Presentación

El paquete

—Septiembre 6 de 2018—

“El paquete” de Sebastián Velásquez

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Sebastián Velásquez (Medellín, 1980) cursó estudios de Filosofía y Artes Plásticas en la Universidad de Antioquia, una maestría en Literatura en la Universidad de Rutgers y otra en Escritura Creativa en la Universidad de Iowa. Ha realizado videos de ficción y documental y ha trabajado como guionista, profesor de Lengua y Literatura, traductor y escritor fantasma. “El paquete” es su primera novela.

Presentación del autor y
su obra por David Gil.

Fondo Editorial Universidad Eafit

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El paquete, como lo sugiere uno de sus personajes, es una “novelita de criminales malogrados y engañosos”; una incertidumbre que juega con las expectativas del lector: una parodia del género que es profunda y desgarradora.

Dos hombres y una mujer solitaria configuran esta polifonía paranoide que plantea la dificultad de comprender al otro y la propia realidad. Tres personajes se enfrentan con desidia a su historia de vida y reconstruyen, sin patetismo, un hórrido paisaje nacional.

Una novela ágil en la que sorprenden la ambiciosa experimentación formal y los registros literarios, que oscilan entre la obscenidad y la lírica, la música popular, el carnaval y el silencio.

Juan Germán Maya

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Sebastián Velásquez

Sebastián Velásquez

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El paquete

Fragmento

Por Sebastián Velásquez

La vida, esa bendita cosa, no paraba de enredarse. O así entendí la llamaba de mi Padrino esa mañana. Yo todavía estaba borracho, más borracho que un hijueputa, y la música me seguía bailando en la mente. Tenía el cuerpo molido, la garganta reseca, la voz afónica y me dolía la cabeza. Con gusto me hubiera echado de vuelta en la cama, pero no podía. Me llamaba de urgencia para hacer un trabajo rápido. Un paquete, dijo, y que fuera directo para el Consultorio, que allá me esperaba el Flaco Rovira. Pero a mí nunca me gustó ese Rovira y desde ese momento pude anticipar los problemas.

Que sí, insistió mi Padrino, como leyéndome el pensamiento, con el Flaco Rovira y de afán, que se van de viaje para la costa. Entonces agarré el morral y le metí ropa de tierra caliente, pantalonetas, chanclas y las gafas de sol de un vecino.

Todo sonaba raro pero no estaba en condición de rechistar; ni el guayabo ni mi relación con él daban para eso. Era sabido que era rencoroso y que no daba segundas oportunidades, aunque conmigo era diferente. Conoció a mi papá, me dio la mano desde jovencito y siempre le probé. Pero ya me había advertido que tenía su límite, que no me las iba a seguir pasando.

Rovira llevaba años vinculado y era conocido como uno de los mejores hombres. Sospeché que algo fallaba y mi Padrino me mandaba a echarle un ojo, a ponerle atención en sus movimientos de zorro viejo. Había llegado la hora de desenmascararlo, me dije, una responsabilidad extraña que me daba la posibilidad de confirmarle la confianza y de ascender. El problema era que yo no paraba de sentirme mal. La cabeza me quería estallar y la verdad, hubiera preferido quedarme durmiendo.

La música de la cantina me seguía bailando en la cabeza, acompasada como las carnes de la Graciela. De la niña nueva no recordaba el nombre, pero sus ojos y su voz están fijos en mi mente, y todavía me sentía su olor.

Mientras me daba una ducha de agua helada me descubrí un par de moretones en los brazos y un chupado en el cuello, y la fiesta revivió. El cuerpo me bailaba solo, titiritaba y se dejaba llevar por el movimiento memorizado del chucu chucu. Cómo me compongo yo en el día de hoy, cómo me compongo yo en el de mañana, cómo me compongo yo si vivo triste, cómo me compongo yo me duele el alma, me repetía en la cabeza. Y eso que no me gustaba tanto esa música, la verdad, que lo mío era la balada.

El día estaba bonito, había que decirlo, aunque el aire se manchaba rápido. Era un humo negro que se podía ver, subiendo, espeso como traía yo la cabeza. Y al fondo, al otro extremo, la montaña sin verde, ya comida por tanta gente.

En el bus, lleno hasta reventar de trabajadores y de estudiantes, para comenzar a remarcar el día, me tocó viajar pegado de la puerta durante cuadras, con un pie afuera y otro adentro. Colgaba de la puerta como colgaba de la vida, sintiendo el viento directo en la cara, a punto de caer.

Montado en el Circular, adentro, estrujando y agarrando mujeres de pie, apeñuscados como cigarrillos y esa música del conductor a todo taco, la fiesta regresó. Yo quiero pegar un grito y no me dejan, yo quiero pegar un grito vagabundo, yo quiero decirte adiós, adiós mi vida, yo quiero decirte adiós desde este mundo.

Fuente:

Velásquez, Sebastián. El paquete. Editorial Eafit, Medellín, 2018.