Presentación

Cultura política en
tiempos paramilitares

Agosto 14 de 2008

Cultura política en tiempos paramilitares - Por Lukas Jaramillo

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Presentación de “Cultura política en tiempos paramilitares” de Lukas Jaramillo Escobar (Medellín, 1984), politólogo de la Universidad de Los Andes, quien con este libro concluye una investigación en el barrio Nelson Mandela de la ciudad de Cartagena, donde convivió durante seis meses con la comunidad de desplazados que se refugian allí y que sufren la violencia de los diversos grupos armados que azotan la región. Se trata en esta obra de la “pequeña historia” de los “invisibles” que habitan numerosos barrios de Colombia. Lukas Jaramillo se desempeñó como Secretario General de Compromiso Ciudadano y actualmente es investigador académico del Grupo Método y de la Universidad Eafit.

Presentación del autor
a cargo de Jorge Giraldo,
Decano de Ciencias Políticas
de la Universidad Eafit

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Grupo Método - Transdisciplinary research group on social sciences

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Barrios que parecen construidos por un ciego titán que arrojó calles y callejones al azar. Fuerza torpe que respondiendo a las penurias de la colonización desarticulada de aquellos sin Estado, de aquellos que huyen de los absurdos del violento, acompañados de unos pocos que huyen de los absurdos de su propia violencia, del oficio de matar que los persigue, conforma la geografía del tugurio.

Políticos, caballeros, comandantes, patrones y do(c)tores juegan dentro de sus gestas, poseídos muchas veces por el juego en el que dicen ser vencedores, convencidos de su discurso que los hace espontáneamente poderosos o dominantes por designio divino. “El Sagrado-Corazón-de-Jesús” los puso en su camino.

Los paracos, como son llamados en el barrio Nelson Mandela, llegaron con la masacre y se impusieron con las armas, pero la normalidad se construye, luego, con un poquito de cuento y con las reglas de la gente de bien. Un discurso que muestra cómo a veces los poderosos pueden ser tan ingenuos… el paraco de turno no se da cuenta de que los autores del discurso son los dominados.

Desentrañar la reciente historia de un barrio que estuvo bajo el control de un grupo de las AUC, reconociendo en unos pobladores rasos, sincerados, sus pulsiones comunitarias, su claridad sobre el fenómeno paramilitar y las tretas del débil, nos lleva a preguntarnos por aquel tirano de esquina como el cautivo Benito Cereno de Hermann Melville, quien está hipnotizado por el poder que ostenta. Pero, de hecho, aquel capitán tan honorable está atrapado por la cultura política que comparte con aquellos marginales que suelen ser invisibles.

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Cultura política en tiempos paramilitares - Por Lukas Jaramillo

“¿En qué me metí…?”
Barrio Nelson Mandela, Cartagena

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Capítulo 3

Las AUC de un
“paraquito simpático”

Fragmento

Sobre el final que tuvo la familia de los primeros “paras”, según cuenta una pequeña historia que los mandeleros narran, se sabe que, tras un período de subordinación a un narcotraficante, esta familia sostuvo una tregua con la rearmada pandilla del barrio (que había sido recientemente incluida en la nómina del “narco”) hasta que por un “malentendido con dineros”, se desató una ola de violencia entre el mafioso, la pandilla y la familia. Dicha fase terminaría con la llegada de hombres presentados como pertenecientes a las AUC, en cabeza del expresidiario que expulsaría sin demoras a la debilitada familia “para”.

El momento de la llegada de este personaje -que para la percepción de los mandeleros fue quien consolidó “el proyecto de las AUC en el barrio”, y que se vio enmarcada por la rápida aprobación por parte de unos y por el rechazo de otros- se recuerda como una etapa de estabilidad en cuanto al poder armado que se juega en el barrio, en que la delincuencia quedaba amarrada a un sistema de valores, que prevenía la criminalidad anárquica contra el poblador promedio.

Dicho mandelero, ahora como jefe armado, encarnaba el orden violento en el barrio, que tuvo lugar durante más tiempo. Esto puede explicar, en parte, el buen nivel de compenetración con la comunidad y por la pertenencia a una organización mayor, durante una de las etapas de apogeo de ésta.

La historia cuenta que el líder de las AUC era respaldado y conocido por un amplio círculo de pobladores desarmados que diseminaban los lineamientos de orden y servían para mantener el control. Tenía varios lazos de compadrazgo y mantenía contacto con organizaciones de vecinos que recibían los recursos destinados a mejorar las condiciones sociales en el barrio. Este jefe habría participado o apoyado el montaje de una ONG barrial y pactó con los vecinos el levantamiento de una norma anterior sobre una hora límite para estar en la calle. Este fue un asunto relevante por el hecho de que las actividades económicas de los mandeleros, normalmente informales, requerían llegar al barrio después de la media noche o salir antes de la madrugada.

Un desmovilizado de las AUC que operó bajo las órdenes de este jefe diría que:

éste era el que nos mandaba a nosotros, el que me mandaba a mí. A mí me había dicho la gente allá que él era como muy correcto, como muy ordenado. Nosotros éramos muy ordenados ahí en la cosa, hasta para formar fiestas, ahí la gente rumbeaba, la gente bebiera y bebiera. (Entrevista Desmovilizado que operó en Mandela; 8 de noviembre de 2006).

La gente que decidió hablar sobre el tema en su mayoría es crítica frente al hoy difunto “jefe”. Tienen la capacidad de criticarlo sin apasionarse y pueden comprenderlo y aceptarlo de manera práctica, gracias al automatismo de la rutina.

Era un buen muchacho al que las circunstancias lo dañaron, le paso lo que suele pasar: los grupos armados logran reclutar, a punta de matar a los enemigos del otro y, haciéndolo cometer crímenes en su tierra; es un auténtico asesino que tomó el barrio como negocio y que nos tenía que gustar, como todos los de antes y después, por el hecho de estar armado, pero entre lo malo era lo mejor el tenía como una personalidad asesina y otra querendona (Diario de Campo; P3, P4, P5).

Es de gran interés para esta investigación mostrar los conformismos prácticos de la mayoría de mis entrevistados al ver que podían interceder y pactar con este “jefe para”, “comprensivo” y “sensato”, que ponía unas normas “que dejaban vivir”. Esto se confirma desde la perspectiva del poblador armado, cuando se habla de la consolidación, explicando que ellos sienten que tienen potestad cuando son acatados sin tener que “desenfundar el arma”:

Uno se siente autoridad cuando la gente ya hace lo que uno estipula, lo que uno dice. Lleva tiempo, yo estuve ahí cuando iban más de 2 años ahí (EDM; 8 de noviembre de 2006).

Que sea suficiente la alusión a la violencia para mantener el funcionamiento de las cosas como son establecidas por el actor armado, también implica una metodología más económica y más estratégica, si pensamos en los riesgos de la criminalidad que, en la ilegalidad donde transitan, pueden traer consigo dificultades para lograr consolidar un orden silencioso, que no llame la atención de sectores denunciantes y punitivos.

Siguiendo con el relato, curiosamente, lo que gustaba de este jefe a muchos de mis entrevistados, es visto por un superior (ubicado probablemente en San Onofre o Arjona), como indisciplina y desobediencia. La gente piensa que éste llegó a negarse a asesinar infractores, lo que desencadenaría una tentativa de cambio de jefatura en el barrio, en el año 2001, una etapa de paramilitarismo que la revista Semana reseña como de desmadres, de extralimitación, al conocerse masacres y desplazamientos masivos (Romero; 2006, 373), pero además con un tope señalado por Romero, como de posicionamiento y amplio control territorial, (Romero; 2006, 375). Donde se enmarca la decisión de las AUC, de mandar otro jefe desconocido al barrio, “un cachaco”, para que pusiera en cintura al “paraquito” local; esto es entendido por algunos como una orden de matarlo y por otros como una supervisión.

La gente recuerda que este jefe “para”, que cohabitaba con el ya consolidado, empezaría a imponer normas fuertes que implicaban sanciones más constantes y severas, lo que los mandeleros interpretan como desconocimiento de las apreciaciones de los locales. Esto incluye hacer acostar a la gente temprano, golpear a hombres en la calle cuando se sabía que maltrataban a su mujer (justificación más frecuente para una golpiza, señalada en las entrevistas) y a veces, meterse a las casas “como Pedro por su casa” (Diario de Campo; P9, P10).

De esta manera, el segundo hombre de las AUC que llegó al barrio apareció ante la gente como indeseado, pero con el respaldo de una organización a la que el antiguo jefe tenía que obedecer. Tiempo después, la gente tuvo que vivir el ordenamiento en el barrio, producto de la alianza entre ambos. Esto implicó que compartieran el poder por un año, lo que se habría facilitado por la renta del mercado de la cerveza que el antiguo jefe compartió con el nuevo (Diario de Campo; P3, P4).

El periodo de reajuste y alianza terminaría en el año 2002. Como suele pasar en escenarios de guerra, su final es explicado en parte, por una coyuntura de resquebrajamiento de la organización (que los noticieros nacionales señalaron con la renuncia de Castaño) que crearía un incentivo para que el primer “para” del barrio se hiciera de manera violenta al control total, sin el temor de una organización superior (Romero; 2006, 376). Este desenlace de supremacía del primero sobre el segundo, es reseñado por la gente de la siguiente manera:

El miembro de las AUC más simpático, se le adelantó al recién llegado y lo mató, cuando sintió que habían unos jefes de arriba que no gustaban de él aprovechó la confianza que había ganado y ¡ajá! (gestos del entrevistado que señalan que uno se puede imaginar el desenlace) (Diario de Campo; P2).

Para el jefe mandelero el período de consolidación tras asesinar a su compañero, se vio interrumpido por la desmovilización nacional de las AUC. Muy pronto la policía, que muy poco se pasaba por el barrio, empezó a preguntar, con nombre propio, por él, dejándole razón de que necesitaban hablar con él (Diario de Campo; P4). Finalmente un día, dicen mis entrevistados, llegaron de noche a la gallera y lo mataron. Ese fue el final de aquel comandante barrial que vivió la etapa nacional de expansión de las AUC y su desmonte.

Fuente:

Jaramillo Escobar, Lukas. Cultura política en tiempos paramilitares. Grupo Método, Bogotá, 2008.