Presentación

Bereshit

Una mirada al olvido

—8 de junio de 2023—

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«Berëshîth» es una palabra de origen hebreo, en la cual el lector podrá hallar la brújula que orienta y configura el libro. Al descomponer su estructura, tal como lo realizarían los exégetas hebreos, obtenemos los nombres de los capítulos que componen la obra: «Verdad», «Maravilla», «Movimiento», «Unidad», «Prioridades», «Casa» y «Bereshit». Quien visite su sombra y su claridad, logrará un acercamiento a la frágil luz que anida en todos los seres. El libro es el resultado —o principio— de una reflexión espiritual de un grupo de jóvenes que buscan reintegrar el alma humana al vínculo antiguo que tenían los pueblos con la sabiduría. Desde allí se embarcan en un viaje a través del misterio de la Belleza, de Dios, de la Angustia, anclando sus producciones artísticas en un sencillo cuadro de posibilidades para el lector. Son ellos Allanis Rayo, Jefferson Sanabria (compilador), Julieth Díaz, Laura Santafé, M. Andrés Lozano, Nicolás Sánchez, Omar Segismundo, Sofía Rayo y Violetta H.

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El alma humana sucumbe ante el cómodo letargo que le ha traído su pacto con el mundo. En secreto se ha dado la espalda al sol, y la media noche cubre los aullidos de quienes esperan, derrotados, los trozos de la luna. Este libro es eso, un estruendoso silencio que clama por los últimos rayos que duermen en la noche; busca con tierna desesperación el relámpago que corte, por algún instante, el frío, la soledad, el tedio, la penumbra. Asoma con temor y humildad su cabeza a la claridad, solo por un momento, relatando lo que allí se encuentra.

Los Autores

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Prólogo

Por Jefferson Sanabria

No somos sabios, somos educadores y, en la ausencia de sabiduría, hallamos la orfandad que limita nuestra profesión. Unas palabras que viajan hacia ninguna parte, palabras que, luego de atravesar los endebles cimientos de la inocencia, se extinguen a mitad de camino. Nunca la filosofía y la religión estuvieron tan cerca. El desastre es inevitable. La vida se extingue en su misterio, el arte se pierde en su sistematicidad, la ciencia se envuelve en su fracaso irreflexivo, lo restante es materia de alta corrupción computacional. No hay sabios, solamente discursos desplegados en la alteridad egoísta de multitudes desorientadas.

Ninguna nación puede ocultar la desesperación que atraviesa sus informes estadísticos. La tasa de suicidios crece, las manifestaciones se despliegan, la corrupción funde sus raíces en cada una de las instituciones públicas, privadas y de autogestión, la desigualdad se acelera, la estupidez inunda el obrar humano, la indiferencia social estratifica el pensamiento de lo cotidiano. Desde este punto hablamos. Nos encontramos en Colombia, donde el hambre y la crueldad han sido deificados en los altares de la academia, donde la política y la religión se han prostituido vilmente a la mentira y enseñanza del desenfreno. Solamente unas manos oscuras, excavando centenares de tumbas para los olvidados. ¿Y los docentes? Traficando suplementos vitamínicos para la depresión y la ansiedad; cultivando la apatía, la violación, el racismo, la decadencia, el desprecio, la ociosidad, la demencia, el orgullo, la artificialidad; educando la muerte, en tiempos de vida.

¿Dónde se encuentran los maestros? ¿Han huido a la voz de los fusiles? Los jóvenes pierden su tiempo en medio de las apariencias, mientras los viejos deambulan cargados de experiencias inútiles. La economía perpetúa el desangre de la libertad. Nadie a quién recurrir. Nadie a quién preguntar. Sólo ceros, acompasados al ritmo de maniáticos unos. Allí, deseamos volver a oír la inconfundible voz de Lao Tse, iluminando a los simples. El mundo no es la guerra de los pacificadores, sino el espíritu de los agotados, un aprendizaje sobre el movimiento, una enseñanza sobre la serenidad. Las palabras no nos deben costar el silencio, como valor de uso que acompaña al valor de cambio y su futilidad en la mercancía de ser humano: producción y consumo de esencias.

Por este motivo, habrá que poner en tela de juicio los bordes de lo completo, a partir del vacío de lo incompleto. Esa es la brecha a la cual miramos de reojo. ¿Mente o cerebro? ¿Finitud o infinitud? ¿Ausencia de tiempo o eternidad? Hoy más que nunca debemos marchar en una quietud soberana, desprendernos con furia de todos los congresos de sabios sin sabiduría. Bereshit es aquella brecha que se manifiesta.

Nos encontramos detenidos en el abismo de nuestra separación, precisando, gravitando el peso de aquel vacío que nos asfixia los huesos: asfixia última del espíritu absoluto. Contundentemente, podemos afirmar que necesitamos nuevos oídos, en palabras más sencillas, aprender a oír con prudencia. La necedad ha hundido sus raíces en la urdimbre de nuestra sangre, mezclándose íntimamente con su potencia y aflicción. El ahora simula un consuelo, si repasamos la irreversibilidad de la trascendencia en el más allá cibernético: ciber-conciencia, ciber-bullying, ciber-educación, ciber-sexo, ciber-cultura, ciber-ente, ciber-yo, ciber- tú, ciber-nada.

Hablamos con la fuerza de unas gotas de agua, evaporándonos en medio de la nada, de unos rayos de luz que se hunden sin alcanzar su destino, de los registros estelares de alguna civilización perdida. Bereshit es principio del principio, templo de la libertad, refugio de la Palabra, ningún espejismo del tiempo, tan sólo la paradoja sustancial que alguna vez enunció Blaise Pascal entre la nada, el ser y lo infinito.

Nada en esta vida tiene sentido, dijo el Predicador, sin renunciar a la Palabra.

Fuente:

Sanabria, Jefferson (compilador). Bereshit. Edición especial para Amazon, Bogotá, 2022, pp. 11-12.

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Grupo Bereshit. Foto © Nicolás Sánchez.

Grupo Bereshit. Foto © Nicolás Sánchez.