Presentación
El maestro de escuela
—Agosto 30 de 2012—
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Presentación de El maestro de escuela a cargo de Ernesto Ochoa Moreno y Luis Fernando Macías Zuluaga.
Ernesto Ochoa Moreno (Medellín, 1940) es filósofo, teólogo y periodista. Ha sido columnista y editorialista de los periódicos El Mundo y El Colombiano de Medellín. Obtuvo el Premio Simón Bolívar de Periodismo a la mejor columna de opinión (1988) y fue finalista del mismo premio en 1996 y en 1997. Ha sido colaborador en revistas y publicaciones especializadas con énfasis en el estudio de Fernando González, sobre cuya obra ha escrito numerosos artículos y ensayos. Libros en preparación: “Los curas de Otraparte”, “Entre las azucenas olvidado: la noche oscura en clave de agonía”, “Conversaciones con el padre Nicanor”, “Recodo para un silencio” y “Agua para una sed”. En 1992 publicó el ensayo “El maestro de escuela de Fernando González” en el suplemento dominical de El Colombiano, donde actualmente continúa escribiendo los sábados su columna “Bajo las ceibas”, cuyo título es un claro homenaje al Brujo de Otraparte.
Luis Fernando Macías Zuluaga (Medellín, 1957) es licenciado en Educación, Español y Literatura, especialista en Literatura Latinoamericana y magíster en Estética y Filosofía del Arte. Es poeta, ensayista, narrador y autor de obras para niños. Fue miembro del comité de dirección de la revista Poesía y fundador de la Editorial El Propio Bolsillo. Así mismo, se desempeñó como director de la Revista Universidad de Antioquia y jefe del Departamento de Publicaciones de la misma institución, donde actualmente es profesor de literatura. Ha publicado “Amada está lavando” (novela, 1979), “La flor de lilolá” (cuento infantil, 1986), “La rana sin dientes” (cuentos infantiles, 1988), “Ganzúa” (novela, 1989), “Casa de bifloras” (cuento infantil, 1991), “Diario de lectura I: Manuel Mejía Vallejo” (1994), “Una leve mirada sobre el valle” (poemas, 1994), “Diario de lectura II: El pensamiento estético en las obras de Fernando González” (1997), “La línea del tiempo” (poemas, 1997), “Vecinas” (poemas, 1998), “Busca raíz” (ensayos, 1999), “Alejandro y María” (cuento infantil, 2000), “Los relatos de La Milagrosa” (2000), “Los cantos de Isabel” (poemas, 2000), “Memoria del pez” (poemas reunidos, 2002), “Cantar del retorno” (poemas, 2003), “El juego como método para la enseñanza de la literatura a niños y jóvenes” (2003), “Eugenia en la sombra” (novela, 2003), “Quien no la adivina bien tonto es” (adivinanzas, 2004), “Los guardianes inocentes” (cuentos, 2004), “Glosario de referencias léxicas y culturales en la obra de León de Greiff” (2007), “León de Greiff en el mítico país del sol sonoro” (antología, 2007), “El cuento es el rey de los maestros” (antología, 2007), “El taller de creación literaria, métodos ejercicios y lecturas” (2008) y “El jardín del origen” (poemas, 2009).
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En la Huerta del Alemán, Envigado, 12 de febrero de 1941, el escritor Fernando González se despide de la literatura con su libro titulado El maestro de escuela. El final del libro y del personaje es melancólico. Fernando González mata a Manjarrés, un maestro de escuela idealista. El escritor se mata a sí mismo como publicista. No quiere hacer más literatura. Se retira a su intimidad. Se convierte en “el profeta de lo que va sucediendo”. Está desencantado de Colombia y de los colombianos. Ya no le interesa el futuro […]. [En 1959] Manjarrés ha resucitado y Fernando González está más vivo que nunca. No tiene busto, ni plata. Hace una existencia retirada, modesta, sin ambiciones mundanas ni literarias. Apenas un poco olvidado por 18 años de silencio.
Helena Araújo de Albrecht
La vida es camino de iniciación, somos el gusano que se arrastra, hay que nacer de nuevo para alcanzar ese “algo innombrado”. El vuelo es lo innombrado por la sentencia según la metáfora. Si buscamos en las obras de Fernando González las circunstancias que sirven de gestación a la fórmula, tal vez encontremos el sentido que nos oriente hacia la imagen suya de ese “algo innombrado”, en cuya ausencia de significante caben todos los significados. Así, en su primera concepción de la muerte, expresada en Pensamientos de un viejo, le escuchamos decir que en la muerte, en el gran misterio, todo era posible porque nada era cierto; en su reflexión sobre el camino de las primeras páginas de Viaje a pie manifestaba la necesidad de apartarse de “el camino”, pero todavía se veía obligado a volver a él; en El maestro de escuela firmó: Ex-Fernando González, como si por medio de la ficción literaria pudiera dejar la piel allí, como si la ficción fuera el testimonio de la piel que ya se ha dejado; pero es en el Libro de los viajes o de las presencias donde explica que su hijo fue su padre porque, al morir, lo engendró a él a la vida nueva: el morir en la muerte de su hijo Ramiro le dio el nacer en su nueva vida, y a ese “algo innombrado” le dio el nombre de Presencia, Nombre que le fue insuficiente porque también lo llamó Intimidad, El Padre, Dios, El Inefable, El Neant, El Unitotal… y entonces formuló la sentencia: “Hay que nacer de nuevo”, como quien encuentra lo que venía buscando y ante la pregunta de “¿Cómo lo encontraste?”, responde: “Hay que nacer de nuevo”.
Luis Fernando Macías
“¡Oh, Señor! Cuánto dolor y desesperación, cuánta negación, pero salvada por la belleza, y por el arte gracias a la franqueza, y al Decir la Verdad. Y por la Fuerza Cómica. Y cuán brillante es —brillante y terrible—. Inolvidable. Se añade al tesoro de lo que uno observa y sabe de los seres humanos”.
“No puedo expresarle cuán orgulloso estoy. El maestro de escuela dedicado a mí. Non dignus sum, non dignus sum. Es el primer libro que alguna vez me haya sido dedicado. Oh, querido amigo, este orgullo y esta esperanza hacen que yo pueda justificar que este detalle permanecerá conmigo siempre. Y algún día le demostraré de nuevo cuánto la valoro”.
“Ha llegado. Lo he leído de nuevo. Como mil agujas de dolor y placer. Es un libro cruel: crueldad y piedad alternativa y simultáneamente; crueldad hacia la humanidad; crueldad con el lector; crueldad del autor contra sí mismo —pero también una profunda piedad. Y ese casi mudo reír constante: la risa de Fernando González. Como la de ningún otro. Y como obra de arte cuán original. Usted ha reinventado la novela. Usted ha creado la Novela: Siglo XX. La narrativa ha muerto. ‘Eso pasó y luego eso pasó y luego eso pasó’ ha muerto. Esta es la Nueva Novela”.
“En El maestro de escuela es como si todas sus recompensas hubieran llegado. Recompensa por haber tenido el valor y haber sido honesto, recompensa por haber sido abandonado y por haber estado solo. La recompensa por ser Valiente es ser Verdaderamente Original. Original en un alto sentido. Haber sido fiel a uno mismo a cada momento”.
Thornton Wilder
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Puedo decir que esta es una de las obras que heredé de Manjarrés, pues yo estaba allí cuando murió, y tuve la corazonada de esculcarle los calzones y en el bolsillo de atrás hallé libretas de las que usan los carniceros para apuntar los fiados.
Podría atreverme a decir que yo era el único que estaba allí. Me parece ver la habitación, la cama y el ataúd, y revivo el instante en que logré este libro. ¡Casi se va con él! Emilia la Planchadora fue la que esculcó y yo soy el que lo extrajo.
Trata de la descomposición del yo, que es el ambiente; del fenómeno “grande hombre incomprendido”; de “la culpa”; de la psicología del matrimonio; del mecanismo de cierto género de muerte, la que padeció don Quijote; del entierro, del cementerio y de la caridad.
La obra resalta por cierta previsión: en eso de la descomposición de la personalidad del maestro de escuela Manjarrés, y en las circunstancias de su muerte y entierro, parece que hubiese asistido a mi propio fin. Me atreví a decir: “Yo era el único que estaba ahí”, porque tengo la sensación nauseabunda de que el cadáver de Manjarrés era de los dos.
Me apena insistir, pero es que los personajes se confunden: parecen uno y son dos. Es la descomposición del yo. Dante asistió al fenómeno opuesto, en el octavo círculo del infierno: el uno era serpiente de seis patas, y brincó encima del otro, que tenía figura humana; con las dos garras delanteras se le pegó al pecho; con el otro par le ciñó el abdomen y, con el último, las piernas; a un mismo tiempo le introdujo la rugosa cola por la entrepierna, aplastándosela contra la región lumbar: y poco a poco los dos condenados se fueron convirtiendo en uno solo, trasmutándose en tercera las dos naturalezas. Es el fenómeno de la composición del yo, y el tema de este libro es el opuesto.
¿Puede uno haber sido enterrado y andar por la calle? ¿Cuántas veces hemos muerto? ¿Sucede el caso de asistir a su agonía y entierro, objetivarlos y poder afirmar: “Yo era el único que estaba allí”? Tales son los problemas que nos ocupan.
El valor artístico de este librito reside en las imágenes.
El mérito sociológico está en la honrada narración de la vida del maestro de escuela, “quinta categoría”, sueldo de cuarenta pesos al mes.
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El maestro de escuela
de Fernando González
—Fragmento—
Por Ernesto Ochoa Moreno
Concluyó 1991 y nadie, que yo sepa, recordó que cincuenta años atrás vio la luz un pequeño libro de Fernando González que partió en dos la obra, la vida y el pensamiento del gran filósofo antioqueño: El maestro de escuela.
El maestro de escuela fue publicado en su edición príncipe por Editorial ABC (Bogotá), con una sencilla carátula en cartón manila en la que escuetamente aparecen el nombre del autor, el título de la obra, el año (1941) y el logotipo de la editorial (1). Son apenas 135 páginas. El epílogo termina: “Requiescat in pace. Ahora sí estoy muerto. Ex Fernando González. La Huerta del Alemán, Envigado, 12 de febrero de 1941”. Y concluye el libro con un aparte final titulado “El idiota”, que el autor había publicado en el número 10 de la revista Antioquia (febrero de 1938) (2), que en su último renglón cierra la obra con esta expresión: “¡Putísima es la vida!”.
El maestro de escuela es de capital importancia en la bibliografía de Fernando González. Marca un capítulo hondamente conturbador de la existencia del maestro, descubre un momento culminante en su quehacer literario y narrativo, y se convierte en una encrucijada espiritual y filosófica que es necesario tener en cuenta para entender su obra anterior y la maduración que, a la vuelta de un silencio de dieciocho años, irrumpirá con el Libro de los viajes o de las presencias (1959) (3), culminando al final de sus días con La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera (1962) (4) y Las cartas de Ripol, escritas entre agosto de 1963 y febrero de 1964 y publicadas en 1989 (5).
Años de viaje pasional
Aunque El maestro de escuela es una obra con definida estructura narrativa, que le da autonomía novelística, como veremos más adelante, para comprenderla a cabalidad es imprescindible señalar el contexto vital en que fue escrita.
En 1929, con la publicación en París de Viaje a pie (6), Fernando González inicia una intensa y fecunda etapa como escritor. Desde Pensamientos de un viejo, editado en 1916, pero escrito en 1911 (7), nada había salido su pluma con excepción de la tesis de grado en Derecho, cuyo título “El derecho a no obedecer” debió ser cambiado por exigencia del jurado y terminó llamándose así simplemente: Una tesis (8). Viaje a pie, que mereció altos elogios por parte de pensadores y escritores europeos, y que hoy a la vuelta de los años sigue siendo una obra fresca y vital, marcó también el comienzo de un rechazo sistemático por parte de la sociedad colombiana a las obras y al pensamiento de González, que no sólo perduró durante toda la vida del maestro, sino que parece persistir aún hoy en día, bajo muchas fementidas declaraciones de admiración.
La década de los treinta es de febril actividad literaria en la existencia de Fernando González. En 1930 publica Mi Simón Bolívar (9), con motivo del centenario de la muerte del Libertador. De nuevo se conmueve la sociedad colombiana, ofendida porque la verdad de Bolívar deja al descubierto la mentira de un mito, el general Santander.
En 1931 se dedica González a dar conferencias sobre Bolívar en Manizales, Salamina, Aguadas, Aranzazu, Medellín y Bogotá. Es una curiosa e interesante faceta de su vida, ésta de conferencista, que rescató del olvido recientemente con devoción su nieta, Sara Lina González Flórez, en su tesis de grado como periodista (10).
En 1932 se publica en París Don Mirócletes (11), cuya lectura, como había ocurrido también con Viaje a pie, fue prohibida bajo pecado mortal por el arzobispo de Medellín. Anda entonces el “envigadeño descalzo” por Génova, como cónsul de Colombia ante el gobierno italiano, pero Mussolini lo expulsa de Italia y va a Marsella, también como cónsul del país en esa ciudad francesa, cargo del que será depuesto en 1934 a raíz de la publicación de El Hermafrodita dormido (1933) (12), que irrita al fascismo italiano.
Para esa época en Colombia no le perdonan que se haya atrevido a decir verdades sin tapujos ni consideraciones. Alberto Restrepo G., en “Fernando González, testigo de la madurez de la fe”, primer capítulo de su libro Testigos de mi pueblo, afirma certeramente:
Por entonces, Fernando González es ya un antípoda de los colombianos de su generación. Su duro lenguaje lo ha marginado de los círculos literarios de la pulcritud centenarista: los políticos lo miran con recelo, pues no está con ninguno y sí contra todos; sus obras son acremente censuradas por el clero alto y bajo; sus coterráneos de Antioquia han sentido el zarpazo de sus diatribas contra el espíritu mercantil del grupo paisa, metido a industrial (13).
Vienen luego, cada año un libro, obras cumbres en el discurrir filosófico y espiritual de Fernando González. Son mojones en ese viaje hacia la verdad, la libertad, la búsqueda del primer principio, que había negado ante el P. Quiroz y que motivó su expulsión del colegio de los jesuitas. Vienen, pues, en su orden: El Hermafrodita dormido (1933), Mi Compadre (1934), El remordimiento (1935), Cartas a Estanislao (1935), Los negroides (1936), la revista Antioquia (17 números de 1936 a 1945) y Santander (1940) (14).
Su intensa producción literaria de estos diez años lo enfrenta cada vez más con la sociedad. Ante la imposibilidad de adentrarnos minuciosamente en el análisis de sus grandes obras de esta época, ya que tal labor desbordaría el propósito del presente ensayo, vale la pena describir dos juicios del autor citado, Alberto Restrepo, que dejan bien en claro el rechazo generalizado hacia González, siendo éste un factor que hay que tener en cuenta para entender El maestro de escuela. Refiriéndose a la revista Antioquia, advierte:
Entre los años 1936 y 1940, la única producción de Fernando González es la agresiva revista Antioquia; el gobierno le niega el registro como artículo de segunda clase por la rudeza de su lenguaje; las casas que ayudaban para el sostenimiento empezaron a abandonar a González en su empeño, y al fin desaparece sumergida en la vorágine que se ha levantado contra su valentía y su implacable palabra (15).
Y con respecto a Santander, que desató una tempestad en el país y cuya edición intentó recoger el gobierno, conceptúa Restrepo:
El Santander de González es un libro implacable, apasionado, devastador… La publicación de la biografía de Santander no produjo otra cosa que un coro de unánime “patriotismo”, herido por las afirmaciones de González. Este, desencantado de la esterilidad de sus esfuerzos para instigar la aparición de la conciencia suramericana, entra en uno de los más azarosos períodos de su vida, desilusionado de la inutilidad de sus esfuerzos y la aridez de la brega (16).
Ex Fernando González
Entonces nació El maestro de escuela, cuya frase final, a la luz de lo visto en los párrafos anteriores, tiene un sentido: “Requiescat in pace. Ahora sí estoy muerto. Ex Fernando González” (ME 129-100).
(Continúa…)
Notas:
(1) | FERNANDO GONZÁLEZ, El maestro de escuela. Primera edición, Editorial ABC, Bogotá, abril de 1941. Cuando en este ensayo citamos textos de la obra, lo hacemos al final de párrafo, con la sigla ME y la página de la primera edición, poniendo luego después de guión la página de la segunda edición, hecha por Bedout, Medellín, hacia 1970. También son de Bedout las ediciones tercera (1973 aprox.) y la cuarta (1976). |
(2) | Para la revista Antioquia, cfr. MIGUEL ESCOBAR, en el “Prólogo” a Benjamín, jesuita predicador, Colcultura, Bogotá, 1984. |
(3) | FERNANDO GONZÁLEZ, Libro de los viajes o de las presencias. Aguirre Editor, Medellín, agosto de 1959. La segunda edición es de Bedout, noviembre de 1973. |
(4) | FERNANDO GONZÁLEZ, La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera. Ediciones “Otraparte”, Medellín, marzo de 1962 (dos volúmenes). La segunda edición en un solo volumen es de Bedout, Medellín, 1974. |
(5) | FERNANDO GONZÁLEZ, Las cartas de Ripol. Editorial El Labrador, Bogotá, 1989. |
(6) | FERNADO GONZÁLEZ, Viaje a pie. Le Livre Libre, París, octubre de 1929, con dibujos de Alberto Arango Uribe. La segunda edición, con prólogo de Gonzalo Arango, es de Tercer Mundo, septiembre de 1967. Tercera y cuarta edición, de 1969 y 1974, respectivamente, son de Bedout. La quinta edición fue hecha por Oveja Negra, 1985. |
(7) | FERNANDO GONZÁLEZ, Pensamientos de un viejo. Litografía e imprenta de J.L. Arango, Medellín, abril de 1916, con prólogo de Fidel Cano y Carátula de Ricardo Rendón. Segunda edición (1970) y tercera (1974) de Bedout. |
(8) | FERNANDO GONZÁLEZ, Una tesis. Imprenta editorial, Medellín, abril 20 de 1919. La segunda edición, El derecho a no obedecer – Una tesis, Dirección de Extensión Cultural, Colección Breve, Medellín, 1989. |
(9) | FERNADO GONZÁLEZ, Mi Simón Bolívar. Editorial Cervantes, Arturo Zapata (editor), Manizales, septiembre de 1930. La segunda edición data de 1943, Editorial Teoría, Librería Siglo XX. La tercera edición (1969), así como la cuarta (1974), son de Bedout. |
(10) | SARA LINA GONZÁLEZ FLÓREZ, Fernando González, buhonero del espíritu. Publicación del Concejo de Medellín, 1990. |
(11) | FERNANDO GONZÁLEZ, Don Mirócletes. Le Livre Libre, París, 1932. Segunda edición por Bedout, noviembre de 1973. |
(12) | FERNANDO GONZÁLEZ, El Hermafrodita dormido. Editorial Juventud S.A., Barcelona, noviembre de 1933. Segunda, tercera y cuarta edición (1971, 1973 y 1976, respectivamente) por Bedout. |
(13) | ALBERTO RESTREPO GONZÁLEZ, Testigos de mi pueblo. Editorial Argemiro Salazar y Cía. Ltda., Medellín, 1978, pág. 74. |
(14) | Para la bibliografía correspondiente a las obras citadas, cfr. MIGUEL ESCOBAR C. “Información sobre Fernando González y su obra”, complemento a la edición de Salomé, volumen tercero de la Colección “Autores Antioqueños” del Departamento de Antioquia, Medellín, 1984, que hemos utilizado también para las notas anteriores. |
(15) | ALBERTO RESTREPO GONZÁLEZ, op. cit. pág. 100. |
(16) | Ibídem, pág. 101. |
Fuente:
Ochoa Moreno, Ernesto. “El maestro de escuela de Fernando González”. Periódico El Colombiano, Suplemento Dominical, Medellín, domingo 5 de enero de 1992.