PRESENTACIÓN

Ciudad vivida

Antología de
15 años de La Hoja

Marzo 6 de 2008

Ciudad Vivida - Antología de 15 años de La Hoja

* * *

Presentación de “Ciudad vivida – Antología de 15 años de La Hoja” con la participación de Ana María Cano, María Cristina Restrepo y Héctor Abad Faciolince. Esta antología resume los primeros 15 años del periódico La Hoja, que se edita mensualmente en Medellín y en Bogotá con una inteligente selección de crónicas, reportajes y noticias. El libro constituye una memoria indispensable de la historia reciente de Medellín.

Fondo Editorial Universidad EafitPeriódico La Hoja de Medellín

* * *

Ninguna ciudad en Colombia puede verse de manera tan amplia y tan diversa como Medellín a través de lo que ha sido La Hoja. Ninguna. Y lo decimos con certeza y con orgullo y como parte de victoria de lo que ha sido el ejercicio del periodismo no como un oficio para perpetuar estereotipos, no como una profesión para que prevalezca un establecimiento, sino un periodismo como una necesidad.

Los Editores

* * *

Este país
necesita un curador

Un pájaro preso es
un hueco en el aire

¿Por qué se ahogó Amílkar U.
si era tan buen nadaísta?

* * *

¿Y qué es La Hoja?

El 27 de julio de 1992, contra todo pronóstico, ve la luz una revista mensual llamada La Hoja de Medellín. La crea la necesidad imperiosa de un puñado de periodistas de descubrir como locales esa otra ciudad vivida a pesar de las bombas y el terror impuesto por los armados, que entonces campeaban y ocupaban los mismos titulares de hoy en los medios de comunicación. El desafío fue, pues, mirar lo no visto y sacar a la luz lo no dicho. Quince años continuos de publicarla cada mes han servido para construir e identificar esa otra mirada de ciudad —en este caso, Medellín— a través de un periodismo vital e independiente que da cuenta de los signos de esta urbe diversa. Además contarla bien. Pero La Hoja no se queda sólo en Medellín. Desde hace cinco años existe también La Hoja de Bogotá, que cada mes es testigo de excepción de esa gran transformación que ha tenido esa ciudad, la capital de Colombia. Con todo lo dicho, queremos construir una ciudad posible. Una que se alimente de la mirada de todos, que sea deseable para todos y que siga descubriendo esa ciudad contradictoria y fascinante que pervive siempre bajo y entre los horrores y las confusiones. Llena de personas que la hacen posible.

Esto nos proponemos en La Hoja: expresar este tiempo, este lugar, este momento sin altisonancias ni melancolías. Con la modestia de una empresa cuyo único capital es la fe y el trabajo. Sin papeles ni colores estridentes. Sin ninguna marca política distinta a esa que da la conciencia plena de que hacer periodismo es un acto político. Beligerante. Firmes hacia la meta de influir —mucho o poco, ya lo veremos— en la transformación social a través de lo escrito. Con independencia ante los políticos de profesión y frente a los demás poderes establecidos. Sin imparcialidad porque preferimos la honestidad: esa subjetividad honesta que nos libre de hacerle el juego a quienes se han valido de la manida objetividad periodística para a través de todo un catálogo de artimañas imponer sus versiones y perpetuar su imagen. El lector de esta Antología imposible que es Ciudad vivida podrá juzgar lo hecho como la confluencia de un tiempo aciago, de una necesidad imperiosa de hacer periodismo con ganas y la convocatoria de una lista honrosa de sensibilidades que han mirado a Medellín con otros ojos y han hecho entre todos esta historia única de esta ciudad contradictoria, atormentada, laboratorio social de Colombia.

* * *

De La Pringamosa

Caricatura por Elkin Obregón

* * *

Las motos tienen dos
tiempos: invierno y verano

¿Los carros grandes los
venden con atarbán adentro?

Paras, Farc, armados
implicados: éntrese Diablo y escoja

* * *

Primero estaba Medellín

Un perfil de Tomás González

Por Ana María Cano

Tomas González, un envigadeño que vive hace 20 años en el exterior, regresa al Medellín del que no ha dejado de escribir nunca. Entrevista con este autor, sobrino de Fernando González, quien está tan cerca y tan lejos.

Miraba los pájaros del patio con un arrobo que no tienen sino los monjes o los que tienen en el silencio expuesta la mayor parte de sus horas. La apacibilidad que despliega Tomás González en sus gestos y en su conversación en las que hace pausas largas y escucha, no corresponde al esquema de quien vive hace más de 14 años en Nueva York, de quien salió de Medellín hace 24 años, pero ha quedado sembrado en él como la arcadia esa luminosa en la que transcurrió la niñez de muchos. Queda en evidencia ante él el frenesí del que somos presa el grueso de los que vivimos en esta Medellín que parece ejecutada a 78 revoluciones por minuto.

Tomás González escribió de primero Primero estaba el mar y quienes conocieron esa corta novela quedaron (quedamos) con el sortilegio de un relator escueto de escenas normales deslumbrantes. Vinieron luego otros libros como La historia de Horacio y los cuentos de Honka Monka. Con esto sólo ya está puesto en la lista corta de escritores de Medellín. Aquí volvió a lanzar con Norma su libro Primero estaba el mar.

Estuvo en Envigado y entró a visitar a su pariente el de los gatos. ¿Podría narrarnos cómo fue aquello?

A Medellín no volvía desde el año 81. A la casa de Fernando González no entraba desde el velorio de él, me parece, que fue en el 64, es decir hace 37 años. La casa está vacía e intacta, por dentro y por fuera; igual que lo está en mi memoria, sólo que en ella hay muebles y gente. Me senté un buen rato en el murito del corredor y me parecía que al voltear la cabeza iba a encontrar a Fernando y a Margarita donde los dejé sentados la última vez que los vi. A la gente que conversaba sobre lo divino y lo humano en el corredor me parecía oírlos. Me parecía ver a mi primo Álvaro González, severo, calvo, de pie, en el extremo del corredor. A él hubiera sido difícil oírlo, porque podía pasar toda una tarde sin pronunciar una sola palabra. Aquí, en este corredor, era donde se reunía a hablar la gente de La historia de Horacio. La impresión que sentí al volver a la casa es todavía enorme. Fue lo único que encontré intacto de lo que fue mi infancia; lo demás me resultó a veces casi irreconocible. Tendría que quedarme más tiempo en Envigado para empezar a distinguir las distintas capas de pinturas, las distintas escrituras que se superponen, y tratar de ver cómo se pasó de unas a otras.

¿Cómo es eso de quedarse a vivir en el recuerdo de la niñez que pasó aquí y por eso mantiene ese mundo intacto y vivo? Alguien dijo que Tomás González venía cada año. ¿Para qué? ¿Para ver lo que se ha perdido?

Vengo cada año a Colombia. A Bogotá, casi siempre, a veces a Barranquilla o Cali, pero nunca a Medellín. No sé muy bien por qué. Puede ser por lo que dices, el instinto de mantener intactos unos años en la memoria, los años entre 1960 y 1980, de modo que no se “contaminen” por la evolución del tiempo. Para que el progreso no acabe con ellos, como acabó con la anterior armonía de la plaza de Envigado. Si fue así, se trató de algo inconsciente. No creo que se haya tratado de un método, digamos artístico, una técnica para preservar la memoria. La Vida me ha vivido mi vida, como a todo el mundo; es decir, la mano del azar es siempre lo más fuerte, y yo simplemente he tratado de sacar el mejor partido posible de lo que me tocó en suerte.

Este arrabal de la violencia del deseo de cambiarlo todo, de acabarlo todo, ¿cómo lo percibe desde su distancia y desde su afecto?

Todo esto se veía venir. Ya en Carrasquilla se lo siente con fuerza. Yo no sé la gente de esta región de dónde vino, por qué son así, por qué tienen semejante afán de emprender cosas con tanto ímpetu. Si es a matar, se aplican a la tarea con todo lo que tienen hasta convertirse en los mejores asesinos del país, del continente. Me cuenta mi hermana que una vez fue a un retiro de budistas, creo que en Villa de Leyva, y los que habían ido de Medellín eran los más empujosos de todos, los que mejor se sabían los cantos, los que tenían el “equipo” (la túnica, el cojín, las especies de camándulas que se usa en el budismo tibetano) más al día y más completo. Además de meditar, parecía que iban también a competir.

A ver quién era el más budista. Por eso no dudo de que si los paisas se aplican a la tarea, en el río Medellín van a volver a nadar los peces; o que, si les da por ahí, si se dan cuenta de que es algo insoslayable, van a crear las infraestructuras sociales que acaben de raíz con las causas materiales de la violencia. Así como hicieron el metro. Si logran hacer esto, las causas psicológicas de la violencia irán desapareciendo poco a poco.

¿Cómo son, de qué están hechos esos personajes anticuados que describe tan al detalle?

La mayoría está basada en gente de mi familia. Pero no creo que sean anticuados. Sólo en la novela Para antes del olvido utilicé tonos “sepias”, porque al fin y al cabo la intención en ella era dibujar la erosión de la memoria. En las demás he tratado (y por lo que me preguntas, parece que sin demasiado éxito) que los personajes vivan en el presente, siguiendo el principio de que ni el pasado ni el futuro existen. El hecho de que trate de dibujarlos tan al detalle obedece a eso, precisamente, al intento de apoderarme no del pasado sino del presente. Es decir, del presente del pasado.

¿Cómo son esos habitantes que ahora percibe en esta Medellín? ¿Cuál suiche se les movió?

Como te decía al responder una pregunta anterior, creo que esto ya se veía venir y creo que somos la misma gente. Pero ahora hay tres millones viviendo en el mismo espacio que antes ocuparon cincuenta mil, doscientos mil, quinientos mil… Y la pobreza es brutal y no es precisamente culpa de los pobres. Un día vi a una señora pidiendo plata de carro en carro; no era una limosnera de las de antes, sino una señora con vestido de señora y gafas de señora parecida a las tías de mis primos Restrepo González de Envigado. Cosas así son insoportables, insostenibles. Y más aún en Medellín, donde la gente está dispuesta a matar y hacerse matar por la mamá.

Fernando Vallejo es otro que no ha podido salir de Medellín. O no ha podido sacarse a Medellín de adentro. ¿Cómo son las diferencias entre la ciudad vivida por González y la dudad vivida por Vallejo?

De él sólo he leído La Virgen de los sicarios, que me gustó. La de esa novela es una ciudad posterior a la que yo viví. Cuando yo estaba en Medellín la palabra sicario no se usaba nunca, y la palabra comuna sólo se oía entre los jipis. La primera vez que oí aquello de “parcero”, que no sé de dónde sale, fue en Tolú, hace como seis años. Entiendo que la serie de El río del tiempo trata del Medellín anterior, o de la Sabaneta anterior, mejor dicho. La lectura de las novelas de esa serie, que creo que son tres, es algo que tengo muy pendiente.

¿Qué le interesa de Nueva York, y qué vive como alimento de todos los días?

Bueno, yo he vivido 14 años en Nueva York un poco como si viviera en las afueras de Medellín. Allá todo el mundo parece vivir así. Uno puede ver, por ejemplo, que el taxista de turbante que habla en hindú por el radioteléfono y maneja como en Calcuta está mucho más cerca de Calcuta o Nueva Delhi que de Boston. Ese parece estar, no en las afueras, sino en el centro mismo de la ciudad de donde vino. Nueva York es la única ciudad, que yo conozca, en que cada salida a la calle tiene casi garantizada la sorpresa, el deslumbramiento. En Queens, por ejemplo, vi una vez a un señor negro paisa, de sombrero de paño de ala corta y carriel (uno de esos carrieles que no son peludos) esperando el subway con la hija, que tenía vestido azul de boleros y aretes de oro. El señor no tenía poncho en el hombro porque Dios es muy grande. Y también en Queens está, o hasta hace muy poco estaba, la Carnicería Medellín, donde los cortes de las carnes llevaban el nombre que se les da en Antioquia, y el carnicero y la carnicería misma son exactos a los de Envigado de los años 60. Tal vez por eso mismo, porque en Nueva York se entrecruzan tantos universos y cualquier cosa puede pasar en cualquier momento, la nostalgia no me ha pegado tan fuerte como en Miami, digamos, o en Nueva Orleáns.

Si pudiera conservar algo del despelote reinante en Colombia, en Medellín, en Envigado, en su casa, en su gente, ¿qué cosas preservaría en cada una?

Lo que más me gustaría preservar ya no es preservable. Y es la arquitectura. Cada vez que miro las fotos de Melitón Rodríguez pienso en la bellísima ciudad que hubiéramos podido tener. En parte la destrucción se ha debido al crecimiento demográfico, claro, pero en mucha parte a que hemos tenido arquitectos muy extranjerizantes, muy codiciosos y muy brutos (cada una de estas cualidades basta por sí sola para demoler una joya o construir un esperpento). Ya que no ha habido planificación urbana o no ha funcionado bien. Pero soy muy consciente de que todo eso no es más que sentimentalismo inútil, pues todo al fin de cuentas se construye y se destruye al mismo tiempo. No era permanente la biblioteca de Alejandría. La antigua Penn Station, de Nueva York, que cayó por culpa de funcionarios brutos, era provisional, como también eran provisionales la casa de campo de la carretera Medellín – Envigado y las calles que aparecen en las fotos de Melitón Rodríguez.

¿Es muy literaria Colombia? ¿Por el dolor, por los artistas, por el desamparo, o por qué?

Creo que la fuerza de una literatura depende de la fuerza de la experiencia vivida. Creo que en Colombia tenemos asegurada una literatura grande y tan intensa como nuestra historia y nuestra experiencia. Y eso es válido para todos los países, sin excepción. Válido para la raza humana.

¿De qué nos estamos distanciando y a qué cree que nos estamos acercando?

No creo demasiado en la noción del progreso. La humanidad ni progresa ni retrocede, es la misma. Eso se ve en las obras de arte. Las pinturas rupestres de hace 20 mil años son tan perfectas como las de Modigliani. Pero también puede verse en todo lo demás. Una mula sería mucho mejor medio de transporte que un automóvil durante una congestión en el Lincoln Tunnel, por ejemplo. Y como las congestiones de tráfico son ahora la norma, eso, para mí, basta para acabar de raíz con la noción de progreso técnico. Desde que la humanidad existe ha estado de forma permanente y simultánea al borde de la perfección y de la aniquilación. Es decir, hasta donde puede verse. Está dentro de lo posible, claro, que la bondad humana, esto es, el ser humano pleno, vaya a necesitar otros 150 mil años para terminar de crearse, y que el horror en que nos venimos hundiendo intermitentemente desde que existimos como grupo no sea otra cosa que el dolor del nacimiento.

Algunas preferencias suyas: literarias, gastronómicas, geográficas, pictóricas, musicales.

Hasta hace algunos años, digamos diez, te hubiera contestado con mucho placer y muy a fondo esa pregunta. Hubiera hablado de sancochos de espinazo de cerdo, de chuzos de lomito de res al carbón (de solomito, quiero decir), de Tomás Mann, Faulkner, García Márquez, Rulfo, Böll, Bellow, Lagkervist, Neruda, Lorca, de Nueva Orleáns y Cayo Hueso, de los tangos, de la Flauta Mágica, de las agonías y los éxtasis del aguardiente. Pero últimamente mi vida se ha vuelto demasiado disciplinada, casi monacal. A causa de mis 51 años, tal vez, pero sobre todo porque me he visto obligado a administrar el tiempo de forma cada vez más exhaustiva. No vivir de la literatura da inmensa libertad, digamos artística. Pero tiene el inconveniente de que hay que trabajar para vivir, y eso toma demasiadas horas.

Junio de 2001

Fuente:

Ciudad vivida – Antología de 15 años de La Hoja. Fondo Editorial Universidad EAFIT – La Hoja Mes S.A., Medellín, primera edición, noviembre de 2007.

* * *

Ciudad Vivida - Antología de 15 años de La Hoja

* * *

Agradecimiento

Al Fondo Editorial EAFIT por haber comprendido el interés que esta Antología podía tener para un público local y nacional.

A Mónica Palacios del Fondo Editorial EAFIT, quien estuvo en la gestación misma de este libro.

A Joaquín Gómez, Úver Valencia y Juan Fernando Rojas, quienes revisaron todo el archivo de los 15 años para hacer una gran preselección.

A todo el equipo de La Hoja de Medellín que tomó este libro como suyo.

A María Cristina Restrepo y a Jorge Alberto Naranjo, dos escritores cuya lectura de todo el material preseleccionado iluminó esta escogencia.

A todos los que sumados han hecho posible un proyecto periodístico / ciudadano como La Hoja de Medellín.

A los autores que cedieron por esta vez el derecho de sus artículos para esta edición.

A Impregón, que se sumó a la empresa de Ciudad vivida en un tiempo casi imposible.

A Héctor Rincón, inspirador de toda esta aventura.

Ana María Cano
Compiladora