El profeta
Kahlil Gibran
(1923)
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Edición digital sin ánimo de lucro, concebida en marzo de 2020 en tiempos de cuarentena mundial y basada en la que publicó la Editorial Iqueima en abril de 1952 en Bogotá, Colombia, con la traducción del original en inglés por Fernando Argüelles Vargas.
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~ Capítulo i ~
Llegada del barco
Almustafá, el elegido y el amado, alba perenne de sus días, había esperado doce años en la ciudad de Orfalecia la llegada de su barco para partir de retorno a su isla de origen.
Y al duodécimo año, el sétimo día de Elul, mes de la cosecha, fuera de los muros de la ciudad, ascendió a la colina, atalayó el mar y entrevió su nave que se acercaba con la bruma.
Se abrieron entonces de par en par las puertas de su corazón y su alegría se expandió sobre la inmensidad del mar. Después, cerró los ojos y oró en el silencio de su alma.
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Pero mientras descendía de la colina se apoderó de él la congoja y pensó en su corazón:
¿Cómo puedo partir en paz y sin tristeza? No; no podré dejar esta ciudad sin lacerar mi espíritu. Largos fueron mis días de dolor dentro de sus muros y largas mis noches de soledad; y ¿quién puede separarse sin angustia de su dolor y de su soledad?
Son demasiado numerosos los fragmentos de mi espíritu que esparcí por estas calles, y los hijos de mi anhelo que vagan desnudos por estas colinas, y no puedo abandonarlos sin pesadumbre y sin tristeza.
No es de una vestidura de lo que hoy me despojo; es de una piel que rasgo con mis propias manos.
Y lo que dejo tras de mí no es un pensamiento sino un corazón que se hizo sensitivo a fuerza de hambre y sed.
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Con todo, no puedo detenerme más.
El mar, que arrastra hacia sí todas las cosas, me llama, y debo embarcar.
Porque permanecer, aunque las horas ardan en la noche, es congelarme, cristalizarme y quedar aprisionado en un molde.
Gustoso llevaría conmigo todo lo que es aquí; pero ¿cómo lo haría?
Una voz no puede llevar consigo la lengua ni los labios que le dieron alas; sola tiene que surcar el éter.
Y sola y sin su nido vuela el águila de cara al sol.
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Al alcanzar el pie de la colina avizoró de nuevo el mar y vio su barco con sus marineros, hombres de su misma tierra, apostados en la proa, aproximarse al puerto.
Su alma clamó entonces hacia ellos, y dijo:
Hijos de mi primigenia madre, jinetes de las ondas, ¡cuán a menudo habéis navegado por mis sueños! Y ahora llegáis en mi despertar, que es mi sueño más profundo.
Ya estoy listo para partir y con velas desplegadas mi ansiedad aguarda el viento.
Sólo haré una inspiración más en este aire quieto y sólo una amante mirada más daré hacia atrás, para estar luego con vosotros, como navegante entre navegantes.
Y tú, mar sin límites, vigilante madre, única paz y libertad del río y del arroyo: esta corriente formará sólo un recodo más y modulará sólo un murmullo más en este cauce, antes de entregarse a ti, como gota que abandona sus límites en un océano sin límites.
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Al avanzar, divisó a lo lejos gentes que dejaban sus campos y viñedos y se apresuraban hacia las puertas de la ciudad.
Y oyó sus voces pronunciar su nombre y comunicarse en alta voz de un campo a otro la llegada de su barco.
Y dijo para sí:
¿Va a ser el día de la partida, el día de nuestro acercamiento?
¿Y se dirá que mi atardecer fue mi verdadera aurora?
Pero, ¿qué podre dar al que dejó su arado en la mitad del surco o al que paró la rueda en su lagar?
¿Se convertirá mi corazón en un árbol abundosamente cargado de frutos que pueda cosechar y repartir entre ellos?
¿Y podrán mis deseos fluir como una fuente para llenar sus copas?
¿Soy yo, acaso, un arpa para que la mano del Todopoderoso me pulse o una flauta para que pase al través de mí su aliento?
He sido un buscador de silencios; y, ¿qué tesoro encontré en ellos que pueda ser dispensado con provecho?
Si este es el día de mi cosecha, ¿en qué campos o estaciones olvidados sembré la semilla?
Y si, en realidad, es esta la hora para que yo levante mi fanal, no será la llama de mi fuego la que le preste luz.
Levantaré mi lámpara apagada y vacía, y el guardián de la noche pondrá en ella aceite y la encenderá.
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Esto dijo en palabras. Pero en su corazón quedó mucho por decir, pues su más íntimo secreto no podía ser expresado por él mismo.
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Cuando entró a la ciudad vino a su encuentro todo el pueblo y le llamaban todos como con una sola voz.
Y los ancianos de la ciudad se adelantaron y le dijeron:
No te ausentes tan pronto de entre nosotros.
Fuiste faro de nuestra penumbra y tu juventud nos brindó sueños que soñar.
No eres entre nosotros un extraño, ni un huésped, sino nuestro hijo y nuestro amado predilecto.
No permitas que nuestros ojos padezcan hambre de tu rostro.
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Los sacerdotes y sacerdotisas le dijeron:
No dejes que nos separen las ondas del océano, ni que los días que viviste entre nosotros se conviertan en mero recuerdo.
Tú realizaste entre nosotros un espíritu y tu sombra fue luz en nuestros rostros.
Mucho te hemos amado. Sólo que nuestro amor fue sin palabras y oculto tras de velos.
Pero ahora clama hacia ti y quisiera revelársete.
Siempre ha sucedido que el amor ignore su propia profundidad hasta la hora de la separación.
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Otros más vinieron para suplicarle. Pero él no respondió. Solamente inclinó su cabeza y los que estaban cerca vieron lágrimas rodar sobre su pecho.
Entonces él y el pueblo se encaminaron hacia la gran plaza frente al templo.
Allí, salió del santuario una mujer cuyo nombre era Almitra. Era profetisa.
Él la miró con gran ternura porque fue ella la primera en buscarlo y en creer en él cuando apenas llevaba un día en la ciudad. Y ella lo saludó, diciendo:
Profeta de Dios, en busca de lo más elevado, has medido largamente las distancias que te separaban de tu nave.
Y ha llegado ya y tienes que partir.
Profunda es tu ansia por la tierra de tus recuerdos y morada de tus más grandes anhelos, y nuestro amor no querría atarte ni nuestras necesidades retenerte.
Pero te pedimos que antes de dejarnos, nos hables y nos des de tu verdad.
Nosotros la daremos a nuestros hijos y ellos a sus hijos y no perecerá.
Como tú velaste en tu soledad con nuestros días y en tu vigilia escuchaste el gemir y el reír de nuestro sueño, ahora revélanos qué somos y descúbrenos lo que te ha sido comunicado sobre lo que ocurre entre el nacimiento y la muerte.
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Y él respondió:
Pueblo de Orfalecia, ¿de qué podré yo hablaros como no sea de aquello que, aun en este instante, se agita en vuestras almas?
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~ Capítulo ii ~
Del amor
Entonces dijo Almitra: «Háblanos del amor».
Él levantó la cabeza y extendió su vista sobre el pueblo. Un silencio profundo descendió sobre ellos, y con voz sonora, dijo:
Cuando el amor os llame, seguidlo, aunque sus caminos sean duros y escabrosos.
Y cuando sus alas os envuelvan, entregaos, aunque os hiera la espada que se esconde entre sus plumas.
Y cuando os hable, creedle, aunque su voz devaste vuestros sueños lo mismo que arrasa los jardines el viento del norte.
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Porque así como el amor os corona, os crucifica.
Así como impulsa vuestro crecimiento, os poda.
Así como asciende hasta vuestras alturas y acaricia vuestras más tiernas ramas que tiemblan con el sol, descenderá hasta vuestras raíces apegadas a la tierra y las sacudirá.
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Como gavillas de trigo, os cosecha para sí.
Os trilla hasta dejaros desnudos.
Os tamiza para libertaros de todo lo inútil.
Os tritura hasta haceros completamente blancos.
Os amasa hasta que os hace dúctiles.
Y entonces os destina a su sacro fuego para que os transforméis en pan sagrado para el sagrado banquete de Dios.
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Todo esto hará el amor con vosotros para que conozcáis los secretos de vuestro corazón, y con ese conocimiento os convirtáis en un fragmento del corazón de la Vida.
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Mas si en vuestro temor buscáis sólo el placer y la paz que da el amor, os valdría más cubrir vuestra desnudez y pasar de largo por su campo de trilla hacia el mundo sin estaciones donde reiréis, pero no con toda vuestra risa, y lloraréis, pero no con todas vuestras lágrimas.
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El amor no da más que de sí mismo y no toma de nada más que de sí mismo.
El amor no posee ni quiere ser poseído.
Porque al amor, le basta el amor.
Cuando améis, no debéis decir: «Dios está en mi corazón», sino más bien: «Yo estoy en el corazón de Dios».
Y no creáis que podréis dirigir el curso del amor, porque es él el que dirigirá vuestros pasos, si lo merecéis.
El amor no tiene otro deseo que el del colmarse a sí mismo.
Pero si cuando amáis tenéis necesidad de alimentar deseos, haced que estos sean:
Fundirse y ser como un arroyo que canta su melodía a la noche.
Conocer el dolor de una excesiva compasión.
Ser traspasado por la propia comprensión del amor.
Y sangrar por ello con voluntad y gozo.
Despertar al alba con corazón alado y dar las gracias por el nuevo día para amar.
Reposar al medio día y meditar en el éxtasis del amor.
Retornar agradecido al hogar al atardecer.
Y dormir con una oración en el corazón por el amado y un canto de alabanza entre los labios.
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~ Capítulo iii ~
Del matrimonio
Entonces Almitra habló de nuevo y dijo: «¿Y acerca del matrimonio, maestro?».
Y él contestó:
Habéis nacido juntos y juntos continuaréis perpetuamente.
Juntos estaréis cuando las blancas alas de la muerte separen vuestros días.
Y entonces, seguiréis juntos en la memoria silenciosa de Dios.
Con todo, dejad que haya espacios en vuestra intimidad.
Y permitid que los vientos celestiales dancen entre vosotros dos.
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Amaos, pero no hagáis de vuestro amor una prisión; dejad más bien que sea un mar movible entre las costas de vuestras almas.
Llenaos uno a otro vuestras copas, pero no bebáis de la misma; compartid mutuamente vuestro pan, mas no comáis de la misma porción.
Sed alegres, cantad y danzad juntos, pero dejad que cada uno posea su soledad.
Como las cuerdas de la lira, que están solas, y vibran sin embargo con la misma melodía.
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Daos vuestros corazones, pero no permitáis su posesión completa, porque sólo la mano de la vida puede contenerlos en su totalidad.
Y permaneced unidos, mas o demasiado cerca, porque los pilares del templo se yerguen separados y el roble y el ciprés no crecen al amparo de su mutua sombra.
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~ Capítulo iv ~
De los hijos
Y una mujer que estrechaba a una criatura contra su seno, le pidió: «Háblanos de los hijos».
Y él respondió:
Vuestros hijos no son hijos de vosotros.
Son hijos e hijas de las ansias que la Vida tiene de sí misma.
Llegan por medio de vosotros, pero no vienen de vosotros.
Y aunque están con vosotros, no os pertenecen.
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Podéis darles vuestro amor, pero no vuestros pensamientos, porque ellos traen sus pensamientos propios.
Podéis dar albergue a sus cuerpos, pero no a sus almas, porque sus almas habitan las moradas del mañana, que no podéis visitar ni aun en vuestros sueños.
Podéis luchar por ser como ellos, pero no pretendáis hacerlos semejantes a vosotros, porque la vida no retrocede, ni se detiene en el ayer.
Vosotros sois los arcos con que son lanzados vuestros hijos hacia adelante, como flechas vivientes.
El Arquero señala el blanco en el sendero de lo infinito y os arquea con su poder para que sus flechas vayan lejos y veloces.
Haced que el doblaros en manos del Arquero sea para gozo vuestro, pues Él ama tanto la flecha que avanza como el arco que permanece fijo.
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~ Capítulo v ~
Del dar
Luego dijo un hombre rico: «Háblanos del dar».
Y él repuso:
Hacéis dádiva insignificante cuando regaláis de vuestras posesiones.
Cuando dais de vosotros mismos es cuando verdaderamente dais.
Porque ¿qué son vuestras posesiones, sino cosas que retenéis y que guardáis por miedo a las necesidades del mañana?
¡El mañana! ¿Qué puede traer el mañana al perro excesivamente previsor que entierra huesos en la arena movible mientras sigue los peregrinos a la ciudad santa?
Y ¿no es el temor a la necesidad, la necesidad misma?
Y ¿no es el temor a la sed, cuando tenéis lleno vuestro pozo, una sed inapagable?
Hay quienes dan poco de lo mucho que poseen, dan por ostentación y este deseo oculto hace indigna su donación.
Hay quienes poseen poco y lo dan todo.
Estos creen en la vida y en la bondad de la vida y sus arcas nunca están vacías.
Existen aquellos que dan con alegría y esa alegría es su recompensa.
Otros dan con dolor y ese dolor es su bautismo.
Y otros hay que dan, y dan sin experimentar dolor y sin buscar placer y sin apremios de virtud.
Dan como en el valle esparce el mirto su fragancia en el espacio.
Por las manos de estos se expresa Dios y por sus ojos sonríe sobre la tierra.
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Dar cuando nos piden está bien, pero es mejor que nuestra comprensión adivine la necesidad y dar sin que nos pidan.
Pues para el generoso, buscar al que ha de recibir es goce superior al dar.
¿Hay, por ventura, algo que quisierais retener?
Todo lo que poseéis será repartido algún día.
Por tanto, dad ahora, para que sea vuestro el tiempo de la generosidad y no de vuestros herederos.
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A menudo decís: «Yo daría, pero sólo a aquel que lo merece».
Ni los árboles de vuestro huerto, ni los rebaños en vuestras campiñas dicen esto.
Ellos dan para poder vivir, porque retener es perecer.
Y el que ha merecido sus días y sus noches, seguramente merece de vosotros todo lo demás.
Y el que mereció beber del océano de la vida, merece llenar su copa en vuestro arroyuelo.
Y ¿puede haber mayor desolación que el valor y la confianza, más aún, la caridad de recibir?
Y ¿quiénes sois vosotros para que los hombres deban mostrar su intimidad y desvelar su orgullo a fin de que veáis desnudos su mérito o su vanidad?
Mirad primero si merecéis ser dadores e instrumentos de la generosidad.
Porque, en verdad, es la vida la que da la vida, mientras vosotros, que os tenéis como dadores, no sois más que testigos.
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Y los que recibís —y todos recibís— no os echéis un peso de gratitud porque os imponéis un yugo y lo imponéis también sobre el que da.
Mas bien levantaos con el dador usando sus dádivas como alas.
Pues recordar demasiado vuestra deuda es dudar de la generosidad del que tiene por madre a la tierra de corazón libre y por padre a Dios.
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~ Capítulo vi ~
Del comer y el beber
Luego dijo un anciano posadero: «Háblanos del comer y el beber».
Y él contestó:
Ojalá pudierais vivir de la fragancia de la tierra y como plantas aéreas ser alimentados por la luz.
Pero ya que para comer tenéis que matar y para apagar vuestra sed robar la leche de su madre al recién nacido, convertid estas acciones en actos de adoración.
Y haced de vuestra mesa un altar donde lo puro y lo inocente del bosque y la pradera sean sacrificados a aquello que en el hombre es todavía más puro e inocente.
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Cuando quitéis la vida a una bestezuela, decidle en vuestro corazón:
«El mismo poder que te priva de tu vida, me privará de la mía.
Yo también seré consumido, pues la ley que te puso entre mis manos me entregará, a mi vez, en manos más poderosas.
Porque tu sangre y mi sangre son la savia que alimenta el árbol del cielo».
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Y cuando trituréis una manzana entre los dientes, decidle en vuestro corazón:
«Tu simiente vivirá en mi cuerpo y tus retoños futuros florecerán en mi corazón.
Tu fragancia será mi aliento y nos regocijaremos juntos en todas las estaciones».
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Y en otoño, cuando recojáis para el lagar las uvas de vuestros viñedos, decid en vuestro corazón:
«Yo también soy una viña, mi fruto será cosechado para el lagar y como vino nuevo seré guardado en odres eternos».
Y en invierno, cuando escanciéis el vino, haced que nazca en vuestro corazón un canto para cada copa.
Y en ese canto una remembranza para los días del otoño, el viñedo y el lagar.
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~ Capítulo vii ~
Del trabajo
Entonces dijo un labrador: «Háblanos sobre el trabajo».
Y él repuso diciendo:
Trabajáis para marchar en armonía con la tierra y con el alma de la tierra, porque estar ocioso es convertirse en un extraño para las estaciones y abandonar la marcha de la vida que progresa majestuosamente y con orgullosa sumisión hacia el infinito.
Cuando trabajáis os convertís en una flauta que transforma en música el murmullo de las horas.
¿Y quién querría ser un caramillo mudo, mientras todo eleva en concierto su canción?
Siempre se os ha dicho que el trabajo es una maldición y la labor una desventura.
Pues bien, yo os aseguro que cuando trabajáis cumplís la parte del más remoto sueño de la tierra asignada a vosotros cuando ese sueño se engendró.
Que mientras desarrolláis vuestro trabajo estáis amando de verdad la vida.
Y que amar la vida por medio del trabajo es haberse hecho familiar con su más íntimo secreto.
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Pero si en vuestra amargura consideráis aflicción el nacimiento y maldición escrita en vuestras frentes el sostenimiento de la carne, entonces yo os digo que sólo el sudor de vuestra frente podrá lavar esa sentencia.
También se os ha dicho que la vida es oscuridad y, en vuestra fatiga, os habéis hecho eco de las expresiones de los fatigados.
Y yo digo que la vida sí es, en verdad, oscuridad, cuando no se siente impulso que la mueva.
Pero todo impulso es ciego, excepto cuando hay conocimiento.
Y todo conocimiento es vano, salvo cuando lo acompaña el trabajo.
Y todo trabajo es vano, salvo cuando lo guía el amor.
Y cuando trabajáis con amor os vinculáis a vosotros mismos y a vuestros prójimos y a Dios.
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Y ¿qué cosa es el trabajo con amor?
Es tejer el manto con hilos tomados del corazón, como si fuera para vestir al amado.
Es edificar la casa con afecto como si el amado fuera a albergarse en ella.
Es sembrar la semilla con ternura y cosechar con gozo, como si los frutos fueran para alimentar al amado.
Es infundir en todas las cosas que creáis el hálito de vuestro propio espíritu.
Y saber que los bienaventurados están cerca y velan con vosotros.
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Os he oído decir frecuentemente, como si hablarais en sueños:
«El que trabaja el mármol y descubre en la piedra la forma de su propia alma es más noble que el que ara la tierra. El que aprisiona el arco iris y le prende sobre un manto, formando la figura del hombre, es superior al que hace las sandalias para nuestros pies».
Pero yo os digo, no soñando, sino en la plenitud de la conciencia de la madurez, que el viento no habla a las encinas gigantes más dulcemente que a la última brizna de yerba.
Y que el más grande entre todos es aquel que, por virtud de su amor, convierte la voz dulce del viento en una canción más dulce todavía.
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El trabajo es amor hecho visible.
Pero si trabajáis con desagrado y no podéis ejecutar vuestra parte con amor, mejor sería dejar la labor, sentaros a la puerta del templo y recibir limosna de los que trabajan con alegría.
Pues si amasáis pan con indiferencia, amasáis un pan amargo que calma sólo a medias el hambre del hombre.
Y si exprimís de mala gana la uva en el lagar, vuestra mala gana instila un veneno en ese mosto.
Y aunque cantéis como los ángeles, si no sentís amor al canto, hacéis sordos los oídos de los hombres a las voces del día y a las voces de la noche.
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~ Capítulo viii ~
De la alegría y la tristeza
Luego dijo una mujer: «Háblanos de la alegría y la tristeza».
Y él respondió:
Llamáis alegría a vuestra misma tristeza, cuando se os presenta sin máscara.
Y el mismo pozo de donde brota vuestra risa ha desbordado a menudo con vuestras lágrimas.
Y ¿cómo podría ser de otra manera?
Cuanto más hondo taladre el dolor en vuestro ser, tanto mayor es el gozo que os hacéis capaces de alcanzar.
¿No es la copa que llenáis con vuestro vino la misma que ardió en el horno del alfarero?
Y ¿no es el laúd que anima vuestro espíritu la misma madera que crujió bajo vuestro cuchillo?
Cuando estéis gozosos mirad a lo profundo de vuestro corazón, y veréis que sólo aquello que os procuró tristeza es lo que os proporciona gozo.
Y cuando la pena os oprima, mirad de nuevo a vuestro corazón y veréis que, en realidad, lloráis por aquello que hizo vuestra dicha.
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Muchos de entre vosotros dicen: «La alegría es superior a la tristeza»; y otros dicen: «No, es superior la tristeza».
Empero, yo os digo, son inseparables.
Llegan siempre juntas, y si una sola os acompaña a vuestra mesa, recordad que la otra dormita en vuestro lecho.
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En verdad, estáis suspendidos, como los platillos de una balanza, entre vuestra tristeza y vuestro gozo.
Y sólo cuando están vacíos estáis en paz y equilibrados.
Pero cuando el Guardián del Tesoro os eleva para pesar su oro o su plata, se inclinan con vuestro dolor o vuestro gozo.
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~ Capítulo ix ~
De las casas
Entonces se aproximó un albañil y dijo: «Háblanos de las casas».
Y él respondió, diciendo:
Antes de edificar un hogar en la ciudad, construid, con imágenes vuestras, un retiro en la soledad.
Porque así como a la llegada del crepúsculo tenéis horas de regreso al hogar, el vagabundo que hay en vosotros también las tiene y él ama la soledad y la lejanía.
Vuestra casa es vuestro cuerpo mayor.
Crece bajo el sol y duerme en la quietud de la noche y sueña. ¿No sueña, acaso, vuestra casa, y soñando abandona la ciudad por el bosque o por la cumbre del collado?
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Ojalá pudiera reunir vuestras habitaciones en mi mano, y, como sembrador, esparcirlas por bosques y praderas.
Para que las praderas fueran vuestras calles y los verdes senderos vuestras avenidas.
Para que pudierais buscaros al través de los viñedos y llegarais con la fragancia de la tierra en vuestro traje.
Pero todavía no es hora de estas cosas.
El temor de vuestros padres os juntó demasiado y ese temor perdurará todavía. Aún por un tiempo las murallas de la ciudad separarán vuestros hogares de los campos.
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Y decidme, pueblo de Orfalecia: ¿qué tenéis en vuestras casas? y ¿qué guardáis detrás de puertas con cerrojo?
¿Albergáis la paz, ese impulso sereno que revela vuestro poder?
¿Guardáis recuerdos, esos arcos centelleantes que entrelazan las cimas de la mente?
¿Tenéis la belleza, que conduce al corazón desde las cosas hechas en piedra o en madera hasta las alturas del sagrado monte?
Decidme, ¿tenéis todo esto en vuestras casas?
¿O tenéis solamente comodidad y pasión por la comodidad, esa solapada que entra como invitado, se hace huésped y más tarde se convierte en amo?
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¡Ay!, y se transforma en domador y con garfio y azote convierte en títeres vuestros mayores anhelos.
Aun cuando sus manos son de seda, su corazón es férreo.
Os arrulla hasta adormeceros, sólo para velar a vuestra cabecera y hacer mofa de la dignidad de la carne.
Se burla de vuestros sentidos equilibrados y los arrastra al torbellino como a frágiles barquillas.
En realidad, el ansia de comodidad asesina la pasión del alma y luego asiste a los funerales con muecas de sarcasmo.
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Pero vosotros, hijos del espacio, activos aun en el reposo, no seréis atrapados ni domados.
Vuestra casa no será una ancla, sino un mástil.
No será película lustrosa que encubra una llaga, sino párpado que defienda el ojo.
No tendréis que plegar vuestras alas para pasar sus puertas, ni inclinar vuestras cabezas para no chocar el techo, ni retener vuestro aliento temiendo que las paredes se resquebrajen y caigan.
No habitaréis en tumbas construidas por muertos para los vivos.
Ni vuestra casa, por espléndida y magnífica que sea, albergará vuestros anhelos, ni constituirá vuestro secreto.
Porque lo ilimitado en vosotros habita la mansión celeste, cuya puerta es la niebla matinal y cuyas ventanas son los cantos y los silencios de la noche.
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~ Capítulo x ~
Del vestido
Y un tejedor dijo: «Háblanos sobre el vestido».
Y él respondió:
Vuestros vestidos ocultan mucha de vuestra belleza y, sin embargo, no logran tapar lo feo que hay en vosotros.
Y aun cuando buscáis bajo ellos la libertad que da la intimidad, podréis hallar en ellos estorbos y cadenas.
Ojalá recibierais el sol y el viento con más de vuestra piel y menos de vuestros vestidos.
Porque en la luz del sol está el aliento de la vida y su mano está en el viento.
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Algunos de vosotros decís: «El viento del norte tejió los trajes que llevamos».
Y yo digo:
¡Ah!, sí, fue el viento del norte.
Pero su telar fue la vergüenza y el debilitamiento de vuestra fortaleza fue su hilo.
Y al terminar su labor fue a reír de ella al bosque.
No olvidéis que la modestia es un escudo contra el ojo del impuro.
Y cuando los impuros desaparezcan, veréis que la modestia no era otra cosa que cadenas e inmundicia para la mente.
Y no olvidéis que la tierra se embelesa cuando siente vuestros pies desnudos y que el viento ansía jugar con vuestra cabellera.
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~ Capítulo xi ~
Del comprar y el vender
Luego dijo un comerciante: «Háblanos del comprar y el vender».
Y él repuso:
La tierra brota sus frutos para vosotros y sólo con saber llenar vuestras manos no careceréis de ellos.
Y con el trueque de sus dones hallaréis satisfacción y abundancia.
Pero si no lo realizáis con espíritu de amor y de bondadosa justicia, os llevará a unos a la codicia y a otros al hambre.
Cuando vosotros, trabajadores esforzados del mar, de los campos y de los viñedos, os reunáis en el mercado con los tejedores, los alfareros y los especieros, invocad el espíritu regidor de la tierra para que venga al medio de vosotros y santifique las balanzas y las medidas que igualan los valores.
Y no permitáis que los de manos improductivas tomen parte en vuestras transacciones, pues no dan más que palabras a cambio de vuestro trabajo.
A tales hombres debierais decir:
«Venid al campo con nosotros o id con nuestros hermanos al mar y arrojad la red. Que el campo y el mar os serán tan propicios como a nosotros».
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Y si vinieren los cantores y los danzarines y los flautistas, comprad de lo que ofrecen.
Porque también ellos son recolectores de frutos y de incienso, y lo que traen, aun cuando modelado con ensueños, es alimento y vestido para vuestra alma.
Y antes de abandonar el sitio del mercado comprobad que nadie parta con las manos vacías, porque el espíritu regidor de la tierra no dormirá en paz sobre el viento hasta que queden satisfechas las necesidades del menor de vosotros.
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~ Capítulo xii ~
Del crimen y el castigo
Entonces uno de los jueces de la ciudad se adelantó y dijo: «Háblanos del crimen y el castigo».
Y él respondió:
Cuando vuestro espíritu vaga sin rumbo sobre el viento es cuando, solos e incautos, cometéis faltas contra otros y, por consiguiente, contra vosotros mismos.
Y por la falta cometida tendréis que llamar y esperar un tiempo sin ser oídos a la puerta de los bienaventurados.
Vuestro yo divino es como el océano.
Nada puede mancillarlo.
Y, como el éter, sólo levanta a los que tienen alas.
Vuestro yo divino es también como el sol.
No conoce las madrigueras de los topos, ni busca las cuevas de las serpientes.
Pero este yo divino no es el único que habita vuestro ser.
En vosotros, mucho es todavía de hombre y mucho no es hombre todavía.
Es apenas un pigmeo informe que vaga dormido por la niebla buscando su propio despertar.
Y de aquello que ya es hombre en vosotros es que quisiera hablar ahora, pues es esta parte de vuestro ser y no vuestro yo divino, ni el pigmeo que vaga por la niebla, la que conoce el crimen y el castigo del crimen.
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A menudo os he escuchado hablar de quien ha cometido una falta como si no fuera uno de vosotros, sino un extraño y un intruso en vuestro mundo.
Pero yo os digo: ni aun el santo o el justo pueden elevarse más allá de lo más alto que hay en cada uno de vosotros, ni el débil o el malvado descender más bajo que lo más bajo que hay en vuestro ser.
Y así como una simple hoja no se torna amarillenta sin el conocimiento silencioso de todo el árbol, el malvado no puede obrar el mal sin la cooperación oculta que todos le prestáis en lo íntimo de vosotros.
Como en procesión camináis juntos hacia vuestro yo divino.
Sois el camino y sois el caminante.
Y cuando uno de vosotros cae, cae por todos los que van detrás, como advertencia del tropiezo.
¡Ay!, y cae también por los que van delante, porque, aunque más ágiles y seguros de pies, no removieron la causa del tropiezo.
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Y os diré más, aun cuando las palabras pesen sobre vuestros corazones duramente.
El asesinado no es completamente inocente de su propio asesinato.
Y el robado tiene parte de la culpa de haber sido robado.
El justo no es inocente de los actos del malvado.
Y el honesto no está limpio de los hechos del felón.
Es más: el que delinque es a menudo la víctima de aquel contra quien delinque; y, con más frecuencia aún, es el condenado el que soporta las cadenas por los inocentes y los inmaculados.
No podéis separar al justo del injusto ni al bueno del malvado.
Porque ambos crecen juntos ante la faz del sol así como se entrelazan en el tejido los hilos blanco y negro.
Y cuando el hilo negro se rompe, el tejedor mira todo el tejido, y examina también el telar.
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Si alguno de vosotros quisiera someter a juicio a una mujer infiel, que pese antes el corazón de su marido y mida la intimidad de su alma.
Y haced que el que quisiera azotar al ofensor, examine primero el espíritu del ofendido.
Y si uno de vosotros, en nombre de la rectitud, quisiera castigar y aplicar la segur al árbol malo, que examine antes sus raíces.
Y verá cómo, en realidad, las raíces del bueno y del malvado, del que produce fruto y del estéril, están íntimamente entretejidas en el corazón silencioso de la tierra.
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Y vosotros, jueces que quisierais ser justos.
¿Qué sentencia pronunciaríais sobre aquel que, aunque siendo honrado de cuerpo, es ladrón en espíritu?
Y ¿qué pena impondríais al que asesinó el cuerpo si él mismo ha sido asesinado en su espíritu?
Y ¿cómo procesaríais a quien es en acción impostor y tirano, si ha sido al mismo tiempo agraviado y ultrajado?
Y ¿cómo castigaríais a aquellos cuyo remordimiento es ya más grande que sus delitos?
¿No es, acaso, el remordimiento la justicia que imparte esa misma ley que queréis servir tan lealmente?
Y, sin embargo, sois impotentes para despertar remordimiento en el inocente o para arrancarlo del corazón del culpable.
Él, espontáneamente, llamará en la noche para que los hombres despierten y se contemplen a sí mismos.
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Y si queréis comprender la justicia, tendréis que contemplar el conjunto de los hechos a la plena luz; de otro modo no podréis lograrlo.
Y sólo entonces descubriréis que el honrado y el caído son un solo hombre que avanza en la penumbra, entre la noche de su yo pigmeo y el día de su yo divino.
Y que la piedra angular del templo vale tanto como la última de sus cimientos.
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~ Capítulo xiii ~
De las leyes
Luego, un jurisconsulto dijo: «¿Qué queda, entonces, de nuestras leyes, maestro?».
Y recibió esta respuesta:
Os deleitáis haciendo leyes, pero os deleita todavía más el quebrantarlas.
Así como chiquillos que juegan en la playa construyendo con ahinco torres de arena que luego destruyen entre risas.
Pero entre tanto el océano arrastra más arena hacia la playa; y cuando las destruís, ríe con vosotros, porque, en verdad, el océano ríe con el ingenuo.
Pero ¿qué sucede con aquellos para quienes la vida no es un océano, y las leyes de los hombres no son torres de arena, sino que la vida es una roca y esas leyes el cincel con el cual quisieran hacerla a su propia semejanza?
¿Qué sucede con el lisiado que odia a los danzarines?
¿Qué con el buey que ama su yugo y considera descarriados y vagos al alce y al ciervo de los bosques?
¿Qué con la serpiente envejecida que no puede desprenderse de su piel y llama a las demás desnudas y faltas de vergüenza?
¿Y qué con el que llega temprano al banquete nupcial y una vez fatigado y harto de comida regresa vociferando que todas las fiestas son una violación y los festejadores unos transgresores de la ley?
*
¿Qué podré decir de todos estos sino que, al igual que vosotros, reciben la luz del día, pero con la espalda vuelta al sol?
Ellos sólo ven sus sombras y esas sombras son sus leyes.
Y el sol no es para ellos sino un proyector de sombras.
Y ¿qué es adherir a leyes sino encorvarse y proyectar la propia sombra sobre el suelo?
Pero vosotros, que marcháis de cara al sol, ¿qué sombra proyectada en la tierra puede reteneros?
Y a vosotros, los que viajáis con el viento, ¿qué veleta puede regir vuestro curso?
¿Qué ley hecha por hombres podrá ataros cuando rompáis vuestro yugo, si no lo rompéis contra la puerta de la prisión de otro?
¿Qué ley podréis temer si danzáis sin chocar contra las cadenas de los otros?
Y ¿quién podrá promoveros juicio cuando rasguéis las vestiduras que os agobian, si no las arrojáis en el camino de otro?
*
Pueblo de Orfalecia: vosotros podéis enfundar el tambor y destemplar las cuerdas de la lira, pero ¿quién puede prohibir cantar a las alondras?
— o o o —
~ Capítulo xiv ~
De la libertad
Y un orador le pidió: «Háblanos de la libertad».
Y él respondió diciendo:
A la entrada de la ciudad y junto al fuego de vuestros hogares os he visto arrodillaros y adorar vuestra libertad, así como esclavos que se humillan ante un tirano a quien adulan aunque les quite la vida.
¡Ay!, y en la arboleda del templo y a la sombra de la ciudadela he visto a los más libres cargar su libertad como un yugo o un par de esposas.
Mi corazón sangró dentro de mí, porque sólo podréis ser libres cuando hasta el afán de libertad se os convierta en un estorbo, y cuando ceséis de hablar de ella como de un fin o de una satisfacción suprema.
Seréis libres de verdad, no cuando vuestros días transcurran sin preocupación y pasen vuestras noches sin un deseo ni una aflicción, sino más bien cuando todos estos opriman vuestra vida y, sin embargo, os elevéis sobre ellos desnudos y sin ataduras.
*
Y ¿cómo podréis elevaros sobre vuestros días y vuestras noches si no rompéis las cadenas que atasteis a vuestra madurez durante el despertar de vuestra comprensión?
Y, en verdad, la más fuerte de esas cadenas es lo que llamáis libertad, aunque sus eslabones resplandezcan al sol y deslumbren vuestros ojos.
Y es de pedazos de vosotros mismos de lo que tenéis que despojaros para poder ser libres.
Si lo que queréis abolir es una ley injusta, esa ley fue primero escrita con vuestra propia mano en vuestra frente.
Y no podréis borrarla quemando los códigos, ni lavando la frente de los jueces aunque vertáis el mar sobre ella.
Si es un déspota a quien queréis destronar, cuidad primero de destruir el trono erigido en vuestro interior.
Porque ¿cómo puede un tirano gobernar a los libres y a los orgullosos, sino porque llevan tiranía en su afán de libertad y vergüenza en los fundamentos de su orgullo?
Y si es una preocupación lo que queréis desterrar, recordad que, más bien que haberos sido impuesta, fue buscada por vosotros.
Y si es de un temor de lo que quisierais libertaros, el sitio de ese temor es vuestro corazón y no la mano de aquel a quien teméis.
*
En verdad, todas las cosas se mueven dentro de vosotros en constante semiabrazo, lo deseado y lo temido, lo repugnante y lo amado, lo que se persigue y lo que quisiera evitarse.
Se mueven dentro de vosotros como luces y sombras en parejas que se acoplan.
Y cuando una sombra desaparece, la luz que se prolonga se convierte en sombra de otra luz.
Y así, vuestra libertad, cuando arroja sus cadenas, se convierte en cadena de otra libertad mayor.
— o o o —
~ Capítulo xv ~
De la razón y la pasión
Y la sacerdotisa habló de nuevo y dijo: «Háblanos de la razón y la pasión».
Y él dijo:
A menudo se convierte vuestra alma en campo de batalla donde vuestra razón y vuestro juicio luchan contra vuestra pasión y vuestro apetito.
Ojalá pudiera ser yo en ella el árbitro de paz para poder convertir en unidad y en armonía la discordia y la rivalidad de vuestros elementos.
Pero no podré serlo si vosotros no sois también árbitros de paz, esto es, amantes de todos los elementos que habitan en vosotros.
La razón y la pasión son el timón y los remos de vuestra alma navegante.
Si el timón o los remos se quiebran sólo podréis andar a la deriva o permanecer inmóviles en la mitad del mar.
Pues la razón, cuando gobierna sola, es fuerza que limita; y la pasión desatendida es llama que arde consumando su propia destrucción.
Haced, en consecuencia, que vuestra alma exalte vuestra razón hasta las alturas de la pasión para que pueda cantar.
Y dejadla que dirija vuestra pasión, para que ésta viva al través de su resurrección cotidiana y, como el fénix, renazca de sus cenizas.
*
Me gustaría que tratarais a vuestra razón y a vuestro apetito como trataríais a dos huéspedes amados en vuestra casa.
Seguramente no honraríais más a uno que a otro, porque quien atiende a uno con preferencia al otro, pierde el amor y la confianza de ambos.
Cuando os sentéis en las colinas bajo la sombra quieta de los blancos álamos y compartáis la paz y la serenidad de las praderas y de los campos distantes, dejad que vuestro corazón diga en silencio: «Dios reposa en la razón».
Y cuando la tempestad se acerque y el viento poderoso sacuda el bosque, y el trueno y el relámpago proclamen la majestad del cielo, dejad que vuestro corazón diga con veneración: «Dios se mueve en la pasión».
Y puesto que sois un soplo de Dios en su esfera y una hoja en su bosque, reposad también vosotros en la razón y moveos con la pasión.
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~ Capítulo xvi ~
Del dolor
Y una mujer hablo y dijo: «Háblanos del dolor».
Y él dio esta respuesta:
Vuestro dolor es la ruptura de la concha que encierra vuestra comprensión.
Así como tiene que abrirse el hueso de las frutas para asomar su corazón al sol, así os es preciso conocer el dolor.
Pero si supierais mantener el corazón siempre extasiado ante la maravilla diaria de vuestra propia vida, vuestro dolor no os parecería menos maravilloso que vuestro gozo.
Y aceptaríais las estaciones del corazón así como habéis aceptado siempre las estaciones que pasan sobre vuestros campos.
Y permaneceríais serenamente vigilantes durante los inviernos de vuestro pesar.
*
Mucho de vuestro dolor es elegido por vosotros.
Es la pócima amarga con que vuestro médico interior cura vuestro yo enfermo.
Confiad, en consecuencia, en el médico, y bebed el remedio tranquilamente y en silencio.
Porque su mano, aun cuando pesada y ruda, está guiada por la tierna mano del Invisible.
Y la copa que os presenta, aunque queme vuestros labios, ha sido modelada con arcilla que el Alfarero mismo humedeció con sus lágrimas sagradas.
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~ Capítulo xvii ~
Del conocimiento de sí
Y un hombre dijo: «Háblanos del conocimiento de nosotros mismos».
Y él repuso:
Vuestros corazones conocen en silencio los secretos de los días y de las noches.
Pero vuestros oídos ansían oír la voz de la sabiduría de vuestro corazón.
Queréis saber en palabras lo que habéis sabido siempre en pensamiento.
Y palpar con vuestras manos el cuerpo desnudo de vuestros sueños.
Y está bien que así sea.
El manantial recóndito de vuestra alma necesita brotar y correr murmurando hacia el océano para que el tesoro de vuestras infinitas profundidades se revele a vuestros ojos.
Pero no adoptéis pesas y medidas para valorar vuestros tesoros íntimos, ni investiguéis las profundidades de vuestro conocimiento con varas o con sonda, porque el yo es un mar ilímite e inconmensurable.
*
No digáis: «He hallado la verdad»; sino más bien: «He hallado una verdad»; ni: «He hallado el camino del alma»; decid mejor: «He encontrado al alma avanzando por mi sendero».
Porque el alma transita por todos los senderos.
El alma no va por una ruta fija ni crece como una caña.
El alma se despliega por sí misma en todas direcciones como un loto de incontables pétalos.
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~ Capítulo xviii ~
De la enseñanza
Entonces dijo un maestro: «Háblanos de la enseñanza».
Y él respondió:
Ningún hombre puede revelaros nada que no yazga adormecido en la aurora de vuestro saber.
El maestro que camina entre sus oyentes a la sombra del templo no da de su sabiduría sino más bien de su fe y de su afecto.
Y si es sabio de verdad, no os invitará a penetrar en su sabiduría, sino que os conducirá al umbral de vuestro propio espíritu.
El astrónomo puede hablaros de su penetración del espacio, pero no puede comunicaros su propia comprensión.
El músico podrá instruiros en el ritmo que habita en los espacios, pero no puede daros el oído que lo capta, ni la voz que lo reproduce.
Y el versado en la ciencia de los números puede hablaros de las regiones del peso y la medida, pero no puede introduciros a ellas.
Porque la visión de un hombre no presta alas a otro hombre.
Y así como cada uno de vosotros es distinto en la mente de Dios, cada uno debe ser solo en su conocimiento de Dios y en su forma de entender la tierra.
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~ Capítulo xix ~
De la amistad
Y un joven le pidió: «Háblanos de la amistad».
Y él contestó:
Vuestro amigo es una respuesta a vuestra necesidad.
Es el campo que sembráis con amor y cosecháis con gratitud.
Es vuestra mesa y el fuego de vuestro hogar.
Porque acudís a él cuando os acosa el hambre y lo buscáis como paz.
Cuando vuestro amigo dice lo que piensa, no teméis disentir de él en la vuestra, ni retenéis vuestra aprobación.
Y cuando él calla, vuestro corazón no cesa de escuchar el suyo.
Porque en la amistad todos los pensamientos, todos los deseos, todas las esperanzas nacen y se comparten sin palabras y con goce íntimo que no busca pregón.
Cuando os alejéis de vuestro amigo no os aflijáis.
Pues lo que más amáis en él puede hacerse más claro con su ausencia, así como el monte, desde la llanura, revela al alpinista su contorno exacto.
Y no permitáis que a la amistad la guíe finalidad que no sea el ahondamiento del espíritu.
Porque el afecto que busca cosa distinta de la revelación de su propio misterio no es afecto, sino una trampa extendida, y en ella sólo cae lo inútil.
*
Reservad lo mejor de vosotros para vuestro amigo.
Y si él tiene que conocer el flujo de vuestra marea, dejad también que conozca su reflujo.
¿Qué pensáis que es vuestro amigo si lo buscáis para matar el tiempo?
Buscadle siempre para compartir horas de vida.
Pues su misión está en llenar vuestra necesidad, y no vuestro vacío.
Y haced que en la dulzura de la amistad suene también la risa y haya placeres para compartir.
Porque en el rocío de las pequeñas cosas se renueva y encuentra frescura el corazón.
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~ Capítulo xx ~
De la conversación
Y entonces un letrado dijo: «Háblanos de la conversación».
Y él respondió diciendo:
Habláis cuando dejáis de estar en paz con vuestros pensamientos.
Cuando ya no podéis morar en la soledad de vuestro corazón, vivís en vuestros labios y el sonido se os convierte en diversión y pasatiempo.
Y en muchas de vuestras expresiones el pensamiento queda casi asesinado.
Porque éste es ave del espacio y en jaula de palabras puede abrir sus alas, pero no puede volar.
Hay quienes buscan a los gárrulos por miedo de encontrarse solos.
El silencio de la soledad revelaría a sus ojos su intimidad desnuda y de esa desnudez quieren huir.
Otros hay que hablan, y sin saberlo ni presentirlo revelan verdades que ellos mismos no comprenden.
Y existen quienes llevan la verdad dentro de sí, pero no la revelan en palabras.
En seres como estos habita el espíritu con silencioso ritmo.
*
Cuando tropecéis con vuestro amigo en el camino o en el sitio del mercado, dejad que el espíritu mueva vuestros labios y dirija vuestra lengua.
Haced que la voz oculta en vuestra voz hable al oído de su oído.
Pues su alma conservará la verdad de vuestro corazón, así como se recuerda el sabor del vino cuando su color ya se ha olvidado y la copa ha desaparecido.
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~ Capítulo xxi ~
Del tiempo
Y un astrónomo dijo: «Maestro, háblanos del tiempo».
Y él repuso:
Vosotros quisierais medir el tiempo, el que no puede medirse y el que no tiene medida.
Quisierais dirigir vuestra conducta y aun conducir el curso de vuestro espíritu ciñéndolos a horas y a estaciones.
Debierais convertir el tiempo en una corriente en cuya ribera pudierais deteneros y contemplar el fluir de su curso.
Pues lo que en vosotros no está sometido al tiempo conoce la independencia de la vida frente al tiempo.
Y sabed que el ayer no es sino el recuerdo del hoy y el mañana su sueño.
Y que lo que en vosotros contempla y canta habita todavía aquel primer momento que regó por el espacio las estrellas.
¿Quién de vosotros no siente que su poder de amar no tiene límites?
Y ¿quién, sin embargo, no siente también que ese mismo amor, limitado e inmóvil, irradia en el centro de su ser sin volar de un pensamiento amoroso a otro, ni fraccionarse entre una y otra obra de amor?
Y ¿no es acaso el tiempo, como el amor, indivisible e inmóvil?
*
Pero si vuestro pensamiento necesita medir el tiempo en estaciones, haced que cada estación abarque todas las demás.
Y que el hoy abrace al ayer por el recuerdo y al mañana por medio del anhelo.
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~ Capítulo xxii ~
De lo bueno y lo malo
Y uno de los ancianos de la ciudad le pidió: «Háblanos de lo bueno y lo malo».
Y él respondió:
Puedo hablar de lo bueno que hay en vosotros, pero no de lo malo.
Porque ¿qué es lo malo, sino lo mismo bueno cuando lo tortura su propia hambre y sed?
Cuando a lo bueno lo atenaza el hambre busca su alimento hasta en cavernas oscuras, y cuando lo acosa la sed bebe hasta en aguas estancadas.
Sois buenos cuando estáis en armonía con vosotros mismos, pero no sois malos si no lo estáis.
Porque una casa dividida no es una cueva de ladrones; es solamente una casa dividida.
Y un barco sin timón puede vagar a la deriva entre islas peligrosas y no hundirse.
Sois buenos cuando os esforzáis por dar de vosotros, pero no sois malos cuando buscáis para vosotros.
Porque entonces no sois más que una raíz que se apega a la tierra y chupa sus pechos.
Y seguramente la fruta no puede decir a la raíz: «Sé madura y llena, como yo, que doy siempre de mi abundancia».
Porque para la fruta dar es una necesidad, como para la raíz lo es recibir.
*
Sois buenos cuando tenéis plena conciencia de vuestras palabras, pero no sois malos cuando, como adormecidos, vuestra lengua habla por hablar.
Pues hasta el discurso vano puede fortalecer la lengua débil.
Sois buenos cuando avanzáis hacia vuestra meta con firmeza y paso audaz, pero no sois malos cuando avanzáis cojeando.
Pues aun los que cojean no retroceden.
Pero vosotros, que sois fuertes y veloces, cuidad de no cojear delante de los cojos creyendo que con ello ejercitáis bondad.
*
Sois buenos por incontables aspectos, pero no sois malos cuando no sois buenos.
Pues entonces sólo sois vagos y haraganes.
Y es lástima que los ciervos no puedan enseñar ligereza a las tortugas.
Vuestra bondad está en el anhelo por vuestro yo gigante; y ese anhelo está presente en todos.
Sólo que en algunos es un torrente que va hacia el mar con ímpetu, arrastrando consigo los secretos de las laderas y los cantos de las selvas.
Y en otros es una corriente débil que se pierde en ángulos y curvas y retrasa perezosamente su llegada a la playa.
Pero no permitáis que el que anhela mucho pregunte al que anhela poco: «¿Por qué razón eres lento y vacilante?».
Porque el verdaderamente bueno no pregunta al desnudo: «¿Dónde está tu vestido?»; ni al desprovisto de techo: «¿Qué ha sido de tu casa?».
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~ Capítulo xxiii ~
De la oración
Entonces una sacerdotisa dijo: «Háblanos de la oración».
Y él dio esta respuesta:
Oráis en la desgracia y en la necesidad; ojalá pudierais orar también cuando os colma el gozo y en los días de abundancia.
Porque ¿qué es la oración, sino la expansión de vuestro ser en el éter viviente?
Y si, buscando alivio, vaciáis vuestra oscuridad en el espacio, para goce vuestro podéis también verter en él las auroras de vuestro corazón.
Y si no podéis sino llorar cuando el alma os impulsa a la oración, dejaos llevar a ella una y otra vez, aun para llorar, hasta que regreséis riendo.
Cuando oráis, os levantáis para encontrar en el espacio a los que están orando a esa misma hora, y a quienes fuera de la oración jamás podríais hallar.
Por consiguiente, haced que vuestra visita a ese templo invisible sólo sea para el éxtasis y la dulce comunión.
Porque si entráis al templo sólo con el propósito de pedir, no recibiréis.
Y si entráis a él para humillaros, no seréis levantados.
Y aun cuando entréis para rogar por el bien de otros, no seréis oídos.
Basta con que entréis al templo invisible.
*
Yo no puedo enseñaros cómo orar con palabras.
Dios no presta oídos a vuestras palabras salvo cuando Él mismo las pronuncia por vuestros labios.
Tampoco puedo enseñaros la plegaria de los mares, de los bosques y de las montañas.
Pero vosotros, que habéis nacido de las montañas, de las selvas y de los mares, podéis hallar su plegaria en vuestro corazón.
Y con sólo escuchar en la quietud de la noche les oiréis decir en silencio:
«Dios nuestro, que eres lo alado en nosotros; tu voluntad es lo que en nosotros quiere.
Es tu deseo lo que en nosotros desea.
Es tu impulso en nosotros lo que quisiera cambiar nuestras noches, que son tuyas, en días, que también son tuyos.
No podemos pedirte nada porque conoces nuestras necesidades antes de que nazcan.
Tú eres nuestra necesidad, y dándonos más de Ti mismo, nos das todo».
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~ Capítulo xxiv ~
Del placer
Entonces un ermitaño que visitaba la ciudad una vez por año se aproximó y dijo: «Háblanos del placer».
Y él respondió:
El placer es un canto de liberación, pero no es la libertad.
Es el florecimiento de vuestros deseos, pero no es su fruto.
Es un abismo que clama por elevación, pero no es la profundidad ni la altura.
Es el enjaulado que recobra sus alas, pero no es la conquista del espacio.
¡Ah!, el placer es, en verdad, un canto de liberación.
Y me agradaría que lo cantarais con plenitud de corazón; sin embargo, no querría que vuestros corazones se perdieran en el canto.
Muchos de vuestros jóvenes buscan el placer como si fuera todo y los juzgan por ello y los censuran.
Yo no los juzgaría ni los censuraría. Yo les dejaría buscar.
Pues hallarán el placer, pero no a él solo.
Siete son sus hermanos y el menor de ellos es más bello que el placer.
¿No habéis oído del hombre que cavaba la tierra en busca de raíces y descubrió un tesoro?
*
Algunos de vuestros mayores recuerdan sus placeres con pesar, como errores cometidos durante la embriaguez.
Pero el pesar es oscurecimiento de la mente y no su corrección.
Debieran recordar sus goces gratamente como se recuerda la cosecha de un verano.
Pero si ese pesar los fortalece dejadlos que busquen su fuerza donde crean hallarla.
Y hay entre vosotros quienes no son ni jóvenes para buscar ni ancianos para recordar.
Y en su temor de buscar o de recordar esquivan todo placer para no apartarse del espíritu u ofenderle.
Pero aun en su privación hallan placer.
Y también ellos pueden hallar un tesoro aun cuando caven en busca de raíces con manos temblorosas.
Ahora, decidme: ¿quién puede ofender el espíritu?
¿Podrá el ruiseñor ofender el silencio de la noche, o la luciérnaga las estrellas?
¿O acaso vuestra llama o vuestro humo pueden agobiar el viento?
¿Pensáis que el espíritu es una poza quieta que podéis enturbiar con un bastón?
*
A menudo, al negaros el placer no hacéis más que almacenar su deseo en los recodos de vuestro ser.
Y ¿quién no sabe que lo que hoy no recibió, espera el día de mañana?
Aun vuestro cuerpo sabe lo que le corresponde, conoce su necesidad exacta y no permite que se le engañe.
Vuestro cuerpo es el arpa de vuestra alma.
Y en vosotros está el lograr de él dulce música o sones confusos.
*
Y ahora preguntáis en vuestro corazón: «¿Cómo podremos distinguir lo que es bueno en el placer de lo que no es?».
Id a vuestros campos y jardines y veréis que el placer de la abeja está en extraer miel de la flor.
Y que el placer de la flor está en brindar miel a la abeja.
Porque para una abeja, la flor es una fuente de vida.
Y para la flor, una abeja es una mensajera del amor.
Y para ambas, flor y abeja, dar y recibir placer es una necesidad y un éxtasis.
Pueblo de Orfalecia, ojalá seáis en vuestros placeres como las abejas y las flores.
— o o o —
~ Capítulo xxv ~
De la belleza
Y un poeta dijo: «Háblanos de la belleza».
Y él respondió:
¿En dónde buscáis la belleza, y cómo podréis hallarla si ella misma no es vuestro camino y vuestro guía?
¿Y cómo podréis hablar de ella si no es ella la que inspira vuestro discurso?
El agraviado y el injuriado dicen: «La belleza es benévola, suave y gentil, camina entre nosotros como una joven madre tímida de su propia gloria».
Y el apasionado dice: «No, la belleza es cosa poderosa y temible; como la tempestad, conmueve la tierra bajo nuestros pies y el cielo que nos cubre».
Los fatigados y los hastiados dicen: «La belleza se manifiesta con susurros suaves, sólo habla a nuestro espíritu; su voz surge en nuestro silencio como una débil luz que tiembla por el temor de la sombra».
Los intranquilos dicen: «La hemos oído gritar en las montañas, y con sus gritos llegó un sonido de cascos y de batir de alas y rugido de leones».
Por la noche dicen los vigilantes de la ciudad: «La belleza se levantará por el oriente con la aurora».
Y al mediodía los trabajadores y los caminantes dicen: «La hemos visto reclinarse sobre la tierra desde las ventanas del ocaso».
*
En invierno, asegura el sitiado por la nieve: «Vendrá con la primavera saltando sobre las colinas».
Y en el calor del verano dicen los segadores: «La hemos visto danzar con las hojas del otoño y vimos un copo de nieve en sus cabellos».
Todas estas cosas habéis dicho de la belleza.
Pero en verdad no hablasteis de ella sino de necesidades insatisfechas.
Y la belleza no es necesidad sino éxtasis.
No es boca sedienta, ni mano vacía que se tiende.
Es más bien corazón inflamado y alma encantada.
No es la imagen que quisierais ver, ni el canto que desearíais oír.
Es más bien una imagen que veis aunque cerréis vuestros ojos y una canción que oís aunque tapéis vuestros oídos.
No es la savia que se defiende detrás de la corteza, ni una ala con garra, sino más bien un jardín en floración constante o un coro de ángeles en perenne vuelo.
*
Pueblo de Orfalecia, la belleza es la vida misma cuando descubre su sagrado rostro.
Y vosotros sois la vida y sois su velo.
La belleza es eternidad que se contempla en un espejo.
Y vosotros sois eternidad y sois su espejo.
— o o o —
~ Capítulo xxvi ~
De la religión
Y un anciano sacerdote dijo: «Háblanos de la religión».
Y él respondió:
¿Pero he hablado en este día de cosa diferente a ella? ¿No son acaso religión todas nuestras acciones y toda nuestra contemplación?
¿Y no lo es también lo que no es ni acción ni contemplación, sino la maravilla y la sorpresa que surgen constantemente del alma, aun mientras labramos la piedra o preparamos el telar?
¿Quién puede separar su fe de sus acciones o sus creencias de sus ocupaciones?
¿Quién puede extender sus horas ante sí y decir: «Esto es para Dios y esto para mí, esto para mi alma y esto otro para mi cuerpo»?
Todas vuestras horas son alas que avanzan en el espacio y os hacen solidarios entre vosotros y con todo lo que es.
Fuera preferible que anduviera desnudo el que considera su moralidad como su mejor atavío.
Por lo menos el viento y el sol no agrietarían su piel.
Y quien regula su conducta por normas éticas aprisiona su ave canora en una jaula.
Los cantos más libres no se entonan detrás de rejas o de barrotes.
Y aquel para quien la llama de su adoración es un fuego que se enciende a una hora para apagarse a otra, no ha visitado todavía la habitación de su alma, cuyo fuego permanece encendido de alba a alba.
*
Vuestra vida cotidiana es vuestra religión y vuestro templo.
Y cuando entréis a él llevad con vosotros todo lo que sois y todo lo que hacéis.
Llevad el arado y la fragua y la maceta y el laúd.
Y las cosas que habéis modelado por necesidad o por placer.
Porque soñando no podréis superar vuestras mejores acciones, ni descender bajo vuestros fracasos.
Y llevad con vosotros a todos los hombres.
Porque en la adoración no os es posible volar más alto que las esperanzas de los otros ni humillaros más hondo que su desesperación.
*
Y si queréis conocer a Dios no os convirtáis en descifradores de enigmas.
Mejor es que contempléis lo que os rodea y Le veréis jugando en vuestros hijos.
Contemplad el espacio y Le veréis vagando en las nubes, extendiendo Sus brazos en el relámpago y descendiendo en la lluvia.
Y Le sorprenderéis sonriendo en las flores, y luego alzando y agitando Sus manos en los árboles.
— o o o —
~ Capítulo xxvii ~
De la muerte
Entonces Almitra habló y dijo: «Quisiéramos interrogaros ahora sobre la muerte».
Y él replicó:
Deseáis conocer el secreto de la muerte, pero no lo podréis hallar si no lo buscáis en las entrañas de la vida.
El búho, cuyos ojos quedaron limitados a la noche, es ciego para el día y no puede penetrar el misterio de la luz.
Si queréis aprehender de verdad el sentido de la muerte, abrid de par en par vuestro corazón al cuerpo de la vida.
Porque vida y muerte son una sola cosa, así como son un todo el río y el mar.
En el fondo de vuestras esperanzas y deseos reposa vuestro conocimiento silencioso del más allá.
Y vuestro corazón, como semilla que sueña debajo de la nieve, sueña con la primavera.
Confiad en los sueños porque en ellos está oculta la puerta que da a la eternidad.
Nuestro temor a la muerte no es sino el temblor del pastor que comparece ante el rey cuando va a serle impuesta su mano por honor.
¿No está el pastor gozoso, a pesar de su temblor, porque llevará la marca de su rey?
Y sin embargo, lo que más le inquieta ¿no es, acaso, su temblor?
*
Porque, ¿qué es morir, sino abandonarse desnudo al viento y fundirse con el sol?
¿Y qué es cesar de respirar sino libertar el aliento de sus incesantes flujos y reflujos para que pueda elevarse y expandirse y buscar a Dios sin trabas?
Sólo cuando hayáis bebido de las aguas del silencio podréis cantar de verdad.
Cuando hayáis alcanzado la cima del monte comenzaréis el ascenso.
Y sólo danzaréis de verdad cuando la tierra reclame vuestros pies.
— o o o —
~ Capítulo xxviii ~
La despedida
Ya era el atardecer.
Y Almitra, la vidente, dijo: «Benditos sean este día y este lugar y tu espíritu que ha hablado».
Y él respondió:
¿Fui yo, acaso, quien habló? ¿No fui también un oyente?
Entonces bajó los peldaños del templo y lo siguió la multitud. Subió a su barco, se detuvo sobre la cubierta y, dirigiéndose nuevamente al pueblo, levantó la voz y dijo:
Pueblo de Orfalecia, el viento me ordena dejaros.
Yo siento menos premura que él; sin embargo, tengo que partir.
Nosotros, los errantes, buscando siempre el sendero más solitario, no comenzamos nuevo día donde terminamos uno, ni nos sorprende el alba donde nos dejó el ocaso.
Y viajamos aun mientras la tierra duerme.
Somos simiente de la planta que se adhiere con todo su poder, y es en nuestra madurez y en la plenitud de nuestro corazón que somos entregados al viento y nos dispersamos.
*
Breves fueron mis días entre ustedes, y más breves aún las palabras que he dicho.
Pero si mi voz se desvanece en vuestros oídos y mi amor se desvanece en vuestro recuerdo, entonces volveré.
Y con un corazón más rico y unos labios más dispuestos a vuestro espíritu hablaré.
Sí, volveré con la marea, y aunque la muerte me oculte y el gran silencio me envuelva, una vez más buscaré vuestro entendimiento.
Y no en vano lo buscaré.
Si algo de lo que he dicho es verdad, esa verdad se revelará con una voz más clara, y con palabras más afines a vuestros pensamientos.
Marcho con el viento, pueblo de Orfalecia, pero no hacia la profundidad del vacío. Y si este día no es la realización plena de vuestras necesidades y de mi amor, entonces que sea una promesa hasta un próximo día.
Las necesidades del hombre cambian, pero no su amor, ni el deseo de que ese amor vea satisfechos sus anhelos.
Sabed, por consiguiente, que yo retornaré del gran silencio.
La niebla que huye con el alba y deja sólo rocío sobre los campos, asciende nuevamente, se concentra en nube y desciende con la lluvia.
Y yo me comporto como la niebla.
En la quietud de la noche recorrí vuestras calles y mi espíritu penetró en vuestras habitaciones.
Y los latidos de vuestro corazón resonaron en el mío, sentí sobre mi rostro vuestro aliento y os conocí a todos.
¡Ah!, conocí vuestro dolor y vuestro goce, y los sueños de vuestro sueño fueron también los míos.
Y a menudo fui entre vosotros como un lago entre montañas.
Reflejé las cumbres en vosotros y vuestras escarpadas laderas, y hasta los rebaños transeúntes de vuestros deseos y pensamientos.
Y la risa de vuestros niños llegó en arroyos a mi silencio, y en ríos los anhelos de vuestros jóvenes.
Y, cuando alcanzaron mi profundidad, los arroyos y los ríos no cesaron de cantar.
Pero algo más dulce que esa risa y más grande que ese anhelo vino a mí.
Y fue lo que en vosotros no tiene límites.
El hombre pleno en quien no sois más que células y fibras, aquél en cuyo canto todas vuestras canciones no son sino vibraciones sin sonido.
Es en la grandeza de ese hombre donde podéis ser grandes, y fue contemplándole a él que os descubrí vosotros y os amé.
Porque, ¿qué distancias que alcance el amor no están dentro de su vasta esfera?
¿Qué visiones, qué esperanzas, qué imaginaciones pueden superar su vuelo?
El hombre pleno en vosotros es como roble gigante, cubierto de flores de manzano.
Su poder os sujeta a la tierra, su fragancia os eleva al espacio y sois inmortales en su perdurabilidad.
*
Se os ha dicho que, como las cadenas, sois tan débiles como vuestro eslabón más débil.
Pero esto es sólo la mitad de la verdad. Sois también tan fuertes como vuestro eslabón más fuerte.
Mediros por vuestras más pequeñas acciones es mensurar la profundidad del mar por la fragilidad de su espuma.
Y juzgaros por vuestros fracasos es condenar, por inconstantes, a las estaciones.
¡Ah!, sois como un océano.
Y como él, no podéis acelerar vuestra marea, aunque la esperen en vuestras orillas barcos detenidos.
Sois también como las estaciones.
Y aunque en vuestro invierno negáis la primavera, ésta, que reposa dentro de vosotros, sonríe mientras dormita y no se ofende.
No creáis que hablo estas cosas para que digáis: «Nos alababa y sólo vio lo bueno de nosotros».
Yo solamente os doy en palabras aquello que ya conocéis en pensamiento.
Y ¿qué es el conocimiento vertido a las palabras, sino una sombra del conocimiento sin palabras?
Vuestros pensamientos y mis palabras son el oleaje de una memoria sellada que guarda la inscripción de nuestro pasado.
Y de los días primitivos en que la tierra no sabía de nosotros ni de sí.
Y de noches en que la tierra estaba todavía sumida en confusión.
*
Hombres sabios se han acercado a vosotros a participaros de su sabiduría. Yo he venido a tomar de la vuestra.
Y he aquí que he hallado aquello que es superior a la sabiduría:
Es un espíritu-llama que está siempre recogiendo en vosotros más y más de sí mismo.
Mientras vosotros, sin prestar atención a su expansión, os lamentáis de cómo se marchitan vuestros días.
Es la vida en busca de la vida dentro de cuerpos que temen a la tumba.
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Pero aquí no hay tumbas.
Estas montañas y praderas son una cuna y un peldaño.
Cuando paséis por los campos donde sepultasteis a vuestros antepasados, contempladlos detenidamente, y os veréis a vosotros y a vuestros hijos danzando tomados de las manos.
En verdad, os regocijáis con frecuencia, sin saberlo.
Otros llegaron también hasta vosotros y a cambio de doradas promesas hechas a vuestra fe no les disteis sino riqueza, poder y gloria.
Yo os di menos que una promesa, y sin embargo habéis sido más generosos conmigo.
Me habéis dado mi más profunda sed de vida.
Y, ciertamente, no puede hacerse a un hombre dádiva mayor que aquella que le impulsa a convertir todos sus propósitos en labios abrasados y a transmutar toda vida en una fuente.
Y mi honor y mi recompensa estriban en que siempre que me allego a beber de la fuente, encuentro también sedienta el agua viva.
Y me bebe mientras yo la bebo.
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Algunos de entre vosotros me habéis creído orgulloso y demasiado tímido para aceptar obsequios.
Y, en verdad, soy demasiado orgulloso para aceptar estipendio, pero no regalos.
Y me alimentaba de bayas en los montes, aunque me habríais sentado a vuestra mesa, y dormía en el pórtico del templo, cuando me habríais gustosamente dado albergue
Pero ¿no fue acaso vuestra preocupación solícita por mis días y mis noches lo que hizo dulce a mi paladar el alimento y engalanó mi sueño con visiones?
Y es por esto que os bendigo más: porque dais mucho y no sabéis que dais.
En verdad, la bondad que se contempla en un espejo se convierte en piedra.
Y el buen acto que se nombra a sí mismo con palabras tiernas engendra maldición.
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Algunos de vosotros me habéis llamado solitario y ebrio de mi propia soledad.
Y habéis dicho: «Celebra concilio con los árboles del bosque, pero no con los hombres; se sienta solo en lo alto de las colinas y contempla nuestra ciudad».
Es cierto que he escalado las colinas y he caminado por remotos lugares.
¿Cómo podría haberos visto, salvo desde una gran distancia o una gran altura?
Y ¿cómo puede alguien estar verdaderamente cerca si no encuentra distancia de por medio?
Otros me llamaron sin palabras y dijeron:
«Hombre extraño, enamorado de cimas inaccesibles, ¿por qué habitas en las cumbres donde construyen las águilas sus nidos? ¿Por qué buscas lo inalcanzable? ¿Qué tormentas quieres enredar en tu red o qué aves quiméricas cazas en el cielo? Ven y sé uno de nosotros. Desciende y aplaca tu hambre con nuestro pan y apaga tu sed con nuestro vino».
Esto dijeron en la soledad de sus almas.
Pero si su soledad hubiera sido más profunda, habrían adivinado que yo buscaba el secreto de vuestro goce y el de vuestra pena.
Y que sólo perseguía alcanzar vuestro yo gigante que vaga por el cielo.
*
Pero el cazador fue también la presa.
Pues muchas de mis flechas dejaron mi arco para buscar mi propio pecho.
Y el que voló tuvo así mismo que reptar.
Porque cuando mis alas se extendían al sol, su sombra sobre la tierra era una tortuga .
Y yo, el creyente, fui también el que dudó.
Porque a menudo hube de poner mi dedo sobre mi llaga para poder tener la mayor fe en vosotros y el mayor conocimiento de vosotros.
*
Y es con esta fe y este conocimiento que yo os digo:
No estáis confinados dentro de vuestros cuerpos ni limitados a casas o campos.
Lo que vosotros sois habita más allá de la montaña y vaga con el viento.
No es algo que se arrastra hacia el sol en busca de calor o que cava madrigueras en lo oscuro en busca de seguridad.
Sino algo libre, un espíritu que envuelve a la tierra y se mueve en el éter.
Si estas os parecen palabras vagas, no tratéis de esclarecerlas.
Vago y nebuloso es el comienzo de todas las cosas, pero no su fin.
Y me alegraría si me recordarais como a un comienzo.
La vida y todo lo que vive son concebidos en la niebla y no en el cristal.
Y ¿quién sabe si el cristal no es niebla en decadencia?
*
Yo quisiera que al recordarme rememorarais esto:
Aquello que parece lo más débil y atolondrado en vosotros es lo más fuerte y lo más determinado.
¿No es acaso vuestro aliento lo que erigió y endureció vuestra estructura ósea?
Y ¿no es acaso un sueño que ninguno de vosotros recuerda haber soñado lo que edificó vuestra ciudad y modeló todo lo que hay en ella?
Si sólo pudierais contemplar el flujo y reflujo de ese aliento, querríais dejar de ver todo lo demás.
Y si pudierais oír el susurro de los sueños, no querríais escuchar ningún otro sonido.
Pero no veis, ni oís, y está bien que así sea.
El velo que oscurece vuestros ojos será levantado por las mismas manos que lo tejieron.
Y la arcilla que obstruye vuestros oídos será perforada por los mismos dedos que la amasaron.
Y veréis.
Y oiréis.
Y sin embargo no deploraréis haber conocido la ceguera, ni lamentaréis haber estado sordos.
Porque ese día conoceréis el propósito oculto de todas las cosas.
Y bendeciréis la oscuridad lo mismo que bendecís la luz.
Dichas estas cosas miró a su alrededor y vio al piloto de su barco de pie, junto al timón, mirando ora las velas desplegadas, ora el horizonte.
Y dijo:
Paciente, paciente en demasía es el capitán de mi barco.
Sopla el viento, el velamen está inquieto.
Y el timón ya reclama dirección.
No obstante, mi capitán espera tranquilamente mi silencio.
Y hasta estos marineros míos que han escuchado los coros de la alta mar también me han oído con paciencia.
Ahora no esperarán más.
Estoy listo.
El arroyo alcanzó el mar y una vez más la gran madre estrechará al hijo contra su seno.
*
Adiós, pueblo de Orfalecia.
Este día ha concluido.
Se cierra sobre nosotros como el nenúfar antes de su siguiente amanecer.
Conservaremos con nosotros lo que nos fue dado aquí.
Pero si no bastara, tendremos que volver a reunirnos y juntos tender nuestra mano hacia el Dador.
No olvidéis que yo retornaré a vosotros.
Transcurrirá un instante y mi anhelo recogerá barro y espuma para otro cuerpo.
Un instante, no más, un momento de reposo sobre el viento y otra mujer me llevará en su vientre.
Adiós a vosotros y a la juventud que vivimos en común.
Fue apenas ayer cuando me reuní a vosotros en un sueño.
Vosotros cantasteis para mí en mi soledad y yo con vuestros anhelos edifiqué una torre en el cielo.
Pero ahora se desvanece nuestro sueño, lo que soñamos durante él pasó, y ya no es más la aurora.
El mediodía está sobre nosotros, nuestro letargo se ha transformado en pleno día y tenemos que partir.
Si en la penumbra del recuerdo nos encontráramos de nuevo, hablaremos juntos otra vez y me cantaréis un canto más profundo.
Y si nuestras manos se encontraran de nuevo en otro sueño, edificaremos otra torre en el cielo.
*
Diciendo esto, hizo una señal a los marineros que levantaron inmediatamente el ancla, cortaron las amarras y viraron rumbo a oriente.
Un lamento se escapó del pueblo como de un solo corazón, se elevó por el crepúsculo, y fue llevado sobre el mar como un gran sonido de trompeta.
Sólo Almitra permaneció en silencio mirando hacia la nave hasta que se perdió en la niebla.
Y cuando ya se había dispersado el pueblo, ella permanecía todavía sobre el muelle recordando en su corazón estas palabras:
«Un instante, no más, un momento de reposo sobre el viento, y otra mujer me llevará en su vientre».
Fin
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Fuente:
Gibran, Kahlil. El profeta. Editorial Iqueima, Bogotá, abril de 1952, traducción de Fernando Argüelles Vargas.