Ciclo de homenajes a la poesía
y la literatura colombianas
Este lugar de la noche
Evocación del poeta
José Manuel Arango
—Febrero 16 de 2012—
José Manuel Arango (1937 – 2002)
Ilustración por Darío Villegas
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El “Ciclo de homenajes a la poesía y la literatura colombianas” pretende renovar en la memoria el embrujo y la delectación que nos han producido ciertos momentos de nuestras letras. Obras que para algunos serán la evocación del origen de su asombro y, para otros, la senda que se abre desconocida en medio de un gran “bosque de símbolos”, palabras que son el reflejo (o la cara oculta) de una realidad que a todos corresponde, pero también el deseo de trascenderla y de nombrarla otra vez bajo una nueva luz, una nueva mirada.
José Manuel Arango (Carmen de Viboral, Antioquia, Colombia, 1937 – Medellín, 2002). Fue profesor de Lógica Simbólica en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Antioquia durante casi tres décadas. Cofundador y codirector de las revistas “Acuarimántima”, “Poesía” y “Deshora” de Medellín. Recibió el Premio Nacional de Poesía por Reconocimiento Universidad de Antioquia (1988) y el Premio a las Artes y las Letras de la Gobernación de Antioquia. Es considerado uno de los poetas colombianos más importantes. Autor de “Este lugar de la noche” (1973), “Signos” (1978), “Cantiga” (1987), “Poemas escogidos” (1988), “Poemas” (1991), “Montañas” (1995), “Poemas reunidos” (1997) y “La tierra de nadie del sueño” (2002). Su poesía es rigurosa y elaborada. En sus primeros libros la temática se centró en el erotismo. “Es el precursor de una poesía erótica de alto aliento, no frecuentada en Colombia con tanta intensidad”, escribió Fernando Ayala Poveda, y agregó: “Su exploración metafísica no cae en la gratuidad: aproxima al hombre frente a los interrogantes de la noche: madre nodriza de la muerte, el recuerdo, lo nocturnal del alma humana. Se relaciona aquí con Novalis. Su lírica breve tiene un universo por construir con ahínco”. Casi toda su obra se compone de poemas cortos que recogen, de un lado, un enorme acervo cultural, y de otro, una sensibilidad que se expresa en monólogos y en alusiones herméticas. Sobre su obra, el escritor Luis Germán Sierra escribió: “La poesía de José Manuel Arango, como toda obra auténtica, nace de la pretensión casi inexistente de escribir una gran obra y tiene su asentamiento primordial en las pequeñas cosas que rodean una vida cualquiera en cualquier lugar del mundo. Ello le da, además de autenticidad, un valor universal a su arte, reservándonos la complejidad —además de manido tópico— de ese término, pero entendiendo sin complejos que esta obra ya va muy lejos de un alcance meramente local y sobrevuela con soltura aires de otros territorios, pluralísimas significaciones”. Tradujo a Walt Withman, Emily Dickinson y Han-Shan, entre otros. Murió en Medellín el 5 de abril de 2002.
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Con la participación de:
Juan José Hoyos
Juan José Hoyos Naranjo (Medellín, 1953), escritor y periodista egresado de la Universidad de Antioquia, es considerado como uno de los grandes cronistas de nuestra época. Fue corresponsal y enviado especial del periódico El Tiempo, fue director y editor de la Revista Universidad de Antioquia y es columnista del periódico El Colombiano, donde aparecieron publicadas algunas de las crónicas de El libro de la vida. Participó como escritor invitado en el Internacional Writing Program de la Universidad de Iowa (Estados Unidos) y trabajó como profesor de periodismo en la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia durante más de veinticinco años. Ha publicado las novelas Tuyo es mi corazón (1984) y El cielo que perdimos (1990), y los libros de crónicas y reportajes Sentir que es un soplo la vida (1994), Un pionero del reportaje en Colombia: Francisco de Paula Muñoz y el crimen del Aguacatal (2002), El oro y la sangre (1994 y 2005), con el cual ganó el Premio Nacional de Periodismo Germán Arciniegas, y Viendo caer las flores de los guayacanes (2006). También es autor del libro Escribiendo historias: el arte y el oficio de narrar en el periodismo (2003). En 2010 publicó La pasión de contar – El periodismo narrativo en Colombia 1638-2000, libro que contiene una profunda investigación sobre el periodismo narrativo en nuestro país y una selección de textos de más de cien autores.
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Pedro Arturo Estrada
Pedro Arturo Estrada Z. (Girardota, Antioquia, 1956). Ha publicado los libros: Poemas en blanco y negro (Editorial Universidad de Antioquia, 1994), Fatum (Colección Autores Antioqueños, 2000), Oscura edad y otros poemas (Universidad Nacional de Colombia, 2006) y Suma del tiempo (Universidad Externado de Colombia, 2009). Es además narrador, ensayista y coordinador de talleres literarios. Premio nacional Ciro Mendía en 2004 y Sueños de Luciano Pulgar en 2007. Hizo parte de las revistas poéticas “Maya”, “Fuegos”, y fue miembro de la Casa de Poesía Porfirio Barba Jacob durante algunos años. “Sus poemas, en los cuales aflora el vacío existencial, la desesperanza, la muerte, el desamor y la soledad, han sido recogidos parcialmente en diferentes revistas, periódicos y antologías del país y del exterior” (Wikipedia).
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Poemas de
José Manuel Arango
Hay gentes que
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Memoria viva de
José Manuel Arango
“… la muerte está ahí, delante de nosotros —o detrás de nosotros—, todos los días. Y es tal vez la que nos hace abrir los ojos…”.
José Manuel Arango
Revista Babel n° 4
Por Pedro Arturo Estrada
I
Hasta en la muerte fue parco, silencioso, discreto.
Como Pessoa en su última tarde. Como Antonio Machado dejándose ir frente al mar. Sin quejas, sin grandes gestos, sin frases solemnes. Como vivió y creó.
Tantos poemas dedicó a su presencia. Era para él una constante. La sentía a su lado en todo momento, subrayando la belleza y la verdad, la fragilidad y el valor de todo cuanto le rodeaba. Era para él, precisamente, “la mirona”:
Escribo,
y la mirona, por sobre mi hombro,
lee
y al leer borra lo que escribo (1).
Cuando lo “borró” a él fue sin embargo más simple, más prosaico. Pero así es la muerte de cualquiera, incluso la de los poetas, aunque la hayan cantado tanto. Sólo las palabras se reintegran a la totalidad:
Sabe
que una noche los ojos
con que mira
el girasol serán el girasolque la lengua que canta
también es parte
del todo (2).
II
Si bien es cierto en nuestro medio se ha comparado su poesía con la de Aurelio Arturo, por su vocación de brevedad, concisión, precisión y transparencia de lenguaje, por la capacidad de sugerir y crear más con menos, se encuentra que igual, tiene hondas afinidades en levedad y mesura con poetas como Rogelio Echavarría y Giovanni Quessep, o por espíritu y conciencia de vida, con el “Brujo de Otraparte”, el viejo e inolvidable Fernando González. Pero es sobre todo el fondo de verdad, la autenticidad de su escritura, el despojamiento de adornos, la nitidez de sus imágenes, lo que le da originalidad a su “estilo”, es decir, una inconfundible identidad.
Ese largo y paciente trato con la gran poesía norteamericana e inglesa le llevó a ser el poeta sustantivo, intenso y a veces seco cuyo tono evoca en parte la difícil corriente de la poesía Imaginista. De la estirpe de un Pound, un William Carlos Williams, Snyder, Levertov, Simic, Larkin, hasta la de un Whitman inclusive, en su vigor, en la morosa visión de las cosas, la contemplación esencial de los seres, los hechos más elementales que revelan sin embargo, la plenitud de una existencia sagrada y misteriosa en sí misma que, sólo con expresarla sin pretensiones intelectuales alcanza a conmovernos profundamente, la poesía de José Manuel Arango se reveló desde el comienzo como una de las más puras y auténticas de su generación:
Alegría de los sentidos: un viento áspero y seco
que raje la piel (…)Esta luz que come, que duele en los ojos y gasta los muros
Y la tierra es corva bajo la planta, corva como un senoDeclive suave de la calle que lleva que arrastra
declive no advertido de la vida (3).
III
Pero es que José Manuel Arango venía de lejos, desde los presocráticos y hasta de los orientales. Comió de esas raíces, bebió de esas aguas. No en balde fue, además, filósofo, menos por afán académico que por amor real a la observación y al regodeo interior del pensar. Algo hay en él del Heráclito inmemorial de los Fragmentos; igual de aquel Diógenes cuya ironía, cuya risa desnuda se percibe, a veces, en algunos de sus versos; algo del Anacreonte cantor del vino y de la melancolía de ir muriendo:
Tengo triste el vino
tengo alegre la muerte (…) (4).
Una rara mezcla se evidencia en su poesía del más acendrado ascetismo y ternura ante la vida; del pesimismo de un Shopenhauer y la alegría serena de Emily Dickinson en sus momentos más puros; de la dureza de Quevedo y la música melancólica de Machado o Miguel Hernández; de la luminosidad de Thoreau, Whitman, y los tonos neutros, opacos de un Thomas Bernhard o Ciorán. Mucho muestran sus poemas del rigor escéptico de Roberto Juarroz y la inocencia sabia de Antonio Porchia, con quienes tanto tuvo en común; mucho también, del Pessoa panteísta y sensista, como algo del lirismo telúrico pero más firme y preciso, de nuestros poetas ancestrales, Gregorio Gutiérrez o Epifanio Mejía:
Ocre y verde: montañas
y montañas detrás de montañas (…)
Es abril. Los rocosos declives han florecido,
la hierba abunda en flores diminutas.Caminos de azafrán, espigas y espartos.
Abril es todo vuelos, todo gorjeos.
En abril la montaña se aduenda, se aniña,
en abril nos sorprende su apariencia ligera.
(…) Ocre y verde
montañas
y más allá montañas: una fuga de formas.
Y por sobre ellas la luz,
Azul y dorada (5).
Y aunque desestimaba un poco, la corriente “esotérica” de la poesía, su trascendentalismo, y no creía demasiado en el “malditismo“ a ultranza per se, ni en ciertos espiritualismos neorrománticos que desbordan la condición elemental del oficio de escribir como vía de reconocimiento del ser y del mundo, no fue ajeno del todo a la idea de la poesía como entrevisión, como llamado misterioso. Su poesía parece venir de un desconocido hontanar, con la (a)morosa delectación de un río calmo, hondo y traslúcido de secreto rumor.
Poesía como “mesura y sueño”, es decir como “artesanía” del silencio y la imaginación en el sentido Lezamiano; poesía como danza sonámbula de la palabra en la luz y la sombra. José Manuel Arango descifra, traduce los signos del libro mayor: la vida, el mundo que le fue dado. El poeta siempre es el traductor de lo inefable a la lengua de los hombres. Y así lo hizo a través de cuatro temas fundamentales suyos: la muerte, el amor, la naturaleza, la ciudad. En ellos pudo convocar ese potens, la imago última de su propio ser entre nosotros. Pues lo cierto es que al menos, José Manuel Arango:
Nos pensó. Tuvo ojos para ver nuestro entorno.
Conocía esta tierra (…)
Y esa forma suya de hablar, con vocablos redondos, duros.
(…) Es preciso, dijo, acallar la propia algarabía
—el silencio es una conquista, un fruto difícil— (…) (6).
IV
Uno sabe que su poesía prevalecerá sobre las modas, las posturas y las embriagueces del momento, porque ella se inscribe en el corazón y la memoria con la certeza de una señal de fuego en Este lugar de la noche intemporal del hombre, con la hondura del poeta que “ve” y hace “ver” lo real objetivo y maravilloso conjugado en la mirada de todos, porque “… en lo más común se muestra a veces lo otro”, según dijo alguna vez. Su melopea íntima y colectiva al mismo tiempo permanecerá reconocible al oído por su limpidez, su clara rotundidad.
Dame esta dura apariencia de montañas
ante los ojos
siempre (7).
Es desde ahora sustancia y resonancia interior, celebración jocunda, imagen y presencia de una memoria, una visión singular de las cosas más nuestras dichas en ese ya famoso “tono menor”, en esa “voz baja” que prefirió, manera admonitoria de decir tan suya en medio del tráfago que nos ha sumergido irremediable.
Hombre de sobrias maneras, poeta de la austeridad pero proclive al afecto sincero, la amistad que dispensó a quienes por azar o designio compartimos con él ciertos pasos en el efímero trasiego de los días, perdurará en el recuerdo de la época, de la ciudad, del mundo que vivimos.
Ese rostro que la costumbre
que el desapego
hizo invisibley es de nuevo
visible
en la muerte (8).
Quizá, después de la muerte, sea cierto que todo poeta alcanza a ser oído y visto con atención, pues, la parca le da el énfasis, el fulgor a los que el mismo poeta fue tan refractario. Sabía acaso que:
Tal vez en otra lengua pueda decirse
la palabra
como una moneda antigua, hermosa e inútil (9).
Citas:
(1) | Página en blanco. Poemas reunidos. Editorial Norma, Bogotá, 1997. |
(2) | Cantiga del Girasol. Poemas escogidos. Editorial Universidad de Antioquia, Medellín, 1988. |
(3) | Alegría de los sentidos. Poemas. Colección Autores Antioqueños, Medellín, 1991. |
(4) | El vino triste. Poemas. Op. Cit. |
(5) | Abril. Poemas reunidos. Op. Cit. |
(6) | Pensamientos de un viejo. Poemas. Op. Cit. |
(7) | Montañas I. Poemas reunidos. Op. Cit. |
(8) | Reencuentro. Poemas reunidos. Op. Cit. |
(9) | Este lugar de la noche, XXXIX. Poemas. Op. Cit. |
Fuente:
Estrada, Pedro Arturo. En: La tierra de nadie del sueño, poemas póstumos de José Manuel Arango, Ediciones Deshora, Intergraf, Medellín, 2002.