Ciclo de Conferencias
El mapa de los
objetos perdidos
El Escudo de Aquiles
La configuración
poética del universo
—Octubre 17 de 2019—
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¿Qué puede decirnos, tres mil años después de su composición, el escudo de Aquiles que describió Homero en el canto xviii de la «Ilíada»? ¿Qué significados oculta? ¿Qué nos revela del pasado? ¿Cómo comprenderlo desde una perspectiva contemporánea? Esta conferencia reflexiona sobre este símbolo haciendo un recorrido por los distintos modos de interpretarlo, desde una lectura de la cosmovisión griega más tradicional, sus mitos creacionales y su «ethos», hasta aquellas conexiones que se pueden establecer con la contemporaneidad en la que vivimos.
El mapa de los objetos perdidos responde a una preocupación por el territorio hispanoamericano y las formas de construcción memorística en torno a elementos concretos de nuestra realidad. Por ejemplo, ¿qué nos contaría una victrola si le diésemos voz? ¿Hablaría bambuco, son cubano o quizá tango? Y ¿acaso estos lenguajes no contienen en sí una gran parte de lo que es Hispanoamérica? Al mirar una construcción cusqueña, cualquier paseante avisado notará que en la piedra comulgan la cultura inca y la española; el pasado y el presente unidos por el mestizaje en forma de muro. ¿Por qué no hablar entonces de las piedras y la historia de un pueblo? ¿Por qué no hablar de los ríos y la guerra, ya en nuestro contexto más cercano? Para establecer dichas relaciones empezaremos por caminar un sendero que nos es familiar y conocido: el de lo literario. El programa de Estudios Literarios debe cruzar a la otra orilla y explorar diferentes instancias con el fin de enriquecer su entramado discursivo y fortalecer la divulgación de los productos académicos, tanto del cuerpo docente como estudiantil.
Expositores:
Juan José Giraldo Calle (Medellín, 1987) ha sido mesero de medio tiempo y de tiempo completo, empresario del sector textil, bodeguero y contador sin firma, entre otros oficios, en Bogotá, Vancouver y Ciudad de México, donde estudió pero no terminó la carrera de Administración de Empresas. Actualmente es estudiante del programa de Estudios Literarios de la Universidad Pontificia Bolivariana.
Miguel Aguirre es estudiante de Estudios Literarios. En 2016 ganó el premio Andrés Bello y en 2017 quedó de finalista en el Concurso de Cuento Andrés Caicedo, razón por la cual aparece en la antología 8 cuentos. Ha publicado en las revistas digitales Palabrerías y La Sirena Varada y actualmente trabaja como guionista en la empresa de videojuegos Indie Level Studio, cuyo último juego, Jeanne de Lestonnac, saldrá al mercado en noviembre de 2019.
Organiza:
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Ilíada
Canto xviii
Fabricación de las armas
—Fragmento—
«¿Por qué, oh Tetis, la de largo peplo, venerable y cara, vienes á nuestro palacio? Antes no solías frecuentarlo. Di qué deseas; mi corazón me impulsa á realizarlo, si puedo y es hacedero».
Respondióle Tetis, derramando lágrimas: «¡Oh Vulcano! ¿Hay alguna entre las diosas del Olimpo que haya sufrido en su ánimo tantos y tan graves pesares como á mí me ha enviado el Saturnio Jove? De las ninfas del mar, únicamente á mí me sujetó á un hombre, á Peleo Eácida, y tuve que tolerar, contra toda mi voluntad, el tálamo de un mortal que yace en el palacio, rendido á la triste vejez. Ahora me envía otros males: concedióme que pariera y alimentara á un hijo insigne entre los héroes, que creció semejante á un árbol, le crié como á una planta en terreno fértil y lo mandé á Ilión en las corvas naves, para que combatiera con los teucros; y ya no le recibiré otra vez, porque no volverá á mi casa, á la mansión de Peleo. Mientras vive y ve la luz del sol está angustiado, y no puedo, aunque á él me acerque, llevarle socorro. Los aqueos le habían asignado, como recompensa, una moza, y el rey Agamenón se la quitó de las manos. Apesadumbrado por tal motivo, consumía su corazón; pero los teucros acorralaron á los aqueos junto á los bajeles y no les dejaban salir del campamento, y los próceres argivos intercedieron con Aquiles y le ofrecieron espléndidos regalos. Entonces, aunque se negó á librarles de la ruina, hizo que vistiera sus armas Patroclo y envióle á la batalla con muchos hombres. Combatieron todo el día en las puertas Esceas; y los aqueos hubieran tomado la ciudad, á no haber sido por Apolo, el cual mató entre los combatientes delanteros al esforzado hijo de Menetio, que tanto estrago causara, y dió gloria á Héctor. Y yo vengo á abrazar tus rodillas por si quieres dar á mi hijo, cuya vida ha de ser breve, escudo, casco, hermosas grebas ajustadas con broches, y coraza; pues las armas que tenía las perdió su fiel amigo al morir á manos de los teucros, y Aquiles yace en tierra con el corazón afligido».
Contestóle el ilustre cojo de ambos pies: «Cobra ánimo y no te preocupes por las armas. Ojalá pudiera ocultarlo á la muerte horrísona cuando la terrible Parca se le presente, como tendrá una hermosa armadura que admirarán cuantos la vean».
Así habló; y dejando á la diosa, encaminóse á los fuelles, los volvió hacia la llama y les mandó que trabajasen. Éstos soplaban en veinte hornos, despidiendo un aire que avivaba el fuego y era de varias clases: unas veces fuerte, como lo necesita el que trabaja de prisa, y otras al contrario, según Vulcano lo deseaba y la obra lo requería. El dios puso al fuego duro bronce, estaño, oro precioso y plata; colocó en el tajo el gran yunque, y cogió con una mano el pesado martillo y con la otra las tenazas.
Hizo lo primero de todo un escudo grande y fuerte, de variada labor, con triple cenefa brillante y reluciente, provisto de una abrazadera de plata. Cinco capas tenía el escudo, y en la superior grabó el dios muchas artísticas figuras, con sabia inteligencia.
Allí puso la tierra, el cielo, el mar, el sol infatigable y la luna llena; allí, las estrellas que el cielo coronan, las Pléyades, las Híades, el robusto Orión y la Osa, llamada por sobrenombre el Carro, la cual gira siempre en el mismo sitio, mira á Orión y es la única que deja de bañarse en el Océano.
Allí representó también dos ciudades de hombres dotados de palabra. En la una se celebraban bodas y festines: las novias salían de sus habitaciones y eran acompañadas por la ciudad á la luz de antorchas encendidas, oíanse repetidos cantos de himeneo, jóvenes danzantes formaban ruedos, dentro de los cuales sonaban flautas y cítaras, y las matronas admiraban el espectáculo desde los vestíbulos de las casas. Los hombres estaban reunidos en el foro, pues se había suscitado una contienda entre dos varones acerca de la multa que debía pagarse por un homicidio: el uno, declarando ante el pueblo, afirmaba que ya la tenía satisfecha; el otro negaba haberla recibido, y ambos deseaban terminar el pleito presentando testigos. El pueblo se hallaba dividido en dos bandos que aplaudían sucesivamente á cada litigante; los heraldos aquietaban á la muchedumbre, y los ancianos, sentados sobre pulimentadas piedras en sagrado círculo, tenían en las manos los cetros de los heraldos, de voz potente, y levantándose uno tras otro publicaban el juicio que habían formado. En el centro estaban los dos talentos de oro que debían darse al que mejor demostrara la justicia de su causa.
La otra ciudad aparecía cercada por dos ejércitos cuyos individuos, revestidos de lucientes armaduras, no estaban acordes: los del primero deseaban arruinar la plaza, y los otros querían dividir en dos partes cuantas riquezas encerraba la hermosa población. Pero los ciudadanos aún no se rendían, y preparaban secretamente una emboscada. Mujeres, niños y ancianos, subidos en la muralla, la defendían. Los sitiados marchaban, llevando al frente á Marte y á Palas Minerva, ambos de oro y con áureas vestiduras, hermosos, grandes, armados y distinguidos, como dioses; pues los hombres eran de estatura menor. Luego, en el lugar escogido para la emboscada, que era á orillas de un río y cerca de un abrevadero que utilizaba todo el ganado, sentábanse, cubiertos de reluciente bronce, y ponían dos centinelas avanzados para que les avisaran la llegada de las ovejas y de los bueyes de retorcidos cuernos. Pronto se presentaban los rebaños con dos pastores que se recreaban tocando la zampoña, sin presentir la asechanza. Cuando los emboscados los veían venir, corrían á su encuentro, se apoderaban de los rebaños de bueyes y de los magníficos hatos de blancas ovejas y mataban á los guardianes. Los sitiadores, que se hallaban reunidos en junta, oían el vocerío que se alzaba en torno de los bueyes, y montando ágiles corceles, acudían presurosos. Pronto se trababa á orillas del río una batalla en la cual heríanse unos á otros con broncíneas lanzas. Allí se agitaban la Discordia, el Tumulto y la funesta Parca, que á un tiempo cogía á un guerrero con vida aún, pero recientemente herido, dejaba ileso á otro y arrastraba, asiéndolo de los pies, por el campo de la batalla á un tercero que la muerte recibiera; y el ropaje que cubría su espalda estaba teñido de sangre humana. Movíanse todos como hombres vivos, peleaban y retiraban los muertos.
Representó también una blanda tierra noval, un campo fértil y vasto que se labraba por tercera vez: acá y allá muchos labradores guiaban las yuntas, y al llegar al confín del campo, un hombre les salía al encuentro y les daba una copa de dulce vino; y ellos volvían atrás, abriendo nuevos surcos, y deseaban llegar al otro extremo del noval profundo. Y la tierra que dejaban á su espalda negreaba y parecía labrada, siendo toda de oro; lo cual constituía una singular maravilla.
Grabó asimismo un campo de crecidas mieses que los jóvenes segaban con hoces afiladas: muchos manojos caían al suelo á lo largo del surco, y con ellos formaban gavillas los atadores. Tres eran éstos, y unos rapaces cogían los manojos y se los llevaban á brazados. En medio, de pie en un surco, estaba el rey sin desplegar los labios, con el corazón alegre y el cetro en la mano. Debajo de una encina, los heraldos preparaban para el banquete un corpulento buey que habían matado. Y las mujeres aparejaban la comida de los trabajadores, haciendo abundantes puches de blanca harina.
También entalló una hermosa viña de oro cuyas cepas, cargadas de negros racimos, estaban sostenidas por rodrigones de plata. Rodeábanla un foso de negruzco acero y un seto de estaño, y conducía á ella un solo camino por donde pasaban los acarreadores ocupados en la vendimia. Doncellas y mancebos, pensando en cosas tiernas, llevaban el dulce fruto en cestos de mimbre; un muchacho tañía suavemente la harmoniosa cítara y entonaba con tenue voz un hermoso lino, y todos le acompañaban cantando, profiriendo voces de júbilo y golpeando con los pies el suelo.
Representó luego un rebaño de vacas de erguida cornamenta: los animales eran de oro y estaño, y salían del establo, mugiendo, para pastar á orillas de un sonoro río, junto á un flexible cañaveral. Cuatro pastores de oro guiaban á las vacas y nueve canes de pies ligeros los seguían. Entre las primeras vacas, dos terribles leones habían sujetado y conducían á un toro que daba fuertes mugidos. Perseguíanlos mancebos y perros. Pero los leones lograban desgarrar la piel del animal y tragaban los intestinos y la negra sangre; mientras los pastores intentaban, aunque inútilmente, estorbarlo, y azuzaban á los ágiles canes: éstos se apartaban de los leones sin morderlos, ladraban desde cerca y rehuían el encuentro de las fieras.
Hizo también el ilustre cojo de ambos pies un gran prado en hermoso valle, donde pacían las cándidas ovejas, con establos, chozas techadas y apriscos.
El ilustre cojo de ambos pies puso luego una danza como la que Dédalo concertó en la vasta Cnoso en obsequio de Ariadna, la de lindas trenzas. Mancebos y doncellas hermosas, cogidos de las manos, se divertían bailando: éstas llevaban vestidos de sutil lino y bonitas guirnaldas, y aquéllos, túnicas bien tejidas y algo lustrosas, como frotadas con aceite, y sables de oro suspendidos de argénteos tahalíes. Unas veces, moviendo los diestros pies, daban vueltas á la redonda con la misma facilidad con que el alfarero aplica su mano al torno y lo prueba para ver si corre, y en otras ocasiones se colocaban por hileras y bailaban separadamente. Gentío inmenso rodeaba el baile y se holgaba en contemplarlo. Un divino aedo cantaba, acompañándose con la cítara; y en cuanto se oía el preludio, dos saltadores hacían cabriolas en medio de la muchedumbre.
En la orla del sólido escudo representó la poderosa corriente del río Océano.
Después que construyó el grande y fuerte escudo, hizo para Aquiles una coraza más reluciente que el resplandor del fuego; un sólido casco, hermoso, labrado, de áurea cimera, que á sus sienes se adaptara, y unas grebas de dúctil estaño.
Cuando el ilustre cojo de ambos pies hubo fabricado las armas, entrególas á la madre de Aquiles. Y Tetis saltó, como un gavilán, desde el nevado Olimpo, llevando la reluciente armadura que Vulcano había construido.
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