Presentación

El Hamaquero

y la tertulia del poeta

—6 de octubre de 2022—

Portada del libro «El Hamaquero y la tertulia del poeta» de Juan Carlos Acebedo Restrepo

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Juan Carlos Acebedo Restrepo (Medellín, 1960) es comunicador social-periodista de la Universidad de Antioquia. Ha publicado reportajes sobre escritores antioqueños, reseñas y ensayos críticos de literatura colombiana y periodismo, así como un texto de historia sobre la prensa regional del Huila, donde ha sido docente e investigador universitario por más de dos décadas en la Universidad Surcolombiana en Neiva. En septiembre de 2021 publicó la primera edición de su libro «El Hamaquero y la tertulia del poeta». Así mismo, es autor de «Entre el vértigo y la memoria» (2005), una selección de ensayos y artículos académicos sobre periodismo, y del libro de historia cultural «El apetito de la injuria: libelo, censura eclesiástica y argumentación en la prensa del Huila (1905-1922)» (2008). Es colaborador habitual de la revista literaria «La Musa Sonámbula» de Medellín y textos suyos han sido publicados también en las revistas culturales «Deshora», «Revista Universidad de Antioquia», «Número» e «Imago».

Conversan el autor Juan Carlos Acebedo, el periodista y escritor Marcos Fabián Herrera y el librero y gestor cultural Gustavo Zuluaga, el Hamaquero.

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No es fácil ser poeta en Colombia y menos en Antioquia. En un pueblo que aplaude la astucia y el tono atrabiliario del macho y el patriarca, sustraerse de la laboriosidad que descuaja montañas para componer versos, debe parecer tan díscolo y provocador como intentar descarrilar un tren con el pétalo de una rosa, según lo ha ilustrado con sorna Juan Manuel Roca. Todos los hombres perfilados en el libro de Juan Carlos Acebedo desafían la rentabilidad que absorbe a sus coterráneos; son artífices osados que renunciaron a las lógicas rentistas de sus semejantes para proveerlos de una sonoridad distinta a la de las rockolas de las cantinas. Ellos, desprovistos de las urgencias estomacales de nosotros los burócratas, se obstinaron en lograr unas ganancias opuestas a las de los agiotistas que pululan en las plazas de Medellín y Antioquia. Pulieron palabras sonantes y asonantes siguiendo el compás del ritmo secreto de sus voces y escribieron poemas.

Marcos Fabián Herrera

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El Hamaquero y la tertulia del poeta, en su segunda edición, agrupa una serie de reportajes con algunos de los más destacados escritores antioqueños contemporáneos, tales como los poetas José Manuel Arango (1937-2002) y Jaime Jaramillo Escobar (1932-2021), así como el novelista y periodista Juan José Hoyos y el mediador cultural Gustavo Zuluaga, el Hamaquero.

Con el perfil que abre las páginas de este libro, el autor se une a la conmemoración de los veinte años del fallecimiento del poeta José Manuel Arango, ocurrido el 5 de abril de 2002, y nos ofrece facetas y momentos hasta ahora desconocidos del vate nacido en Carmen de Viboral.

La muerte del poeta Jaime Jaramillo Escobar el 10 de septiembre de 2021, a la edad de 89 años, le confiere nueva actualidad al reportaje de Acebedo sobre el taller de poesía que orientó X-504 durante tres décadas en la Biblioteca Público Piloto de Medellín.

En la segunda parte del libro, Juan Carlos Acebedo presenta una selección de breves ensayos y reseñas críticas sobre los personajes perfilados, y un par de misivas, que le ofrecen al lector otro ángulo de comprensión y reflexión sobre el sentido y valor de sus obras literarias y de su actividad en la cultura.

La segunda edición del libro que el lector tiene entre manos —además de ofrecer una versión más depurada y consistente de los textos originales— contiene un par de textos que no se incluyeron en la primera edición: la «Carta a Juan José Hoyos sobre un libro de John Reed» y unas palabras iniciales del autor, así como algunas fotografías adicionales sobre la tertulia del Jardín Botánico que animaron durante más de un lustro el poeta Arango y su amigo el Hamaquero.

Los Editores

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Juan Carlos Acebedo Restrepo

Juan Carlos Acebedo Restrepo

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Palabras iniciales
a la segunda edición*

Por Juan Carlos Acebedo Restrepo

Quiero contarles a los lectores de esta segunda edición de El Hamaquero y la tertulia del poeta, a manera de abrebocas a los textos que aquí presento reunidos, el modo como conocí al poeta antioqueño José Manuel Arango en 1994, gracias a la mediación de su entrañable amigo Gustavo Zuluaga, el Hamaquero, y las maneras sutiles como fuimos tejiendo complicidades y cercanías con el poeta y con un grupo de escritores y de amantes de las letras, tanto en Medellín como en Copacabana, en la primera mitad de los noventa.

Luego de vivir unos años en Bogotá en la década de los ochenta y de participar en el cubrimiento periodístico para algunos medios alternativos y de provincia de la Asamblea Nacional Constituyente en 1991, regresé a Medellín y a la Universidad de Antioquia con el propósito de finalizar la carrera de Comunicación Social y Periodismo que había abandonado en agosto de 1984, cuando una oleada de luchas políticas y sociales en ascenso, que reclamaban paz y apertura democrática, me llevó en su cresta hasta la capital del país.

Helena Correa, profesora de fotografía, me brindó su apoyo eficaz para conseguir el reingreso a la Universidad de Antioquia en 1992, tras varios años de haberme retirado de las aulas. La conocí a finales de los setenta cuando ella dirigía la revista literaria Gaceta de la Universidad de Antioquia, y yo era un estudiante con apenas 18 años que intentaba hacer el duelo por la prematura muerte de mi padre a causa de un infarto. Cuando retorné como estudiante a la Universidad, Helena me llevó una mañana a conocer el laboratorio de televisión del pregrado de Comunicación Social y Periodismo, donde me relacionó con Gustavo Zuluaga, el Hamaquero, quien estaba allí participando en la edición de un programa de televisión sobre Emil Cioran con el apoyo técnico del cineasta Carlos César Arbeláez, quien todavía no era el reconocido director de Los colores de la montaña, sino un inquieto estudiante de periodismo y monitor en ese laboratorio.

Un tiempo después me topé con el Hamaquero en la puerta de ingreso a la Biblioteca Central de la Universidad, y nos sentamos a conversar en uno de los muros de piedra del corredor. Él llevaba una docena de afiches que anunciaban la presentación del libro Luis Tejada: una crónica para el cronista, del escritor antioqueño Víctor Bustamante, que según me contó se haría una o dos semanas después en algún auditorio de la sede central de la Universidad. El afiche reproducía una bella fotografía de Tejada, en plano medio, con su abundante pelo negro y los labios gruesos y sensuales sosteniendo una pipa encendida en un gesto desafiante. Era la misma imagen que ilustraba la portada del nuevo libro, y por esos artilugios de la impresión moderna, donde en la fotografía original había blancos y grises ahora se apreciaban tonos pasteles que le daban una rara vitalidad al rostro del cronista antioqueño.

Le confesé a Gustavo mi honda admiración por Luis Tejada Cano, que había surgido años atrás cuando un amigo mío, dirigente estudiantil de la Facultad de Ingeniería, me dejó como una suerte de herencia fraterna —antes de abandonar su carrera para irse a las montañas a luchar por la revolución— una antología de crónicas del periodista antioqueño publicada por Colcultura. Desde entonces la obra de Tejada me ha acompañado de forma permanente.

Gustavo me preguntó si estaría dispuesto a colaborar en la organización del acto de presentación del nuevo libro de Bustamante, que había sido editado por el propio Hamaquero. Yo acepté entusiasmado y enseguida le pregunté cómo podía vincularme. Me dijo que sacara papel y lápiz para anotar algunas tareas que iba a encargarme, las cuales incluían desde ayudar a pegar los afiches en las paredes de la Universidad, hasta contribuir con la moderación del acto, hacer el libreto, enviar invitaciones a periodistas y medios, etc. Recuerdo que era una decena de tareas prácticas que debía realizar en pocos días, sin recibir por ello ningún estímulo económico. Nos despedimos esa tarde y yo me fui contento de poderme unir a esta iniciativa y de acercarme a la intensa y estimulante «movida» cultural que lideraba el Hamaquero con un grupo de escritores y de jóvenes voluntarios. Una de las cosas que más me motivaba, además de mi amor por Tejada, era que Juan José Hoyos, mi profesor de periodismo narrativo y a quien admiro mucho desde entonces, iba a hacer la presentación del libro.

El acto se realizó sin contratiempos, y con buena concurrencia, en uno de los amplios salones del bloque 12 dispuestos en forma de anfiteatro, con sillas que se iban descolgando en escalones desde la puerta de acceso al auditorio hasta la parte baja, donde estaban las pizarras y se situaban los profesores. Entre los asistentes estaban la profesora de periodismo Maryluz Vallejo, quien hacía poco se había vinculado como docente de planta del programa de Comunicación Social y Periodismo, tras un periodo de estudios de doctorado en la Universidad de Navarra, y el poeta José Manuel Arango, a quien conocí esa tarde.

Cuando finalizó el acto de presentación, alguien propuso que nos desplazáramos a la Cafetería Villamil, situada en la calle Barranquilla frente a la puerta principal de ingreso a la Universidad, para tomarnos algo y seguir conversando con algunos de los organizadores y de los asistentes. Allí tertuliamos un rato Víctor Bustamante, Juan José Hoyos, el poeta y ensayista Jaime Alberto Vélez, José Manuel Arango, el Hamaquero y otras personas.

Observé de cerca al poeta José Manuel por primera vez, y me llamó la atención su obstinado silencio, solo interrumpido por breves frases pronunciadas con una voz grave y en un tono casi confidencial. También aprecié el modo como aspiraba el humo de un cigarrillo Pielroja, sus grandes orejas que sostenían unos lentes también grandes, detrás de los cuales se adivinaba una mirada intensa, algo irónica, como juguetona y al mismo tiempo dulce, sin amargura. Allí tomamos un café, quizá algunos tomaron una copa de aguardiente, y charlamos relajadamente. Yo no recuerdo haber aportado mayor cosa al diálogo, emocionado como estaba por la oportunidad de compartir ese momento con personas a quienes admiraba como escritores.

Copacabana

Luego de participar en el acto de presentación del libro sobre Tejada, el Hamaquero me propuso acompañarlo en varios proyectos culturales que venía adelantando en Copacabana, el municipio donde residía desde su juventud. Durante varios meses, en 1994 y 1995, cada viernes en la tarde tomé un bus intermunicipal para desplazarme a este municipio situado al norte del Valle de Aburrá. Pasaba la noche en la modesta casa de Augusto, un sobrino de Gustavo —quien vivía con sus hermanos y algunos sobrinos en la misma cuadra—, y en la mañana del sábado coordinaba un taller sobre periodismo juvenil con cerca de quince jóvenes residentes en Copacabana. El propósito de los talleres era realizar una inducción al periodismo y escribir y editar con ellos un periódico que se denominó Media Humanidad, y del cual salieron dos ejemplares, así como apoyar la realización de un programa semanal de radio en la emisora cultural de Copacabana.

Gustavo también me pidió que hiciera las veces de gerente de la revista Imago, y que recolectara fondos para garantizar la publicación de aquella revista literaria que había fundado y dirigido con el auspicio de la Casa de la Cultura del municipio, y en la que José Manuel Arango actuaba como una suerte de asesor editorial y colaboraba en la labor de selección y edición de los textos. Se estaba preparando en esos días la edición número 16 de Imago, que resultó ser la última que se publicó en ese periodo, una prueba elocuente del fracaso de mi labor como su flamante gerente.

Unos años atrás el poeta Arango había adquirido un lote en una zona campestre de Copacabana y había construido allí una hermosa casa, con amplios jardines y un pequeño cultivo de maíz. Esta circunstancia, y en especial su complicidad de varios años con el Hamaquero, a quien a menudo presentaba como su «asesor espiritual», explican el interés y la relación del poeta con las actividades literarias del municipio de Copacabana y con la revista Imago.

El reportaje sobre Equis

Entre tanto, yo había realizado un reportaje sobre el escritor antioqueño Luis Fernando Macías, y por sugerencia de este lo envié al director del suplemento literario de El Colombiano, que lo publicó un domingo de 1994. Me animé entonces a escribir otros reportajes sobre autores antioqueños contemporáneos, y para el siguiente escogí al poeta Jaime Jaramillo Escobar, conocido como X-504. Le pregunté a Macías, quien lo conocía, cuál sería la mejor manera de acercarme a Equis, teniendo en cuenta su proverbial renuencia a conceder entrevistas, al punto de que le había negado una a su amigo Gonzalo Arango, fundador del nadaísmo, cuando este escribía para la revista Cromos en los años setenta. Macías me aconsejó inscribirme en el taller de poesía que Jaramillo Escobar coordinaba los jueves y sábados en la Biblioteca Pública Piloto de Medellín, como un asistente más y sin mencionarle mi verdadero propósito. Su consejo me pareció sensato y me matriculé en el taller de los jueves en la tarde, provisto de un cuaderno y de un lapicero para tomar notas de los avatares del encuentro y de mis observaciones, con el fin de alimentar lo que iba a ser mi futuro reportaje.

Así nutrí durante varios meses una suerte de diario del taller de poesía, que se enriqueció con algunas visitas al apartamento del poeta en el barrio Belén, por el sector de La Mota, las cuales se dieron de forma más o menos espontánea cuando Rodrigo, un pequeño empresario que asistía al taller de poesía y que al finalizar transportaba al poeta hasta su residencia, en un jeep blanco, me ofreció que los acompañara en esos itinerarios, pues yo vivía en el sector de Belén La Palma y mi casa quedaba en la ruta que seguía Rodrigo, después de dejar a Equis en su vivienda. El poeta a menudo nos invitaba a seguir a su apartamento para tomar un café y conversar un rato.

Cuando le conté al Hamaquero que yo estaba pergeñando ese reportaje con Jaramillo Escobar, se empeñó en que debía salir publicado en la edición de Imago que estaba en preparación. Como yo me demoraba en escribirlo, me dijo que fuéramos a La Perdida, una modesta casita campesina que había arrendado en la zona rural de Guarne, un municipio del oriente antioqueño muy cercano a Medellín. Me propuso que me quedara allí los días que fueran necesarios para terminar de escribir el reportaje. Mis notas digitadas en computador acerca del taller de poesía de Equis sumaban unas sesenta páginas, y yo debía darle forma al relato sin exceder las veinte cuartillas.

Al cabo de tres días de solitaria labor en esa montaña, le entregué al Hamaquero el reportaje titulado, como es obvio, «Diario de un taller de poesía con Jaime Jaramillo Escobar». Me sorprendió cuando, una semana después, Gustavo me lo devolvió con algunas correcciones de José Manuel Arango. El Hamaquero me dijo que a José Manuel le había gustado el texto, que se había reído mucho con algunas anécdotas que allí recupero de lo dicho por Equis en el taller, y que me sugería suprimir unas partes que le sobraban. Me alegró mucho y me sentí honrado de que José Manuel hubiera leído el texto y lo hubiera aprobado para ser publicado en Imago, y por supuesto acepté todas sus correcciones y ajustes.

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La segunda edición del libro que el lector tiene entre manos contiene un par de textos que no se incluyeron en la primera: la «Carta a Juan José Hoyos sobre un libro de John Reed» y estas palabras iniciales. Procuré corregir algunos errores de sintaxis, estilo y ortotipografía que solo pude advertir después de que salió a la luz la primera edición, debido a la urgencia con la que tuve que enviar el texto original al impresor, a fin de cumplir con la fecha prevista para su presentación en la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín, un acto hermoso y muy significativo en el que me acompañaron Maryluz Vallejo, Juan José Hoyos y Gustavo Zuluaga, el 3 de octubre del 2021. Agradezco muy sinceramente a los lectores y amigos que me ayudaron a detectar y corregir algunas de las inconsistencias de la primera edición.

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* El presente texto se basa en la «Crónica de una entrevista fallida con el poeta José Manuel Arango», publicada originalmente en la revista La Musa Sonámbula n.º 2, con algunos ajustes y párrafos adicionales para que pudiera servir de abrebocas en esta segunda edición.

Fuente:

Acebedo Restrepo, Juan Carlos. El Hamaquero y la tertulia del poeta. Editora Nuevo Mundo, segunda edición, marzo de 2022, pp. 13-19.

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Fotografía de Gustavo Zuluaga, el Hamaquero, con un retrato del poeta José Manuel Arango - Foto © Jairo Ruiz Sanabria

Gustavo Zuluaga, el Hamaquero
Foto © Jairo Ruiz Sanabria

La devoción (no tengo otro modo de llamar a esa amistad que sobrevive a la muerte) de Gustavo Zuluaga, el Hamaquero, por el poeta José Manuel Arango, no conoce límites. Todos los días lo recuerda, siempre tiene a flor de labios una anécdota para traer a la memoria al amigo ausente. De su cuenta le ha conseguido a José Manuel nuevos lectores, merced a la reedición que ha hecho a sus libros. He sido testigo de esa devoción, que unas veces miro con simpatía y otras con distancia. La librería que el Hamaquero tenía al frente de la Universidad de Antioquia se llamaba «Este lugar de la noche», como el libro más emblemático de José Manuel. Eran tantas las fotos del poeta que Gustavo tenía en el lugar, que llegué a proponerle que regáramos el rumor de que el fantasma de José Manuel se aparecía allí por las noches. «Hamaquero (le propuse una vez), convirtamos esta librería en un santuario de peregrinación y hagamos vueltas para canonizar al poeta». Me miró ensimismado, acusando buen recibo de la propuesta, filtrándole cualquier matiz de ironía. Por eso no tuvo ningún problema en dejarse tomar la foto, tal como se la propuse, con una actitud de adoración hacia la efigie de José Manuel. Y es que el poeta no ha muerto. Vive aferrado como una enredadera en la memoria de su amigo.

Jairo Ruiz Sanabria