Presentación

Las excusas
del desterrado

Marzo 17 de 2011

“Las excusas del desterrado” de Robert Max Steenkist

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Robert Max Steenkist (1982) estudió literatura en la Universidad de los Andes e hizo una maestría en Estudios de Publicación en la Universidad de Leiden, Holanda. Trabajó en el Instituto Distrital de Cultura y Turismo de Bogotá como reportero en el periódico La Hoja y en el Centro para el Fomento del Libro y la Lectura en América Latina y el Caribe (CERLALC- UNESCO). Ha dictado cursos en la Universidad de los Andes y actualmente es profesor en el Colegio José Max León, continuando así con la tradición familiar de ofrecer una educación enfocada en la responsabilidad crítica. También se desempeña como fotógrafo y su obra ha sido publicada en medios virtuales, revistas y periódicos. Pronto publicará un proyecto titulado “Ojo al Senado”, que tiene como objetivo suscitar la reflexión ciudadana alrededor de la labor que cumple el Senado de la República.

En 2008 creó la fundación Bogotham Arte y Cooperación, que busca recaudar fondos en Nueva York y Bogotá para proyectos educativos de los sectores menos favorecidos de Colombia. La galería ArtBreak de Brooklyn expuso su serie “A Breath of Joy” y el dinero recaudado se destinó a una escuela de la Fundación Los Chigüiros en zona rural del departamento del Meta. Actualmente Bogotham trabaja en “Sueños de arena”, proyecto fotográfico que tiene como fin apoyar la educación bilingüe en la isla de Barú.

En 2000 publicó “Caja de piedras”, su primer libro de cuentos. “Las excusas del desterrado”, publicado por la Colección Los Conjurados en 2006, fue su primer poemario. Ha sido incluido en antologías de poesía, revistas para nocheros y otras colecciones editadas en México y Venezuela. Artículos suyos han aparecido en la revista “Texturas” de Madrid y “Cartel Urbano” de Bogotá, entre otras, y espera terminar su segundo poemario en 2011.

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En Robert Max Steenkist ronda siempre la presencia del otro y de lo desconocido, como recordando a Lezama y la idea de que nuestra única identidad está, precisamente, en lo desconocido. Nos recuerda de alguna manera que vivimos sin quererlo, bien como condena o como festejo. De ahí la poderosa imagen que atrapa de las olas como suicidas incesantes. La poesía de Steenkist expresa lo que se esconde y esconde lo que se ve, en un juego de contrarios rico y diverso.

Juan Manuel Roca

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Robert Max Steenkist

Robert Max Steenkist

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Poemas de
Robert Max Steenkist

Divorcio del astrónomo

Para JRMG

Soñé,
te conté un día, el polvo de nuestras manos,
con un marino que perdía las estrellas
a causa de la ceguera
y que,
ya viejo y loco,
inventaba constelaciones para su noche eterna.

El brillo de las estrellas
es una noticia tardía, me dijiste,
esa luz que vemos no es sino un navío
de jaulas doradas
que guardan especies muertas.

La luz que vemos son estrellas muertas.

En su viaje silencioso a través de la nada
la luz se vuelve mentirosa
pues no se entera de que su puerto se ha extinguido,
hundido en las corrientes del infinito.

Las estrellas no merecen nombres,
convenimos al despedirnos para siempre.
Nos han mentido.

La explosión de su origen
y el pálido reflejo
que titila en nuestras noches
es un malabarismo del espacio,
un engaño de milenios.

Todas han de extinguirse de repente.
Vencerán la distancia que le sacó nuestra ilusión
y dejarán en claro
nuestra falta de bendiciones.

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Hora fluvial

Al río Magdalena
lo componen doce millones de litros
de agua.
Su principal elemento es una pereza parda
que lame las montañas
hasta completar su abrazo con el mar.

En el fondo
el cauce espeso del río
alberga bajeles que fueron blancos,
bitácoras hoy alimento de peces,
cargas de fusiles que habrían hecho justicia en las batallas;
ha llevado hasta lo más hondo
a los desaparecidos
que no vencieron el peso de las piedras en sus bolsillos.

En su fondo se aposentan evidencias de lo que no fue.
Mensajes en botellas despicadas,
la historia patria de todas nuestras decepciones:

antes de convertirse en columnas submarinas
los restos de los buques de vapor
viajaron entre tempestades de tierra líquida
hasta los asentamientos fundados
por naufragios anteriores y la mano de la corriente.

Los remos de los bogas vencidos por el sueño
se incrustaron entre los diques
que no resistieron la creciente;

un perro no alcanzó su lancha
y ahora es parte de las raíces del único árbol de la isla sumergida.

Adheridas a sus ramas las bolsas de plástico hondean
entre la arena
como banderas de una victoria que nadie celebra.

La luz del día
forma una bóveda que surcan la arena,
los bancos de peces ciegos
y los remolinos de espuma.

Las penumbras son todo
en ésta, la colonia más terrible y hermosa del Magdalena.

Sobre el cuerpo del río
viajan reses, gasolina, contrabando, cadáveres mutilados.

Pero nadie visita esta atracción sumergida
nadie se sienta en sus andenes
a contar mentiras sobre su fundación.
Sus habitantes se expanden en el fondo,
robándole lo que pueden al piso del río,
alimentándose con lo que perdemos día tras día.

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Canción de ajedrez

Los peones son campesinos
de manos duras,
reclutados a la fuerza por dos ejércitos contrarios.

Sin conocer lo que los enemista
contra unos de idéntica condición
son dispuestos
en la primera línea de la fuerza,
carne de cañón o débil escudo contra las lanzas adversarias.

Al otro lado de la planicie
donde se jugarán su suerte de autómatas sin gracia
se ve la sombra de un grupo idéntico de combatientes:
las crestas desafiantes de los alfiles
que cruzarán el tablero con certeza de flecha
para derribar un jinete o acabar con una torre.

Los tocados de la reinas
sobresalen de la silueta del ejército real.
Dueñas de todas las tácticas
de sus regimiento, sólo
evitan atacar como los picadores,
pues montan, según los protocolos de la corte,
con los pies hacia un lado.

Desde su altura privilegiada,
la reina contempla a sus peones.

Los pies descalzos de sus lacayos,
o las botas de madera, en el mejor de los casos,
abrirán la planicie,
activarán las bombas enterradas
y darán una vía segura a combatientes más sofisticados.
Sobre sus restos avanzarán
garitas
corceles o tanques
esbirros de pies alados
todos buscando la cabeza del soberano oponente.

Algunas veces,
dos peones se encontrarán
frente a frente
en un punto insignificante de la batalla.

Intercambiarán sablazos torpes
golpes de martillos despicados
balas ya usadas
gritos inofensivos
mientras en otro frente
fichas más vigorosas
precisan el destino de la guerra.

Tarde o temprano
los de nuestra pareja de anónimos
entenderán que serán excluidos
de las listas de los héroes.
Bajarán las armas
cuando reparen que son el vivo reflejo del que combaten.
Cansados, pactarán no avanzar más.
Por sus manos no se resolverá
ningún combate
ni se derramará la victoria de ningún nombre.
En un pacto de miradas
ambos encontrarán cabida
en las victorias silenciosas
que tantos llaman cobardía.

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Juan Manuel Roca, Robert Max Steenkist, Santiago Espinosa y Santiago Mutis

Juan Manuel Roca, Robert Max Steenkist, Santiago Espinosa y Santiago Mutis.