incluso es capaz de hacer torear al alimón su prosa instantánea con eso que llamaban fotoperiodismo, donde los párrafos han de acompañarse con alguna imagen que congela lo visto y las vistas.
Es como si Marcos Daniel Aguilar se acercara a la cabecera de la mesa, en pleno banquete, y le preguntara directamente al viejo patriarca no sobre las escenas que nos dieron patria cultural o las grandes batallas en el desierto de los nombres, sino sobre las íntimas memorias de la lengua; el joven Aguilar que empieza su propia andanza de autor con la conversación en desparpajo donde no tiene que dirigirse al tótem como «don Alfonso» y logra la confianza —si bien algo monárquica— de hablarnos de «Reyes», al que le encargan notas los periódicos o el que motu proprio somete a consideración del jefe de redacción una nota escrita como apunte de pintor al filo de un café de acera, el hombre que salía de su casa en Madrid para juntar lo que llamaba cartones, retratos sin óleo de los mendigos y las voces que pregonaban la vida en medio de desahucios.
Marcos Daniel Aguilar ha logrado abrir el telón de las muchas caras de Alfonso Reyes para buscarle los verdaderos pliegues a su rostro. Más allá de las fotografías no consta aún si el hombre de letras sonreía cada vez que saludaba a un panadero en París o si hubo tardes de lluvia en el barrio de Salamanca en que salía con prisa de su casa en la calle de General Pardiñas con el ansia de llegar a una tertulia donde llamaba la atención su acento y marcaba los silencios su erudición.
No hay filmación de la cara de Reyes con un niño brillante sentado en sus rodillas mientras era embajador de México en Buenos Aires, pero consta que ese niño, hijo de otro diplomático notable, se convertiría en escritor al paso de los años, el joven autor que convivió con Reyes en Cuernavaca a punto de que Reyes se despidiera de este mundo con la cara que no vemos… y entre los rostros, la cara de Reyes enseñándole de memoria La Suave Patria de López Velarde a Borges y Bioy, el Reyes recitando en algún café de París en medio de un bullicio de nuevas vocales, o el Reyes hablando portugués como quien aprende a cantar bossas viejas de las que parecen boleros en medio de la selva de colores, o el Reyes que traduce a Chesterton sabiendo que cada palabra no sólo busca correspondencia etimológica, sino sentimental.
Se abre el telón de todas las caras de Reyes porque en este libro se procuró acercar el lente a su rostro quizá más desconocido; mejor definido en estas páginas como rostro olvidado, porque se nos olvida que uno empieza a escribir por una dosis fluctuante de motivos entre los que se juntan el afán de narrar con la necesidad de informar. Se nos olvida que quien escribe ha buscado informarse, lector voraz que jugando con la metáfora talla como en arcilla las ganas de conformar al informar para hacer pequeñas figuras con lo informe, y suma párrafos como quien conforma un informe para contarle a los demás lo que ve o lo que piensa. Se nos olvida que ese germen de vocación ansía volverse público: narrarse o ser leído más allá de las conversaciones de sobremesa… y se nos olvida que la mayoría de los escritores de veras empiezan por publicar sus textos en periódicos.
Pero ese noviciado implica que no todas las notas son de inspiración propia, que hay como en las viejas películas en sepia un editor que te lanza a la mar de la información. Reyes conoció bien la maquinaria de esos inmensos barcos de papel que se llaman periódicos y que tienden a volverse hojas de un otoño que se olvida; conoció bien la definición de eso que en inglés llaman editor y su diferencia con el publisher, la adrenalina de las noticias efervescentes, la banalidad de las críticas sin seso, la valía de las crónicas fidedignas y el apego de las prosas a lo verosímil.
Reyes el reportero que no claudica en su propósito de informarnos, bien visto como sostén y posible explicación de su obra entera; Reyes el inquieto que pregunta y no el marmolizado factótum que dicta desde una tarima autoritaria; Reyes el de las muchas caras que en este buen libro de Marcos Daniel Aguilar revela —para que lo volvamos a leer— su verdadero rostro, y enhorabuena.
Fuente:
Aguilar, Marcos Daniel. Un informante en el olvido: Alfonso Reyes. Conaculta, México, 2012.