Ciclo de Conferencias
El mapa de los
objetos perdidos
El poder de la palabra
Poesía y política en la
Independencia de Colombia
—23 de agosto de 2021—
El Libertador Simón Bolívar y el médico José Fernández Madrid. Imágenes de archivo del Museo Nacional de Colombia.
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Ver grabación del evento:
YouTube.com/CasaMuseoOtraparte
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Las naciones se crean con las armas, sí, pero sobre todo con la palabra; y el caso de Colombia no fue la excepción. Apuntalando en la imaginación la idea de un pueblo unificado, los discursos, las proclamas, las constituciones, las declaraciones y —no podemos olvidarlo— la poesía acompañaron la marcha de los libertadores a lo largo de nuestras geografías americanas. Al fin y al cabo, el sueño de la América independiente había de ser sembrado. Sin embargo, ninguna idea nace inocente, y la silueta que por entonces dibujaron nuestros antepasados tuvo un corte particular y lleno de claroscuros. En esta conferencia daremos un vistazo a las obras poéticas de dos de nuestros presidentes del periodo la Independencia, el Libertador Simón Bolívar y el médico José Fernández Madrid, y analizaremos el modo en que estas proyectan una idea de nación que, posteriormente, repercutió en leyes y constituciones, desenhebrando así los hilos que unen la poesía con la política.
El mapa de los objetos perdidos responde a una preocupación por el territorio hispanoamericano y las formas de construcción memorística en torno a elementos concretos de nuestra realidad. Por ejemplo, ¿qué nos contaría una victrola si le diésemos voz? ¿Hablaría bambuco, son cubano o quizá tango? Y ¿acaso estos lenguajes no contienen en sí una gran parte de lo que es Hispanoamérica? Al mirar una construcción cusqueña, cualquier paseante avisado notará que en la piedra comulgan la cultura inca y la española; el pasado y el presente unidos por el mestizaje en forma de muro. ¿Por qué no hablar entonces de las piedras y la historia de un pueblo? ¿Por qué no hablar de los ríos y la guerra, ya en nuestro contexto más cercano? Para establecer dichas relaciones empezaremos por caminar un sendero que nos es familiar y conocido: el de lo literario. El programa de Estudios Literarios debe cruzar a la otra orilla y explorar diferentes instancias con el fin de enriquecer su entramado discursivo y fortalecer la divulgación de los productos académicos, tanto del cuerpo docente como estudiantil.
Expositor:
Miguel Aguirre Bernal es profesional en Estudios Literarios de la Universidad Pontificia Bolivariana, actual representante del programa y miembro del Comité Editorial de la gaceta literaria El Galeón. En 2012 obtuvo el segundo puesto en el Concurso de Cuento Débora Arango, en 2016 ganó el premio Andrés Bello y en 2017 quedó de finalista en el Concurso de Cuento Andrés Caicedo. Su relato «Crimen» aparece en la antología 8 cuentos (2017). Entre 2019 y 2020 coordinó el ciclo de conferencias El mapa de los objetos perdidos en Otraparte y durante tres años se desempeñó como guionista de videojuegos y experiencias interactivas en las empresas Indie Level Studio y Novotechno. Actualmente se dedica a la docencia.
Invita:
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El Manifiesto de Cartagena está redactado en el estilo limpio de Maquiavelo y cumplió el fin que se propuso: crear espíritu nacional y preparar las grandes campañas de 1813. Es un organismo ideológico que muestra el alma realista de Bolívar como era, como una florescencia del continente.
(Mi Simón Bolívar, 1930)
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Mi delirio sobre el Chimborazo
Por Simón Bolívar
Yo venía envuelto en el manto de Iris, desde donde paga su tributo el caudaloso Orinoco al Dios de las aguas. Había visitado las encantadas fuentes amazónicas, y quise subir al atalaya del Universo. Busqué las huellas de La Condamine y de Humboldt; seguílas audaz, nada me detuvo; llegué a la región glacial, el éter sofocaba mi aliento. Ninguna planta humana había hollado la corona diamantina que pusieron las manos de la Eternidad sobre las sienes excelsas del dominador de los Andes. Yo me dije: este manto de Iris que me ha servido de estandarte, ha recorrido en mis manos sobre regiones infernales, ha surcado los ríos y los mares, ha subido sobre los hombros gigantescos de los Andes; la tierra se ha allanado a los pies de Colombia, y el tiempo no ha podido detener la marcha de la libertad. Belona ha sido humillada por el resplandor de Iris, ¿y no podré yo trepar sobre los cabellos canosos del gigante de la tierra?
¡Sí podré!
Y arrebatado por la violencia de un espíritu desconocido para mí, que me parecía divino, dejé atrás las huellas de Humboldt, empañando los cristales eternos que circuyen el Chimborazo. Llego como impulsado por el genio que me animaba, y desfallezco al tocar con mi cabeza la copa del firmamento: tenía a mis pies los umbrales del abismo.
Un delirio febril embarga mi mente; me siento como encendido por un fuego extraño y superior. Era el Dios de Colombia que me poseía.
De repente se me presenta el Tiempo bajo el semblante venerable de un viejo cargado con los despojos de las edades: ceñudo, inclinado, calvo, rizada la tez, una hoz en la mano…
«Yo soy el padre de los siglos, soy el arcano de la fama y del secreto, mi madre fue la Eternidad; los límites de mi imperio los señala el Infinito; no hay sepulcro para mí, porque soy más poderoso que la Muerte; miro lo pasado, miro lo futuro, y por mis manos pasa lo presente. ¿Por qué te envaneces, niño o viejo, hombre o héroe? ¿Crees que es algo tu Universo? ¿Que levantaros sobre un átomo de la creación, es elevaros? ¿Pensáis que los instantes que llamáis siglos pueden servir de medida a mis arcanos? ¿Imagináis que habéis visto la Santa Verdad? ¿Suponéis locamente que vuestras acciones tienen algún precio a mis ojos? Todo es menos que un punto a la presencia del Infinito que es mi hermano».
Sobrecogido de un terror sagrado, «¿cómo, ¡oh, Tiempo! —respondí—, no ha de desvanecerse el mísero mortal que ha subido tan alto? He pasado a todos los hombres en fortuna, porque me he elevado sobre la cabeza de todos. Yo domino la tierra con mis plantas; llego al Eterno con mis manos; siento las prisiones infernales bullir bajo mis pasos; estoy mirando junto a mí rutilantes astros, los soles infinitos; mido sin asombro el espacio que encierra la materia, y en tu rostro leo la Historia de lo pasado y los pensamientos del Destino».
«Observa —me dijo—, aprende, conserva en tu mente lo que has visto, dibuja a los ojos de tus semejantes el cuadro del Universo físico, del Universo moral; no escondas los secretos que el cielo te ha revelado: di la verdad a los hombres». El fantasma desapareció.
Absorto, yerto, por decirlo así, quedé exánime largo tiempo, tendido sobre aquel inmenso diamante que me servía de lecho. En fin, la tremenda voz de Colombia me grita; resucito, me incorporo, abro con mis propias manos los pesados párpados: vuelvo a ser hombre, y escribo mi delirio.
Fuente:
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«La capitulación de Ayacucho» (1924), óleo sobre lienzo del pintor peruano Daniel Hernández Morillo. La pintura recrea el momento en el que José de Canterac, jefe de estado mayor del Ejército Real del Perú, en representación del virrey José de la Serna, firma la Capitulación de Ayacucho ante el general Antonio José de Sucre después de la batalla de Ayacucho, que tuvo lugar el 9 de diciembre de 1824 (Wikipedia.org).