Presentación
Dulce de caballito
—Septiembre 26 de 2019—
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Leonardo Jesús Muñoz Urueta (Magangué, Bolívar) nació a orillas del Río Grande de la Magdalena, o el Gran Yuma, «Río Amigo», según los antepasados indígenas. Creció al lado de su abuela Micaela Rico, cocinera en la calle La Albarrada, que le preparaba manjares como el mote de queso y el dulce de plátano maduro. Su mejor amigo tiene noventa y dos años. Se llama Antonio Botero Palacio, poeta que ama las iguanas. Juntos crearon el club de lectura «Candela viva» para leer historias con sus amigos los sábados en la tarde bajo los árboles de mango. La novela «Dulce de caballito» obtuvo el primer lugar en el XI Premio de Literatura Infantil «El Barco de Vapor» del grupo editorial SM.
Conversación con el autor.
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Leonardo nos cuenta, con una voz sutil y poética, cómo su abuela va perdiendo la memoria y cómo recupera algunos recuerdos esenciales gracias al sabroso dulce de caballito. Esta entrañable novela, la primera de su autor, nos habla de la nostalgia, de la pérdida, de la familia y de la importancia de la cultura en nuestras vidas. También nos cuenta sobre Magangué —a orillas del río Magdalena, muy cerca de Mompox— y nos lleva de la mano por sus calles y sus casas, al encuentro de sus personajes, comidas y conversaciones.
Los Editores
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Historias de amor y duelo cogen vuelo en el contrapunteo de una atmósfera típica del Caribe, donde el ritual preparatorio de un acanelado dulce de plátano maduro va de la mano con el aroma de un amor compartido, poniéndonos sobre aviso de que un nuevo talento asoma su pluma en el paisaje de la literatura colombiana. Leonardo nos regala su risa caribeña, pero en ella se atisba el drama de una tragedia nacional. Barrer las hojas secas de un naranjo plantado en mitad de un patio polvoriento se convierte en solitario escenario para plasmar el monólogo de una madre que sufre lo indecible por la muerte de su hijo a manos de una gavilla de asesinos que asola los pueblos. Un manjar de comidas hecho de palabras, con sabor a Caribe. Historias con el menú de recuerdos que se debaten entre el dolor y el aroma, la angustia y las recetas. Una pizca de dulce para la herida abierta, la búsqueda de un conjuro que se cuece en la imaginación.
Ángel Galeano
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Leonardo Muñoz Urueta
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Dulce de caballito
Uno
Deslechar la papaya
verde durante la noche.
Puede suceder que de tanto revolver el dulce de caballito con la cuchara de palo, despacio, mientras se va cocinando, el aroma le despierte los recuerdos a Mami, mi abuela paterna. Su nombre es Micaela Rico. Desde siempre la he llamado Mami. Ella vendía comida en el puerto hasta hace dos meses, aquí en Magangué, a orillas del río Grande de la Magdalena, en la calle La Albarrada.
Ahora está sentada en la mecedora, bajo la sombra del papayo, en el patio, mirando cómo la luz de la tarde cae sobre las hojas. Se ve cansada. Hace días olvidó mi nombre. Cuando lo pienso me da tristeza. Ya no sabe quién soy, pero yo sí sé quién es ella.
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Una madrugada desperté por unos ruidos que llegaban desde la cocina. Me asusté al verla en cuclillas, orinando en la olla en la que preparaba el café. Me miró impresionada. Parecía otra mujer. Yo no sabía qué hacer. Si llamar a la Niña, mi tía, o buscar la bacinilla. Antes de irse a dormir, Mami la ocultaba debajo de la cama. Me acerqué y le recibí la olla. La vacié en el baño. De la mano la llevé a la habitación. Se veía como un pájaro extraviado.
En la mañana, no dije nada para que no sintiera pena. Ella ya no se acordaba de lo que había pasado.
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Una noche le pregunté:
—Mami, ¿cuál es el primer paso para preparar dulce de caballito?
Con una voz que sonaba quebrada me contestó:
—No me acuerdo.
Sentada en la mecedora, se quedó viéndome con una mirada extraña. En ese momento ¡la vi tan frágil! Tenía canas nuevas. Hacía un mes había dejado de tinturarse su cabello de negro. Le gustaba tenerlo corto.
—Si me descuido, terminaré pareciéndome a un mono tití cabeza de algodón —decía frente al espejo.
Mami es de piel canela, tiene manchas de sol regadas por los brazos y el rostro. Cuando era joven, tenía el pelo largo ondulado y le gustaba adornarlo con flores de bonche carmesí. Así aparecía en las fotografías que guardaba envueltas en un pañuelo beige en el escaparate de caoba.
Podía entender que ella olvidara dónde dejaba el monedero, que no se acordara de la fecha de cumpleaños de la Niña, pero que olvidara cómo preparar el dulce de caballito me dolió aquí, en el pecho.
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Fue ella quien me contó la historia de cómo nació el papayo: mucho tiempo atrás, una indígena y un español se enamoraron. A orillas de un río prometieron vivir juntos para siempre, pero una flecha lanzada por un guerrero celoso hirió de muerte al español. La indígena lloró sin descanso ante el cuerpo de su amado. Las lágrimas hicieron que de la tierra creciera un árbol cuyo fruto tenía la forma de una lágrima. Al brotar era de color verde y poco a poco, al madurar, se iluminaba, se teñía de amarillos, de naranjas, como una sonrisa. Fue llamado árbol de las lágrimas de oro. Así nació el papayo.
—Es un árbol que conoce de penas, mi niño, por eso le puedes hablar de tus tristezas —me dijo.
Fuente:
Muñoz Urueta, Leonardo. Dulce de caballito. Ediciones SM, Colombia, XI Premio de Literatura Infantil «El Barco de Vapor», marzo de 2019.