Presentación
El valle del sepulcro
—Agosto 23 de 2018—
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Julián Fernando Bedoya ha vivido de cerca el negocio ilícito del narcotráfico y el conflicto político y social de Colombia, donde actualmente se encuentra recluido en un penal de máxima seguridad. Descendiente de una familia antioqueña, realizó los estudios primarios y secundarios en La Florida, corregimiento de Pereira, más tarde viajó a Estados Unidos, país en el que estudió Aviación y Psicología, y tras regresar a Colombia continuó sus estudios en la Universidad Antonio Nariño. Ha recorrido numerosos países de Asia y Centroamérica, y sus cuentos han sido publicados en la colección “Fugas de tinta” (crónicas, cuentos y testimonios desde la cárcel, 2016) del programa Libertad Bajo Palabra del Ministerio de Cultura.
Audición del testimonio grabado del autor y presentación de su obra por Mauricio Quintero.
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En El valle del sepulcro anidan misteriosas presencias. Es un bosque donde proliferan la esperanza y la desdicha. Seres oscuros y humanidades luminosas enmarcan sus caminos, sus pasadizos inciertos. El vértigo de vivir entre las fauces del abismo o alcanzar el umbral de un destello armonioso es el lubricante que engrasa los piñones de la máquina de la imaginación de su autor, quien además conoce por vivencia propia el carrusel de emociones que provoca el vivir recorriendo, sin descanso, un cañón donde la presencia de la muerte o la fortuna son el paisaje permanente.
Mauricio Quintero
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Julián Fernando Bedoya
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Un día en la 40
Por Julián Fernando Bedoya
Son las 3:50 de la mañana, empieza un día más, primero el personal del pasillo, aquellas almas que duermen en los camarotes y en el suelo en colchonetas del grosor de una cobija; 40 minutos después el llavero abre una a una las celdas, para dar paso a otro río humano, todos buscando ser los primeros en llegar a los 3 sanitarios para más de 200 personas; se nota el estrés, hay tensión en el ambiente, todos desean su espacio, todos se creen merecedores de su lugar, comienzan los insultos, los afanes florecen y así, uno a uno usan el baño y salen como pueden hacia su lugar, donde terminan de secarse y siguen el proceso hasta las 4:45 donde alguien empieza: “Como todos los días”. Eso quiere decir que ya pronto se abre la reja para salir al patio, algunos toman sus mochilas, bolsas, en fin, todo aquello que pudieran necesitar allá en el patio, ya que después de salir no se puede regresar de nuevo. Al llamado de “Patio, patio”, el río humano se forma de nuevo, todos buscando llegar. Ya pasadas las 5 nos encontramos en el patio, algunos en sus mesas, mesones, otros dando vueltas en un incesante frenesí, ya se agrupan otros tantos en fila para la llegada del desayuno, un pan, una rebanada de queso y un pocillo de algo parecido al chocolate o al café, todavía no sé qué es, a veces una fruta no en muy buenas condiciones, así, todos como en cámara lenta, día a día repiten estos pasos, es parte de esta función, es el mismo circo en el cual todos tenemos un papel, un rol que debemos actuar y donde no hay cambios, sólo en algunos casos que ocurre algo fuera de lo normal, una agresión, una golpiza, alguien que quiere marcharse del patio, en fin, una serie de situaciones que de alguna manera cambian el curso normal del día, luego a las 6:50 son llamados los que laboran en talleres, es mi señal para dirigirme a llamar a mi esposa, a saludar a mis hijos y como todos los días, bendecirlos y agradecerles por continuar a mi lado, es una llamada de 5 minutos, donde repaso con mi esposa lo que se hará en el día, es una conversación emotiva y halagadora que me brinda el oxígeno necesario para hacer más llevadero este encierro.
Son pasadas las 7:00 a.m., ya llega mi llamado para dirigirme al área de educativas como monitor, apoyando a los profesores allí, en mi caso particular, apoyo los procesos educativos de los alumnos de cuarto de primaria, es para mí una excelente motivación al sentirme útil y deseoso de brindar mis conocimientos a quienes lo necesitan, como lo mencioné antes apoyo a los profesores en áreas como matemáticas, sociales, español, inglés y procesos de lecto- escritura. Es un intercambio de ideas con personas de todas las edades, de 18 a 65 años, unos deseosos de aprender, otros solo interesados en el descuento, esta jornada se extiende hasta las 10:30 a.m. donde todos en un gran tumulto, regresan a sus patios, nosotros los monitores llegamos a nuestros patios como a las 11 cuando ya las personas están recibiendo su almuerzo, esto sucede hasta las 11:45 donde tenemos la posibilidad de ir a nuestras celdas para una ducha, ver tv, o para recostarnos un rato. De nuevo llamo a mi casa, me contesta mi esposa con su intachable amor pero con el apuro de recoger a mi hijo en su escuela, llora mi niña pequeña de meses de nacida, inquieta por el timbre del teléfono intuye que es papá, balbucea y emite sonidos que yo entiendo como un saludo, como un acto amoroso de su hija hacia su padre ausente, termina ese encanto fugaz y de nuevo estoy en mi realidad, veo algo de noticias, me imprimo de optimismo: viene el papa, se firma la paz, me siento cerca de mi familia, ¿por qué, Dios?, me pregunto, llévame de nuevo a mi hogar con los míos, sácame de este purgatorio en la Tierra, son minutos ya. Son la 1:15, “monitores estudiantiles”, de nuevo el llamado, hora de regresar a educativas, camino por el pasillo, intercambio saludos de nuevo por tercera y hasta cuarta vez, me saludo con las mismas personas, forma parte del conjunto de actitudes que aprendemos en este lugar. Las clases empiezan a la 1:30 ya en la tarde es bachillerato, acompaño al profesor de ética y valores, soy su apoyo, cuando por alguna razón él no viene yo lo reemplazo, estamos en 6,7,8 con un horario diferente cada día, personas diferentes, casi el mismo propósito, aprender, descontar, eso depende de su motivación y las metas personales que cada uno de ellos tiene a largo o corto plazo.
3:30 p.m. hora de volver a los patios, se encuentran ya los dragoniantes en la puerta, registran uno a uno a cada interno, ¿qué buscan? Elementos que se puedan utilizar para fabricar armas, libros, memorias, una sim card, en fin, es como el gato y el ratón, todo se esconde, todo se busca. Pasadas las cuatro de la tarde vuelve el segundo conteo del día, se hace por filas en el patio donde uno a uno va pasando entre dos dragoniantes, luego de que todos somos contados llega la comida 4:30, se hace rápidamente y luego pasamos a los pasillos y celdas donde empieza el comercio persa de todo tipo de artículos: ropa, zapatos, comida y drogas. Una ducha y a leer un poco, ver t.v., hablar, en fin, tratar que pasen los minutos y las horas, llega el grito sobre las 6 donde alguien con autoridad dada por el pluma del patio grita “últimos de baño” y se cierra el baño para el aseo, una hora donde el pluma y sus privilegiados toman su baño sin alteración, a las 6:45 se cierran las celdas para que a las 7 o pasadas se inicie de nuevo la contada donde un dragoniante pasa por las celdas y cuenta las personas del pasillo. Después del conteo, sigue el mercado persa, se oyen los gritos de los voceadores donde se anuncia que “sí hay de dos” (cripa), “sí hay de mil” (mariguana regular), “sí hay promo” (cuatro bolsas de cocaína por 10 mil), “los pinchos”, “cuatro galletas y un vaso de chocolate por mil pesos”, “chorizos o hamburguesa a 5 mil”, esto algunas veces se fía para pagar los domingos, se abren algunas celdas hasta las 9:30 donde se vuelven a cerrar y los del pasillo continúan como hormigas de aquí a allá hasta que el cansancio los vence y llega el sueño, en mi caso llamo de nuevo a mi familia, repasamos lo hecho en el día, hablo con mis hijos de nuevo, los bendigo y pido a Dios por ellos. A las 10 en punto apago el TV y como puedo trato de conciliar el sueño hasta el grito del nuevo día.
Fuente:
Bedoya, Julián Fernando. El valle del sepulcro. Fallidos Editores, Medellín, 2018.