Presentación
Casa de las estrellas
El universo contado
por los niños
—4 de julio de 2013—
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Javier Naranjo (Medellín, 1956) estudió Antropología en la Universidad de Antioquia y Tecnología Agropecuaria, pero se ha dedicado principalmente a la gestión cultural, la promoción de lectura y la docencia. Dirige la Biblioteca y el Centro Comunitario Rural «Laboratorio del Espíritu» en El Retiro, Antioquia. Entre sus libros de poesía se encuentran «Orvalho», «Silabario», «Lugar de cuerpo ciego», «A la sombra animal» y «De parte del aire». «Casa de las estrellas» y «Proyecto Gulliver» recogen creaciones infantiles. Las cartillas «El diario de Mammo» y «El Diario de…», escritas para el MAMM, tienen como fin el acercamiento de los niños al arte. Ha sido coordinador de diversos proyectos de escritura creativa y de algunas versiones de La Escuela de Poesía en el Festival Internacional de Poesía de Medellín, así como de la primera Escuela de Poesía en Buenos Aires, Argentina. Ha participado en eventos, seminarios, ferias del libro y festivales nacionales e internacionales. Artículos y poemas suyos han aparecido en diversas revistas, periódicos y antologías. De su trabajo con los niños surgió su libro «Casa de las estrellas» (Universidad de Antioquia, 1999; Editorial Alfaguara, 2005; Aguilar, 2009; Hechos del Espíritu, 2013), que es una recopilación de expresiones infantiles casi siempre divertidas y muchas veces crueles, un diccionario sorprendente con más de 500 definiciones que transforman por completo el mundo de los adultos.
Presentación del autor
por Pedro Arturo Estrada
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El profesor Javier Naranjo recuerda aquel día en Llanogrande. «Me estremecí —relata—, sé que Orlando no era un niño pobre; era hijo de una familia de industriales que había dejado Medellín en la época de la violencia».
Naranjo daba clases en la escuelita rural, a dos horas de la ciudad. Enseñaba Granja, Creación Literaria y Fotografía. Aquel día, en Creación, preguntó a los niños por el miedo; qué es el miedo. Orlando Vásquez, de seis años, respondió. Miedo es que mi mamá maneja un carro y unos señores de la cañería no pueden comer y le rompen el vidrio del carro y la matan y matan a mi papá y vivo solo.
Los noventa fueron años duros en Antioquia. El departamento colombiano, con capital en Medellín, sufría la guerra del Estado contra los narcotraficantes. Muchos industriales dejaban la ciudad y buscaban tranquilidad en sus fincas del campo. En Llanogrande, Naranjo topó con «miradas limpias», niños que condensaban crudamente la realidad, sin filtro.
El profesor aún recuerda respuestas estremecedoras —una niña dijo una vez que misterio era cuando mi mamá se fue y no me dice a dónde—, aunque también simpáticas —niño es un amigo que tiene el pelo cortito, que no toma ron y se acuesta temprano—. Con el tiempo, Naranjo levantó una colección importante de definiciones infantiles y acabó editando un diccionario, Casa de las estrellas. Hace unas semanas, en la feria del libro de Bogotá, presentó la cuarta edición. Ya ha vendido 8.000 ejemplares.
Casa de las estrellas recoge definiciones de 500 conceptos, concretos y abstractos —desde Colombia, un partido de fútbol; a Dios, el amor con pelo largo y poderes—. Naranjo dice que no las buscaba, sólo que en sus clases, probando, se dio cuenta de que los niños, de alguna forma, «están ligados al animas mundi, comulgan con el mundo de una manera que los adultos ya no podemos. Gaston Bachelard [filósofo francés] hablaba de la capacidad de soñar de los niños», explica entusiasmado; «Fernando Pessoa decía que son maestros, Heidegger hablaba de la casa del ser… Los niños, con sus definiciones, nos invitan a su casa con una mirada limpia».
Poeta y escritor, Naranjo reconoce que al principio le interesaba la estética de las definiciones y que luego quiso saber qué había detrás. «Recuerdo una vez que pregunté a la clase qué era un hogar y una niña respondió que es algo que de repente se separa. Claro, enseguida supe que tenía problemas».
De cualquier manera, la violencia, sutil o despiadada, siempre aparecía: «Una niña de ocho años dijo una vez que militar es ser consciente de que los matan. En otra ocasión, esta vez un niño, definió miedo como ‘cuando llega alguien a casa y me levanto a ver quién es’».
Han sido años de trabajo hormiguero, de recoger definiciones en el aula. Naranjo evoca las clases, las veces en que ha jugado a ser un extraterrestre y los niños, guías de esa existencia ajena, le explicaron conceptos básicos. El libro le ha reportado experiencias muy agradables.
«Estábamos presentando la tercera edición —recuerda—, y unas muchachas se levantaron del público y dijeron: ‘Profe, soy tal, soy tal’. Yo las recordé. Las había tenido en clase al principio en Llanogrande. Una de ellas, Carolina, aún me acuerdo, había definido el dinero una vez como el peor vicio. Delante de todos, le pregunté si seguía pensando lo mismo. Todo el mundo miraba, fue muy emocionante… ‘Sí, profe’, dijo».
Pablo Ferri
Fuente:
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Javier Naranjo
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Un adulto es un niño
que ha crecido mucho
—Prólogo—
Por Piedad Bonnett
La infancia es y seguirá siendo un misterio para los adultos. Por más que la medicina, la sicología y la pedagogía avancen en el desentrañamiento de esa edad —desatendida por los adultos antes del siglo xviii, cuando se trataba a los niños sin muchos miramientos— esas personitas jamás dejarán de sorprendernos y de divertirnos.
Casa de las estrellas nos permite acercarnos a la niñez en abstracto, pero también a unos niños concretos, a unos colombianos entre los cuatro y los doce años que viven un país que no ha conocido la paz durante décadas, donde la modernización y eso que llamamos progreso coexisten con la pobreza y el atraso. Y lo hace de una manera muy particular: Javier Naranjo, poeta y docente, se dedicó durante a algunos años a pedir a sus alumnos la definición de ciertas palabras, escogidas todas con gran tino. Y el resultado de tal experimento es la compilación selecta que aquí tiene el lector, para su reiterado disfrute, porque Casa de las estrellas se puede leer cada tanto —en silencio para nosotros o en voz alta para uno o varios amigos— y siempre nos arrancará carcajadas, o sonrisas irreprimibles, o exclamaciones incrédulas. En primer lugar, porque al trajinar los niños con el lenguaje, un instrumento del que todavía no se han apropiado totalmente, terminan haciendo graciosas interpretaciones de muchas palabras, y asociaciones insólitas, creativas, casi surrealistas. Y en segundo lugar, porque la forma en que cada uno ha ido asimilando el mundo se traduce en observaciones, a veces ingenuas, a veces precoces, pero en general desasidas del imperativo de lo considerado correcto.
Es fácil encontrar en el libro poesía pura, como cuando un niño dice que «cielo es donde sale el día», o cuando afirma que se es anciano «cuando a uno se le van los años»; pero también pragmatismos increíbles, acercamientos al mundo donde lo que prima es la realidad rasa, como en aquel que apunta que sol es «el que seca la ropa», o en quien, con lógica de ingeniero, afirma que «cuerpo es el soporte de la cabeza». Otro, llevado por la sinceridad, se atreve a decir de Dios que «es invisible, y no sé más porque no he ido al cielo». Y no falta el acercamiento relativamente filosófico: muerte es para Ancízar «una cosa que no regresa», y espíritu es para Lina María «el que conduce a lo que hacemos», respuestas que nos muestran una singular capacidad de abstracción.
En cada página de este libro volvemos a comprobar que la mente de los niños crea una lógica imprevisible para el adulto. ¿Cómo no reírnos al leer que «para mí el niño es algo que no es perro», o que «una mujer es un muchacho que tiene mucho pelo»? En ocasiones, esa otra lógica saca a la luz, con una sinceridad devastadora, cruel, verdades que a veces no vemos o que nos negamos a ver. Y es que la experiencia también moldea a los niños, a veces duramente. Tal vez sea la experiencia del entorno la que hace afirmar a una niña que el matrimonio «es lo peor del mundo», y a un niño, que muerte «es un dolor para mí, porque a mí me da miedo dejar a mi mamá solita; porque allá pelean mucho con cuchillos en mi casa». Tremenda síntesis: un mundo de violencia donde la muerte es una permanente amenaza, y donde un muchachito de siete años siente ya el peso de una responsabilidad que, muy seguramente, nace también del concepto de virilidad que le han impuesto.
En muchas de esas miradas, y a veces casi matando la ingenuidad, el mundo de los mayores ya ha puesto su impronta, su freno, hasta permear sus palabras, en las cuales podemos leer los prejuicios de los padres, sus creencias y también sus clichés. El niño nos devuelve, sin querer, una imagen de cómo los criamos o los educamos, en ocasiones con una sagacidad y agudeza que los lleva a hacer síntesis sociológicas muy interesantes. Al pensar en la palabra campesino, por ejemplo, un chico concluye, tristemente —porque la realidad muy seguramente no le ha mostrado otra cosa— que «un campesino no tiene ni casa ni plata. Solamente sus hijos». Y otro, ante la palabra dinero, sentencia: «Es el fruto del trabajo, pero hay casos especiales». Otro más, tal vez sin saber lo crítico que está siendo, asevera que «maestro: es una persona que no se cansa de copiar».
Finalmente, habría que decir que las fragilidades y miedos que suelen acompañar a los niños en sus primeros años salen a relucir en sus palabras. Temen ellos la muerte, la propia y la de quienes los cuidan, y también el abandono, la enfermedad y lo desconocido. De estas definiciones sin duda la que mejor da cuenta de estos pavores es la que hace un niño de la palabra Amor: «Que mi papá no se muera y mi mamá no se muera».
Casa de las estrellas le da voz a los niños de manera genuina, y no como en los comerciales o en los discursos institucionales, donde se los usa para hacerlos decir cosas que ellos jamás dirían. Y los niños se toman muy en serio su tarea, aprovechando que hay oídos dispuestos a escucharlos. Tanto, que hay uno que no puede resistir la inquietud que lleva adentro, y, cuando le piden que defina amor se va con todo: «Conseguir una novia por acá y otra por mi casa y quiero que mi mamá se enflaquezca porque está muy gorda».
Así son: sinceros, tiernos, divertidos. Tan distintos a «los grandes», a ese adulto que un niño define en este libro, en su ingenuidad, como «un niño que ha crecido mucho».
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Abrazo
Estimular amor.
Camila Vélez. 11 años.Agua
Es como si tuviera algo en la mano y como si no sintiera nada en la mano.
Alex Gustavo Palomeque. 7 años.Amor
Cuando uno quiere la gente, cuando uno no teme las cosas, cuando uno es feliz, cuando uno es querido con la gente y disfruta las cosas y juega de la vida y dice las cosas sin temer y juega mucho.
Valeria Mejía. 6 años.Anciano
Cuando a uno se le van los años.
Sandra Liliana Villa. 8 años.Beso
Dos en acercarse.
Camila Mejía Gónima. 7 años.Calor
Es una cosa que lo hace ver a uno hasta el diablo.
Juan Esteban Buitrago. 9 años.Cielo
Donde sale el día.
Duván Arnulfo Arango. 8 años.Cuerpo
Es de uno solitico.
Luis Fernando Ocampo. 10 años.Caminar, sufrir y mojar las matas.
Jhon Fredy Agudelo. 6 años.Es como una cosa que le anda a uno.
Andrés David Posada. 6 años.Yo.
Mateo Ceballos. 10 años.Sirve para sentirse.
Jhonny Alexander Arias. 8 años.Desplazado
Es cuando lo sacan del país para la calle.
Óscar Darío Ríos. 11 años.Dinero
Es el fruto del trabajo pero hay casos especiales.
Pepino Nates. 11 años.Dios
Es una persona muy fuerte, porque aguanta muchas cosas de todos los cristianos.
Edison Hidalgo. 12 años.Es el alma de nosotros, es como si fuera un viento.
Laura Escobar. 6 años.Distancia
La distancia es algo que nunca se puede unir.
Jorge Alejandro Zapata. 12 años.Alguien que se va de uno.
Juan Camilo Osorio. 8 años.Espacio
Lugar limitado entre dos objetos.
Natalia Giraldo. 11 años.Más allá o más cerca.
Juan Carlos Mejía. 11 años.Es como dejando diez renglones.
Alex Gustavo Palomeque. 7 años.Familia
Lugar donde hay mucha discusión y se quieren.
Alejandra Giraldo. 10 años.Guerra
Es estar la vida desordenada.
Sandra Eliana Ramírez. 8 años.Gente que se mata por un pedazo de tierra o de paz.
Juan Carlos Mejía. 11 años.Instante
Es redondo.
Edison Harvey Pérez. 8 años.Loco
Persona que se cree algo distinto a lo que es.
Juan Carlos Mejía. 11 años.Mente
Cosa que uno piensa a través de uno mismo.
Juan Camilo Osorio. 8 años.Misterio
Cuando mi mamá se fue y no me dijo adónde.
Gloria María Hidalgo. 10 años.Mujer
Humano que no se puede reparar.
Óscar Alarcón. 11 años.La mujer es muy buena para uno.
Jorge Humberto Henao. 10 años.Los hombres se enamoran de.
Sandra Patricia Rengifo. 11 años.Negocio
Juntar las bolas con otro.
Alejandro Tobón. 7 años.Niño
Damnificado de la violencia.
Jorge Villegas. 11 años.Responsable de la tarea.
Luisa María Alarcón. 8 años.Paz
Cuando uno se perdona.
Juan Camilo Hurtado. 8 años.Pensamiento
Estoy pensando.
Jonathan Ciro. 10 años.Presencia
Es cuando uno se va de viaje, y llega la presencia.
Blanca Yuli Henao. 10 años.Una muchacha presintiendo amor.
Julio César Giraldo. 7 años.Soledad
Tristeza que le da a uno a veces.
Iván Darío López. 10 años.Tranquilidad
Por ejemplo que el papá le diga que le va a pegar y que después le diga que ya no.
Blanca Yuli Henao. 10 años.Universo
Casa de las estrellas.
Carlos Gómez. 12 años.Vacío
Sin nadie adentro.
Mauricio Osorio. 7 años.Vida
Un corazón que tengo aquí adentro.
Paulina Uribe. 10 años.
Fuente:
Naranjo, Javier. Casa de las estrellas. Editorial Hechos del Espíritu, cuarta edición, abril de 2013. Diseño gráfico, diagramación y fotografía: Miguel Suárez Londoño. Ilustraciones interiores y de cubierta: José Antonio Suárez Londoño.
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Maestro:
«Es una persona que
no se cansa de copiar».
María José García (8 años)