Presentación

El humor no cura

(pero ayuda)

—13 de junio de 2024—

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YouTube.com/CasaMuseoOtraparte

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Mario Víctor Vázquez (Argentina) (@elprofevazquez) es licenciado en Química de la Universidad Nacional de Río Cuarto y doctor en Ciencias Químicas de la Universidad Nacional de Córdoba. En 1998 se integró a la Universidad de Antioquia, institución donde actualmente ejerce como profesor titular e investigador en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales. Así mismo, empleando el humor como herramienta de divulgación científica, en 2010 creó el programa radial «El Laboratorio» en la Emisora Cultural Universidad de Antioquia. Ha publicado los libros «Yamique» (2012), «Los contertulios» (2013), «Ya que estamos por aquí» (2014), «La calle oculta y otros esperpentos» (2015), «Morir en Medellín» (2016), «El sentido de la espiral» (2018), «La casa del canal» (2019), «Primera guía completa de pseudociencia, mitos y otras carretas» (coautor, 2021), «Distanciamiento social» (2022), «Promesas» (2022) y «El humor no cura (pero ayuda)» (2024).

Conversación del autor con Heiner Castañeda Bustamante, doctor en Pensamiento Complejo y profesor titular de la Universidad de Antioquia, y presentación del monólogo humorístico «El discreto encanto de envejecer» con algunos interludios musicales.

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El libro El humor no cura, pero ayuda surge en un primer momento como una auto terapia impuesta por el autor como reacción al difícil camino que le conduce hasta un diagnóstico de una enfermedad grave. A partir de ese momento el texto se transforma en un homenaje a aquellas personas que dejaron y dejan huella en todo este tránsito por cuestiones de salud y se ilusiona con ser un elemento útil para disminuir en lo posible toda la ansiedad que rodea a veces un problema de salud complicado. Como propone el autor, la idea es «reírse con la enfermedad y no de la enfermedad».

Los Editores

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Mario Víctor Vázquez

Mario Víctor Vázquez

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El humor no cura

(pero ayuda)

~ Fragmento ~

Seguí creciendo, ahora el destino me llevó a la ciudad de Córdoba en Argentina donde realicé mis estudios de doctorado en Ciencias Químicas, es decir, que seguía ligado a los olores químicos y más allá de uno que otro accidente menor, nada que destacar en cuanto a sufrimientos. Nada más allá de un tubo de vidrio roto que dejó huella en mi dedo índice derecho al incrustarse ahí, y las inevitables salpicaduras de la mezcla «sulfo-nítrica» que utilizaba en mi trabajo experimental. Esta mezcla se preparaba mezclando dos partes de ácido sulfúrico puro con una parte de ácido nítrico puro, funcionaba bien para lo nuestro, pero es recomendable que no la preparen en casa.

En estos diez años en aquella ciudad ocurrieron algunos hechos que vale la pena mencionar y que tuvieron que ver con mi relación con los servicios de salud. Es decir, comenzaba a pagar las primeras cuotas del inevitable precio de madurar.

Crecía, me formaba, cambiaba de ciudad, comenzaba a formar familia, pero algo me seguía acompañando desde mi juventud: un dolor de cintura que de vez en cuando me visitaba (y aún lo suele hacer de vez en cuando para que no lo olvide). Solo hablar de este dolor daría para un texto completo, sin embargo, lo traigo a colación porque gracias a él aparece otro factor que terminaría siendo importante luego. A los dolores se suma ahora el factor del ridículo.

Para describir mejor lo que quiero decir me basta recordar uno de tantos estudios que me hicieron para intentar averiguar el origen de la molestia.

La parte molesta, por decir lo menos, es que para ese tipo de radiografías de pelvis se requiere la aplicación de un enema, histórico y vergonzoso procedimiento conocido desde la antigüedad. En este sentido, para cualquiera que quiera esbozar un gesto de fastidio ante la inminencia de esa invasión a la privacidad, le recomiendo firmemente que visite el museo de historia de la farmacia en la ciudad de Basilea, por ejemplo, donde podrá conocer los rústicos y especialmente rígidos instrumentos que se utilizaban para este poco noble propósito en la antigüedad. Luego de esto, a meterse lo que sea, bien calladito por favor. De todas maneras me veré en la necesidad de volver a este asunto más adelante.

Este asunto del enema no era lo peor, porque al menos ocurría en la intimidad del baño; lo peor vino después. En el centro de diagnóstico me atiende una enfermera con cara seria y me indica un sitio donde cambiarme, pidiendo que me quite la camisa y me afloje el cinturón del pantalón. No sé si sería por el clima, la época del año, alguna película de las que solíamos ver en los bares de la época, o las tiendas de ropa erótica donde la de enfermera siempre competía cuerpo a cuerpo, con perdón de la expresión, con el atuendo de monja; la cuestión es que lamentablemente mi imaginación comenzó a hacer de las suyas. No todos los días una mujer me pedía que me quitara la camisa, con lo cual me visualizaba como un musculoso actor de Hollywood olvidando por un momento el aspecto lamentable que tenía. Empeoró todo cuando volvió la seria enfermera, me ubicó sobre una superficie plana, acomodó la parte del equipo frente a mi pelvis y me dio la indicación sugestiva:

—Por favor ponte las manos detrás de la cabeza —y se retiró dejándome solo en el cuarto.

Analicemos dos posibles imágenes. Primero, la que pintaría la febril imaginación donde un musculoso joven adopta una pose donde se marcan de manera notable fundamentalmente los bíceps, los dorsales, algo del trapecio y los abdominales. Imposible permanecer indiferente a ese muestrario de testosterona.

La otra es la imagen de la realidad: levantar los brazos cuando se tiene el cinturón del pantalón suelto produce, por acción de la fuerza de la gravedad, que inmediatamente los pantalones se caigan, queden arrugados en las piernas, dejando expuesto un ridículo calzoncillo en dudoso estado, y uno tratando de que la cara de vergüenza no quede impresa en la placa radiográfica (para aquella época aún se utilizaban placas).

Es que, salvo en las películas «subidas de tono» que veíamos en aquellos años, mezclar cuestiones eróticas con la salud era, y sigue siendo, una combinación para nada recomendable.

Fuente:

Vázquez, Mario Víctor. El humor no cura (pero ayuda). Fundación Letras Especiales, Córdoba, Argentina, 2024.

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Unidad de Radiología Clinac
del Hospital Manuel Uribe Ángel.