Presentación
Ensayos, discursos,
disquisiciones y
otras rarezas
—21 de noviembre de 2024—
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YouTube.com/CasaMuseoOtraparte
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Mario Melguizo Bermúdez (Medellín) es médico especializado en Cirugía General. Realizó sus estudios superiores en la Universidad de Antioquia y los de especialización en el Hospital Universitario San Vicente de Paúl (U. de A.). Fue cirujano del Hospital Pablo Tobón Uribe y profesor de Cirugía y de Historia de la Medicina en la Facultad de Medicina de la Universidad Pontificia Bolivariana. Ha desempeñado los cargos de jefe de cirugía del Hospital Pablo Tobón Uribe y jefe de la Oficina de Postgrados de la Facultad de Medicina de la Universidad Pontificia Bolivariana, institución que lo nombró Profesor Emérito. Así mismo, es miembro fundador de la Sociedad Antioqueña de Historia de la Medicina y ha sido presidente de la Academia de Medicina de Medellín (2021-2023), editor de la revista «Medicina U.P.B.» de la Universidad Pontificia Bolivariana durante más de 25 años (actualmente editor emérito), editor de la revista «Anales de la Academia de Medicina de Medellín» y editor general de la «Revista Música». Entre otros reconocimientos, fue nominado para la Distinción José Félix de Restrepo como Egresado Sobresaliente de la Universidad de Antioquia (2020) y fue condecorado por la Asamblea Departamental de Antioquia (2022) con la Orden al Mérito Cívico y Empresarial Mariscal Jorge Robledo. Ha publicado los cuentos infantiles y novelas juveniles «Quintín» (1987, 1990, 1998); «El bolsillo de los sueños» (1994, 2020, edición bilingüe); «De viaje por la Luna» (2003); «Un chapuzón en el mar» (2008); «Un viaje a las nieves perpetuas (El mundo inscrito)» (2011); «La isla de la niebla» (2015) y «La piedrecita de los zapatos» (2020, edición bilingüe). Otras publicaciones suyas son «Conversaciones con la música» (2001, 2008); «Cómo escribir un artículo científico» (2007, manual académico); «Cuadernos de un profesor» (2011); «Ensayos, discursos, disquisiciones y otras rarezas» (2022); «Los viejos y otros cuentos» (2024); «Poemas, versos, rimas y otros triquitraques» (2024); «Conversando con Ignacio» (sobre el reformador de la educación médica en Antioquia y constructor de la Ciudad Universitaria); y las novelas históricas «Un encuentro con el general José María Córdova» (2012); «Sea como Zea» (2014) y «Yo, Porfirio» (2018, 2019, reimpresión).
Presentación del autor y su obra por el periodista Juan José García Posada y representación teatral «La rabieta de la coma» a cargo del actor Gustavo Montoya.
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He leído uno por uno tus ensayos, artículos, semblanzas, reflexiones y son de tal calidad estilística, de tanta profundidad y revelan una disciplina, una consagración y un espíritu inquisitivo tales que prefiero no salirme de mi simple y agradable rincón imaginario de lector y amigo. […] En todos se evidencian o se columbran, para emplear el vocablo azoriniano, el espíritu del médico humanista, del lector versátil y exigente, del curioso pesquisador insomne de verdades hasta las profundidades del sentido, del navegante incansable por los laberintos del idioma para el buen uso de la palabra. […] Este es un libro pleno de humanidad, de universalidad y de testimonios individuales que retratan a un autor meritorio que nos ha enseñado con su ejemplo de buen vivir en el sentido de los clásicos y con su obra literaria.
Juan José García Posada
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Mario Melguizo Bermúdez
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Porfirio Barba-Jacob
Por Mario Melguizo Bermúdez
Hace tres años vio la luz mi libro Yo, Porfirio, editado por la Editorial Universidad Pontificia Bolivariana. Unos meses después se publicó una reimpresión revisada.
Por lo anterior me parece importante contarles sobre mi libro y decirles que se trata de una biografía novelada en primera persona, lo cual me permitió lograr que el personaje fuera descrito con sus virtudes y defectos, como un hombre de carne y hueso y no como un superhombre donde todos sus actos son endiosados. De esta manera, el poeta narra su vida. Nada calla y nada exagera. Lo novelado sólo se crea con elementos no trascendentales pero que enriquecen la narración. Mi biografiado narra su propia muerte y puede, inclusive, referirse a situaciones sucedidas años después. Esto hace parte de la intemporalidad del biografiado, sin que el relato pierda sensatez ni credibilidad.
De esta manera, digo en el libro, cuya voz personifiqué:
«Tal parece que la gente se ha interesado en mí y me recuerda como un poeta, pero como un poeta triste y sufriente. Y me recuerda como un marihuano y un homosexual. Y como un irreverente. ¡Nada de lo anterior lo puedo negar! Sufrí mucho, no tanto por la inofensiva marihuana que me ayudó a vivir la pesada vida que me tocó y que además recibí sin yo pedirla. Tampoco sufrí por ser homosexual. Yo diría que el sufrimiento venía conmigo desde antes de mi concepción, o si no, ¿cómo explicar que siempre anduvo a mi lado como mi sombra? No supe ahorrar y siempre viví pobre y endeudado. Dinero que recibía por algún trabajo literario o periodístico, me lo gastaba inmediatamente en juergas. ¡Qué le vamos a hacer! Nacemos predestinados para las juergas, la marihuana y los efebos. Como escribí alguna vez: mi vida ha sido una sucesión confusa de tragedias espirituales».
Barba-Jacob se presenta como cree él que es recordado, como un poeta triste. Y luego resalta su sufrimiento, su pobreza y sus juergas. No es pesimista, sólo sufre, al estilo de Pessoa, en El libro del desasosiego de Bernardo Soares, al afirmar: «Yo no soy pesimista. Soy triste».
Y continúa el texto:
«He sido insultado muchas veces, entre otros, por Juan Larrea y Luis Cardoza de Aragón. Lástima no haber estado vivo para la época, porque eso no me permitió defenderme. No es de hombres ofender a los demás, y menos cuando, por muerto, mi numen no es audible por carecer de verbo, aunque en este momento tengo uno prestado. Juan Larrea, con todo y su pompa, termina por abandonar la creación poética tan solo a los treinta y siete años, e inclusive desertó del español para refugiarse en el francés. Tal vez él mismo, decepcionado de su creación poética, me trató de rezagado. Pero no se crea que estoy “respirando por la herida”. Mi apasionamiento, en mi actual estado, es poco incisivo, pero debo decir que me recuerdan más a mí que a él, como poeta, digo. Y Cardoza, con su deseo diatríbico de sobresalir, se permite llamarme aindiado (como si ello fuera un defecto), habla de mi nariz, de mis ojeras, y hasta de “cadáver viviente” me trató. Los desposados de la muerte fueron para él una nadería. Pero él sí todo un poeta y muy buen mozo, con su bigotico pulido de ulceroso y narcisista. No me dio tiempo de responderle sus insultos, pero tenga la seguridad Luis que jamás le trataré con ofensas del tenor de las suyas. No por incapacidad, sino por recato conmigo mismo, así haya sido “maricón” (otro de sus epítetos) y marihuanero. Pero debo reconocer sus valores y su capacidad de inventar un compendio lleno de vilezas como el que me dedicó».
Demuestra aquí Porfirio su susceptibilidad a los insultos y maltratos de los escritores y poetas y aprovecha mi texto para defenderse tardíamente pues, en ocasiones, al eso suceder, ya había muerto o no se había percatado en vida de ello. Pero una de las particularidades de mis biografiados es la de poder poseer voz, después de cumplir su ciclo vital y percatarse de lo que sucede —en cuanto a su trasegar terrenal se refiere— muchos años después de muerto.
Porfirio, agrega:
«Dije, entre otros, porque en mi patria Colombia también tuve detractores. Recuerdo que en julio de 1937 en el periódico El Siglo fui maltratado —quizás el peor de todos— por Laureano Gómez, con el seudónimo de Jacinto Ventura. Tenía el alma tan negra como la piel de aquel del que tomó su nombre, y eso que odiaba a los negros y a los indios y a los judíos y prácticamente a todo el mundo. Hizo renunciar a Marco Fidel Suárez a la presidencia de la República porque su alma de santo no resistió sus ataques. Criticó acremente a Eduardo Santos, a Carlos Lleras Restrepo y a muchos otros más. Incitó a apedrear los negocios de los comerciantes judíos, así como se hizo en Alemania cuando la noche de los Cristales Rotos en noviembre de 1938. Era de esperar que me criticara con fiereza. Para él no había en mí asomos de poeta, era yo solo un versificador y un plagiario. Mis poemas, publicados en Manizales en 1937 por Jaramillo Meza con el título de “La canción de la vida profunda y otros poemas”, deberían ser arrojados a la basura. También habló mal de García Lorca. No sé de dónde salió tan conocedor de poesía y además creo que no poseía el alma ni el hechizo necesarios para lograrlo. Pero apareció también mi defensor, un escritor manizaleño —este sí poeta—, en la defensa de Lorca y mía. Y decía que era yo un poeta excelso y hasta me comparó con Baudelaire y afirmaba que yo había escrito para la eternidad. Muchas gracias Aquilino Villegas. Sin embargo, el mismo Ventura también escribió que mis versos le sorprendían con agrado por su armonía, por un extraño acento melódico, por su cadencia numerosa en versos de exquisita factura. ¿En qué quedamos entonces Laureano o Jacinto o como te llames? Y habla de rimas resplandecientes como gemas, refiriéndose a las mías».
El poeta era también susceptible a los elogios, como casi todo el mundo. Con la misma fuerza que arremete contra Larrea, Cardoza y Ventura, agradece las alabanzas de Aquilino Villegas.
Reta a los lectores:
«¿Sí les interesa una vida así? ¿Qué se puede esperar de semejante antesala? Dolor y sufrimiento. ¿Puede una criatura viviente sobrevivir ante esas circunstancias? Me refiero a la pobreza, pues mis amantes y la hierba enriquecieron mi vida, y al menos esta última me la hizo pasar como en un sueño y alivió mi sufrimiento. Pero no pudo amortiguar la carencia. Por estas mismas razones renuncié varias veces a mi identidad, para tratar de liberarme de los anteriores poseedores de mi ser, quienes fueron así mismo mis amantes más entrañables, pues durante mucho tiempo estuve enamorado de mí mismo, lo que me ayudó a sobrevivir. Dejé entonces, entre otros, de ser Miguel Ángel Osorio para convertirme en Maín Ximénez, luego en Ricardo Arenales y, posteriormente, en Porfirio Barba Jacob, “pues el acero de mi voluntad asesinó mi propio yo. Los formé como se forma el protagonista de una novela. Los dediqué a nuevas actividades y hasta concebí para ellos nuevos vicios. Lo único que no pude dejar de ser fue poeta”».
Elogia Porfirio la marihuana y sus amantes como antídotos contra el dolor, el sufrimiento y la pobreza. Para cambiar, se engañó a sí mismo. Creyó que cambiando de nombre dejaría de ser él mismo. ¡Vana esperanza! Y reconoce que lo único que no pudo dejar de ser, fue poeta. Pero en verdad, siempre siguió siendo el mismo, con sus virtudes y defectos. Un eterno arrepentido. Pero a la vez, un eterno vicioso. Decía: «A veces he tratado de huir de mí mismo».
Luego se refiere a quienes lo han recordado:
«Sin embargo, he sido reconocido con creces por Fernando Vallejo, ese prolífico escritor, paisano mío (el que andaba con David Antón como yo anduve con Rafael Delgado), quien se tomó la molestia de reconstruir mi vida centímetro a centímetro, localizando a todos aquellos que compartieron mi tiempo y mi espacio. Se tomó la molestia, repito, pues decidió viajar en búsqueda de mi rastro por México, Guatemala, Salvador, Honduras, Cuba, y por todos los lugares andados por mí —que fueron muchos—, y que yo me haya dado cuenta, no le faltó ninguno. En bibliotecas consultó mis crónicas y editoriales de los periódicos donde trabajé y hasta en las guías telefónicas indagó direcciones de mis amigos y enemigos y los fue a buscar; a algunos los encontró ya muertos o acabados de morir, pero ello no era obstáculo, pues consideraba que algo debía quedar de mí en sus archivos o en sus bibliotecas, o en el recuerdo de sus familiares. Conversó con los vivos, pero algunos se encontraban muertos para los recuerdos, o era yo apenas una nebulosa para ellos. Otros, como Rafael Delgado, tenían recuerdos tan vívidos y tan precisos que desafiaban las posibilidades de la memoria. He notado que se ha enamorado de mi canto, de mis poemas y, más que eso, de mi alma. Desde este otro lado del umbral he leído lo que ha escrito sobre mí y me he dado cuenta de que sólo un enamorado hace los esfuerzos que él hizo para descubrir los detalles de mi vida de manera tan estricta. Hasta mis estados de ánimo aparecen allí al descubierto. Y un reconocimiento también a Manuel Mejía Vallejo, quien me buscó desesperadamente, como corresponsal, por Guatemala, El Salvador y Costa Rica y escribió un libro en el que parodiaba a Arévalo y lo tituló “El hombre que parecía un fantasma”. Saber estas cosas, me lo permite ahora mi intemporalidad, sin ojos, sin oídos, sin mi magullado cuerpo».
Ya etéreo, el vate rinde su tributo de agradecimiento a Fernando Vallejo y a Manuel Mejía Vallejo, quienes lo buscaron por mar, cielo y tierra, ya que el poeta recorrió el mar, el cielo y la tierra en sus andanzas. ¡Aunque el cielo, sólo en sus poemas! Lo hubiera hecho, pero la aerolínea no quiso traerlo de Méjico, por su avanzada tuberculosis.
Medellín, agosto de 2018
Fuente:
Melguizo Bermúdez, Mario. Ensayos, discursos, disquisiciones y otras rarezas. IUS Editores, Medellín, 2022, pp. 261-267.