Presentación

Cuentos del cartujo

Abril 3 de 2014

“Cuentos del cartujo” de Luis Felipe Gómez Isaza

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Luis Felipe Gómez Isaza (Medellín, 1961) es Jefe del Departamento de Medicina Interna de la Universidad de Antioquia. Fue alumno del profesor Luis Fernando Macías en los talleres de escritores de la misma institución y lleva más de 30 años escribiendo cuentos de manera silenciosa. Ganó el concurso de Cuento de la Facultad de Medicina (Categoría B, 2012) y obtuvo la mención de honor en 2013 en el mismo certamen.

Presentación del autor
por Paloma Pérez Sastre

Facultad de Medicina - Universidad de Antioquia

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Escuchar sin prisa, pronunciar una palabra de consuelo y aliento, golpear suavemente el hombro, tomar la mano; son acciones propias del acto sanador. Esto lo sabe muy bien el autor de los Cuentos del cartujo, a quien su realidad le sirve de escenario para unas extraordinarias narraciones. Su ejercicio literario hace parte de un proyecto colectivo que pretende revelar ese talento oculto de empleados, profesores y estudiantes de una facultad dedicada a la salud, pero que le apuesta a la cultura como eje transformador. En este libro se revela Luis Felipe Gómez Isaza, el escritor.

Elmer Gaviria Rivera

Sin duda, el autor de estos relatos es una de esas personas que saben abrir la puerta para ir a jugar; de esas que, ajenas a dogmas y verdades tajantes, se juegan a sí mismas en la autorrepresentación. En este caso, es un personaje que aprende de un caballo, oye en confesión a sus pacientes y se deja tumbar por una anticuaria en Prado. Claro, uno piensa en Felipe y se lo imagina riéndose hasta cuando está serio: lo lee, y piensa “este es un autor antioqueño heredero de Tomás Carrasquilla y Sofía Ospina”; eternos gozones que, espejo en mano, no temieron burlarse de sí mismos y de la sociedad.

Estos relatos no son un pasatiempo de fin de semana, representan una forma juiciosa de reflexión y una postura vital; una vía para tramitar la parte oscura y amenazante de la existencia, con mirada alegre, abierta y desinteresada sobre el mundo y las propias ideas. Vistos así, aquel comerciante en apariencia ingenuo no ambiciona atesorar, pues el dinero es pretexto para el desprendimiento y la emoción: perder, ganar y sufrir con el regateo se revelan, en clave comunicativa, como actos humanos y sociales en los que la subjetividad y la caricaturización de los participantes cuentan y hacen pensar.

 Juan Guillermo Romero

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Luis Felipe Gómez Isaza

Luis Felipe Gómez Isaza

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Cuentos del cartujo

Fragmento

El arcángel del Sinú

Ya estaba cursando el segundo año de medicina, le estaban enseñando el arte de examinar los pacientes, o sea, los primeros pasos de la semiología, que trata de los signos y los síntomas de la enfermedad. Como era un muchacho apuesto, sano, de la casa, muy estudioso y cumplidor de su deber, su señora madre, doña Leonor, se sentía orgullosa de su hijo, como en las nubes, entonces todos los sueños y lisonjas que para él tenía, le habían convencido de que no solamente era un gran médico en potencia, si no un bello adonis traído en junio de 1961 de la utopía del Universo a Montería, Colombia.

Ella lo decía con claridad, Felipe, es que no había un niño más hermoso y bello que Rafael Ignacio en Montería, no te imaginas lo que era ese muchacho, un ángel terso y de piel de armiño, yo lo vestía de blanco, de los pies a la cabeza, y cuando estaba bañado, arreglado y bien peinado con el fijador lechuga, llamaba a todas las vecinas del barrio para que vinieran a verlo. Y todas venían y decían que sí, que no había un niño más precioso en el departamento de Córdoba.

Pero la niñez del ángel pasó y con el tiempo a la familia le tocó trasladarse a Medellín porque los hijos de Leonor habían crecido y entonces los colegios y las universidades de ese pueblo sabanero, no eran dignas de unos descendientes directos de blancos de la plaza de Itagüí, de donde era Leonor, que era pispa, alta, zarca y tenía apellidos Acosta y Penagos entre sus abolengos. Escogieron a Prado porque era el barrio de los ricos de principios del siglo xx, curiosamente congelado en el tiempo, como aislado, afortunado y sin que los nuevos inquilinos y antiguos dueños le hubiesen modificado.

Leonor con toda su prole se instaló en esa belleza de barrio, en una casa solariega con árboles de mango en el patio trasero y con Rafael Ignacio y sus hermanas. Allí se puso a dar clases de cerámica y a vivir mientras sus muchachos iban a colegios y universidades. Pero a diferencia de Montería ya no iban las vecinas a ver el niño blanco y pulcro, sin embargo ella no se perdía de comentarle a todas que Rafael era un promisorio estudiante de medicina y que siempre sacaba destacadas notas y que ella se soñaba que su hijo sería famoso porque desde ahora tenía un acertado ojo clínico y que sus profesores se mantenían sorprendidos de las cualidades médicas del arcángel sabanero.

En realidad, no solo Leonor, sino todo el barrio sabían que Rafael Ignacio luego de llegar de la universidad se dedicaba a sus libros, los cuales estudiaba con devoción hasta altas horas de la noche y de la madrugada, y, como la luz permanecía encendida y la ventana de su habitación daba al barrio que se oscurecía bien temprano, entonces todo el vecindario sabía que la promesa de médico estaba entregado definitivamente a su destino y por lo tanto era una luz no solo de esperanza de un futuro cierto si no la única luz del barrio Prado en la madrugada.

Ve, Guillermo, tu tía Margarita está como muy rara, hoy no se ha levantado, anda tócale la puerta. Toctoc, toctoc, toctoc. No mamá, la tía no responde, está como muy dormida, pero me da pena despertarla porque usted sabe cómo es ella, que no le gusta que la despierten, sobre todo los jueves. Mijo, me da miedo de algo malo, sacúdala por las piernas, a Margarita hay que hacerle duro porque a veces no escucha, ni ve, ni oye, ni entiende. Tía, tía, levántese que ya son las dos de la tarde y mi mamá esta preocupada, vea tía que se levante. No mamá ni con estrujones se levanta Margarita. Guillermo, hacele duro, duro, no sea que se haya tomado los sedantes de toda la semana. No mamá, venga usted, venga que a mí no me responde. Margarita, levántate querida, levántate que está muy tarde, ve no seas así, desconsiderada, mira que falta por hacerle el oficio a la casa y la única pieza que no he arreglado es la tuya, levántate, levántate perezosa.

Pero la tal Margarita, no parecía oír ni atender los llamados de Guillermo o de Josefina, la mamá de Guillermo, la hermana de Margarita y la vecina de Leonor. Y es que Margarita, que era la luz de la casa, porque aunque vivía con su sobrino y su única hermana, era responsable de la manutención del hogar muy a pesar de ser reacia a mantener contacto con esa pequeña familia, pues se mantenía al margen de lo que allí como grupo se tratara. Vivía con Josefina y un Guillermo, medio lento de la cabeza y que no pasaba el último año de bachillerato desde hacia tres años. Margarita no estaba muy entrada en años, solo pasaba por los setenta y cinco, pero lucía siempre mucho menor, traga años dicen por aquí, siempre atenta y entendida, viuda y heredera de la fortuna de su difunto esposo y que le permitía vivir sin sobresaltos, sin hijos pero con Margarita y Guillermo. Ay, qué le pasará por Dios bendito a Margarita que no despierta, qué horror. ¡Margarita despertá, mujer, ve que me voy a poner a llorar! Guillermo, ándate para donde Leonor, la vecina nueva, la que llegó de Montería, la mamá de Rafael, pregunta si el doctor estará disponible, ¿o será maluco? No, no, anda Guillermo y me lo traes.

Vea doña Leonor, que si está el doctor Rafael. Él sí, pero está muy ocupado estudiando, ¿por qué, quién lo necesita? Vea es de parte de Josefina, mi mamá, nosotros vivimos al frente, y es que mi tía Margarita está como muy rara, no se ha levantado y ya son las dos y media de la tarde, entonces no sabemos qué hacer con ella porque Margarita a veces duerme mucho y no le gusta que la despertemos, por eso necesitamos a su hijo, el doctor. Esperate a ver muchacho, él sí está por acá, debe estar estudiando, espérate.

Rafael Ignacio, mi amor, vienen de la casa del frente, como que tienen una enferma, una señora que no se quiere levantar, ellos no saben muy bien qué le pasó, si es que sufre de pereza o si es que se murió. Mijo, lleve sus instrumentos y no me vaya a hacer quedar mal con esa gente que usted ya tiene mucha fama en este barrio, yo he dicho que usted es el mejor médico de Medellín, vaya, vaya y ayude, despierte la paciente, eso sí no cobre, que usted no se ha graduado.

Sin mucha gana el famoso futuro médico le obedeció a su madre. Vea pues en las que me metió mi mamá, habrá que ir. Guillermo, ya voy. Y entonces comenzó a preparar sus equipos para llevarlos a la casa del frente, donde le estaba esperando su primera paciente: Margarita, la vecina. Con juicio, como leyendo un libro, repasaba y murmuraba: A ver, el estetoscopio, el tensiómetro, la linterna, el diapasón, el oftalmoscopio, el termómetro, el otoscopio, el baja lenguas, la bata blanca, ¡ah! y el cuaderno de semiología, yo tampoco me las sé todas. Vamos Guillermo.

Ordenadamente y como le habían enseñado sus profesores Lema, Vélez y Lotero, comenzó a interrogar la primera fuente: Guillermo, ¿cuantos años tiene su tía? Yo no sé, está muy vieja pero aparenta menos, a ella no le gusta que le pregunten por eso, es muy reservada. ¿Y está casada? No, viuda, el esposo de ella se murió hace tiempos, y como no tenia a nadie más, se vino a vivir con mi mamá, somos nosotros tres no más, y de ella es que vivimos, porque es la que tiene la plata y no tenemos ni idea dónde la guarda. ¿Y qué fue lo que le pasó a su tía? No sé, Rafael, a ella a veces le da por quedarse dormida, le gusta mucho la cama, pero esta vez, ya la hemos llamado varias veces y no responde. ¿Y qué medicamentos toma? No muchos, en realidad ella no sufre de muchas cosas, solamente que le gusta dormir, a veces toma sedantes, le encanta el Valium Roche porque le da dizque unos sueños muy ardientes con el esposo, con el difunto. ¿A que horas se acostó anoche? No sabemos, ella se encierra temprano y se levanta tarde. Bueno, pase, pase Rafael que ya llegamos, ¡mamá, ya llegamos!

Doctor Rafael, qué gusto, mire, ahí está Margarita, fíjese a ver qué le pasó, no se levanta, me alegra que venga, su mamá lo ha recomendado bastante y usted es la esperanza para despertar a Margarita. Y luego de que le presentara el caso, y se quedara afuera esperando que la joven promesa examinara su paciente, Josefina comenzó a llamar a otros vecinos y parientes para que la acompañaran en tan crucial momento de su vida, pues Margarita casi nunca se enfermaba y vivía siempre aliviada.

El adonis de Leonor posesionado de su papel de galeno, ingresó a la habitación de la añeja durmiente y, como le habían indicado, saludó con elegancia y donosura. Él recordaba lo importante que era el saludo para los enfermos, se lo habían dicho los profesores de semiología, que saludar viene de salud y entonces si uno es un médico debe por lo menos saludar saludablemente y con energía a sus pacientes para trasmitirles vitalidad. Buenas tardes, mucho gusto, soy Rafael Castellanos, y le tendió la mano para estrechársela a la durmiente Margarita que fundida en quién sabe qué dimensión dejó al hijo preferido de Leonor con la mano extendida. Como no saludó, entonces continuó con el examen e interrogatorio. Doña Margarita, la voy a examinar, siéntese que le voy a tomar la presión y el pulso. Y nada, Margarita no respondía, y los que estaban en la puerta tampoco decían nada, y por supuesto, no interferían con el examinador pero sí se miraban entre sí, porque ya habían llegado varios del barrio a ver al médico de doña Leonor, la recién llegada a la vecindad y que vestía de blanco a su hijo como al arcángel Rafael, al que se le encomienda la salud, y a la durmiente que no despertaba. Ve, no lo saludó, qué tan maleducada, no solo se duerme, sino que no responde, es que así es Margarita con nosotros, casi ni nos determina, definitivamente la plata daña la gente.

El arcángel insufló el manguito y colocó el estetoscopio en el pliegue cubital muy profesionalmente, lo hizo una y otra vez, pero no se apareció ningún ruido de los que aparecen cuando se toma la presión. Se pasó para el brazo izquierdo, y obtuvo el mismo resultado. Con sus finos pulpejos buscó la arteria radial por donde pasa en el antebrazo y no halló pulsaciones, sin embargo se concentró y cerró bien los ojos, y tampoco aparecieron los latidos. ¿Qué pasará con esta durmiente?, no parece ninguno de los ejemplos que he visto en clase, tampoco de los anotados en el cuaderno y menos en el libro. No está fácil, y vea pues, toda esta gente esperando a que yo les diga qué tiene la paciente. No señor, no puedo defraudar a mi mamá y tampoco a mis vecinos.

Y los vecinos atentos detrás de la puerta, y cada que Rafael los miraba como queriendo aseverar que algo que no entendía les iba a comunicar, ellos también lo miraban como sorprendidos de que algo que ellos no iban a querer escuchar, Rafael se los diría. Y bueno, cuando esas comunicaciones no verbales ocurrían, todos levantaban las cejas al tiempo como si estuvieran entrenados. Pero, el arcángel Rafael nada decía.

Entonces, el joven estudiante de segundo año de medicina procedió con el resto del examen físico, ya que la paciente no contestaba, no saludaba y no colaboraba con órdenes sencillas, como lo hacen todos los pacientes, además, se mantenía boca arriba en actitud inexpresiva, con los ojos cerrados como esperando en un cuento de hadas a que el príncipe viniera y la besara, para despertarla de un largo sueño. Se habría tragado una manzana envenenada y Rafael vestido de blanco no lo sabía, ¿no lo intuía?

Abra la boca para tomarle la temperatura. Y nada, Margarita no abría la boca. Entonces como no le hacía caso, procedió con el fondo del ojo y como su equipo estaba nuevo el ángel sabanero tenía la esperanza que si la luz entraba, vería las pulsaciones de las arterias, además evaluaría el reflejo pupilar y si esto ocurría, dejaría de pensar que su paciente jamás iba a despertar. Entonces se aprestó a navegar en la pupila de Margarita, quien seguía obstinadamente dormida.

Esto le va a molestar un poco, es para que sepa que una luz le va a entrar en su ojo, no se preocupe es solo un momento. Ehh, no veo nada, ¿qué pasará con esta paciente, será el equipo? No puede ser, el equipo está nuevo. Bueno voy a seguir con el cuello, qué curioso, pareciera que tragara pero no, no lo hace, voy a palparle los pulsos de las carótidas, de hecho lo hacen en todas las películas para confirmar si la gente vive. Nada, no se mueve nada. Entonces volvió la dudosa mirada al grupo de vecinos que se arremolinaban en la puerta, y otra vez levantaron al mismo tiempo las cejas, y otra vez el arcángel con compasión volvió concentrado a sus maniobras y no les dijo nada que los tranquilizara, nada que desmontara el acertijo.

Rafael, ¿todo bien, qué pasa con Margarita, crees que despertará? Yo creo que nos va a dar una sorpresa, ya les digo, ya les digo. ¿Será que esta muerta? Eso no me había tocado en clase, ¿cómo se diagnostica la muerte?, no puede ser, muerte, muerte, no, no está en el cuaderno, pero… en realidad no respira, está muy quieta. Voy a escucharle el corazón, a ver, a ver, lubdup, lubdup, lubdup, muévete, muévete corazón de Margarita. Noooo, tampoco se mueve. ¿Y donde les diga la verdad, que yo no sé si esta muerta? No, no creo, pero no tiene signos vitales, no se ven signos de vida. Entonces el arcángel volvía y los miraba y los vecinos volvían a levantar las cejas y el Adonis se comprometía con el caso de la añeja princesa encantada y dormida. ¿Y si me equivoco? ¿Y si la entierran viva? Yo he escuchado que a veces eso ocurre, que a algunos los han enterrado vivos. No, pero esta señora sí debe estar muerta, sí, yo sí creo. Lo malo es que mi mamá ya les prometió que yo la despertaría, pero cómo voy a despertarla, no creo que tenga tantos poderes. Qué decepción para mi madre, para mis vecinos, ¿cómo les voy a decir que esta paciente está muerta, bien muerta? Nooo, no creo que sea lo mejor.

¿Qué pasara con Rafael, no será que Margarita está muerta? Ya son las cuatro, no se mueve y no se levanta ni con todo el barrio en la puerta, ni con el arcángel Rafael, tan bello y de blanco. Guillermo vaya dígale al doctor que creemos que Margarita debe estar muerta.

Rafael, mi mamá dice que Margarita esta muerta. ¿Sí? ¿Estará muerta? Pues sí, digamos que se murió. Y el Doctor Rafael, luego de acertar con su primer diagnóstico, se levanto, todos levantaron las cejas, y él también las levantó y les dijo: Sí, Margarita está muerta, se murió.

Fuente:

Gómez Isaza, Luis Felipe. Cuentos del cartujo. Universidad de Antioquia, Facultad de Medicina, Medellín, 2013.