Ciclo de Conferencias
El mapa de los
objetos perdidos
Dentro de un baúl,
el firmamento
—22 de noviembre de 2021—
* * *
Ver grabación del evento:
YouTube.com/CasaMuseoOtraparte
* * *
Como en casa, así en los libros, los baúles guardan un espacio en los rincones, pero guardan universos inesperados, universos arrinconados, tradiciones que siguen vigentes y se relacionan con el devenir de los baúles como una puerta de más, escondida. Siempre que leí tesoros encontrados, los imaginé aparecer entre baúles, los piratas siempre iban por baúles, la caja de Pandora es un baúl, las cápsulas del tiempo son baúles que se abren de vez en cuando y, vaya forma, emotiva y misteriosa, de cambiarlo todo. Inofensivos y serenos, ocultos y olvidados, los baúles son un punto de encuentro que indagaremos, como quien desordena los muebles de la casa para encontrar algún retazo de tiempo enredado en las cortinas. La imaginación ha sido la llave maestra.
El mapa de los objetos perdidos responde a una preocupación por el territorio hispanoamericano y las formas de construcción memorística en torno a elementos concretos de nuestra realidad. Por ejemplo, ¿qué nos contaría una victrola si le diésemos voz? ¿Hablaría bambuco, son cubano o quizá tango? Y ¿acaso estos lenguajes no contienen en sí una gran parte de lo que es Hispanoamérica? Al mirar una construcción cusqueña, cualquier paseante avisado notará que en la piedra comulgan la cultura inca y la española; el pasado y el presente unidos por el mestizaje en forma de muro. ¿Por qué no hablar entonces de las piedras y la historia de un pueblo? ¿Por qué no hablar de los ríos y la guerra, ya en nuestro contexto más cercano? Para establecer dichas relaciones empezaremos por caminar un sendero que nos es familiar y conocido: el de lo literario. El programa de Estudios Literarios debe cruzar a la otra orilla y explorar diferentes instancias con el fin de enriquecer su entramado discursivo y fortalecer la divulgación de los productos académicos, tanto del cuerpo docente como estudiantil.
Expositores:
Jorge Valbuena Montoya es poeta, editor y docente, integrante del comité editorial de La Raíz Invertida, revista latinoamericana de poesía. Ha publicado La danza del caído (2012), Pasajera de agua (2014), Árbol de navío (2016), Gramática de los cielos (2020) y Cambio de agujas (2021). Es artista formador en los Talleres Locales de Escritura Creativa (Idartes, Bogotá) e instructor de la Escuela de Literatura del Centro Cultural Bacatá de Funza, Cundinamarca, con la que se encuentra adscrito a la Red Nacional de Talleres de Escritura Creativa – Relata como director de los talleres «Cartografías del silencio» y «Funza para contar».
Nicolás Cruz es estudiante de Estudios Literarios en la UPB. Ha sido ponente en cinco oportunidades, cuatro de ellas en Medellín y una en Tolima. Ha trabajado en revistas digitales como Sinestesia y Straversa, con las cuales ha colaborado en la publicación de fanzines. Cuenta con un artículo en la revista Tinta y actualmente trabaja con un equipo independiente en la traducción del video juego Fate: Grand Order.
Invita:
* * *
Las mil y una noches
El rey Sahriyar y su
hermano Sah Zamán
Se cuenta —pero Dios es más sabio— que en el transcurso de lo más antiguo del tiempo, y en una edad remota, hubo un rey sasánida que dominaba las islas de la India y de China, que era jefe de ejércitos, de auxiliares y de servidores. Tenía dos hijos: uno, mayor y el otro, menor, pero ambos eran buenos caballeros y héroes, por más que el mayor aventajase al menor en estas cualidades. Éste heredó el país y gobernó con justicia entre sus súbditos. Por eso los habitantes de las posesiones de su reino le amaban. Se llamaba el rey Sahriyar. Su hermano menor se llamaba Sah Zamán y era el rey de Samarcanda.
El bienestar duró largo tiempo en ambos países, pues cada uno de ellos permanecía allí gobernando con justicia a sus súbditos, y así transcurrió un lapso de veinte años en que sus vasallos vivieron en el bienestar y el desahogo.
En estas circunstancias, el hermano mayor deseó volver a ver a su hermano pequeño, por lo cual mandó a su visir que se fuera de viaje y regresase en su compañía. El visir obedeció y viajó sin cesar hasta que llegó a su destino sin tropiezos. Recibido en audiencia por Sah Zamán, lo saludó y le informó que su hermano estaba ansioso de verlo, y que deseaba que lo visitase. El rey escuchó complacido, aceptó la invitación y se preparó para el viaje. Mandó sacar sus tiendas, sus camellos, sus mulos y sus auxiliares, y delegó las prerrogativas regias en su visir. A continuación emprendió la marcha hacia los estados de su hermano. Pero cuando llegó la medianoche recordó un objeto que se había olvidado en su palacio y regresó. Entró en su alcázar y encontró a su esposa durmiendo en el lecho conyugal, abrazada a un esclavo negro. Cuando se dio cuenta, perdió el mundo de vista y se dijo: «Si esto ocurre cuando apenas acabo de abandonar la ciudad, ¿qué hará esa libertina cuando lleve algún tiempo junto a mi hermano?». Al hacerse esta reflexión desenvainó la espada y dio muerte a los dos en el mismo lecho, regresando en seguida al campamento, donde dio órdenes de emprender la marcha. Viajando sin cesar llegó por fin a la ciudad de su hermano. Éste le salió al encuentro, lo recibió y lo saludó, demostrándole cuán enormemente le alegraba su llegada; engalanó la ciudad y lo sentó a su lado, hablándole con efusión. Pero el rey Sah Zamán recordaba lo que había sucedido con su esposa, por lo cual la tristeza que se había apoderado de él iba constantemente en aumento: su tez palidecía cada vez más y su cuerpo adelgazaba. Cuando su hermano se dio cuenta de todo ello pensó que se debía a lo alejado que estaba de su país y de su reino, por lo cual no le preguntó por las causas del estado en que se encontraba.
Un buen día le dijo:
—¡Hermano mío! ¡Te veo débil y pálido!
A lo que el otro respondió:
—¡Hermano mío! En mi interior hay una herida.
Pero no le refirió lo que había visto hacer a su esposa. Sahriyar le dijo:
—Querría que vinieras conmigo de caza; tal vez tu pecho respire. Pero Sah Zamán rechazó la invitación y su hermano se fue solo.
En el palacio real había unas ventanas que daban al jardín de su hermano. Estaba mirando por ellas cuando vio que la puerta del palacio se abría y salían veinte jovenzuelas y veinte esclavos; la esposa de su hermano estaba entre ellos. Era hermosísima, muy bella. Avanzaron hasta llegar a una fuente y allí se quitaron los vestidos y se sentaron. Entonces la esposa del rey gritó:
—¡Masud!
En seguida un esclavo negro se adelantó, la abrazó y la poseyó. Lo mismo hicieron los restantes esclavos con las jovenzuelas, y no dejaron de abrazarse y de besarse hasta que el día se desvaneció.
Cuando el hermano del rey vio aquello, exclamó:
—¡Por Dios! ¡Cuán ligera es mi desgracia comparada con ésta!
El insomnio y la pena que lo agobiaban desaparecieron en el acto.
Exclamaba:
—¡Esto es más gordo que lo que a mí me ha ocurrido!
Desde aquel momento comió y bebió. Cuando regresó su hermano de la cacería se saludaron y el rey Sahriyar se dio cuenta de que el rey Sah Zamán había recuperado el color, de que sus mejillas se habían sonrosado y de que volvía a comer con apetito, después de una temporada de desgana. Se asombró de todo esto y le preguntó:
—¡Hermano mío! Antes te veía con la tez amarillenta, pero ahora has recuperado tu color habitual. Cuéntame lo que te ha ocurrido.
—Te contaré lo que me hizo palidecer, pero dispénsame de referirte por qué me he recuperado.
—Bueno. Cuéntame primero la causa del cambio de tu color y de tu debilidad. Te escucho.
Y Sah Zamán refirió:
—¡Hermano mío! Cuando me despachaste tu visir para pedirme que viniese a visitarte, hice los preparativos correspondientes y partí de mi ciudad. Más tarde recordé que la joya que te he regalado había quedado olvidada en mi palacio. Regresé y encontré a mi esposa que yacía junto a un esclavo negro. Estaban durmiendo en mi lecho conyugal y los maté. En este estado de ánimo vine a tu encuentro, pensando continuamente en lo acontecido. Esta fue la causa de mi palidez y mi debilidad. En cuanto a lo que ha hecho que recupere mi color normal, dispénsame de contártelo.
Cuando su hermano hubo oído estas palabras, exclamó:
—Te ruego, por Dios, que me cuentes la causa por la cual has recobrado el color.
Sah Zamán, ante su insistencia, le contó todo lo que había visto. Sahriyar le dijo entonces a su hermano Sah Zamán:
—Quiero verlo con mis propios ojos.
Sah Zamán le aconsejó:
—Aparenta que sales de caza y escóndete en mis habitaciones; verás lo que te he dicho y serás testigo presencial de ello.
El rey mandó en el acto disponerse para la marcha. Los soldados y las tiendas salieron fuera de la ciudad, y el propio rey emprendió el camino. Después mandó levantar las tiendas y conminó a sus garzones:
—¡Que nadie entre en mi tienda!
Se disfrazó y se dirigió, a hurtadillas, al palacio en el que habitaba su hermano, y se sentó al lado de una de las ventanas que daban al jardín.
Al cabo de un rato salieron las jovenzuelas y su señora, acompañadas de los esclavos, e hicieron lo que le había descrito su hermano. Continuaron de esta manera hasta la llegada del asr (1).
Cuando el rey Sahriyar se hubo convencido, perdió la razón y le dijo a su hermano Sah Zamán:
—¡Ven! Emprenderemos un viaje según Dios nos dé a entender, pues no necesitamos para nada la realeza, hasta saber si hay alguien a quien le haya ocurrido algo semejante. ¡Tal vez sea preferible la muerte a la vida!
Sah Zamán aceptó y ambos emprendieron el camino saliendo por una puerta secreta que había en el palacio. Viajaron constantemente, día y noche, hasta llegar a un árbol que estaba aislado en medio de una llanura; en sus cercanías había una fuente de agua potable, junto al mar salado. Bebieron en ella y se sentaron para descansar.
Apenas había transcurrido una hora del día cuando el mar empezó a agitarse y desde él se elevó hasta el cielo una columna negra que avanzó hacia aquella pradera. Al darse cuenta se atemorizaron y se subieron hasta lo más alto del árbol, que lo era mucho, y se quedaron a la expectativa de lo que iba a ocurrir. Vieron que se trataba de un genio, alto de estatura, ancho de cara y poderoso de pecho, que llevaba un baúl sobre la cabeza. Subió por la playa y llegó al árbol en cuya copa estaban los dos hermanos. Se sentó al pie, abrió el baúl y sacó una caja, la abrió y de ella salió una doncella hermosísima que parecía el sol resplandeciente. Como dijo el poeta:
Ella apareció entre las tinieblas y en el acto resplandeció el día; su luz ilumina las auroras.
Cuando ella aparece, de su resplandor toman la luz los soles, y las lunas, el brillo.
Las criaturas se postran cuando ella aparece, y los velos se desgarran.
Los relámpagos de su mirada hacen caer, como cae la lluvia, las lágrimas de los amantes.
Cuando el genio la vio, dijo:
—¡Oh, señora de las sederías, a quien rapté en la noche de bodas! Quiero dormir un poco.
A continuación, el genio apoyó la cabeza en las rodillas de la muchacha y se durmió. Ella levantó entonces la cabeza del genio de encima de sus rodillas, la dejó en el suelo, se plantó debajo del árbol y les dijo por señas:
—¡Bajad! ¡No temáis a ese efrit! (2)
—¡No, Dios te proteja! ¡Dispénsanos!
—¡Os lo digo: o bajáis o despierto al efrit en perjuicio vuestro, y a que os matará de mala manera!
Estas palabras les atemorizaron y descendieron. La joven se plantó delante de ellos y les dijo:
—Alanceadme con un potente lanzazo; si no lo hacéis, despertaré al efrit y lo instigaré contra vosotros.
Su temor era tal, que el rey Sahriyar le dijo a su hermano, el rey Sah Zamán:
—¡Hermano mío! Haz lo que te ha mandado.
Respondió:
—No lo haré a menos que tú lo hagas antes.
Y empezaron a guiñarse los ojos, incitándose mutuamente a poseerla. Pero ella exclamó:
—Me parece que sólo sabéis guiñaros los ojos. Si no os adelantáis y pasáis a los hechos, despertaré al efrit y lo instigaré contra vosotros.
El temor que les inspiraba el genio era tal que hicieron lo que les mandaba.
Cuando hubieron terminado, les dijo:
—¡Sois expertos!
Sacó de su bolsillo un saquito y de él un collar que les mostró: contenía quinientos setenta anillos. Les preguntó:
—¿Sabéis qué es esto?
Respondieron:
—No lo sabemos.
Entonces ella les explicó:
—El dueño de cada uno de estos anillos me ha poseído sin que este cornudo de efrit se enterase. Dadme vuestros respectivos anillos, y a que sois los últimos.
Se los entregaron y añadió:
—Sabed que este efrit me raptó la noche de mi boda, que me colocó en la caja y que guardó ésta en el interior del baúl, el cual cerró con siete candados. Me depositó en el fondo del tumultuoso mar, donde rompen las olas. Pero no sabe que cuando una mujer desea algo, lo consigue. Por eso dijo el poeta:
No te fíes de las mujeres; no des crédito a sus promesas.
Su contento o su enfado depende de su sexo.
Te demuestran falso cariño; la perfidia está en el interior de su traje. Ten presente la historia de José y defiéndete de sus engaños.
¿O es que no sabes que el demonio sacó a Adán del paraíso por su causa?
Cuando oyeron estas palabras, quedaron admirados y se dijeron:
—Si a éste, que es un efrit, le ocurren cosas mayores que las que nos han ocurrido a nosotros, bien podemos consolamos.
En el acto se separaron de ella, regresaron a la ciudad del rey Sahriyar y entraron en su alcázar; el monarca cortó la cabeza de su esposa, así como de las jovenzuelas y las de los esclavos.
Desde entonces, el rey Sahriyar, todas las noches, tomaba una joven virgen, la desfloraba y al día siguiente la mataba. Así fueron las cosas durante un lapso de tres años. Las gentes estaban desesperadas y huían con sus hijas, hasta tal punto que no quedó en aquella ciudad ni una sola muchacha que pudiera soportar el asalto.
Un día el rey mandó a su visir que le llevase una joven para poseerla, según era su costumbre. El visir salió y buscó, pero no encontró ninguna. Entonces se dirigió a su casa enfadado y atemorizado, temiendo que la cólera del soberano recayera sobre él.
Este visir tenía dos hijas, ambas muy hermosas. La mayor se llamaba Sahrazad y la menor, Dunyazad. La primera había leído libros, historias, biografías de los antiguos reyes y crónicas de las naciones antiguas. Se dice que había llegado a reunir mil volúmenes referentes a la historia de los pueblos extinguidos, de los antiguos reyes y de los poetas.
Sahrazad le dijo a su padre:
—¿Qué te ocurre que estás descompuesto, preocupado y afligido? Alguien ha dicho, sobre esto, los siguientes versos:
Di a quien soporta una pena: una pena no es eterna.
De idéntica manera a como la alegría se va, perecen las penas.
Cuando el visir oyó a su hija, le refirió lo que le había ocurrido con el rey, desde el principio hasta el final.
Ella le dijo:
—¡Por Dios! ¡Padre mío! ¡Cásame con ese rey! Si vivo, todo irá bien, y si muero, serviré de rescate a las hijas de los musulmanes y seré la causa de su liberación.
—¡Por Dios! ¡No te arriesgues!
—Es necesario que lo haga.
—Temo que te suceda lo que le sucedió al asno y al buey con el labrador. Ella preguntó:
—¿Qué les sucedió, oh padre?
Notas:
(1) | Nombre de la oración canónica de la tarde. |
(2) | Nombre que se da a una clase de genios de la leyenda musulmana. |
Fuente:
Anónimo. Las mil y una noches. Traducción, introducción y notas de Juan Vernet. Consultado en: Academia.edu.
* * *
Pintura de Scheherezade por
Sophie Gengembre Anderson
(1823-1903)