Ciclo de Conferencias
El mapa de los
objetos perdidos
Medellín como objeto literario
Narrar la ciudad en
el decurso histórico
—6 de diciembre de 2024—
El Pedrero, Medellín: se observan las ruinas del edificio Tobón Uribe, donde estaba la Farmacia Pasteur; al fondo a la izquierda, la iglesia del Sagrado Corazón. Foto publicada en el álbum de la familia Castrillón Gómez y reproducida por Jorge Posada en el grupo «Medellín Viejito» en Facebook.
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YouTube.com/CasaMuseoOtraparte
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En la presente conferencia se mostrará un decurso histórico de la ciudad de Medellín a partir de su literatura, cuestión que trata de ilustrar los usos, las maneras y los modos en los que este principio dinámico de la tradición ha tenido una vital importancia para apalabrar los mundos insertos en la vorágine citadina del valle de Aburrá. En términos de orden cronológico, se comenzará con las siguientes secciones: 1) Pensar lo literario y la ciudad de Medellín, una somera introducción desde el ensayo «Ciudad y literatura» de Pablo Montoya; 2) Medellín como objeto, una justificación desde una concepción realista de la ontología social; 3) El redescubrimiento del valle: las crónicas de Cieza de León, Sardella y Jorge Robledo como cataclismo cultural; 4) Siglo xvii al siglo xviii, la creación de una villa y los aires ilustrados de Francisco Silvestre y Mon y Velarde; 5) Una modernidad no moderna: las letras como sinónimo del progreso cultural; 6) La disolución de una utopía ortodoxa: un puerto guayaquilesco; 7) El terror manifiesto: la literatura de la violencia en Medellín. La transversalidad en la conferencia es crucial, de ahí que se aborden las temáticas de manera general.
El mapa de los objetos perdidos responde a una preocupación por el territorio hispanoamericano y las formas de construcción memorística en torno a elementos concretos de nuestra realidad. Por ejemplo, ¿qué nos contaría una victrola si le diésemos voz? ¿Hablaría bambuco, son cubano o quizá tango? Y ¿acaso estos lenguajes no contienen en sí una gran parte de lo que es Hispanoamérica? Al mirar una construcción cusqueña, cualquier paseante avisado notará que en la piedra comulgan la cultura inca y la española; el pasado y el presente unidos por el mestizaje en forma de muro. ¿Por qué no hablar entonces de las piedras y la historia de un pueblo? ¿Por qué no hablar de los ríos y la guerra, ya en nuestro contexto más cercano? Para establecer dichas relaciones empezaremos por caminar un sendero que nos es familiar y conocido: el de lo literario. El programa de Estudios Literarios (@estudiosliterarios) debe cruzar a la otra orilla y explorar diferentes instancias con el fin de enriquecer su entramado discursivo y fortalecer la divulgación de los productos académicos, tanto del cuerpo docente como estudiantil.
Expositor:
Juan Camilo Figueroa Parra es estudiante de sexto semestre de la licenciatura en Filosofía y Letras con un gran interés por la temática de Medellín en torno a la cultura, la moral, la historia, el arte y la política. Fue ponente de la conferencia «Ética para Medellín: una deuda con nuestra ciudad» en el XXV Foro de Estudiantes de Filosofía y Letras de la UPB, es monitor de la materia Humanismo y Cultura Ciudadana de la misma universidad y participó en un conversatorio del espacio cultural Café Versado que tuvo como tema «Medellín a través de los ojos de Ana Cristina Aristizábal».
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Invita:
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A la plaza todos, la plaza de mercao que incendiaron mientras estaba en la cárcel. Camiones de escalera que traían tercios de plátano, yuca, arracacha, o los cargadores de pescao y carne, o los que llevaban en sus carretas las legumbres y las frutas del día. Olores de banano y guayaba y chirimoya y yerbas remedieras, ¿vinieron a las bullas de los sábados? Por esos andenes caíamos al amanecer a tomarnos el caldo desenguayabador o a calmar el hambre a punta de sancochos con arepa de chócolo y morcilla calentada en las parrillas de barro y lata.
Manuel Mejía Vallejo
Aire de tango
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Los adultos que padecieron esa época han pasado tres décadas esquivando los recuerdos y tratando de olvidarla para rehacer sus vidas y la vida de la ciudad. Ese silencio ha provocado que una parte de las nuevas generaciones, tan protegidas de cualquier estímulo negativo por sus mayores, tengan sobre esa época la versión tergiversada de las narconovelas: para algunos de ellos los tristemente célebres miembros del cartel de Medellín no fueron tan malos, porque hicieron «obras de caridad» y otros se convirtieron en una especie de héroes porque desafiaron al Estado; para otros, ese mundo de dinero, poder, excesos, mujeres y estímulos por montón, es casi un ideal de vida.
Anacristina Aristizábal Uribe
Medellín a oscuras
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El medellinense tiene su lindero en sus calzones; el medellinense tiene los mojones de su conciencia en su almacén de la calle Colombia, en su mangada de El Poblado, en su cónyuge encerrada en la casa, como vaca lechera. Propietario celoso y duro que ofrece un trago de vino de consagrar al forastero, sólo cuando éste penetra a la Droguería, a comprar… Llega el pobre forastero; pasa por la dicha calle Colombia; mira para la Droguería, y sale de allí el hombre gordo, sonreído y meloso; lo abraza con ese modo cicatero que consiste en alargar el brazo y tocar apenas el hombro (abrazo antioqueño), y lo entra a la trastienda de la Droguería, en donde están los barriles en que viene el vino de consagrar y de embotellar, y le da una gota en un vaso cuyo fondo tiene briznas de paja de empaque… El forastero sale… sin dinero. Luego se encuentra al gordo en «el atrio de la catedral». Ya no lo saluda. El gordo de Medellín se va para la mangada de El Poblado; reza el rosario con mujer, hijos y cocineras, y así se queda también con el cielo. ¡Gente verraca! Y Medellín es toda Antioquia, Antioquia fundó a Caldas y va llegando a Nariño.
Fernando González
Los negroides
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Frutos de mi tierra
~ Fragmento ~
Por Tomás Carrasquilla
Cuentan que las Reverendas Madres Carmelitas de Medellín, para celebrar debidamente la fiesta de los Santos Inocentes, hacen una claustral en que, á más del exquisito pipiripao, hay bureo de guitarra, canto, vueltas y valse redondo con todo y abracijo: y es fama que algunas Madres son tan tremendas, que, en días como ése, se chantan sombrero con pedrada, á lo matachín, se pintan bigotes, remedan los Padres curas, y hacen tántas cosas, que la Madre superiora se pone en mil aguas, sin saber si excomulgarlas ó echarse á reír como una tonta; y agregan que de estas diabluras queda un recuerdo tan grato, que con él suelen endulzar en el resto del año los tedios y aburrimientos, tan crudos en el claustro, al decir de piadosos autores.
Decíamos esto al tánto de que á Medellín, la hermosa, le acontece lo propio: todo el año, muy formal y recogida en sus quehaceres, trabajando como una negra, guardando como una vieja avara, riendo poco, conversando sobre si el vecino se casa ó se descasa, sobre si el otro difunto dejó ó no dejó, rezando mucho, eso sí…
Pero, allá de cuando en cuando, también echa su cana al aire, y hace fiestas á manera de las Madres Carmelitas. Mas no se vaya á creer que es para conmemorar la degollina de Herodes; nó, señor, que se trata de aquella, no menos cruenta, entre chapetones y criollos, que tuvo lugar un 7 de Agosto de hace muchos años, por allá en el puente de Boyacá.
Como de encargo vendría aquí un cachito crítico-histórico sobre nuestras glorias patrias. ¡Cuánta erudición luciéramos! ¡Cómo encantáramos al lector con aquello del León de Iberia, Las cadenas rotas, La virgen América, La ominosa servidumbre, Los carcomidos tronos! Sería un modelo el tal cacho. Pero mejor será no meternos en arquitrabes y vamos con las fiestas.
Desde que se sabe que el permiso para hacerlas está concedido, todo es animación y alegría. Medellín se transforma. En los semblantes se lee el programa; crece el movimiento de gentes; apercíbese el comercio para la gran campaña; y la conversación, dale que le darás sobre el futuro acontecimiento, parece inagotable. Los señores dueños de la renta de licores sienten por anticipación esa voluptuosidad que produce el susurro de los billetes y la armonía del níquel cuando va cayendo al cajón arreo, arreo, como un chorrito. Los de tijera y mostrador olvidan los sermones contra la usura, y, muy frescos, sacan cuantos rezagos tienen, que, por arte de birlibirloque, se transforman en novedades llegadas un día antes. ¡Así valen ellas!
Sastres, modistas y zapateros tienden redes donde caen reclutas y veteranos, si no ellos mismos con algún sablazo; hoteles, fondas, restaurantes y pulperías surgen de la noche á la mañana llenos de vida y abundancia, convidando á indigestiones y borracheras; los establecimientos de vieja data no se dejan echar el pie adelante de los nuevos, é inventan lo nunca visto, lo nunca oído para sorprender á los parroquianos. Arriéndanse las casas á precios descomunales, y en ellas la carpeta verde y la templada coleta esperan impacientes el revolar de los albures, el crujir de Las muelas de Santa Polonia, la pintarrajeada ruleta, las hurras del afortunado, los ajos y cebollas del perdidoso. Las barreras y palcos de la plaza principal, vuelta de toros, se estremecen al oír la apología de las cornudas fieras de Ayapel y de Cauca.
Los chalanes de los pueblos se dan cita en la Capital, y caballos, yeguas, mulos, de todo pelaje y condición, encuentran allí quien dé por ellos el doble de su valor: trátase entonces de ponerse á horcajadas y no hay que andarse con reparos. Ni los talabarteros finos ni los remendones dan abasto, porque ¿quién que va á cabalgar en fiestas sale con vejeces? ¿Y quién en fiestas no cabalga?
Y Medellín, en tanto, brota y brota moneda por todos los poros, cual si un sudor pecuniario le sobreviniese, y para todo hay; pues de cicatera se ha tornado en manirrota.
Elabóranse en las zapaterías las más extrañas obras: cuándo las babuchas orientales recargadas de bordados; cuándo las calzas de terciopelo para algún galán histórico; cuándo la zapatilla á lo Luis XV, de altísimo tacón; porque lo que es sin disfrazarse, nadie se queda.
Y los pobres sastres purgan picardías propias y ajenas, ¡desgraciados! Sus talleres son entonces un infierno de trapos y perendengues: por los brocados y tisúes, galones y argentería, aquello semeja una fábrica de ornamentos de iglesia; por los terciopelos, rasos y panas, plumas, alamares y cintas, el taller de una modista en víspera de baile. Y el infeliz que cuando más sabrá quién es el padre de los hijos del Zebedeo, lleva á todas éstas, en la aturdida cabeza, toda una galería de personajes célebres, los creados por el arte, los tipos de todas las naciones, amén de las fantasías personificadas por la moda, ó por el capricho de algún cliente invencionero. Y todo ello ¡válgale Dios! visto por el lado indumentario, y sin más guía que el figurín, ó algún retrato, ó un grabado, cuando nó la ilustración de cualquier libro, ó la receta verbal. A mayor abundamiento tiene que aguantar en la nuca, —y no pintados, sino en carne y hueso—, á los futuros duques de Nevers, á los majos españoles, á los bandidos napolitanos, á los emperadores del Mogol… al diablo mismo; porque ningún parroquiano desampara el taller hasta que todo el disfraz le queda á su sabor y talante. ¡Así salen aquellas cosas! Don Sebastián de Portugal de pavita pajiza, el sombrío Felipe II con frac y caponas de gusanillo, el trovador provenzal de clerical manteo.
Esto de disfraz debe de ser entre nosotros cuestión de raza. Bien nos venga de los españoles, tan bizarros en el vestir; bien de nuestros indígenas progenitores, tan pintados de piel, tan apasionados por plumajes y abalorios, ello es que, en mentándonos vestimenta abigarrada, hasta el más estirado viejo se disfraza, siquier con la colcha de la cama. Díganlo, si no, las fachas bigotudas de las Madres Carmelitas.
Aunque en las fiestas hay toda clase de diversiones, bien puede decirse que las máscaras, el disfraz y el baile son las de la juventud dorada y de toda la gente de calidad. Primero en las calles y ecuestremente, por lo charro y matachinesco, máscara al rostro, entre estruendos, carreras, gritos y payasadas; luégo en los salones, á lo serio y á lo rico, á veces sin careta, siempre con cultura, estrechando en deleitoso abrazo á la bailadora beldad.
Porque para bailar se abren día y noche muchos salones, y no como quiera, sino con refinamiento y largueza, con invitación, expresa á las veces, tácita las más, colectiva ó individual, á todos los clubes y varones de calidad que, con sólo dar sus nombres ó el de alguno de sus compañeros, son recibidos con todos los fueros y miramientos del caso. Y como el disfraz es no sólo de cuerpo sino también de carácter, resulta que los señores más sañudos y avinagrados, y las mamás de más campanillas se disfrazan, para la recepción, de Amabilidad, de Confianza, y de Simpatía, disfraces en que Carreño se sale con las suyas.
¡Oh, padres de la Patria! ¡Oh, Libertad! ¡Por honraros se hacen tales cosas; mas no temáis que el recuerdo de vuestras glorias sea tan intenso, que llegue á exaltarnos hasta hacer por vosotros épicas locuras!… Por ahora nos contentamos con hacer brotar de nuestras frentes el grato sudor del baile, ó con una borrachera patriótica… á vuestro nombre.
Pues bien: el amartelado Martín está en aprietos. Mazuera, su Mentor, ha tenido que irse á su pueblo por grave enfermedad del padre. Telémaco solo, como Dios y el amor le han dado á entender, está preparando lo necesario para el asalto supremo. Ha calmado la incertidumbre y vuelto á su pecho la esperanza. Los aprestos y preparativos son táles, que si Pepa no se rinde esta vez, es porque no tiene corazón ni sangre en los ojos.
La primera diligencia de Galita fue cambiar El Melado, dando un dineral encima, por un caballo retinto, caballo propiamente tál, sin que le falte nada, que parece llevar dentro todos los diablos juntos, según es de azogado, alborotozo y petulante: dos fuelles humeantes, sus narices; la cabeza, pequeña; el ojo quiere salírsele; cola y crines se revuelven en azotadoras madejas; las patas, delgadas y nerviosas, fuertes y flexibles; cualquier ruido le hace temblar y encabritarse; cuando siente en sus lomos montura y jinete, no hay contorsión que no haga, brinco que no dé; y, si alcanza á columbrar una hembra, el solo relincho diera en tierra con otro que su dueño. Pero, afortunadamente, el caucano es todo un señor equitador, capaz de tenerse en un proyectil disparado, en lo cual cifra uno de sus principales timbres de grandeza, al par que una como seguridad en el triunfo. ¿Y cómo nó, si en el ensayo de la maestranza, que para las fiestas se prepara y de la cual hace parte, todos los concurrentes se han quedado bobos con caballo y caballero?… ¿Qué irá á decir Pepa? Pues «si en el árbol verde se hace esto…».
Las patronas, aterradas, le pronostican muerte con destripamiento y todo, y cada vez que le ven salir en El Retinto se quedan con el credo en la boca, lo cual le pone más engreído y satisfecho, por parecerle que el miedo de ellas es la más palmaria prueba del arrojo y valentía que él se atribuye.
Tiene para estrenar una gualdrapa roja, un freno y unos estribos de aro, estas dos prendas tan primorosamente nikeladas, que son la misma plata.
Su sastre le está haciendo dos superfinos, elegantísimos disfraces; uno para lucir en los salones, y en la maestranza el otro. Las viejas, ayudadas por él mismo, le fabrican uno de arlequín, de tan prolija labor, que es cosa de tenerlas atareadísimas.
Item más: está ensayando los lanceros, la cuadrilla y el boston en casa de las Bermúdez; y al ensayo, que á veces pára en baile, ni una noche ha faltado; y sus progresos coreográficos han sido táles, que todas las chicas se lo disputan para parejo. Entre las mamás que, á manera de las antiguas dueñas, vigilan el ensayo, ha oído varias veces cómo se vuelven lenguas ponderando el garbo y la elegancia «del caucano» y el modo que tiene para bailar. A más de estas ponderaciones, no ha faltado alguna jamoncilla amable que le eche sahumerios en su cara; todo lo cual, unido á la idea que de sí propio tiene formada, lo ha puesto que no cabe en el pellejo.
Mas no todo el monte ha de ser orégano: sus acudientes están que trinan contra él. Habiéndose juntado, lo pusieron en la picota, y, como caso de conciencia, determinaron llamarlo para calentarle las orejas por sus desmedidos gastos. Tocóle al más viejo dirigirle la palabra, y Martín no lo dejó acabar para deshacerse en improperios, terminando con la declaratoria de no necesitarlos para maldita la cosa y con mandarlos á freír monas.
—¡Qué altanerote! —dijo el más irritado de los tres tan luégo como Gala salió—. Un mozo que no es capaz de ganar un centavo ¡y yá lleva gastados, en dos meses, más de setecientos fuertes!… ¡Y compra caballo por cuatrocientos!
—¡Nó, señor, no hay sujeto! —replicó otro—. Y la señora madre ¡que le den lo que pida, que le den lo que pida!
—¡Ah madres! —clamó el tercero.
Por telégrafo pidió Galita cambio de acudientes, indicando á quiénes quería por táles; y dos de éstos recibieron inmediatamente de la rica viuda orden de darle á Martín lo que pidiera, con la expresa condición de que exigirían los honorarios que á bien tuviesen. El muchacho fue llamado al punto por ambos, y fue tan fino, que á uno y otro pidió suma gorda, de lo que le quedaron muy reconocidos.
Fuente:
Carrasquilla, Tomás. Frutos de mi tierra. Bogotá, Librería Nueva, 1896.
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Fernando González y Tomás Carrasquilla, 1935. La ilustración acompaña el texto «Hace tiempos de Tomás Carrasquilla» de Fernando González, publicado en el número 291 de la Revista Universidad de Antioquia.