Lectura y Conversación

García Márquez

El viaje a la semilla

Septiembre 2 de 2014

“García Márquez: El viaje a la semilla” de Dasso Saldívar

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Dasso Saldívar nació en San Julián, Antioquia (Colombia), en 1951. Cursó el bachillerato en el Liceo Antioqueño de la Universidad de Antioquia e hizo estudios de Ciencias Políticas y Sociología en la Universidad Complutense de Madrid. En 1993 obtuvo la doble nacionalidad. Cofundador de la revista Margen, ha ejercido el periodismo y la crítica literaria en diversos periódicos y revistas de Europa y América, así como en programas culturales de Televisión Española. En 1981 obtuvo el Premio Jau ja de Cuentos y en 2002 el Ministerio de Cultura de China le concedió el Premio Nacional a la Excelencia Literaria Extranjera en Versión China por “García Márquez: El viaje a la semilla”, la celebrada biografía del premio nobel colombiano, traducida a doce idiomas. También es autor del poemario “Voces del barro” y del libro de ensayos “XIX del siglo XX”. Desde hace tiempo trabaja en varias novelas, como “La subasta del fuego”, sobre los veinte años de destierro, abandono y soledad de Manuela Sáenz, la amante de Simón Bolívar, en el puerto peruano de Paita. “Los soles de Amalfi” es su primera novela publicada.

Presentación del autor
por Jorge Eduardo Núñez

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Editorial Planeta

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Saldívar realiza una labor digna de elogio al separar la realidad de la ficción, en una vida pletórica de anécdotas. Una biografía exhaustiva y fascinante.

Jonathan Holland

Al modo de los grandes biógrafos británicos, informado, minucioso, prolijo, Saldívar ha logrado una brillantísima biografía del primer García Márquez escribiendo un texto ameno y vivaz.

Luis Antonio de Villena

Es difícil que otro biógrafo logre darnos el soplo torrencial de ese viento de milagros poéticos que es la vida de García Márquez, y trasmitir el embrujo del mundo al que Gabo pertenece.

William Ospina

“Si hubiera leído antes El viaje a la semilla, no habría escrito mis memorias”. Eso le dijo García Márquez a Plinio Apuleyo Mendoza después de haber leído el libro en tres días sin poder soltarlo.

Saldívar duró 20 años investigando, viajando a los lugares esenciales de García Márquez, realizando centenares de entrevistas e indagando en archivos de varios países para obtener respuesta a su obsesión: quién era el hombre que escribió Cien años de soledad, cuál es la realidad histórica, cultural, familiar y personal que subyace a esta prodigiosa novela.

La idea central que vertebra la biografía es que García Márquez escribió Cien años de soledad para “volver” a la casa donde nació y se crio con sus abuelos maternos hasta los diez años. Por eso, este libro es también la biografía de esta novela. De manera que en El viaje a la semilla se investiga y se narra lo más raizal y esencial de la vida y obra del escritor.

Los Editores

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Dasso Saldívar - Fotografía: © Uly Martín

Dasso Saldívar
Fotografía: © Uly Martín

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El García Márquez
de Dasso Saldívar

Por William Ospina

Sé de muy pocos colombianos que hayan dedicado parte considerable de su vida a investigar y reconstruir la vida de otro.

Entre ellos quiero nombrar al desmesurado y vehemente Fernando Vallejo, quien persiguió la sombra de Barba Jacob por siete países y escribió uno de los libros fundamentales de nuestra literatura. La aventura de Dasso Saldívar es similar, aunque yo diría, usando una metáfora de Chesterton, que la diferencia entre perseguir a García Márquez y perseguir a Barba Jacob es la diferencia que puede haber entre dibujar el plano de un laberinto y dibujar el plano de una niebla.

La vida de García Márquez es un laberinto al que hay que reconstruir a través de guerras y de diásporas, de mitos y de leyendas, de canciones y de libros, de acertijos y de enigmas; la vida de Barba Jacob es una niebla alucinada que había que perseguir disputándosela a la muerte y a la mentira, a barcos que no dejaron estela y a días que no dejaron memoria, al alcohol y a la marihuana, a la veneración y al rencor. Los dos perseguidores triunfaron, y hoy tenemos en nuestras manos esos dos libros apasionantes y heroicos, la biografía, siempre parcial, de dos de nuestros mayores héroes culturales, y en ambos casos podemos decir lo que dijo alguien de su propia obra, palabras que pueden ser la sentencia tutelar de las biografías: “El que toca este libro toca a un hombre”.

García Márquez, hombre mágico y autor de una obra embrujada, suele despertar una devoción sin límites. Pienso por ejemplo en Pedro Villalba, el dibujante que dedicó toda su juventud a ilustrar en infinitos grabados, fervientes y minuciosos, su personal lectura de Cien años de soledad. A la manera de los rapsodas antiguos, que eran poseídos por el espíritu de un poeta y sólo tenían vida para él, también durante muchos años Dasso Saldívar vivió para recoger datos de la vida de García Márquez y, según cuentan sus amigos tempranos, ya desde el bachillerato, en tiempos en que apenas acababa de aparecer en nuestro zodíaco la estrella de Cien años de soledad, el adolescente Dasso coleccionaba cualquier dato nuevo que traían los periódicos o los libros, quizá sin saber que estaba llamado a ser el biógrafo de aquella leyenda.

Lo suyo fue una vocación temprana. Y digo el biógrafo, porque sinceramente creo que aunque se escribirán muchas biografías de Gabo, y aunque Gabo mismo nos ha cantado en sus memorias los hechos que Dasso historió con fervor, es difícil que otro biógrafo logre darnos el soplo torrencial de ese viento de milagros poéticos que es la vida de García Márquez, y trasmitir el embrujo del mundo al que Gabo pertenece. Alguien menos desvelado por entender nuestro mundo no podrá trasmitirnos la confusión desconcertante de esas insaciables guerras civiles de las que Gabo extrajo el laberinto de guerras de Aureliano Buendía; o la borrasca multicolor de la vida en las bonanzas del banano; o la paulatina acumulación de dolor y de cólera que estalló en la huelga de las bananeras de 1928 y desembocó en la masacre de la estación de Ciénaga, comienzo de esa pesadilla de fosas comunes que sigue siendo la historia desconsolada de Colombia. Tan difícil es desde afuera entender lo que pasa en este paraíso postergado, entre dos océanos que no nos ven y una selva que no vemos.

Pero en este libro no sólo Dasso ha cumplido con sus obsesiones, y celebrado lo que les debe a los libros de Gabriel García Márquez, también Colombia, a través suyo, ha empezado a pagar la deuda intelectual que tiene con su más grande escritor. No es un secreto que el prestigio de García Márquez no le debe nada a nuestros críticos. La principal valoración de su obra la hicieron los argentinos, después los mexicanos, después ese libro enormemente entusiasta que fue Historia de un deicidio, del joven Mario Vargas Llosa, y después los españoles y los franceses y los norteamericanos y los señores invisibles de la Academia Sueca. Hasta la aparición de este libro esforzado, delicado y feliz, los lectores colombianos no le habíamos dado casi nada a García Márquez, y él en cambio nos lo había dado todo, incluido un lugar en el mapa literario del mundo.

Eso no significa que otros autores colombianos no merecieran figurar en ese mapa universal. Desde Juan de Castellanos y Hernando Domínguez Camargo, pasando por Silva y Jorge Isaacs, por Miguel Antonio Caro y Tomás Carrasquilla, por José Eustasio Rivera y Porfirio Barba Jacob, por Fernando González y Baldomero Sanín Cano, por Luis Carlos López y Aurelio Arturo, son muchos los grandes autores a los que Colombia debería haber valorado y difundido por el mundo, y que ni siquiera son suficientemente difundidos dentro de nuestras fronteras. La deuda es grande y es importante que, entre la incomprensión y el desdén, alguien se imponga la misión de empezar a pagarla.

Lo que surge de la lectura de esta biografía no es un hombre sino un mundo. De García Márquez creemos saber mucho, porque su fama nos crea la ilusión de un conocimiento. Pero ver aparecer, detrás de sus metáforas y de sus fábulas, detrás de sus mitos y de sus leyendas, el tejido minucioso del mundo que alimentó esos sueños, ir descubriendo de la mano sabia y paciente del investigador que casi no hay un hecho feliz de la imaginación del novelista que no tenga origen en un hecho real, en un sitio, en un episodio histórico, en una tradición cultural de su tierra, ver de qué intenso modo la obra de García Márquez está imbricada con el país que fuimos y que somos, es uno de los aciertos más reveladores de este libro, García Márquez: El viaje a la semilla.

Las guerras del coronel Aureliano Buendía, que nos parecieron una fábula inspirada, son un resumen lírico de las guerras tortuosas y eternas de Benjamín Herrera y de Rafael Uribe Uribe, que conmocionaron al país entero y que tuvieron uno de sus centros en esas aldeas ardientes del Magdalena y de La Guajira. Quién diría que hoy íbamos a contemplar casi con nostalgia esas guerras de hace un siglo, que no se ganaban ni se perdían sino que se abandonaban por extenuación y hastío, sólo porque en esos tiempos los hombres todavía se mataban de frente y en igualdad de condiciones, mientras que ahora sólo hay matanzas infames, el asesinato sin piedad de hombres desarmados a manos de mercenarios oprobiosos sin causa y sin Dios, crímenes perpetrados por la infamia, sepultados por la cobardía y perpetuados por la impunidad.

También las lluvias eternas de Macondo proceden de unos diluvios verdaderos, a los que Dasso es capaz de situar y fechar anegando la geografía y aturdiendo la historia; los pececitos de oro del relato surgen de verdad de los talleres de platería de aquellos tiempos, y los diecisiete Aurelianos dispersos son de verdad hijos de esos papagrandes costeños, seminales, longevos e impenitentes, y los desmanes de la Compañía Bananera de entonces dejan traslucir la eterna poquedad de nuestros gobiernos que sólo ven en el escudo nacional la marca de una hacienda privada.

También este libro, como Vivir para contarla, se detiene, cauteloso, al terminar la primera mitad de la vida de Gabriel García Márquez. Y es que, de verdad, con Cien años de soledad, publicada en 1967, García Márquez terminó una vida. La otra, expuesta, como diría Borges, a “la violenta luz de la gloria”, abunda en titulares de diarios y en flashes de fotografía, en jefes de Estado, celebridades y tirajes millonarios.

Esos otros cuarenta años de soledad están escritos en treinta lenguas, son escrutados por ojos de todas las razas y todas las culturas, y han transcurrido en un mundo ya marcado por la impronta del escritor, a quien le ha sido dado vivir y sobrevivir a una de las famas literarias más abrumadoras de todos los tiempos. Él sabe afrontarla con paciencia y buen humor, y ha de mirar con incredulidad esa vida suya, porque desde el hemisferio de la luz debe resultar más misterioso todavía ese otro hemisferio de pobreza, ansiedad y penumbra. Las grandes personalidades suelen atraer a la gente precisamente por sus éxitos, por ese supuesto gran mundo en que finalmente se mueven. Llama la atención que García Márquez, celebrado a sus ochenta años por lectores de todo el mundo, siga atrayendo sobre todo por esos años de gestación. Por esos paseos de la mano de su abuelo por las calles ardientes de Aracataca. Por esas noches de miedo en una casa grande llena de muertos. Por esas historias de las guerras civiles que le oía contar a un viejo veterano. Por esos viajes de sus padres a lomo de mula por las gargantas de la sierra y por los yermos salitrosos de La Guajira. Por esos viajes asombrados de su pubertad a lo largo de un río salvaje entre el bostezo de los caimanes. Por esas tardes negras de Zipaquirá que lo llevaron a los mil países de la literatura. Por esas tertulias en los cafés bogotanos y barranquilleros de los años cuarenta y cincuenta, que le enseñaron a escribir, no porque supiera que lo iban a leer en Madrid y en Buenos Aires, en París y en Londres, en Nueva York y en Estocolmo, sino porque sabía que lo iban a leer León de Greiff y Álvaro Mutis, Hernando Téllez y Eduardo Carranza, Eduardo Zalamea y Gustavo Ibarra Merlano, Germán Vargas y Alfonso Fuenmayor, Ramón Vinyes y Álvaro Cepeda Samudio.

Recuerdo que un día le pregunté a Gabo por qué le parecía tan arduo escribir la segunda parte de sus memorias. Lo que me respondió tal vez explique por qué Dasso Saldívar detuvo también este libro en la mágica mitad de la vida de su personaje. Gabo me miró en silencio, y después, desde la plenitud de su celebridad presente, sonrió divertido y me dijo: “Es que es muy difícil competir con la infancia”.

Fuente:

Ospina, William. “Prólogo: El García Márquez de Dasso Saldívar”. En: Saldívar, Dasso. García Márquez: El viaje a la semilla. Editorial Planeta, Bogotá, mayo de 2014, p.p.: 15 – 19.