Presentación
Escrito en la
piel del jaguar
—2 de marzo de 2023—
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Ver grabación del evento:
YouTube.com/CasaMuseoOtraparte
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Sara Jaramillo Klinkert (Medellín, 1979) es comunicadora social-periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana, profesión que ha ejercido en varios de los principales medios de comunicación colombianos, y cursó la maestría en Narrativa de la Escuela de Escritores de Madrid, donde le fue otorgada la beca al rendimiento académico. Ha publicado «Cómo maté a mi padre» (Lumen, 2020), novela autobiográfica en proceso de traducción al francés, finalista del Premio Nacional de Novela del Ministerio de Cultura, «Donde cantan las ballenas» (Lumen, 2021), ganadora del XXVI Premio San Clemente, y «Escrito en la piel del jaguar» (Lumen, 2022). Actualmente vive en Medellín y administra su tienda de especias Ábrete Sésamo.
Presentación de la autora y
su obra por Danny Hoyos.
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«Con su prosa rica y valiente, desteje los hilos del tiempo y el dolor para mostrarnos el alma humana».
Pilar Quintana
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«Entre el paraíso y el infierno, y en cualquier caso en un fin del mundo en el que todo está a punto de venirse abajo, […] los personajes tienen todo lo blanco y lo negro, son luz y oscuridad, […] [generan] casi una sensación más animal que humana».
Ayanta Barilli
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«Lila y Miguel, una pareja de trabajadores obsesionados con el dinero y la clase social, dejan atrás su cómoda vida en la gran ciudad y terminan varados en un lugar idílico frente al mar, aunque recientemente asolado por una gran sequía. Allí esperan la llegada de Antigua Padilla, una buscadora de agua de quien se dice que tiene el poder de atraer a los jaguares.
Atrapados en un tiempo sin medida, oyen hablar acerca de curanderas con pies de elefante y fuego en la boca, peces que comen ojos, hombres de dos caras, flores del sueño y leyes impuestas por fuerzas invisibles para favorecer sus oscuros intereses. No sólo serán desafiados por la naturaleza y la comunidad de nativos, sino también por ellos mismos y sus limitaciones, pues en ese lugar hermoso y terrible salen a la luz los aspectos más secretos e inquietantes del ser humano.
Una historia inspirada en hechos reales sobre el choque de dos mundos, sobre domadores domados y la mirada miope de los citadinos que pretenden habitar un entorno salvaje. La revelación de la literatura colombiana con Cómo maté a mi padre cifra también en esta gran novela la arraigada costumbre de cerrar los ojos como método de supervivencia».
Los Editores
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Sara Jaramillo Klinkert
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Escrito en la piel del jaguar
~ Fragmento ~
Amanece y es domingo. Quizá jueves. Da igual. De ahora en adelante los días empezarán a acumularse sin medida, lo cual no significa nada porque si algo tiene este lugar es que los días son insoportablemente parecidos unos a otros. Nadie conoce el orden de los meses del año. Nadie sabe el día exacto de su nacimiento. Nadie recuerda con precisión la última vez que cayó agua del cielo. De hecho, cuando Lila pregunte: «¿Hace cuánto que no llueve?», los nativos le responderán: «Desde el último rugido del jaguar». Así entenderá que, en un lugar donde el tiempo se mide con sucesos, la última vez de la lluvia puede ser el más extraordinario de todos, a no ser que vuele el manglar y un cardumen de peces blancos sea arrastrado por las olas. O que llueva al revés después de que el felino ruja tres veces a una distancia demasiado corta para emprender la huida y demasiado larga para descifrar el mensaje oculto en las rosetas de su pelaje. Tal vez sea domingo y no ocurra nada de eso. O jueves, qué más da. Por ahora, amanece en un día cualquiera y merodean una, dos, tres moscas. Son molestas y sin embargo serán la menor de las molestias de Lila, pero ella aún no lo sabe. Lila no es una flor, es una mujer con nombre de flor, pese a no tener pétalos ni espinas ni raíces. A veces huele a abril. A veces a perfume caro. Hoy no es una de esas veces. Lo único importante ahora es que la mujer con nombre de flor se acuerde adónde amaneció y cómo llegó hasta allá y cuál fue la razón que la obligó a refundirse en aquel lugar recóndito en donde el tiempo se mide con sucesos extraordinarios, porque existe una razón, aunque ella se empeñe en esconderla.
El zumbido de las moscas aumenta su intensidad. Cuatro moscas, cinco moscas, seis moscas. Anoche había sangre en la mano de Miguel. Ya está coagulada y, aun así, las moscas la sobrevuelan como si fuera un manjar. Tiene visos morados y verdosos que recuerdan a las auroras boreales, Lila las vio el otro día en la televisión. ¿Adónde está Lila y por qué hay sangre y auroras boreales? Sigue demasiado dormida para recordarlo. De anoche solo tiene algunos chispazos que aún no logran materializarse en recuerdos: una cama, cuatro piernas corriendo hacia un colchón desconocido, plagado de ácaros, polvo y mal de tierra; dos viajeros cansados y sudorosos intentando no rozarse entre sí para no generar más calor, para no provocar un incendio en aquella cabaña en medio de ninguna parte. Lila estaba cansada. Miguel estaba herido. Si estuvieran en la ciudad y fuera jueves, nada de lo anterior sería grave, pero la ciudad y el tiempo eran eso que habían dejado atrás hacía muchos kilómetros.
A la medianoche, quizá un poco antes o después, Lila sintió unas patitas rasguñando la madera, merodeando por el borde de la cama. Imposible saber si fueron parte de un sueño o no. Eso es lo malo de dormir por primera vez en un lugar al que nunca antes se ha ido. No se conocen los sonidos. No se sabe quién pisa el mismo suelo, quién surca el mismo aire, quién habita el techo de hojas entrelazadas, quién se mete en los sueños. Chicharras, gruñidos, zancudos, un vasto coro de aullidos retumbando en el bosque. Miguel se rascaba. Lila se rascaba. Tres veces el currucutú, el crujir de hojas secas.
Al fondo cantan los gallos. El día se impone con un brillo tan intenso que no parece de este mundo porque no es de este mundo. Sin paredes que impidan su avance, la luz natural enciende los rincones y las grietas, se filtra por los huecos del techo y dibuja trazos luminosos sobre la superficie de la madera. Las moscas. Son las malditas moscas las que sacan a Lila del sueño profundo y aún somnolienta piensa en las patitas rasguñando. Es posible que también le rozaran la cara. Se la toca suavemente con los dedos como asegurándose de que todo esté en el mismo lugar de siempre. Recuerda los aullidos y la piel se le llena de espinas.
Intenta despertar por completo. No puede. Su propio cuerpo no le obedece. La cabeza es de piedra, al igual que los pies y las manos. Consigue moverlas de nuevo en cámara lenta debido a la necesidad imperiosa de rascarse una roncha. Ya se acostumbrará al clima caliente en donde todo es lento: el despertar, los pensamientos, la vida en general. También se acostumbrará a las ronchas. La rapidez está sobrevalorada. Las ronchas están subvaloradas. Malaria. Fiebre amarilla. Dengue hemorrágico. Zika. Paludismo. Se hubiera hecho vacunar, piensa. Los hubiera no existen, vuelve a pensar. Llegará el día en que erradique la palabra afán de su vocabulario. Las enfermedades tropicales, en cambio, no las erradica nadie.
Fuente:
Jaramillo Klinkert, Sara. Escrito en la piel del jaguar. Lumen, Bogotá, 2022.