Lectura y Conversación

Carta de las
mujeres de este país

—9 de septiembre de 2021—

Portada del libro «Carta de las mujeres de este país» de Fredy Yezzed

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YouTube.com/CasaMuseoOtraparte

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Fredy Yezzed (Bogotá, 1979) es poeta, escritor y activista de Derechos Humanos, licenciado en Lenguas Modernas de la Universidad de La Salle y profesional en Estudios Literarios de la Pontificia Universidad Javeriana. En 2008, después de un viaje de seis meses por Suramérica, se radicó en Buenos Aires, Argentina. Ha publicado los libros de poesía «La sal de la locura» (Premio Nacional de Poesía Macedonio Fernández, Buenos Aires, 2010), «El diario inédito del filósofo vienés Ludwig Wittgenstein» (Buenos Aires, 2012), «Carta de las mujeres de este país» (Nueva York, Ed. Bilingüe, 2019, Mención de Poesía en el Premio Literario Casa de las Américas en La Habana, Cuba, 2017) y «La orilla de los heterónimos» (Bogotá, 2020). Como investigador literario es autor de los estudios «Párrafos de aire: primera antología del poema en prosa colombiano» (Editorial de la Universidad de Antioquia, Medellín, 2010), «La risa del ahorcado: antología poética de Henry Luque Muñoz» (Editorial Universidad Javeriana, Bogotá, 2015) y —en coautoría— «Yo vengo a ofrecer mi poema – Antología de resistencia» (Bogotá, 2021). Ha obtenido además los siguientes reconocimientos: XII Premio Nacional Universitario de Cuento (Universidad Externado de Colombia, 2001), Premio Nacional de Cuento Ciudad de Bogotá (2003), Premio Nacional Poesía Capital (Casa de Poesía Silva, 2005) y XXVII Concurso Nacional Metropolitano de Cuento (Universidad Metropolitana de Barranquilla, 2006). Es cofundador del portal literario Abisinia Review y profesor de Escritura Creativa en «La otra figura del agua: clínicas y talleres literarios».

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New York Poetry Press

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Carta de las mujeres de este país no vela a los muertos, en su logos de epitafios erige un ordenamiento del perdón. No un perdón legal, ese escrito en letra de hombre legislador, ése que ha hecho desaparecer. Un perdón que inventa su forma narrativa en miras de reconstruir la función cívica de una ciudad, un país, un perdón que duele, que sale del estiércol, un perdón como mujer pariendo entre vísceras y sangre. Ellas tienen noticia: «todos somos culpables de la pesadilla». Así, el libro de Fredy Yezzed deviene una reflexión política sobre la condición de víctima. El poeta sabe que cualquier concepción pura de la víctima es asumir una castidad, eso inmaculado que los varones elevan violentando.

Ana Arzoumanian

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Carta de las mujeres de este país es un libro donde las madres, esposas, hijas y hermanas les escriben a los desaparecidos de Colombia, y, por extensión, a todos los desaparecidos de Latinoamérica. Nos revela con gran belleza, imaginación y hondura ese país que no muestran los medios de comunicación, ese país adolorido, ese país humillado por la guerra. Es un libro que honra y acompaña a las mujeres, quienes son las que construyen, como sobrevivientes, la Verdad, la Justicia y la Memoria. Son poemas que palpitan llenos de amor, esperanza y compasión. Nos dice a través de un entramado epistolar que la poesía no puede ser indiferente frente al dolor de nuestros hermanos, que la poesía es el otro.

Freddy Náñez

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El libro de Fredy Yezzed viene a sumarse —¡y de qué manera!— a ese legado de la memoria de ese lenguaje fracturado de la escritura poética en su referencialidad de la violencia. Dentro de ese decir sin callar que configura el tono del libro Cartas de las mujeres de este país, su dedicatoria es rotunda: «A los desaparecidos que siguen buscando los brazos de las mujeres de Colombia». […] Ya en el inventario de la palabra poética de Yezzed, Colombia es la patria de los desparecidos, de los huérfanos, de las viudas, de las masacres y de las mutilaciones, que no puede pasar por un lugar común. Sin embargo, en su poesía el paisaje no deja de ser uno de nuestros mayores descubrimientos y asombros, pero ahora como marco de una tragedia que no acaba, o que en su escenario solo cambia de actores.

Nelson Romero Guzmán

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Fredy Yezzed - Foto © Jorge Camargo

Fredy Yezzed
Foto © Jorge Camargo

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Tres poemas
de Fredy Yezzed

Las mujeres sufrimos y recordamos la guerra de otra manera, las mujeres narramos la historia de nuestros sentimientos.

Svetlana Alexiévich

Carta donde pasta una vaca

Boca abajo entre los pastos altos del potrero, los primeros
en hallarte fueron los ojos tristes de una vaca. La neblina
bajaba lenta por la cordillera y los cristales de agua brillaban en las hojas.
El animal con su espíritu manso y curioso se acercó con humildad.
Te observó largo tiempo, José, allí suspendido en el tiempo,
flotando como un hielo en medio de la mañana.
En el cielo una corona de aves negras se disponía
a posarse sobre tu ancha espalda, cuando otras vacas
vinieron a rodearte, a cuidar del hijo ausente, a espantar las moscas.
Centro de este cortejo, José, te lloraron las matronas de los campos.
Desde el fondo nervioso de sus cuatro estómagos los animales mugen,
se inclinan ante tu cuerpo, te lamen el rostro.
Son ellas las primeras plañideras en encender cirios
en la profundidad de sus ojos húmedos y negros.

A su lamento responden con un balido desde el potrero vecino,
un relincho en las faldas de la montaña, un aullido
en el pueblo siguiente. Con esta desolada ceremonia,
mientras el viento peina los pastos altos,
doblan por ti las campanas.

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Carta con un perro negro

La página se repite una y otra vez desde que desapareciste:
en medio de la madrugada me despiertan los aullidos de un perro.
Abro los ojos y sus patas rasgan las rejas del jardín,
en su dibujo desesperado está el rostro de un hombre con la boca
abierta. Me asomo a la ventana y veo a tu perro.
Miro a todos lados y la calle palpita oscura y desolada,
pero alguien o algo parece que vigilara desde los árboles.
Le abro la puerta, con la cabeza baja mueve la cola
entre las patas, reclama una caricia con el hocico.

La noche brilla en su pelaje.
Me inclino y lo abrazo, le pregunto por ti, Jorge,
pero su cuerpo negro es una piedra fría.
Me gruñe, ladra y se aleja unos pasos.

Descubro mi camisa manchada de sangre.
Trato de descubrir su herida, la espuma en el colmillo,
el hueso quebrado. Pero se aleja, ladra con fuerza
y retorna como insistiendo en que lo siga.

Cierro la puerta a mi espalda y lo persigo a través de la penumbra.
Lo sé y no lo sé: voy en busca de la noticia más triste.

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Carta a un muerto
debajo de la mesa

El tiempo entra en la boca y pronuncia nuestro nombre.
Qué forma más extraña, Santiago, de querer meterte en la vida,
pegar la vuelta,
echar para atrás como un caballo asustado por una víbora.

Tu mano, Santiago, asoma por los bordes de la mesa.
Recuestas tu mejilla muerta en nuestras piernas y con el gato
compites por una caricia en el pecho.
Esa suavidad de nuestros dedos entre tus cabellos.
Cierras los ojos lentamente y respiras profundo.

Las familias de este pueblo cenan con muertos bajo la mesa
y de vez en cuando el sabor de la sangre les invade la boca.

Santiago, tu cuerpo caliente debajo de la mesa, ¿a quién llama?,
¿a qué mano desea morder, a qué palabra increpa?
El filo de tu mano entra por debajo de nuestras mujeres;
tus uñas sucias, lastimadas, arrancadas;
el castañear de tus dientes interrumpiendo la conversación.

Hacemos caso omiso de tu sollozo que lava nuestros pies bajo la mesa.
Oscureces rápido, como cuando se deja de ver ―frente a nuestros
ojos― una fotografía que tuvo valor.

Te chupa el abismo que hay debajo de la mesa de toda buena familia.
Quieres que nos duela tu dolor, quieres dolernos.

Santiago, el animal mojado de tu miedo palpita,
y bajo la mesa diaria, sin darnos cuenta:
―entre el buenos días y el te amo―,
desaparecemos tu nombre.