Presentación
Crónicas de vida
—Diciembre 12 de 2019—
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Iván de J. Guzmán López (Liborina, Antioquia, 1959) es comunicador social y periodista, miembro correspondiente de la Academia Antioqueña de Historia y expresidente del Círculo de Periodistas y Comunicadores Sociales de Antioquia – CIPA (2013-2015). Estudió Literatura en la Universidad de Antioquia y ha cursado diversas especializaciones y diplomados. Ha publicado «Leer y escribir», «Lenguaje y comunicación», «Crónicas y estampas de Liborina», «25 Grandes Autores de Antioquia», «25 Grandes Autores de Colombia», «25 Grandes Autores de América», «25 Grandes Autores del Mundo», «Antología del cuento de Navidad» y «Poemas a Cristo – Antología». Sus artículos de opinión y críticas literarias han aparecido en medios de comunicación como El Mundo, El Colombiano, El Espectador, Epicentro y Minuto30.com. Entre otros reconocimientos, recibió la Orden al Mérito Cívico y Empresarial Mariscal Jorge Robledo de la Asamblea de Antioquia (2014) por «los aportes al periodismo y a la educación en Antioquia». Actualmente se desempeña como director administrativo de Formación para el Trabajo en la Secretaría de Educación de la Gobernación de Antioquia.
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Presentación del autor y su
obra por Ricardo Vera Pabón.
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Rasgo distintivo de la crónica es la exposición de acontecimientos o realizaciones centrados en un personaje. Pues, Iván, mediante el empleo de procedimientos investigativos y recursos literarios, trae a su texto la opinión que se formó sobre protagonistas significativos en distintos campos de la actividad humana y también hechos atractivos de seres sencillos y corrientes. Por eso, pasan por sus páginas un héroe de la independencia: José María Córdova; un académico y político sobresaliente: Jaime Sierra García; poetas de renombre universal: Pablo Neruda y Amado Nervo; bardos de reconocimiento nacional: Carlos Castro Saavedra y en «Vida eterna a nuestros poetas», Alberto Ángel Montoya, Eduardo Carranza, Piedad Bonnet, y vates de popularidad departamental: «La cosecha poética de Titiribí», con Jorge Montoya Toro, el Caratejo Vélez, Ricardo Vera Pabón, entre otros.
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Dos figuras señeras de la literatura colombiana reciben tratamiento especial en estas Crónicas: Gabriel García Márquez y Fernando Soto Aparicio. La celebración de la edición de cincuenta años de Cien años de soledad, lleva a Iván a mostrar el carácter polifacético del hijo de Aracataca, Premio Nobel de Literatura: novelista, cronista, periodista y guionista de cine. En tanto que de Soto Aparicio, señala que cultivó con éxito todos los géneros: novela, periodismo, ensayo, poesía, guion cinematográfico.
Un hombre como Iván, aficionado a la lectura, amante de la literatura y conocedor de la obra de poetas, escritores y novelistas, no podía perder la oportunidad de relatar su admiración y también su calificado concepto sobre aquellos que forman parte de las crónicas contenidas en este libro, que construyen su personal antología de diferentes escritos. Con conocimiento, afecto y loas por los autores que analiza nos hace conocer su competente opinión y nos invita y convence de que hay que leerlos.
Armando Estrada Villa
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Iván de J. Guzmán López
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Crónicas de vida
Fernando González, el maestro
Espera humildemente,
¡oh solitario! a tu silenciosa visitante…
¡Sufre! ¡Que pronto comenzará para ti
el divino diálogo con tu propio corazón!
Fernando González
Por Iván de J. Guzmán López
Hablar del maestro Fernando González Ochoa es no sólo un ejercicio de la razón; también lo es del corazón. El hijo de Daniel González Arango y Pastora Ochoa Estrada nació en Envigado, Antioquia, el 24 de abril de 1895. Filósofo aficionado —como gustaba llamarse—, inauguró en Colombia un claro método de introspección, certero para conocerse y conocer.
Este método, sencillo para un filósofo oficiante de día y de noche, pero difícil para un medio como el colombiano, habitado por «el hombre que hace fortuna», se basa en la introspección. Esta introspección, seguida de una rigurosa toma de notas en su «libreta de carnicero», lo llevó a estructurar el pensamiento de sí mismo, del hombre colombiano y americano, de subrayar sus débiles comportamientos y criticar sus complejos y su crónica tendencia a imitar.
Buscador incansable de su propio interior —práctica tan difícil en nuestro medio, y que siempre eludimos—, solía estructurar sus ideas y convertirlas en auténticas cogitaciones convocantes a la autoexpresión y la crítica. Esta tarea, matizada por un riguroso oficio de escritor, permitió que en 1916, con apenas 21 años, diera vida a Pensamientos de un viejo, prologado, por esas calendas, por el director de El Espectador, don Fidel Cano. Es éste el germen de la obra trascendental del pensador. Aquí, la intimidad implacable del filósofo de Otraparte, como también se le conoce, se vuelca en vivencias, expresadas en palabras que aspiran a decir «la realidad»: La parábola de la llaga, Así habló el loco, La parábola del jardín, El paralítico, Dolor y alegría, entre otros, son apartes que muestran la finura y la frescura de un pensador maduro, sometido a largas jornadas de reflexión y estudio de pensadores ya cercanos —no obstante su corta edad— como Schopenhauer, Spinoza o Nietzsche.
A Pensamientos de un viejo, le sigue Viaje a pie: un viaje simultáneo por su interior y por los caminos, abras y montañas que van de Envigado al Valle del Cauca. Diario de Quijote, lectura de arroyos, de sencillos espíritus humanos y de una naturaleza feraz y virgen, es el Viaje a pie.
Cronológicamente, le siguió: El derecho a no obedecer, tesis de grado que escribió y que la Universidad de Antioquia le obligó a cambiar por el insustancial título de Una tesis (1919). Mi Simón Bolívar, que escribió en 1930, muestra, mediante el método emocional, al Libertador como conciencia continental y, a veces, cósmica. Le siguen: Don Mirócletes (1932), El Hermafrodita dormido (1933), Mi compadre (1934), El remordimiento (1935), Cartas a Estanislao (1935), Los negroides (1936), revista Antioquia (1936–1945); luego, Santander (1940), El maestro de escuela (1941), la dura historia de Manjarrés, el pobre hombre incomprendido, donde el maestro de escuela paga un doloroso precio por haber predicado idealismos donde no había más que utilitarismos.
En 1959 publica el Libro de los viajes o de las presencias; más tarde, La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera (1962). Póstumamente, Salomé (1984), Las cartas de Ripol (1989) y Correspondencia con Carlos E. Restrepo, su suegro, en 1996.
El filósofo de Envigado, el habitante de Otraparte (nombre de la corporación que, dicho sea de paso, cumple una invaluable labor promocionando el pensamiento y la vida del maestro), el filósofo aficionado, el enamorado de la vida, de la belleza, de la verdad, de la justicia; el pensador instalado eternamente en su yo, el maestro Fernando González Ochoa, falleció en su Envigado natal, el 16 de febrero de 1964, dejando un legado de autenticidad, de fe, de queja y de amor por Colombia, a la que amó, no obstante las duras miradas decimonónicas e incomprensivas sobre él.
Fuente:
Guzmán López, Iván de J. Crónicas de vida. Litografía ICOLVEN, Medellín, 2019, pp. 73 – 74.